Danilo y sus compañeros elfos permanecieron en La Pícara Doncella durante la velada y buena parte de la noche. Cuando la oscuridad del cielo nocturno empezó a tornarse añil y se desvaneció el resto de estrellas, muchos de los clientes del comedor y de la taberna disfrutaban todavía del vigoroso vino de fama justificada, las diversiones exóticas y la compañía de aquéllos que se alojaban en la taberna. El Arpista y sus acompañantes salieron a la oscuridad y el silencio de las calles de Sundabar mucho más ligeros de monedas pero repletos de información.
La anormal tormenta de verano había sacudido sólo una parte de Sundabar. El distrito comercial apenas había sufrido grandes daños causados por la violencia de la tormenta eléctrica y el granizo, y Danilo se dio cuenta, aunque no lo comentó, de que el colegio de bardos quedaba en mitad de la zona más afectada. Se ofrecían varias explicaciones, pero la mayoría de los clientes de la taberna consideraba que el extraño clima que sufrían en mitad de verano era muy mal presagio.
Además, los centinelas contaban que habían visto entrar en la ciudad aquella mañana a un bardo cargado con una pequeña arpa oscura y que llevaba las riendas de un asperii blanco como la nieve. Nadie podía dar detalles de su apariencia pero se decía que era una mujer menuda y envuelta en una capa ligera.
—Una hechicera de mucho poder sería capaz de dominar un asperii —murmuró Danilo mientras bajaban por la calle—, pero un animal de esas características no aceptaría a un jinete que albergara malas intenciones. ¡Es difícil creer que nuestro oponente tenga en mente beneficiar al Norland!
—Ya hemos averiguado todo lo que podíamos —intervino Wyn con impaciencia—. Regresemos de inmediato. Tengo que echar una ojeada al pergamino.
Danilo se detuvo y escrutó al juglar.
—¿Qué esperas encontrar?
—No estoy seguro. Sólo tengo la sensación de que se nos está pasando por alto algo importante —fue todo lo que el elfo pudo decir mientras miraba de soslayo a Elaith. Danilo captó la indirecta y dejó el asunto para más tarde.
El Arpista condujo a los elfos a un callejón cercano y una vez más invocó la magia de su anillo. Cuando la luz arremolinada se esfumó, vieron el ruinoso huerto donde se habían encontrado días antes.
Los signos del combate todavía eran visibles a la pálida luz que precedía al alba. Tres montículos de tierra removida marcaban el lugar donde habían sido enterrados los mercenarios que habían muerto y en el extremo más alejado del huerto se veían los restos de una hoguera que había reducido a huesos humeantes y cenizas los cadáveres de las arpías.
—¿Por qué nos has traído aquí? —gruñó Elaith al darse cuenta con desagrado de dónde se encontraban—. ¡Se suponía que teníamos que encontrarnos con los demás en el río Ganstar!
—Los viajes mágicos sólo son fiables si se conoce el punto de destino. Podía haber intentado evocar el río, pero corríamos el riesgo de convertirnos en parte indeleble del paisaje. Imagínate un árbol que tenga los nudos de la madera con la forma de tus orejas, y te harás una idea.
El elfo soltó un bufido con gesto de exasperación y se dio la vuelta para marcharse.
—¡Espera! —chilló a su espalda una voz teñida de histeria. El eremita elfo salió corriendo de un edificio abandonado, con sus andrajosas ropas flotando alrededor—. Yo también voy —añadió, observando con ojos suplicantes a Elaith—. Tú buscar la Alondra Matutina, y yo sé el baile del arpa.
Wyn Bosque Ceniciento escrutó con interés al elfo chiflado.
—¡La Alondra Matutina! ¿Qué tienes tú que ver con el Arpa de Ingrival?
El desastrado rostro del ermitaño pareció recobrar de repente toda su cordura y sus ojos color violeta tradujeron una vida entera de tristeza.
—Ya no tengo nada que ver con ella, pero lo fue todo para mí. Yo la tocaba.
Wyn se le aproximó. Soltó un juramento en voz baja y abrió los ojos de par en par mudo de sorpresa.
—Tú eres Ingrival, ¿no? —preguntó al ermitaño en tono de profundo respeto.
—Puede ser. No recuerdo mi nombre —fue la triste respuesta.
—¿Qué sucede, Wyn? —inquirió con suavidad Danilo.
—La Alondra Matutina es una antigua arpa elfa, un artefacto creado en los primeros tiempos de Myth Drannor —explicó el elfo en un aparte—. Se cree que es demasiado poderosa para que la toque nadie que no sea un rapsoda del hechizo muy experimentado. Durante siglos, estuvo a salvo en manos de Ingrival, un músico famoso, que se retiró y se mantuvo apartado de todo durante años. Se supuso que el arpa había desaparecido.
