2

Señor James —Elizabeth le saludó con un afecto sincero—, es un placer volver a verle.

Le tendió las manos y dejó que él las envolviera con las suyas, mucho más grandes. Una extraña sonrisa iluminaba el rostro de Avery, que se llevó la mano de Elizabeth al brazo y la guió a través de las puertas francesas hasta un patio interior.

Ella le estrechó el antebrazo.

—Pensaba que me había retrasado y que habría perdido la cita.

—No piense eso, lady Hawthorne —contestó él con áspero cariño—. La hubiera esperado toda la noche.

Elizabeth echó la cabeza hacia atrás e inspiró una bocanada de aire perfumado. La fragancia embriagadora que flotaba en aquel vasto espacio suponía un agradable alivio después del intenso olor a humo, cera quemada, polvos para el cabello y perfume que se condensaba en el salón de baile.

Comenzaron a pasear despreocupados y Elizabeth se volvió hacia Avery para preguntarle:

—¿Debo entender que es usted el agente que me han asignado?

Él sonrió.

—Sí, aunque contaré con la ayuda de un compañero.

—Claro. —Elizabeth esbozó una triste sonrisa—. Siempre trabajan por parejas, ¿verdad? Eso era lo que hacían Hawthorne y mi hermano.

—Es una forma de funcionar, milady, que da buen resultado y salva muchas vidas.

A Elizabeth le flaquearon las piernas. «Ha salvado algunas vidas», pensó.

—A mí me disgusta mucho que exista la agencia, señor James. El matrimonio de William y su posterior renuncia han sido una bendición para mí. Mi hermano casi muere la noche que perdí a mi marido. Espero con impaciencia el día en que la agencia ya no forme parte de mi cotidianidad.

—Nos esforzaremos todo lo que podamos para resolver el caso con la máxima urgencia —le aseguró.

—No me cabe duda alguna —suspiró ella— y me alegra mucho saber que usted es uno de los agentes que ha elegido lord Eldridge.

Avery estrechó la mano que ella tenía apoyada sobre su antebrazo.

—Agradezco mucho tener la oportunidad de volver a tratar con usted. Ya han pasado varios meses desde la última vez que nos vimos.

—¿Tanto tiempo ha pasado? —preguntó ella con el cejo fruncido—. Tengo la sensación de que los días se me es capan.

—Me encantaría poder decir lo mismo —interrumpió una voz conocida por detrás de ellos—. Por desgracia para mí, los últimos cuatro años me han parecido una eternidad.

Elizabeth se puso tensa y notó que su corazón se detenía un momento antes de que sus latidos empezaran a acelerarse.

Avery se dio la vuelta con Elizabeth del brazo para poder ver a su visitante.

—Ah, aquí está mi compañero, milady. Tengo entendido que usted y lord Westfield son viejos conocidos. Espero que esa coincidencia acelere el proceso.

—Marcus —susurró ella con los ojos abiertos como platos. La relevancia de la información que Avery le acababa de revelar la dejó aturdida, como si le hubieran dado un golpe.

Él hizo una reverencia.

—Estoy a su servicio, milady.

Elizabeth se tambaleó un poco y Avery la agarró con más fuerza para equilibrarla.

—¿Lady Hawthorne?

Marcus la alcanzó en dos zancadas.

—No te desmayes, querida. Respira hondo.

A Elizabeth le pareció una tarea imposible. Jadeaba como un pez fuera del agua y de repente su corsé se le antojó terriblemente ceñido. Le hizo un gesto con la mano para que se alejara; su proximidad y el olor de su piel le dificultaban aún más la tarea de expandir sus pulmones.

Entonces vio que Marcus lanzaba una mirada cómplice a Avery y éste se daba media vuelta y se alejaba fingiéndose repentinamente interesado por el follaje de un helecho que crecía un poco más lejos.

Elizabeth, que seguía un poco mareada pero empezaba a recuperarse, negó con la cabeza.

—Marcus, ¿has perdido la cabeza?

—Vaya, veo que te encuentras mejor —dijo arrastrando las palabras con una sonrisa irónica en los labios.

—Deberías intentar entretenerte con otra cosa. Renuncia a tu comisión y deja la agencia.

