11

Wyn se protegió los ojos del sol mientras escudriñaba el cielo. Como Elaith acababa de decir, por el norte se distinguían varias siluetas oscuras. El juglar contempló con gesto impotente a Danilo.

—No existen arpías en Siempre Unidos. ¡No he aprendido ningún canto hechizador que pueda combatirlas!

Danilo palmeó la espada que llevaba en el costado.

—No te preocupes. Llevo una espada cantora cuya música contrarresta el efecto de los cantos de las arpías. Será tan fácil como luchar contra cualquier otro monstruo volador. Dientes afilados, garras y todas esas cosas.

El alivio de los aventureros se palpaba en el aire, e incluso el rostro serio de Elaith se relajó en cierto modo. Al ver eso, una diablura empezó a tomar forma en la fértil mente de Danilo, quien se apresuró a desenfundar el arma mágica y tendérsela con gesto solemne al elfo.

—Si me matan o me desarman durante la batalla, la música de la espada cesaría de inmediato, y todos estaríamos perdidos. Entre nosotros eres tú el mejor espadachín, así que será mejor que seas tú el encargado de blandirla.

Las cejas de Elaith se alzaron en un gesto de escepticismo, pero aceptó la espada mágica.

—Muy considerado por tu parte —comentó, con una mezcla de tono interrogativo y sarcasmo.

Danilo se encogió de hombros.

—Siempre hay una primera vez. —El delgado filo externo de las penetrantes ondas de sonido empezaba a alcanzarlos—. La espada empezará a cantar en cuanto des el primer sablazo, pero procura no soltarla una vez haya empezado porque es un poco quisquillosa y quizá no vuelva a hacerlo.

El elfo dio unos pasos a modo de ensayo para probar el equilibrio de la espada y activar la canción. De inmediato empezó a entonar una alegre voz de barítono:

Érase una vez un rey que quería disfrutar

de una lanza más impresionante

para usar en el combate

y de ayuda en sus romances

Elaith alargó el brazo al máximo y examinó la espada como si fuera una mascota mimada que acabase de mancharle sus mejores botas. Pero como no le quedaba otra opción que seguir manejando el arma, se abalanzó con saña sobre la primera arpía que estuvo a su alcance. La embestida provocó un corte profundo en el brazo de la criatura y a punto estuvo de segar el miembro gris inmundo. Chillando de dolor y rabia, la arpía se apartó de un aletazo y dio una vuelta para iniciar un segundo ataque. Se lanzó sobre el elfo con la dentadura al descubierto y chillando. Elaith sacó un cuchillo de la manga del brazo que sostenía la espada y lo lanzó contra el monstruo. Dio a la arpía en la garganta, y de inmediato cesaron sus gritos. La criatura cayó de bruces contra su asesino, pero Elaith esquivó el cuerpo echándose a un lado y rodó por el suelo procurando no perder el contacto con la espada mágica.

Oyó al caballero un hechicero

y le concedió su deseo.

Al principio, se sintió de gozo pleno

al ver concedido su sueño.

La espada siguió otra vez con la tonada, advirtiendo a los luchadores en tono jovial que no se fiaran de los deseos pronunciados con ligereza. Las arpías también parecían tomarse el consejo al pie de la letra. Quizá recordasen su última batalla contra aquellos contrincantes, o al menos habían aprendido a desconfiar de aquellas presas que no se mantenían quietas pese a su poder, pero el caso es que se mantenían en círculo alrededor del claro, fuera del alcance de las centellantes espadas mientras cantaban su hermosa y mortífera canción. Pero por encima del embrujador canto de las arpías sonaba la alegre voz de barítono.

El caballero fue a una fiesta invitado

con su nueva arma.

Pero comer le resultó difícil con la lanza

pues al bailar tropezaba.

Morgalla chasqueó la lengua y luego frunció el entrecejo llena de frustración. La lucha no resultaba de su agrado porque sus contrincantes permanecían fuera de su alcance. Utilizando la lanza a modo de jabalina, la lanzó contra una arpía que volaba bajo. La punta se incrustó en el cuerpo de la criatura y la fuerza del impulso hizo que la lanza siguiera avanzando hasta hundirse en profundidad contra un árbol. Atravesada por la lanza, la arpía moribunda se retorcía y chillaba, pero Morgalla se limitó a hacer un gesto de satisfacción y desenfundar el hacha para preparar un nuevo ataque.