Wyn se volvió hacia Elaith, que escuchaba con rostro impasible.
—Eso es lo que buscas tú, ¿verdad? ¿La Alondra Matutina? —inquirió en tono acusador.
—¿Qué tiene que ver contigo?
—El arpa es sagrada para nuestra Gente. No es un tesoro, ni una herramienta. ¡Es poder para conseguir cosas!
—Mis motivaciones no te incumben —le espetó Elaith.
—Pero tus acciones sí. —Temblando de indignación, Wyn se enfrentó al elfo de la luna—. Tú conocías, o al menos sospechabas, la identidad de ese elfo. No se exilió por elección propia, sino por infortunio. El hecho de que condenes a alguien, y más a un compañero elfo, a una vida de soledad y locura, ¡es una vileza! ¡Pero darle la espalda así a un héroe de la Gente…!
El juglar se apartó de Elaith para dirigirse a Danilo.
—Debemos llevar con nosotros a Aguas Profundas a este elfo desafortunado. Los sacerdotes del templo del panteón se ocuparán de él y quizá puedan proporcionarle cierta curación. Son elfos sagrados, que se cuidan de los enfermos y los proscritos.
Por el rabillo del ojo, Danilo vio que Elaith reculaba ante las palabras de Wyn y por un instante el elfo canalla pareció profundamente afectado, pero enseguida su expresión de humor burlón se instaló en su atormentado rostro como si fuera una cortina. Danilo archivó en su mente aquella extraña reacción para meditar más tarde sobre ella, al tiempo que hacía un gesto de asentimiento al plan de Wyn.
—Bienvenido seas entre nosotros, amigo elfo —saludó el Arpista al personaje que Wyn había llamado Ingrival—. El patriarca del templo elfo me debe un favor, pero estoy seguro de que el buen sacerdote te acogerá por tus propios méritos.
El rostro del ermitaño pareció iluminarse tras la costra de suciedad que lo cubría, pero acto seguido soltó un alarido de puro terror y se perdió tras unos matorrales.
Danilo fue el primero en vislumbrar cómo se aproximaba la sombra gigantesca, cuyo perfil alargaban los sesgados rayos matutinos. Se agazapó instintivamente y rodó por el suelo para darse la vuelta y alzar la vista al cielo. Una enorme criatura alada sobrevolaba en círculos el poblado abandonado y, aunque parecía una alondra inofensiva, aunque gigantesca, se percibía con claridad que era un ave de presa porque llevaba en las garras un ciervo con la misma facilidad con que un halcón transportaría un ratón de campo.
—¿Qué sucede ahora? —musitó Elaith mientras ponía a punto una flecha.
—No dispares —ordenó Danilo mientras se descolgaba el laúd del hombro y afinaba las cuerdas—. Sea lo que sea, es demasiado grande para que puedas derribarlo con una flecha.
Empezó a interpretar el preámbulo de la canción que había embrujado con anterioridad al dragón, con la esperanza de que tuviera el mismo efecto sobre la criatura. Wyn cogió su lira y se unió al hechizo musical. Desde lo alto, les llegó la reverberación de la melodía cargada de magia, unida al eco de un gorjeo de ave. El extraño sonido le erizó a Danilo el pelo de la nuca y lo hizo estremecer de pies a cabeza, pero prosiguió.
Como atraída por la música, la enorme criatura se acercó al claro y aterrizó sobre el tejado hundido de una granja abandonada para dejar allí a su presa. El monstruoso pájaro cantor se posó luego en el jardín, a pocos pasos de los rapsodas.
De un tamaño aproximado al de un caballo, la bestia tenía la forma y las características plumas salpicadas de gris y blanco de una alondra calandrina, una alondra capaz de imitar el canto de otras aves, pero esa criatura tenía también las afiladas garras y el pico en gancho propio de un águila, y en el centro de la cabeza lucía un único ojo de gran tamaño, que de tan reluciente y oscuro parecía hecho de obsidiana.
No hizo ademán alguno de ataque y se limitó a ladear la cabeza en gesto burlón mientras escuchaba el canto mágico. Una vez más se unió a él y empezó a hacer una imitación perfecta del agudo tono de tenor de Wyn. Mientras proseguía el extraño trío, Danilo se dio cuenta de que el pájaro parpadeaba cada vez con mayor frecuencia y que sus párpados se unían en el centro de su reluciente órbita negra. El parpadeo se hizo más lánguido a medida que la criatura se adormecía con su canto y, al final, el ojo permaneció cerrado mientras el canto del ave se convertía en un gorjeo regular y prolongado. Danilo comprendió aliviado que aquello debía de ser la versión avícola de un ronquido. Acabó la canción y se pasó los dedos temblorosos por el cabello.