—Tu preocupación resulta conmovedora, aunque también debo admitir que estoy un tanto confundido. Aún no he olvidado la cruel despreocupación que demostraste por mi bienestar en un pasado no tan lejano.

—Guárdate el sarcasmo para otro día —espetó ella—. No tienes ni idea de en lo que te has metido. Trabajar para lord Eldridge es peligroso. Podrían hacerte daño. O podrías morir.

Marcus suspiró.

—Elizabeth, estás un poco alterada.

Ella lo fulminó con la mirada y buscó a Avery con los ojos, pero éste seguía estudiando el helecho a conciencia. Entonces bajó la voz.

—¿Cuánto tiempo hace que eres agente?

Él apretó los dientes.

—Cuatro años.

—¡¿Cuatro años?! —Elizabeth dio un paso atrás—. ¿Ya eras agente cuando me cortejabas?

—Sí.

—Maldito seas. —La voz de Elizabeth dejó entrever un dolido suspiro—. ¿Y cuándo planeabas contármelo? ¿O es que no me iba a enterar hasta que llegaras a casa en un ataúd?

Él frunció el cejo y se cruzó de brazos.

—Creo que eso ya no tiene importancia.

El gélido tono de voz con el que Marcus se había dirigido a ella hizo que Elizabeth se pusiera tensa.

—He pasado los últimos años con el temor de ver anunciado tu futuro matrimonio en los periódicos. Pero ya veo que debería haber revisado las necrológicas y no las noticias de sociedad. —Elizabeth se dio media vuelta y se llevó la mano a su acelerado corazón—. No sabes lo mucho que desearía que te alejaras de mí. Ojalá no te hubiera conocido nunca. —Se agarró la falda y se marchó a toda prisa.

Los secos golpes de los talones de Marcus sobre el mármol fueron la única advertencia que oyó antes de que la tomara por el codo y le diera media vuelta.

—El sentimiento es mutuo —rugió él.

La cabeza de Marcus, con sus sensuales labios apretados de rabia, asomaba por encima de la de Elizabeth. Su mirada esmeralda brillaba de tal modo que ella empezó a temblar.

—¿Cómo ha podido lord Eldridge asignarte mi caso? —se quejó—. ¿Y por qué has aceptado?

—Yo he insistido para que me adjudicaran esta misión.

Cuando ella resolló sorprendida, él apretó más los labios.

—No te equivoques, Elizabeth. Ya te escapaste de mí una vez y no pienso permitir que vuelva a ocurrir. —La agarró con más fuerza y el aire se incendió a su alrededor. La voz de Marcus se tiñó de aspereza—. Me da igual que te cases con el mismísimo rey, porque esta vez serás mía.

Ella forcejeó para escapar, pero él la tenía asida con firmeza.

—Cielo santo, Marcus. ¿No crees que ya nos hemos hecho bastante daño el uno al otro?

—Todavía no. —La empujó como si le desagradara tenerla tan cerca—. Y ahora vamos a solucionar este asunto sobre tu difunto esposo para que Avery pueda retirarse.

Elizabeth se acercó a Avery, temblorosa. Marcus la siguió con la depredadora elegancia de una pantera.

No había duda de que ella era la presa.

Se detuvo junto a Avery y dejó escapar un agitado suspiro antes de darse la vuelta.

Marcus la observaba con una expresión indescifrable en el rostro.

—Según tengo entendido has recibido un diario que escribió tu difunto esposo. —Ella asintió con la cabeza—. ¿Conoces a la persona que te lo ha hecho llegar?

—La letra del destinatario era la de Hawthorne. Es evidente que lo envió hace tiempo, porque el envoltorio amarilleaba y la tinta se había borrado un poco.

Elizabeth había reflexionado sobre el origen de aquel paquete durante días enteros, pero había sido incapaz de descubrir su origen ni su propósito.

—Tu marido se envía su diario a sí mismo y llega tres años después de su asesinato. —Marcus entrecerró los ojos—. ¿Dejó alguna plantilla o algún cartón perforado por distintos puntos? ¿Incluyó algún escrito que pudiera resultarte extraño?

—No, nada.

Elizabeth metió la mano en su bolso y sacó el estrecho cuaderno y la carta que había recibido algunos días atrás. Se lo entregó todo a Marcus.