—¡Disparemos contra ellas! —gritó Danilo, al ver lo que había hecho la enana. Apartó la espada y tensó el arco, pero la primera flecha falló el blanco. El Arpista esbozó una mueca y preparó otra mientras por el rabillo del ojo veía cómo Elaith apretaba los labios en gesto de impotencia y frustración por no poder alcanzar con sus embestidas a los monstruos que se acercaban. Los mercenarios de Elaith lanzaron andanada tras andanada de flechas y, al final del estribillo, todas habían sido derribadas, algunas de ellas todavía con vida a pesar de las puntas de flecha que sobresalían de sus fétidos cuerpos.

Una de las arpías heridas se abalanzó sobre Sarna, pero el astuto mercenario agarró a la criatura por las patas, consciente de que una simple rozadura de sus garras podía dejarlo inmovilizado, y al mismo tiempo dio un puntapié al horripilante rostro. La criatura reculó, cubriéndose la nariz destrozada.

Un furioso Elaith se abalanzó sobre la arpía herida y hundió la espada mágica hasta la empuñadura en su garganta. La expresión del rostro del elfo sugería que pretendía acabar con el canto de la espada a base de sangre, pero la hoja seguía cantando, impertérrita.

Al día siguiente, en el torneo,

ganó todas las justas

porque aquéllos que se enfrentaban a su espantosa punta,

se caían, riendo, del asiento.

El hacha de Morgalla resplandeció mientras combatía con una arpía armada con una porra. Dio un traspié y se quedó con una rodilla en tierra. La arpía levantó la porra de hueso y se echó hacia adelante para dar el golpe definitivo, pero en el último momento la experta enana se apartó a un lado y se puso rápidamente de pie para pillar a la arpía desequilibrada y poder hundirle el hacha en la nuca. Una sangre oscura salió a borbotones a través de la espesa mata de pelo enmarañado y la criatura cayó de bruces. En ese momento, Elaith destripó al único monstruo que quedaba. Con la muerte de la última arpía, el canto mortal de las arpías se desvaneció, pero la espada cantora siguió la mar de alegre:

¡Ajá, por aquí!, ¡ajá, por allí!

Ahí va la lección:

tened cuidado con lo que pedís,

porque vuestros deseos reali…

Elaith lanzó la espada al suelo y la canción finalizó bruscamente con una exclamación ahogada, como si el rapsoda mágico hubiese sido estrangulado por unas manos invisibles. El elfo de la luna se acercó a Danilo y, temblando de rabia mal contenida, puso un dedo sobre el pecho del Arpista.

—¡Estás loco! —tronó—. Nadie, nadie salvo tú tendría un arma tan ridícula.

Danilo se cruzó de brazos y se recostó contra un árbol.

—Oh, no lo sé. Pensé que lo estabas haciendo bastante bien.

Una daga de plata centelleó en la mano del elfo y, con un rápido movimiento, Elaith se echó hacia adelante y sostuvo la punta del arma contra la garganta del Arpista. Danilo apenas arqueó una ceja.

—De veras, mi querido Elaith, no me gustaría ver cómo cambias tus métodos a estas alturas. ¿No preferirías que me pusiera primero de espaldas?

—¿Puedo recordaros a los dos que tenemos cosas que hacer en Aguas Profundas? —interrumpió la voz indiferente de Vartain—. Nuestro contrincante se encuentra allí y va a atacar el día del Escudo. Nos quedan tres días.

El elfo contempló a Danilo con mal disimulado rencor, pero hizo un visible esfuerzo por apartar la daga.

—Hicimos un pacto como aventureros, y pienso atenerme a él, pero no prometo nada en cuanto recuperemos el arpa.

—Lo recordaré. —Danilo recogió la espada cantora y la devolvió a su funda—. Me voy a Aguas Profundas. Puedo llevar dos personas conmigo y volver después del crepúsculo a por dos más. Vartain, deberías venir el primero. Quizá si tú y Khelben Arunsun unís vuestros esfuerzos, podréis dar con la identidad de ese bardo enemigo.

El maestro de acertijos hizo una reverencia.

—Será un honor.

—Yo también voy —intervino Elaith—. Dispongo de fuentes de información en Aguas Profundas que el propio archimago envidiaría.