—El poder del canto hechizador —comentó con énfasis mientras hacía un gesto de asentimiento hacia el monstruo adormecido—. Así puede utilizarse.
Wyn bajó el instrumento y suspiró, pero antes de que pudiera hablar, Elaith se acercó al enorme pájaro cantor y, tras desenfundar la espada, le cortó la cabeza a la criatura durmiente.
Una oleada de indignación cruzó por el rostro del juglar.
—¡Eso ha sido cruel e innecesario! La criatura no era peligrosa, y ningún elfo mata voluntariamente a un ave cantora.
—Soy elfo, el pájaro cantaba y está muerto —señaló Elaith con voz fría—. Quizá deberías revisar los hechos y reconsiderar tu conclusión. Ahora, si vosotros dos queréis quedaros en este osario, es problema vuestro, pero yo me voy a encontrarme con los demás en el arroyo. —Dicho esto, el elfo saltó ágilmente un muro de piedra medio derruido y echó a correr rumbo al sur.
Los ojos verdes de Wyn hervían de cólera y parecía incapaz de esbozar palabra.
—En este asunto, yo no sería demasiado duro con nuestro amigo hebras de plata —intervino Danilo—. He aprendido suficientes cosas sobre vuestras tradiciones elfas para saber lo que sentís respecto a la destrucción de árboles vivos y criaturas inofensivas, pero también tienes que admitir que ésta no era un ave corriente. Tal vez la reacción de Elaith haya sido exagerada, pero no carecía por completo de sentido.
—No es sólo eso. Elaith Craulnober viola las costumbres y las tradiciones elfas a cada paso que da. No cumple la ley y es amoral.
—¡Cierto! Pero ¿somos nosotros mejores?
—¡Pero él es elfo! —La protesta salió de labios de Wyn con mucha fuerza.
Danilo soltó un profundo suspiro.
—Dejaste Siempre Unidos cuando eras muy joven, ¿verdad? Y desde entonces has estado viajando exclusivamente entre humanos.
—Sí, así es.
—Los ojos de la juventud perciben sólo soles y sombras. Una cosa es correcta y está bien, o simplemente no existe. —El Arpista sonrió con tristeza—. Yo también solía pensar así, por eso no te juzgo, pero como yo aprendo más rápido, sé que a veces uno debe hacer simplemente lo que es mejor bajo ciertas circunstancias. Si hay algo que los humanos poseemos y que nos hace diferentes a los elfos es ese conocimiento. Por supuesto, es también nuestra debilidad —añadió en tono irónico—. Haces bien en no confiar en el elfo plateado, pero quizá deberías comprender por qué es como es.
A continuación, Danilo le resumió la historia de la hoja de luna que tenía Elaith adormecida y el exilio de Siempre Unidos que se había impuesto a sí mismo.
—Qué objetivo persigue ahora, no lo sé, pero estoy convencido de una cosa: en el fondo de su corazón, Elaith Craulnober es tan profunda y completamente elfo como tú. Nadie que lo haya visto bailar la danza mágica que une las estrellas con el acero podría dudar de ello. Por desgracia, ser elfo y ser buena persona no son virtudes que vayan necesariamente unidas. Mucha gente tiende a olvidarlo y ésa es una de las razones que han dado tanto éxito a la carrera de Elaith.
—Lo comprendo. —Wyn estudió al Arpista con detenimiento—. Pareces conocer y comprender mucho sobre los elfos.
—Es mi deber. Durante dos años he estado viajando con una mujer semielfa nacida en Evereska y criada según las costumbres de los elfos. Se considera más elfa que humana, aunque en mi opinión, reúne en su cuerpo los mejores rasgos de ambas razas.
—Ya veo. —Wyn esbozó una fugaz sonrisa—. Debe de ser difícil amar a alguien tan diferente a uno mismo.
—Espera un momento. ¿He hablado yo de amor?
—Salta a la vista. Tu pérdida es reciente y profunda, y asoma a tus ojos cada vez que entonas una canción. Quizá eso contribuya también a tu sabiduría.
—Si fuera sabio, no estaría en un lugar como éste diciendo tonterías como un loco —replicó Danilo, cuya incomodidad por el cariz que estaba tomando la conversación era patente—. Regresemos con los demás. Ven con nosotros, amigo elfo —gritó, y al oírlo asomó enseguida el ermitaño de detrás de su escondite.