Tras examinarlo de forma superficial, se metió el diario en el bolsillo de su casaca y repasó el contenido de la carta con el cejo fruncido.

—En toda la historia de la agencia, el único asesinato que está por resolver es el de lord Hawthorne. Me gustaría que te mantuvieras lo más al margen posible.

—Haré todo cuanto sea necesario —lo contradijo ella en seguida—. Hawthorne merece justicia y si debo implicarme para conseguirla lo haré.

Estaba dispuesta a todo para acabar con aquello.

Marcus dobló la carta con cuidado.

—No me gustaría verte en peligro.

Elizabeth, con todas sus emociones a flor de piel, se enfureció.

—¿Y pretendes alejarme del peligro mientras arriesgas tu propio cuello? Yo estoy mucho más interesada que tú o tu preciosa agencia en la resolución de este caso.

Marcus rugió su nombre en señal de advertencia.

Avery carraspeó sonoramente.

—No creo que ambos forméis muy buen equipo. Si me permitís una sugerencia, podríamos comunicarle esta dificultad a lord Eldridge. Estoy seguro de que hay otros agentes que…

—¡No! —La voz de Marcus resonó como un látigo.

—¡Sí! —Elizabeth casi se desmaya de alivio—. Es una excelente idea. —Esbozó una sincera sonrisa—. Estoy segura de que lord Eldridge comprenderá la lógica de la petición.

—¿Huyes otra vez? —la desafió Marcus.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Intento ser práctica, Marcus. Es bastante evidente que tú y yo no podemos relacionarnos.

—Práctica. —Él resopló con aire burlón—. La palabra que buscas es «cobarde».

—¡Lord Westfield! —Avery frunció el cejo.

Elizabeth le hizo un gesto con la mano.

—Si es tan amable, señor James, le agradecería que nos dejara solos un momento.

Avery vaciló y ella clavó su mirada en Marcus.

—Haz lo que te pide —murmuró él, con sus ojos desafiantes fijos en Elizabeth con igual ferocidad.

Avery gruñó, pero se dio media vuelta y se alejó a zancadas, indignado.

Elizabeth fue directa al grano.

—Si me veo obligada a trabajar contigo, Westfield, me negaré a compartir más información con la agencia. Puedo enfrentarme a esta situación yo sola.

—¡De eso nada! —El músculo de la mandíbula de Marcus empezó a palpitar—. No pienso permitir que arriesgues tu vida. Si intentas hacer alguna estupidez, tendrás que asumir las consecuencias y te aseguro que no van a gustarte nada.

—¿De verdad? —le provocó. Elizabeth no pensaba permitir que la intimidara un temperamento que asustaba a la gran mayoría de los hombres—. ¿Y cómo te propones detenerme?

Marcus se acercó a ella con aspecto amenazador.

—Soy un agente de la Corona…

—Eso ya me ha quedado claro.

—Y me han asignado una misión. Si entorpeces el curso de mi investigación no me quedará otro remedio que interpretar tus acciones como una traición y actuar en consecuencia.

—Lord Eldridge jamás lo permitiría. ¡Y tú no te atreverás!

—Por supuesto que me atrevería. Y él no me detendrá. —Se detuvo justo delante de ella—. Este libro parece contener un registro de las misiones en las que participó Hawthorne y podría estar relacionado con su muerte. Si así fuera, tu vida corre peligro y Eldridge tolerará esa situación tan poco como yo.

—¿Y por qué no aceptarlo? —le espetó ella—. Tus sentimientos hacia mí son evidentes.

Marcus se acercó tanto a ella que las puntas de sus zapatos desaparecieron bajo la costura de su falda.

—Por lo visto no son tan evidentes como tú crees. Sin embargo, eres libre de exponer tu inquietud a Eldridge si así lo deseas. Explícale cómo te afecta mi cercanía y lo mucho que me deseas. Cuéntale nuestro sórdido pasado en común y que ni siquiera el recuerdo de tu ausente y querido esposo consigue debilitar esa pasión.

Ella lo miró perpleja y luego abrió la boca para dejar escapar una seca carcajada.

—Tu arrogancia no conoce límites.

Elizabeth se dio media vuelta para esconder sus manos temblorosas. No le importaba que se quedara con el diario. Hablaría con Eldridge por la mañana.