—Modestia aparte —comentó Danilo en tono jocoso mientras examinaba a los que se quedaban atrás. Estaban Wyn y Morgalla, el ermitaño elfo, Balindar, Sarna y Cory, un joven de tez oscura que era el espadachín a sueldo de menor edad de Elaith—. Antes de iros, procurad encontrar los demás caballos y luego poned rumbo a las granjas del templo del Campo Dorado. En cuanto encontréis el río, seguid su curso hasta llegar a un embalse profundo y tranquilo y montad el campamento. Os encontraré allí poco después de la puesta de sol.

Danilo hizo que Vartain y Elaith se acercaran a él y giró el anillo para invocar el hechizo de teletransporte. La visión se les llenó de una agitada luz blanca y al poco se convirtió en un sólido muro de granito negro.

El trío se encontró en un patio situado frente al cono alto y liso que constituía la torre de Báculo Oscuro, con un muro de casi siete metros de altura a su espalda. En la estructura no se veía ninguna puerta, ni portalones ni ventanas y los dos compañeros del Arpista se quedaron mirando el hogar del archimago con patente interés.

La pared sólida de la torre se agitó un breve instante y el archimago apareció por un hueco para saludar a los recién llegados. Danilo se encargó de las presentaciones y Khelben Arunsun dio una lección de auténtica diplomacia cuando se enteró de que el elfo canalla Elaith Craulnober se había convertido en el compañero de su sobrino.

—Bienvenidos a la torre de Báculo Oscuro. Os ruego que os unáis a mi dama y a mí para disfrutar de la comida. Tenemos muchas cosas de que hablar, y podemos hacerlo mientras comemos.

Elaith respondió con una sonrisa misteriosa.

—Un placer que tendré que posponer. Si tiene la amabilidad de enseñarme por dónde se sale, tengo cosas que hacer. —Tras prometer que se encontraría con Danilo en una taberna al día siguiente a mediodía, Elaith se deslizó por la puerta invisible del muro.

—Es una larga historia —comenzó Danilo con voz seca mientras hacía un gesto en dirección al lugar por donde acababa de desaparecer el elfo.

—Esperaré. Pero ahora decidme, ¿qué habéis conseguido?

En compañía de un almuerzo a base de cocido de lentejas y queso ahumado, Danilo puso al corriente a su tío de los sucesos acontecidos aquellos últimos días. Vartain relató al archimago de forma escueta su encuentro con el dragón, y enseguida se puso a contar los detalles del pergamino hasta poder aventurar el perfil que según él debía de tener la hechicera.

—Nuestro enemigo es un bardo y un mago de considerable poder. Habla sespechiano medio, lo cual significa que o bien es especialista en dialectos remotos o es nativa del reino de Sespech, que desapareció hace casi trescientos años. También es una maestra del acertijo experimentada y el estilo del acertijo sugiere que tal vez sea, o lo haya sido hasta cierto punto, Arpista.

Khelben asintió con el gesto serio.

—El hecho de que haya alterado baladas me indica que tal vez estés en lo cierto en ese último aspecto. Decís que se la vio en Luna Plateada, ¿verdad? ¿Es elfa?

Danilo sacudió la cabeza.

—Nadie que la haya visto puede afirmar que sea cierto o no, pero por la edad que le calcula Vartain quizá sea lo más probable. Wyn también está de acuerdo en eso. ¿Por qué lo preguntas?

—Se me ocurre una persona que pudiese encajar en ese perfil. Iriador Niebla Invernal era hija de un famoso juglar elfo y una humana baronesa de Sespech. Fue una hechicera notable y una bardo prometedora. Unió sus fuerzas con la banda de Finder Espolón de Wyvern y estuvo viajando con él durante una temporada. Según todos los indicios, murió durante una batalla en las guerras Estella del Arpa.

—Una semielfa, ¿no? ¿Qué aspecto tiene?

—Iriador era una afamada belleza de brillante pelo rojizo y vivaces ojos azules. Era muy ágil, de poco más de metro sesenta de estatura y rasgos delicados. Si sigue todavía con vida, aunque se haya tomado pociones de longevidad, sin duda tendrá aspecto de anciana. Trescientos años son muchos para una semielfa.

—No es demasiado para empezar —comentó Danilo con tristeza mientras se levantaba de la mesa—. Tenemos que advertir a Kriios Halambar. Si podemos evitar que la hechicera entre en el lugar donde se alzaba el colegio de bardos de Ollamn, quizá ganemos un poco de tiempo. Al menos, podemos hacer que vigilen la tienda por si aparece alguien que encaje con esa descripción. Vartain, tú te encargarás de eso. Ven, salgamos.