Los tres se pusieron a andar en silencio durante un rato, cada uno sumido en sus pensamientos. En la cima de una colina, vieron a lo lejos el campamento, levantado en un calvero bordeado por el oste por el río Ganstar y por el este por una espesa arboleda. Aparentemente, Elaith tenía prisa por emprender la marcha porque los caballos estaban ensillados y el equipo a punto. El fuego había sido apagado pero el aroma de madera quemada y pescado asado impregnaba el aire.
Wyn hizo una pausa en lo alto de la colina y puso una mano en el hombro del Arpista.
—Elaith Craulnober tenía razón en una cosa: va siendo hora de que reflexione sobre lo que opino de elfos y humanos. Tú podrías manejar la Alondra Matutina con más honor que el propio Elaith o el elfo que la tiene ahora en su poder, y haré todo lo que esté en mi mano para ayudarte a recuperar el artilugio. Si además deseas aprender el canto elfo, Danilo Thann, será un honor para mí enseñártelo.
Antes de que el sorprendido Arpista pudiese responder, el rostro de Wyn se tornó ceniciento mientras el elfo señalaba hacia el cielo.
—¡El asperii! ¡Ahí está!
Danilo entornó los ojos para observar el punto donde señalaba Wyn, pero su vista no era tan aguda como la del elfo y le pareció ver que el diminuto punto que se movía podía ser un pájaro.
—¿Estás seguro?
—Está seguro —intervino el ermitaño elfo, oteando el cielo—. Caballo que vuela sin alas. ¡Hasta la vista! —exclamó, antes de escabullirse entre unos árboles cercanos.
El rostro dorado de Wyn se ensombreció.
—El campamento de ahí delante está rodeado de árboles. Desde aquí podemos ver mucho más que los demás…, ¡si se produce un ataque, no podrán ver de dónde viene!
—Quizá la hechicera sólo vaya de paso de camino a Aguas Profundas.
Wyn sacudió la cabeza y se mesó los cabellos color ébano con un gesto de nerviosismo que era poco habitual en él.
—Mira, el asperii vuela en círculos.
Muy por encima del río Ganstar, Granate ordenó a su exhausto asperii que sobrevolara en círculos el campamento. Desde su atalaya en el cielo, los aventureros parecían hormigas que se movían sin cesar por el claro. Los ojos azules de la semielfa se entrecerraron mientras examinaba el campamento. Estaba rodeado de un bosque de espesa vegetación. Sonrió lentamente y, en silencio, ordenó a su montura que empezara a descender en espiral.
El bardo cogió el arpa Alondra Matutina entre sus manos y empezó a tocar la misma melodía que había sembrado la devastación en los viñedos de las Moonshaes y las granjas que circundaban Aguas Profundas. En respuesta a su canción, los árboles que rodeaban el campamento se marchitaron y murieron, como si el otoño hubiese llegado en un suspiro, y un centenar de árboles se viesen obligados a soltar sus hojas.
Acto seguido, Granate pulsó una única cuerda del arpa mientras señalaba con un dedo el campamento, y una ráfaga de aire se arremolinó sobre el calvero.
—Maldita sea —maldijo Danilo en voz baja mientras él y Wyn contemplaban el asperii que volaba en círculos—. Si conoces una canción elfa adecuada para la ocasión, ¡te sugiero que la cantes!
Wyn parecía dudar. Levantó la lira, pero la primera ráfaga de aire le arrancó el instrumento mágico de las manos y lo hizo caer al suelo. Danilo se tiró de bruces y agarró al elfo por el tobillo, pero apenas tuvo tiempo de entrelazar con sus propias piernas el tallo de un abedul antes de que la tempestad empezara en toda su plenitud.
Lanzando alaridos como en plena agonía, el viento zarandeaba los árboles y aumentaba de intensidad y velocidad hasta que pareció a punto de aspirar al ligero elfo en su vórtice. Danilo cerró los ojos para protegérselos del torbellino de polvo y broza mientras sujetaba con todas sus fuerzas al juglar que flotaba por los aires.
—Mielikki es testigo de que espero que este elfo lleve calzado de calidad —musitó Danilo mientras sujetaba con ambas manos la bota de Wyn.