Pero la burlona risa de Marcus la perseguía.

—¿Mi arrogancia? Eres tú quien piensa que todo gira a tu alrededor.

Elizabeth se detuvo y se dio media vuelta.

—Tú has convertido esto en algo personal con tus amenazas.

—Que tú y yo volvamos a ser amantes no es una amenaza, sino algo inevitable; y no tiene nada que ver con el diario de tu difunto esposo. —Cuando ella se disponía a contestarle, Marcus alzó la mano—. Ahórrate las discusiones. Insistí en que me asignaran esta misión porque es muy importante para Eldridge. Pero tenerte en mi cama no implicará que tengamos que trabajar juntos.

—Pero… —Elizabeth hizo una pausa. Él no había dicho en ningún momento que fuera ella el objetivo de su misión. Entonces se sonrojó.

Marcus pasó por su lado con despreocupación y se dirigió hacia el salón de baile.

—Eres libre de explicarle a Eldridge los motivos por los que no puedes trabajar conmigo. Sólo te pido que te asegures de dejarle bien claro que yo no tengo ningún problema en colaborar contigo.

Elizabeth apretó los dientes y retuvo los juramentos que se agolpaban en su boca. No era tonta y entendía muy bien su juego. También sabía que no la dejaría en paz hasta que decidiera que ya había tenido suficiente, con o sin misión de por medio. Lo único que podía mantener bajo su control era el orgullo: debía decidir si quería sobrevivir a aquel encuentro con la dignidad intacta o no.

Un nudo atenazó su estómago. Ahora que había vuelto a aparecer en sociedad, tendría que convivir con las estrategias de seducción de Marcus. No le quedaría más remedio que relacionarse con las mujeres que le gustaban y se vería obligada a contemplar las sonrisas que compartía con todas, menos con ella.

«Maldita sea». Su respiración se aceleró y, muy en contra de su amor propio y de su inteligencia, dio el primer paso para seguirle.

Pero entonces, un suave roce en el codo le recordó la presencia de Avery.

—Lady Hawthorne, ¿va todo bien?

Ella asintió con sequedad.

—Hablaré con lord Eldridge tan pronto como me sea posible y…

—Eso no será necesario, señor James.

Elizabeth esperó a que Marcus doblara la esquina y desapareciera de su campo de visión antes de volverse hacia Avery.

—Yo sólo debo entregar el diario. En cuanto lo haya hecho, usted y lord Westfield se ocuparán del resto. No creo que haya necesidad de cambiar a los agentes implicados.

—¿Está segura?

Elizabeth asintió de nuevo; estaba ansiosa por acabar con aquella conversación y volver al salón de baile.

Avery le dedicó una mirada repleta de escepticismo, pero le dijo:

—Está bien. Le asignaré dos escoltas armados. Llévelos consigo a todas partes e infórmeme en cuanto reciba más detalles sobre el encuentro.

—Claro.

—Como ya hemos acabado, yo me marcho. —Su sonrisa escondía cierto alivio—. Nunca he disfrutado mucho de esta clase de fiestas.

Se llevó la mano de Elizabeth a los labios y la besó.

—¿Elizabeth? —La poderosa voz de William resonó en el patio.

Ella abrió los ojos como platos y estrechó los dedos de Avery.

—Mi hermano no debe verle aquí porque sospecharía que ocurre algo.

Avery, que apreciaba la preocupación de Elizabeth y estaba entrenado para actuar con rapidez, asintió con seriedad y se agachó para esconderse detrás de un arbusto.

Ella se dio media vuelta y vio cómo William se acercaba. Como Marcus, se acercó a ella con despreocupada elegancia y Elizabeth pensó que en sus piernas no se apreciaba señal alguna de la herida que había estado a punto de quitarle la vida hacía tres años.

A pesar de que eran hermanos, su apariencia física no podía ser más distinta. Ella tenía el pelo negro y los ojos violeta de su madre y William había heredado el pelo rubio y los iris azul verdoso de su padre. Era alto y sus hombros anchos le otorgaban el aspecto de un vikingo: alguien fuerte y peligroso. Sin embargo, las finas arrugas que rodeaban sus ojos delataban su espíritu alegre.

—¿Qué estás haciendo? —le preguntó lanzando una mirada curiosa alrededor del patio.