El maestro de acertijos salió con él en silencio de la torre rumbo a la calle.

—¿Puedo preguntarte por qué me encomiendas esta misión? —preguntó.

—Tú ves cosas en las que los demás no nos fijamos —respondió Danilo sin pretender alabarlo.

—Últimamente, parece que me he perdido gran cantidad de detalles —musitó el maestro con voz taciturna.

Danilo lo observó sorprendido, pues semejante confesión no era propia de Vartain.

—La verdad es que tu precisión es inaudita y posees una mente privilegiada. Nunca había visto a nadie que poseyera un conocimiento tan amplio ni que prestara tanta atención a los pormenores. Me he dado cuenta de que cuando te pierdes un detalle, es sólo cuando estás demasiado enfrascado en analizar ciertos hechos o encajar las piezas entre sí. Si no te importa que te lo pregunte, ¿cómo definirías el humor?

Vartain pareció sorprendido por aquel aparente cambio de tema.

—Frivolidad, aquello que es alegre y divertido.

—Bien, es correcta porque es cierta, pero yo tengo otra definición: humor es mirar el cuadro en su conjunto y encontrar el detalle incongruente. Humor es otra palabra para definir el acto de mirar la vida desde un ángulo distinto y significa que no te tomas a ti mismo demasiado en serio. Además, añade una pizca de diversión a la vida.

—¿Diversión?

Danilo palmeó al maestro en el hombro.

—Diversión —repitió—. Cuando todo esto haya acabado, te sugiero que estudies esa palabra.

Vartain parecía poco convencido, pero hizo una inclinación de cabeza y se apresuró a poner rumbo hacia la tienda de laúdes de Halambar mientras el Arpista retrocedía lo andado al vestíbulo de la torre.

—Veamos el pergamino —exigió Khelben de inmediato.

Danilo rebuscó en su bolsa mágica y frunció las cejas con gesto de sorpresa.

—Es curioso —musitó mientras escudriñaba las pertenencias—. Estaba justo aquí arriba. —El Arpista empezó a sacar los objetos uno por uno, hasta que el montón en el suelo le llegó casi a la altura de las rodillas.

—¡Ya basta! —exclamó Khelben, exasperado—. Es evidente que el pergamino ha desaparecido.

Su sobrino hizo un gesto de asentimiento para admitir su derrota.

—Elaith Craulnober ha vuelto a mofarse de mí. No tengo ni idea de cómo lo hizo, pero me quitó el anillo del dedo sin que yo me diese cuenta.

—¿Por qué querrá el pergamino?

—Quiere mantenerlo alejado de ti por miedo a que encuentres a la hechicera antes que él. Por eso no vine aquí de inmediato con el pergamino —admitió Danilo—. Al parecer, nuestra hechicera posee un artefacto elfo, un arpa mágica muy poderosa conocida con el nombre de Alondra Matutina, y Elaith está ansioso por hacerse con ella.

El archimago recibió las noticias en silencio.

—Así que Elaith Craulnober estará escudriñando la ciudad y preguntando a todos por esa arpa mágica.

—Lo más seguro. ¿Puedes seguirle la pista?

—Me ocuparé del elfo. Mientras, ¿por qué no vas a casa de Halambar y ves si Vartain nos consigue información útil?

El Arpista se apresuró a ir a la tienda del jefe de la cofradía. Kriios Halambar recibió a Danilo con cortesía pero pareció sorprendido cuando Dan le preguntó por Vartain.

—El maestro de acertijos no ha sido visto por aquí desde que fue contratado por Elaith Craulnober hace muchos días. ¿Por qué?

—Me temo que acabáis de responder a mi pregunta —admitió el Arpista tristemente—. Vartain sigue trabajando para Elaith. —Proporcionó a Halambar una versión abreviada de toda la historia y le pidió que cerrara la tienda y estuviera alerta para que la hechicera no pudiese lanzar su hechizo desde la sede del colegio de Ollamn.

—Aquí acuden muchos bardos a firmar el registro, pero el colegio se alzaba donde ahora está la cofradía —lo corrigió Halambar mientras meditaba sobre esa posibilidad—. Sería algo sin precedentes cerrar la sede de la cofradía durante la Fiesta del Solsticio de Verano. Muchos bardos que vienen de visita se alojan allí.

—Pero ¿podría hacerse?