Volando muy por encima del viento, Granate observaba cómo el tornado gigantesco engullía el claro. Las diminutas figuras se apiñaron en el ojo de la tormenta mágica mientras la tormenta de aire a su alrededor devoraba hojas y ramas de árboles rotas. La hechicera esperó hasta que la acumulación de broza y ramas formó un muro compacto y luego, con un rápido ademán, alargó una mano extendida. De inmediato el viento cesó y la pila de desechos de vegetación cayó para enterrar al peligroso maestro de acertijos y a sus compañeros de aventuras.
Granate ordenó al asperii que se acercara un poco más e hizo un gesto de asentimiento al ver el tamaño de la pila. Nadie sería capaz de sobrevivir allí abajo más de unos minutos. Acto seguido, espoleó al caballo para que se alejara del claro y, mientras volaban, entonó una canción que convertía a los seres vivos en monstruos dominados por la música. Un grillo del tamaño de un perro salió del devastado bosque de alrededor para sumergirse en la enorme pila de desechos en busca de comida.
No satisfecha todavía, Granate voló rumbo al noroeste, hacia las colinas donde anidaban las arpías pues podía dar órdenes a los monstruos de música aparte de crearlos. Por si alguien conseguía salir a gatas de la pila, no le iría mal disponer de una partida de vengativas arpías vigilando el perímetro. Cuando Danilo Thann y sus compañeros elfos llegaran, se encontrarían con más de una sorpresa. Confortada con aquel pensamiento, la hechicera retomó el rumbo hacia Aguas Profundas.
El vendaval finalizó con la misma brusquedad con que se había iniciado y tanto Wyn como Danilo cayeron de bruces sobre la ladera de la montaña. El Arpista soltó un bufido y escupió polvo. Le dolían todas las articulaciones y los músculos por el forcejeo que había mantenido contra el viento huracanado, pero aun así se puso de pie, despacio y tambaleante, mientras flexionaba los dedos entumecidos. Palmeó el abedul que le había servido de ancla en señal de agradecimiento y luego ofreció una mano al elfo dorado, que lucía un aspecto tan maltrecho y polvoriento como el de Dan.
—¡Por todos los mares y estrellas! —juró Wyn en voz baja mientas Dan lo estiraba para incorporarlo.
Danilo siguió la mirada del elfo.
—¡Por la montaña de Moander! —maldijo a su vez porque el montón de vegetación podrido y humeante que cubría el calvero parecía obra del antiguo dios de la corrupción.
El instante de estupor pasó con rapidez.
—Morgalla está ahí —musitó Wyn con voz sorda, y salió disparado detrás de Danilo, que se precipitaba ya ladera abajo, medio corriendo, medio deslizándose.
Cuando llegaron al campamento, empezaron a apartar frenéticamente las ramas que cubrían el montón, y luego comenzaron a escarbar entre las hojas podridas. La mano de Danilo rozó algo suave y alzó con gesto de triunfo el bufón de tela de Morgalla. Con ayuda de Wyn, hurgaron en la masa lodosa con ambas manos y al cabo de unos segundos dejaron al descubierto un par de botas pequeñas, con la puntera de acero. Agarraron por el talón y tiraron hasta que apareció Morgalla, amordazada y medio ahogada pero con la mano agarrotada alrededor de la madera de su lanza. Se apartó el lodo de la cara mientras indicaba con un gesto a Wyn que la dejara y siguiera escarbando. En cuanto pudo ponerse de pie, empezó a ayudarlos en la tarea.
Una risilla aguda distrajo momentáneamente a los que trabajaban. De pie junto a la pila estaba el ermitaño elfo de Taskerleigh, que observaba lo que estaban haciendo con una ancha sonrisa de mofa en su rostro demacrado, y las huesudas manos en jarras.
—No es manera —insistía el loco. Se abalanzó hacia adelante para quitarle de un tirón la lanza a la enana y, antes de que ella pudiese protestar, se subió en el cúmulo de desechos y empezó a hurgar con gesto experto entre la porquería.
—Usa la punta roma, estúpido espantapájaros hijo de orco —le gritó la enana.
—¡Uuppa! —El ermitaño soltó otra risotada mientras movía la lanza alrededor. Dio unos cuantos golpecitos más y luego asintió con gesto satisfecho—. Suave —anunció—. ¡Revuelto! Escarbad ahí.
Hizo falta el esfuerzo de los cuatro para extraer a Balindar del barro.
—Elaith está ahí, muy cerca —balbució el corpulento mercenario mientras se quitaba resto de vegetación podrida de la barba.
Morgalla soltó un sonoro bufido y cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Fingimos no haber oído eso, bardo?
—¡No me tientes y escarba!