Elizabeth tomó del brazo a su hermano y empezó a caminar con él hacia el salón de baile.

—Sólo disfrutaba de la vista. ¿Dónde está Margaret?

—Con sus amigas. —William redujo el paso y se detuvo, obligándola a pararse junto a él—. Me han dicho que has bailado con Westfield.

—¿Ya han empezado las habladurías?

—Aléjate de él, Elizabeth —le advirtió con tono cariñoso.

—No he encontrado una forma educada de rechazarle, William.

—Pues no seas educada. Sabes que no confío en él y me parece muy extraño que haya decidido venir esta noche.

Ella suspiró con tristeza al pensar en la pelea que había provocado cuatro años atrás. Marcus no tendría madera de marido, pero en su día había sido muy buen amigo de su hermano.

—La reputación que se ha labrado durante estos últimos años ha justificado de sobra lo que hice en el pasado. Y te aseguro que no hay ningún peligro de que me deje arrastrar por sus encantos de nuevo.

Elizabeth tiró de William en dirección al salón de baile y se sintió aliviada cuando vio que él no oponía resistencia. Si se daban un poco de prisa aún conseguiría ver adónde se había dirigido Westfield.

Marcus abandonó el escondite en que se había ocultado y salió de detrás de un árbol sacudiéndose las hojas que se habían quedado pegadas a su abrigo. Contempló la espalda de Elizabeth hasta que la perdió de vista y, entonces, se limpió la suciedad de los zapatos. Se preguntó si el enloquecedor deseo que sentía por ella resultaba muy evidente. Su corazón se había acelerado y le dolían las piernas de tanto esforzarse por no salir corriendo tras ella y llevársela de la fiesta para poder disfrutarla en privado.

Era una mujer obstinada y terca hasta la exasperación, y por ese motivo estaba tan seguro de que era perfecta para él. Ninguna otra había sido capaz de excitarlo de aquella manera. Poco importaba si era a causa de la ira o de la lujuria, sólo Elizabeth conseguía hacerle hervir la sangre de esa manera.

Marcus hubiera preferido sentir amor porque sabía que, con el tiempo, esa emoción disminuía y, cuando el fuego de las llamas se extinguía, acababa por desaparecer. Pero el deseo aumentaba con el tiempo y cuanto más se tardara en saciarlo, más dolía y más consumía a su víctima.

Avery apareció junto a él de repente.

—Si esto es lo que llamas «una vieja amiga», no me gustaría comprobar cómo son tus enemigas.

La sonrisa de Marcus no desprendía ni rastro de simpatía.

—Iba a convertirse en mi esposa. —Por respuesta recibió un silencio sepulcral—. ¿Te he dejado sin habla?

—Maldita sea.

—Buena descripción. —Marcus se armó de valor y preguntó—: ¿Crees que hablará con Eldridge?

—No. —Avery le miró de reojo—. ¿Y tú piensas que es una buena idea implicarte en este caso?

—No —admitió aliviado de que su estrategia hubiera funcionado y agradecido de saber que, a pesar del paso de los años, la conocía tan bien—. Pero estoy convencido de que no me queda otra opción.

—Eldridge está decidido a capturar al asesino de Hawthorne. Es muy probable que, durante el transcurso de la misión, nos veamos obligados a poner a su viuda en peligro si queremos conseguir nuestro objetivo —le aclaró Avery.

—No. Hawthorne está muerto y arriesgar la vida de Elizabeth no lo resucitará. Encontraremos otra forma de cazar al criminal.

Avery negó con silenciosa diversión.

—Confío en que, a pesar de que yo no te entienda, sepas lo que haces. Ahora, si me disculpas, debería encontrar la forma de escabullirme por el jardín antes de que vuelva a ocurrir algo inapropiado.

—Creo que me iré contigo. —Marcus se puso a caminar junto a su compañero y se rió cuando vio que Avery lo miraba con una ceja arqueada—. Cuando se libra una batalla, un hombre debe estar siempre preparado para retirarse, con el objetivo de enfrentarse al nuevo día con fuerzas renovadas.

—Cielo santo. Batallas, hermanos y compromisos rotos. Tu pasado en común con lady Hawthorne sólo nos traerá problemas.

Marcus se frotó las manos.

—Eso espero.