Epílogo

Varios días después de la Asamblea del Escudo, Danilo fue a visitar a Khelben a la torre de Báculo Oscuro. Aunque todavía se sentía débil tras su encuentro con Granate, el archimago insistió en ocuparse de sus obligaciones y envió a buscar a su sobrino.

—¿Cómo está? —susurró a Laeral cuando apareció por el estudio de Khelben.

—Empieza a estar malhumorado —respondió la maga con un profundo suspiro—. Dicen que es una buena señal, pero yo digo que se nota que no son ellos los que tienen que convivir con él.

Khelben indicó con un gesto a su sobrino que entrara en la habitación y le sirvió una taza de aquel brebaje de hierbas que insistía en tomarse, mientras conversaba sobre la calidad del té y los chismes locales.

Aparentemente, las cosas en Aguas Profundas iban mejorando. Las cosechas recién plantadas prosperaban, los ataques de monstruos en el sur habían cesado de forma drástica y la caza empezaba a regresar a los bosques, a la vez que los disturbios en la bahía y en las localidades pesqueras habían concluido.

—Y lo que es más importante, las baladas han recuperado su forma original. Se ha restablecido nuestro pasado y nuestras tradiciones —comentó Khelben con profunda satisfacción.

—Veo que lady Thione ha desaparecido. ¿Cómo se ha tomado Caladorn todo esto? —preguntó Danilo.

—Ha vuelto a embarcarse.

—El cambio le hará bien —intervino Laeral, que acababa de entrar en la estancia—. Aunque a tu tío le cuesta recordarlo, existe un amplio mundo más allá de las murallas de Aguas Profundas.

—Hhune también se ha marchado —gruñó Khelben, sin hacer caso de la pulla de su dama—, aunque no lo habríamos dejado marchar de haber sabido que era el responsable de lo que le sucedió a Larissa.

—¿La cortesana?

—Entre otras cosas. Larissa es una buena amiga, además, de uno de los Señores de Aguas Profundas. Durante tu ausencia, fue brutalmente atacada y ha estado al borde de la muerte durante muchos días. Precisamente ayer se pudo levantar y fue capaz de decirnos quién le había hecho aquello. Los clérigos de Sune están rezando para que se recupere del todo y, con el tiempo, recobrará su salud y su belleza.

Laeral asintió.

—Fui a verla anoche y noté una profunda mejoría. Con decirte que les ha pedido a los clérigos que le reduzcan un poco la nariz…

—Muy propio de Larissa —corroboró el archimago—. Texter también ha regresado a la ciudad. Por lo visto estuvo cabalgando durante días, pero lo más curioso es que no tiene ni idea de dónde ha estado.

—Es raro eso en Texter —comentó Laeral.

—Sin embargo, confiesa que tiene la extraña sensación de que durante su ausencia se lo ha pasado bien.

—He ahí lo extraño —comentó la hermosa maga en tono alegre mientras se volvía hacia Danilo—. Texter es, de los Señores de Aguas Profundas, el menos mujeriego.

—Todos estos chismorreos son fascinantes —repuso el Arpista en tono confuso—, pero ¿no se suponía que esos nombres son un profundo secreto?

—Mirt también ha regresado —prosiguió Khelben como si no hubiese oído a su sobrino—, y con él su hija Asper. Por cierto, deberías conocer a Asper. Es nuestros ojos y nuestros oídos en Puerta de Baldur.

—Espera un momento…, ¿trabaja para los Arpistas?

—Yo no he dicho eso. —El archimago se quedó en silencio—. Ahora que has cumplido tu misión, Dan, hemos de discutir el próximo paso en tu carrera.

Danilo asintió y se inclinó hacia adelante.

—Sobre eso quería hablarte. He estado con Halambar para discutir la posibilidad de reconstruir el colegio de bardos de Aguas Profundas; un buen número de bardos de prestigio han expresado su interés en el proyecto. Como puedes imaginar, muchos de ellos se sienten responsables de su última participación en los disturbios de la ciudad y desean recompensar a Aguas Profundas, aparte de a ti, tío.

—Ya veo. ¿Y cuál va a ser tu papel en todo este asunto?

—En lo sucesivo, poca cosa. Ayudaré a fundar el colegio, pues mis actuaciones parecen estar de moda estos días, pero con permiso de los Arpistas me gustaría dedicar parte de mi tiempo a estudiar el canto elfo. Quizá cuando haya aprendido ese arte, lo enseñaré a los demás.

—Lo hiciste muy bien el otro día —le confesó Khelben y, a pesar del tono brusco de sus palabras, su rostro reflejaba orgullo.

Danilo observó con intensidad al archimago.

—Has trabajado conmigo durante muchos años, tío, y esperabas de mí que me convirtiera en brujo. Dime la verdad, ¿te decepciona que no haya elegido seguir tus pasos?

El archimago se encogió de hombros.

—¿Qué más da un brujo más menos?