Encontraron al elfo de la luna, que empezó a proferir maldiciones en lenguaje elfo en cuanto pudo abrir la boca. Wyn se mordió los labios para no pensar en la cólera que había sentido contra él antes y siguió escarbando junto al ermitaño. Recuperaron a Sarna, y luego a Vartain. Él maestro de acertijos fue desenterrado inconsciente de la pila. Mientras los demás seguían excavando, Danilo se inclinó sobre Vartain y apoyó un oído en la túnica inmunda del maestro hasta que oyó el débil latido de su corazón.
—Utiliza esto —sugirió Sarna mientras le tendía un frasco lleno de whisky barato a Danilo—. Lo hará ponerse de pie enseguida. Al menos siempre ha funcionado con él.
El Arpista abrió el tapón y olfateó el contenido.
—O lo cura o lo mata —musitó mientras vertía parte del líquido en la reseca boca de Vartain. Con una mano mantuvo la boca del maestro cerrada mientras con la otra hacía un masaje en la garganta del hombre hasta que finalmente tragó el líquido. Transcurridos unos segundos de tensa expectación, el maestro empezó a toser.
El alivio de Danilo duró poco porque de repente retumbó en el devastado calvero un sonido desgarrador que sacudió los árboles muertos y provocó una oleada de agonía hasta lo más profundo del cuerpo del Arpista. Incongruentemente, Dan pensó en aquel truco de salón consistente en hacer estallar una copa de cristal por efecto de una nota aguda de gran intensidad. El dolor atroz que sentía en los dientes y en lo más profundo de sus huesos le hacía pensar que ese sonido, con el tiempo, podía provocar resultados similares. Intentó sobreponerse al dolor y desenfundó la espada antes de darse la vuelta para enfrentarse a su último atacante.
Por el montículo de porquería asomó un enorme grillo negro del tamaño de un sabueso. El monstruo se estremeció, agitando con furia las antenas a uno y otro lado mientras giraba sus ojos poliédricos y opacos para observar a los sucios viajeros. Las patas traseras, melladas como una tabla de lavar, se alzaron y se frotaron unas contra otras como si fuera el roce de un arco sobre un violín, y de nuevo el mortífero sonido se extendió por el claro. Las oleadas de dolor intenso parecían reducir a ceniza la voluntad de Danilo: le temblaban las rodillas y perdió contacto con la empuñadura de su espada, mientras a su alrededor los demás caían impotentes al suelo. El grillo gigantesco se deslizó para acercarse a su presa.
Elaith fue el primero en ponerse de pie. El elfo desenfundó su espada y embistió al monstruo. La estocada consiguió segarle una antena, pero la criatura prosiguió su avance. Elaith volvió a embestir una y otra vez, pero la dura coraza del grillo evitaba que los aguijonazos le alcanzaran el cuerpo. El elfo soltó un grito para que los demás lo ayudaran; los luchadores se situaron en círculo y empezaron a atacar al grillo por todos los flancos. El insecto giraba y atacaba con movimientos convulsivos, pero parecía salir ileso de los repetidos ataques.
Morgalla salió a la carga, con la lanza en posición horizontal, mientras soltaba un grito dedicado al dios enano de la guerra. La punta de la lanza encontró un punto vulnerable entre la coraza blindada de la cabeza del grillo y el tórax, y se hundió en profundidad. El grillo reculó y, con el impulso, levantó del suelo a la enana.
Morgalla se quedó agarrada a su arma y embistió con todas sus fuerzas hacia el monstruoso insecto, lo cual consiguió hundir todavía más la lanza. El grillo empezó a sacudirse y revolcarse, intentando apartar de sí aquel tormento enano, pero la mujer se mantuvo en posición y, aprovechando cada sacudida, seguía hurgando y girando la punta de la lanza en busca de algún punto vital. Danilo y los demás seguían dispuestos en círculo con las espadas desenfundadas, pero no se atrevían a embestir al grillo por miedo a dañar a Morgalla.
El monstruo cargó todo su peso en las cuatro patas delanteras e intentó usar su última defensa. Una vez más, se frotó las patas traseras y, una vez más también, el sonido desgarrador se extendió por el claro.
Morgalla se encogió, angustiada, e intentó taparse los oídos con las manos. Se dejó caer lo más lejos posible del grillo y rodó por el suelo varias veces intentando poner tanto espacio como fuera posible entre ella y aquel canto mortificante. El grillo se abalanzó tras ella y la agarró por la bota con la mandíbula en forma de tenaza. Luego, reculó hacia la pila de escombros arrastrando consigo a la enana. Morgalla se agarraba como podía a las ramas que cubrían el suelo e intentaba encontrar un punto de apoyo. Tanto Wyn como Danilo fueron a echar mano de forma instintiva a sus instrumentos, pero se encontraron con las manos vacías: el del elfo había sido arrastrado por el vendaval y dos cuerdas del laúd de Danilo se habían roto. Balindar se irguió y echó a correr detrás de la enana, gritando y atacando al monstruo, pero ni siquiera con su fuerza pudo detener la retirada del grillo.