—Oh, sí, admito haber puesto protecciones mágicas alrededor del edificio porque, además de las precauciones habituales, los sucesos acaecidos en Aguas Profundas últimamente nos hacen actuar con más prudencia si cabe.

—Nuestro bardo domina a la perfección la magia —convino Danilo mientras rebuscaba en su bolsa el cofre del dragón. En él encontró menos piedras que las que recordaba haber dejado, pero eligió varias gemas de gran tamaño para dárselas a Halambar—. Aumentad la vigilancia en vuestra tienda y en la cofradía con tanta magia y acero como podáis comprar con estas piedras. Y haced que vigilen en busca de cualquier persona que pueda encajar en la descripción que os he dado.

El cabecilla inclinó la cabeza.

—Todo se hará según decís. Acabad con la maldición que pesa sobre los bardos, lord Thann, y vuestro nombre será recordado entre todos nosotros.

Danilo tenía motivos para pensar que las cosas no sucederían así. En cuanto la ilusión mágica se hubiese disipado, volverían a mirarlo como un aficionado divertido e inepto, un típico noble holgazán de gran riqueza y poco seso. En aquel momento, Danilo lamentaba de veras el papel que había fingido durante años. Si no se hubiese comportado como un loco y hubiese seguido el consejo de Khelben de mostrarse como un mago prometedor, ahora habría podido compartir su visión de la importancia del canto elfo. Como aprendiz reconocido de Khelben, podría haber conseguido mucho, pero ¿quién iba a escuchar seriamente a Danilo Thann, un pisaverde? Sin saber qué otra cosa podía hacer, el Arpista devolvió cortésmente la respetuosa reverencia de Halambar.

A pesar de que el sol brillaba en aquella tarde de verano, en el sótano de la taberna conocida con el nombre de La Araña Escurridiza era noche cerrada. Los muros de yeso habían sido moldeados para que se asemejaran a la piedra excavada del interior de los túneles, y relucientes pedazos de musgo y liquen proporcionaban una difusa luz verdosa a la estancia. Del techo colgaban arañas disecadas y otras verosímiles esculturas de bestias más atemorizadoras del mundo subterráneo decoraban el extraño local. En una esquina había un pulpo de madera en uno de cuyos tentáculos púrpuras un cliente achispado había colgado el sombrero. La taberna servía de punto de reunión para todos aquéllos que recordaban con nostalgia sus hogares subterráneos, en su mayoría enanos, semiorcos y varios gnomos, aparte de algunos clérigos que disfrutaban de un respiro ocasional en su mundo de respetabilidad. Las camareras iban disfrazadas a la usanza de los elfos drow, con ceñidas polainas negras a conjunto con cortas cotas de malla, máscaras negras con orejas puntiagudas y vaporosas pelucas blancas. Eran todas hermosas humanas porque ninguna mujer elfa, convino Elaith Craulnober con desdén, se habría sometido a semejante indignidad. El elfo de la luna consideraba aquella taberna un lugar aberrante, pero una de las doncellas que allí servían era una antigua empleada suya y una fuente de información fiable.

Elaith se introdujo por la puerta de atrás y se deslizó con sigilo en uno de los reservados cubiertos de tapices de la taberna. Aunque todas las camareras iban disfrazadas igual, reconoció a Winnifer, una antigua ladrona y divertida compañera, por su andar sugerente y su diminuta boca roja. Agarró a la mujer por la cintura cuando la vio pasar y la arrastró al reservado.

Winnifer se dejó caer en su regazo y sus labios esbozaron una encantadora sonrisa.

—¡Elaith! ¡Qué maravilloso volver a verte! —Se arrebujó contra él como si fuera un gato satisfecho y le acarició los brazos con unas manos delicadas cubiertas con guantes—. Cuando sentí que tiraban de mí, pensé que era otro de esos clérigos traviesos.

Él cogió la mano que le acariciaba ahora el pecho y le dio un apretón de advertencia.

—Necesito información, Winnifer.

La mujer hizo pucheros hasta que abrió la mano y vio que tenía una diminuta gema roja.

—Ayer me ofrecieron un trabajo —ronroneó, acariciándole el rostro—, y esta vez ¡no era un clérigo! Alguien está intentando que funcione una Cofradía de Ladrones.