—¿De veras? —insistió Danilo.

—Muy bien, entonces: creo que sólo podrías seguir mis pasos más de cerca si caminaras con mis propias botas… mientras las llevo puestas. Y, en conjunto, es una idea que no me agrada.

—No estoy seguro de haberte entendido —titubeó Danilo, confuso por el inhabitual tono irónico de su tío.

Khelben rebuscó por debajo del escritorio y sacó una caja grande y cuadrada.

—Con esto lo entenderás —respondió, mientras se la tendía a su sobrino.

Danilo levantó la tapa y extrajo el casco negro y velado que identificaba a los Señores de Aguas Profundas. Se lo quedó mirando en silencio.

—Vamos, pruébatelo.

El Arpista sacudió la cabeza.

—No lo quiero —musitó.

—¿Y quién lo quiere? —respondió Khelben.

—Bueno, ¡no soy la persona apropiada para esta tarea! ¿Qué voy a saber yo de cómo se dirige una ciudad?

El rostro del archimago se tornó serio.

—Más de lo que piensas. ¿Confías en Elaith Craulnober?

—Por supuesto que no —replicó Danilo, sorprendido por el súbito cambio de tema.

—Y sin embargo habéis trabajado juntos y con eficacia. La habilidad para formar alianzas entre individuos y grupos dispares es una cualidad rara e importante.

—¿Y eso? Todos los propietarios de las salas de fiesta en Aguas Profundas saben hacerlo. ¡Sería mejor que buscaras al Señor que te falta en la Casa de las Sedas Púrpuras!

—No te proponemos sólo por eso. Hay más… —añadió Khelben en un tono de voz que indicaba que se disponía a impartir una lección.

El Arpista soltó un suspiro.

—Siempre parece haber más.

—Hay un viejo refrán que dice: «Dejadme escribir los cantos de un reino, y no me importará quién haga sus leyes». Recientemente hemos comprobado cuánta verdad encierran esas palabras. El arte de los bardos y el gobierno no pueden ir por derroteros distintos, porque sin los bardos olvidamos nuestro pasado y perdemos la perspectiva necesaria para evaluar nuestros actos. Incluso el humor negro del arte de Morgalla nos aporta un modo nuevo e importante de juzgar cómo se perciben nuestras decisiones.

—Y por el contrario, si no fuera por los disturbios y las intrigas de señores y de reinos, y las gestas heroicas que surgen en ellos, nosotros los bardos nos quedaríamos sin trabajo —admitió Danilo.

—Salvo para las canciones de amor —intervino Laeral, parpadeando con sus pestañas de plata como si hiciera una parodia del arte del coqueteo.

Danilo sonrió a la maliciosa maga.

—Hasta para ésas.

—Está también el tema del Equilibrio —añadió Khelben con voz pausada—. Aunque los métodos que utilizaba no eran correctos, Iriador, o Granate, si lo preferís, no estaba del todo equivocada. Debido a nuestra inquietud por las comodidades y la seguridad de Faerun, los Arpistas no hemos atendido y mimado las artes de los bardos como debiéramos.

—¿Y no crees que convertir a un bardo en político sigue esa misma tendencia?

—En absoluto. Seguirás siendo un bardo, pero como Señor de Aguas Profundas tendrás también poder para garantizar que el proyecto del colegio de bardos se convierta en una realidad.

El Arpista se quedó meditando durante largo rato mientras contemplaba el casco negro que tenía en las manos.

—Ahora que por fin he elegido un camino —musitó con lentitud—, había esperado dedicarme en exclusiva al arte de los bardos. El canto elfo es muy exigente y tengo mucho que aprender.

—¿Y? ¿Qué te lo impide? Todos los demás Señores tienen profesiones que abarcan desde la de posadero a cortesana.

—Ahora que lo mencionas, este nuevo cargo podría proporcionarme material interesante para nuevas baladas —musitó el Arpista.

Khelben soltó un bufido.

—¡Sólo procura que tus actos sean más rectos que los que describiste en la balada de la Asamblea del Escudo!

—Hecho. —Danilo se puso de pie—. Ahora que hemos decidido mi futuro, tengo que atender un asunto de gran frivolidad.

Tras una parada rápida en su casa, se dispuso a ir al templo elfo cargado de regalos para una joven dama elfa. Pronto se reconocería oficialmente a lady Azariah como heredera de la hoja de luna de Elaith, y aunque Danilo no podría asistir a la ceremonia, reservada sólo para elfos, deseaba dar su enhorabuena porque la niña elfa le había robado el corazón desde el primer momento.

Danilo hizo un gesto a los centinelas del templo y se abrió paso por el largo corredor hasta los aposentos de Azariah.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó una voz familiar a su espalda.