De repente una imagen ya vivida parpadeó en la mente de Danilo mientras apartaba a un lado el laúd inútil y se ponía de pie: la imagen de Arilyn clavando en el cráneo de varios centímetros de espesor de un ogro su hoja de luna. Incluso aunque no poseyeran magia, las espadas forjadas por los elfos eran más fuertes que ningún otro acero. Sin pensar en las consecuencias, se volvió y tiró de la hoja de luna adormecida de Elaith antes de abalanzarse hacia delante y hundir la hoja en una de las mortíferas patas traseras del bicho. La hoja de luna elfa se incrustó en profundidad y segó el miembro por la articulación. El monstruo soltó a Morgalla y salió a toda prisa con el cuerpo ladeado como un barco que zozobrara.
Balindar puso a Morgalla de pie. La tozuda enana apartó de un empujón al hombre y echó a correr en persecución del grillo. Agarró la lanza y, después de arrancarla del cuerpo del monstruo, trazó un ágil movimiento y la hundió en el ojo. Luego, usando la lanza a modo de palanca, embistió hacia adelante y, bajo la fuerza de su asalto, la dura coraza acabó quebrándose con un fuerte crujido. Morgalla dio un brinco hacia atrás mientras se limpiaba una salpicadura de sangre del rostro para ver cómo el grillo se tambaleaba y, tras varias sacudidas, se quedaba por fin inmóvil en el suelo.
En cuanto hubo pasado el peligro inmediato, Danilo soltó la hoja de luna y se volvió hacia Elaith, con las manos alzadas a modo de disculpa, pero el elfo de la luna no se dio cuenta porque tenía el rostro contraído de rabia y se abalanzaba ya en silencio sobre el Arpista.
Danilo se precipitó al suelo y rodó hacia la izquierda, mientras oía cómo el siseo de una daga rozaba peligrosamente su oreja derecha. Se puso de pie de un brinco y desenfundó su propia espada. Elaith ya se había levantado, con una daga en una mano y un largo puñal de plata en la otra.
Wyn Bosque Ceniciento se interpuso entre los contrincantes. A pesar de que era casi un palmo más bajo que Dan o Elaith, el menudo elfo tenía una determinación en la mirada que ninguno de ellos podía pasar por alto. Los luchadores bajaron involuntariamente las armas.
—Dime de qué manera ha deshonrado este humano la espada elfa, lord Craulnober —preguntó, con los fríos ojos verdes fijos en el enojado elfo de la luna—. ¿Acaso no han sido forjadas las hojas de luna para llevar a cabo grandes gestas? El Arpista salvó una vida, quizá todas nuestras vidas. Si su empeño no hubiese valido la pena, una hoja de luna, aunque adormecida, lo habría atacado. No juzgues aquello que la hoja de luna no ha juzgado porque al hacerlo deshonras a la espada. —Las palabras no pronunciadas «más de lo que ya lo has hecho» quedaron en el aire.
Elaith enfundó sus armas y recogió la vieja hoja de luna. Sin mediar palabra, se dio la vuelta y echó a andar rumbo al devastado bosque.
—Todavía tendrás que luchar con ése —comentó Morgalla. Arrancó su lanza del monstruo y se situó junto a Danilo—. Estoy en deuda contigo, bardo.
—Pues págame la deuda dejándome que luche con él cuando llegue el momento.
El tono de voz del Arpista era tranquilo e inusualmente severo, y la enana asintió. Con un profundo suspiro, Danilo se volvió a mirar la pila de escombros.
Estuvieron excavando hasta recuperar a todos los hombres. Orcoxidado no fue hallado a tiempo, y se encontraron varios mercenarios más, de cuyos nombres Danilo apenas se acordaba, con los cuerpos destrozados y medio devorados por el grillo gigante. Después de que los supervivientes enterraran a los muertos en tumbas profundas, Wyn salió en busca del ermitaño que había huido mientras los demás se daban un baño en las aguas frías y profundas del arroyo.