No era la primera vez que Elaith oía aquel rumor, y la verdad es que le preocupaba, así como también la afluencia de extranjeros en la ciudad. No era una novedad que durante las fiestas y la temporada de mercado se reunieran en la ciudad ladrones importantes, pero el elevado número de ladrones en Aguas Profundas no podía explicarse sólo por la Fiesta del Solsticio de Verano. Pero más inquietante incluso era el suministro inagotable de asesinos, y el afán con que esos grupos buscaban adeptos. Por norma, los asesinos no se preocupaban por hacer amigos ni por influir en la gente, así que era más frecuente que intentaran reducir sus filas y no ampliarlas. Esa tendencia indicaba la intervención oculta de alguna organización poderosa.

—¿Quién hay detrás de todo esto?

Winnifer se encogió de hombros y hundió los dedos por dentro de la ceñida y oscura piel de sus botas altas hasta la rodilla para extraer una enorme moneda de oro y enseñársela al elfo.

—Quiero que me la devuelvas —le advirtió mientras le rodeaba el cuello con ambas manos para acariciarle la nuca. Elaith le apartó un mechón de pelo blanco y examinó la moneda.

—Te hará mucho bien —respondió Elaith—. Gástate esto en Aguas Profundas y lo más probable es que acabes colgada en los muros de la ciudad. Esta moneda lleva el símbolo de los Caballeros del Escudo.

Winnifer soltó un juramento y se irguió.

—Cómpramela, ¿vale? Puedes hacerla circular más fácilmente que yo.

—Gracias, pero no —respondió el elfo, mientras volvía a colocar la moneda en la bota de la mujer—. ¿No has visto más monedas como ésta por ahí?

—Yo no, pero ¿conoces a mi hermana Flowna? ¿La que baila en Las Tres Perlas? Dice que con monedas como ésta pagaron un concierto durante el cual muchos bardos que estaban de visita cantaron historias sobre Báculo Oscuro y esa bruja que vive con él. Flowna dice que fue divertido.

—Ya veo.

—Mmm… Lo que no alcanzo a entender es qué esperan hacer esos Caballeros, ese grupo de espías, con un puñado de bardos y ladrones.

—Una alianza temporal, supongo. —Elaith apartó a la mujer de su regazo y se deslizó fuera del reservado, tras prometerle que regresaría pronto.

Winnifer esperó en el reservado durante varios minutos y, después de cerciorarse de que el elfo se había marchado, corrió hacia el vestidor, se quitó la máscara de drow y la peluca, y se envolvió en una capa holgada que le cubriera el disfraz, antes de salir de la taberna subterránea e introducirse en una tienda cercana.

Magda, una vieja que vendía juguetes de madera y diminutas estatuas, estaba sola en la tienda, pero se apresuró a conducir a la hermosa ladrona a una sala en la trastienda que no tenía más mobiliario que una mesa pequeña con una palangana redonda.

La vieja mujer puso un puñado de hierbas en el agua y pronunció las palabras de un hechizo. Winnifer dio un paso atrás cuando el agua empezó a burbujear y soltar humo. En cuestión de minutos, las hierbas se habían disuelto y el agua se había convertido en una superficie lisa y oscura, en cuyo reflejo se veía el rostro de la maga Laeral.

—Saludos, Magda. ¿Alguien ha localizado el elfo para nosotros?

—Tengo a Winnifer Dedos Ligeros conmigo —anunció la vieja mientras daba un paso atrás para dejarle sitio a la ladrona.

Winnifer se inclinó sobre el cuenco de espionaje.

—Le dije a Elaith todo lo que se suponía que tenía que decirle —informó—. Identificó la marca de los Caballeros en la moneda y por lo que dijo cree que los Caballeros y tu hechicera trabajan en alianza.

—Buen trabajo —la felicitó Laeral—. Elaith Craulnober conoce mejor que nadie el lado oscuro de Aguas Profundas. Si el elfo no puede encontrar al agente de los Caballeros, nadie podrá hacerlo.

—Ese pergamino que estáis buscando…, él no lo tiene —añadió Winnifer.

Laeral alzó las cejas plateadas.

—¿Estás segura?

La hermosa ladrona soltó un bufido en tono despectivo, y Laeral reconoció las buenas mañas de Winnifer con un ademán de asentimiento.

—De acuerdo. No lo tiene. Magda, ponte en contacto con toda la red y cambia las instrucciones. No hay que detener a Elaith Craulnober, sino observarlo y dejarlo ir a donde quiera. Tomad nota de todas las personas con las que entra en contacto. En cuanto al pergamino, empezad a buscar a un personaje llamado Vartain de Calimport.