El Arpista se dio la vuelta y contempló por encima de una pila de regalos el semblante de Elaith Craulnober. Dan no lo había vuelto a ver desde el día de la batalla, porque el elfo había tardado en recuperarse del veneno. Notó que el rostro anguloso de Elaith se veía todavía más enjuto y que tenía una piel tan pálida que casi se asemejaba al tono plateado de sus cabellos. El luchador iba vestido con el sencillo hábito blanco de los templos elfos, aunque a Danilo no le cabía duda de que llevaría escondidas armas entre los pliegues. No obstante, la hoja de luna no se hallaba atada a su cinto.

—No vengo a visitarte a ti, eso te lo aseguro. —Danilo echó una ojeada al caballo de madera pintada y repujada que llevaba en las manos—. Esta imitación de Pegaso es un homenaje al patriarca Duirsar —concluyó con voz solemne.

La expresión del elfo se suavizó.

—La enfermera de Azariah me ha dicho que la has visitado con frecuencia durante mi convalecencia. Espero que nuestra asociación no la afecte permanentemente —repuso con su habitual acritud.

—Veo que te vas recuperando. —Dan reanudó su rumbo hacia la habitación de la niña, pero al ver que Elaith le seguía los pasos, el Arpista miró de reojo al elfo—. ¿Afectará tu recuperación si te digo que gracias a tu ayuda contra los asesinos de lady Thione probablemente me salvaste la vida?

—Seguro que me alargará unos días la convalecencia —replicó el elfo.

—En ese caso, me alegro de haberlo mencionado. Si tu recuperación necesita un estímulo, quizá deberías considerar unirte a Vartain. Dicen que casi se ha instalado en la Casa de Placer y Salud de la Madre Tathlorn. Después de descubrir la diversión, parece resuelto a compensar tantos años de privaciones. En cuanto llegues allí, probablemente tendrá que aprovecharse de los servicios curativos de la Madre Tahtlorn al menos tanto como tú.

Elaith esbozó una mueca.

—Pasaré, aunque ir de juerga en compañía de Vartain no sea una perspectiva muy halagüeña. ¿Y los demás? ¿Qué está haciendo el rapsoda del hechizo? Había pensado que cantara durante la ceremonia para Azariah.

—Wyn planea viajar hacia el este para acompañar a Morgalla de regreso a su tierra —explicó Danilo con un suspiro—. La echaré de menos. Ha sido mi huésped desde la Asamblea del Escudo y, como ahora ha olvidado su aversión a los cantos y las danzas, mi casa se ha convertido en un salón enano. El coste de aguamiel me ha dejado tambaleante, pero he conocido a casi todos los enanos que hay en Aguas Profundas. Sí, definitivamente la voy a echar de menos —repitió—. Por un tiempo, pensé que se uniría a los Arpistas.

—Tiene la típica tenacidad de la raza —admitió Elaith—. Además, ser entrometido no es algo que les venga de forma natural a los pequeños excavadores.

—Al parecer, los enanos carecen de cierta curiosidad imprescindible —admitió en tono jocoso Danilo—, pero, como no es ése el caso de los humanos, me limitaré a preguntarte directamente por qué no llevas tu hoja de luna, después de todos los apuros que has pasado para recuperarla de su estado.

Elaith se mantuvo en silencio un instante.

—Según la ley elfa, todos tienen derecho a declinar el honor de llevar una hoja de luna. Ese honor recaerá en Azariah, cuando tenga la edad.

—Lamento oír eso. Francamente, eres único aún sin esa espada.

Los ojos ambarinos del elfo relucieron con un destello de aquel humor cínico que solía dirigir contra los demás.

—Me reconforta que me comprendan.

Poco podía añadir Danilo.

—¿Qué vas a hacer ahora?

—En cuanto mi salud lo permita, llevaré a Azariah a Siempre Unidos. Allí se preparará para cumplir las exigencias de la espada mágica.

—¿La criarán allí? —preguntó el Arpista, sin comprender cómo los elfos legales de Siempre Unidos iban a permitir que un delincuente instalara su hogar entre ellos.

—Sí, se convertirá en pupila de la corte real, pero yo voy a pasar tanto tiempo en la isla como permitan mis asuntos.

Los ojos de Elaith se encendieron por la nostalgia cuando musitó aquellas palabras. Danilo se sentía contento por la recuperación del elfo, pero en privado se preguntaba si alguien del reino insular podría ser advertido del elemento criminal que iba a vivir entre ellos.

—¿Y tú? Ahora que ha pasado todo este lío, imagino que volverás a tu vida de noble joven y ocioso —apuntó Elaith con tono sarcástico.

Danilo sonrió y puso la pila de regalos sobre el regazo del elfo.

—Más o menos.

Silbando la melodía de una de sus canciones obscenas, el Arpista se encaminó hacia la torre de Báculo Oscuro. Antes de que Morgalla se fuera al este, debía dejar arreglado que él tuviese sus propios túneles secretos para conectar su casa con los puntos de encuentro favoritos de los Señores de Aguas Profundas. Por suerte, tenía excelentes contactos entre los enanos.