Tras darse un chapuzón superficial en el río, Vartain sacó el pergamino de su bolsa de cuero y prosiguió con su estudio. Danilo salió del arroyo, helado y chorreando agua. Desechó la túnica mojada que llevaba y empezó a sacar ropa seca de su bolsa mágica. Los demás se quedaron boquiabiertos al ver que extraía una blusa de hilo fino, una capa verde oscuro, pantalones, una muda, medias y hasta un par de botas. El Arpista alzó la vista y vio que tenía audiencia.
—Llevo mis pertenencias —comentó, mientras proseguía revolviéndolo todo—. Aquí hay de todo. No os creeríais cuánto cabe aquí. Tengo algo que puede serte útil, Morgalla, al menos hasta que Wyn regrese con tu poni y tu bolsa de viaje. Por fortuna, teníais ya los caballos preparados y el equipaje a punto cuando os atacó la hechicera. Ajá…, aquí está.
Danilo sacó una blusa holgada de seda de color verde pálido.
—Yo no habría escogido este atuendo para ti, pero te servirá de momento. También hay un pañuelo, y un broche de oro con un racimo de joyas…
—Esos abalorios no van bien para el viaje —señaló Morgalla, pero cogió las ropas lujosas y se ocultó tras un puñado de rocas.
El Arpista se vistió con rapidez y fue dando a los demás aquellas piezas de ropa que consideraba que podían irles bien. Sarna parecía casi un caballero vestido con una camisa de lujo y polainas, con el cráneo cubierto de mechones de pelo envuelto con un pañuelo de rayas. Balindar se mofó despiadadamente de su amigo, y la sonrisa de autocomplacencia de Sarna proporcionó un curioso contraste a su rostro fustigado y cubierto de cicatrices. Sin embargo el maestro de acertijos hizo un gesto distraído cuando Danilo le ofreció una túnica de recambio.
—El siguiente colegio de bardos está en Aguas Profundas. No conozco ese lugar —comentó Vartain, alzando por fin la vista.
—La escuela se llama Ollamn. Ahora no funciona como colegio de bardos, pero como ya sabes, la mayoría de gente implicada en las artes de los trovadores se inscriben en la tienda de laúdes de Halambar. Es el dueño de la Cofradía de Músicos, y gracias a su experiencia proporciona a los bardos locales y los que van de visita un servicio que antaño proporcionaba el colegio. ¿Qué sucederá en Aguas Profundas?
—Según el acertijo, un señor caerá en el campo del triunfo un día que no será día.
Morgalla asomó por detrás de las rocas, envuelta en ropajes de seda verde. La blusa le cubría hasta las rodillas, y se había atado a la cintura el pañuelo adornado con el broche de oro y joyas. Con sus cabellos rojizos húmedos y sueltos alrededor de su rostro y los pies desnudos, parecía una versión corpulenta de una ninfa de los bosques.
—Estás estupenda, querida —alabó Danilo en tono solemne, y el círculo de mercenarios asintió con admiración.
—Tengo una pregunta —intervino Vartain, que no prestaba atención a lo que estaba sucediendo—. Aguas Profundas es una ciudad muy grande.
—¿Es eso una pregunta?
—¡Por supuesto, lord Thann! —le espetó el maestro de acertijos—. No soy un hombre que aprecie las jocosidades. Durante la Fiesta del Solsticio de Verano, todos los intérpretes del Norland se congregan en la ciudad. Suponiendo que no aparezca a lomos de su asperii, como casi todos los cantantes de Aguas Profundas tienen algún tipo de arpa, ¿cómo vamos a reconocerla?
—La Fiesta del Solsticio de Verano —repitió Danilo en tono distraído—. El señor cae en un campo de triunfo en un día que no es día… —El Arpista se dio un palmetazo en la frente con la mano—. El día del Escudo. ¡Eso es!
Vartain asintió y sus ojos relucieron a medida que seguía el razonamiento del Arpista.
—Tu deducción parece correcta. El día del Escudo no forma parte de ningún ciclo lunar, ni cuenta como día en los calendarios. Es un día que no es día.
—¿Me estoy perdiendo algo importante? —inquirió Morgalla.
—El día del Escudo es un día adicional que tiene lugar cada cuatro años, justo en mitad del verano. Después de los torneos de la Fiesta del Solsticio de Verano, se renuevan contratos, se anuncian esponsales y se juramentan alianzas. Hasta los Señores de Aguas Profundas son ratificados cada cuatro años —explicó Vartain.
—Quizá sí, quizá no —añadió Danilo—. Te habrás dado cuenta de que todas estas maldiciones tienen como último objetivo Aguas Profundas. Entre las cosechas devastadas y los ataques de monstruos a las caravanas de mercaderes, la Fiesta del Solsticio de Verano será un acontecimiento decepcionante. Una tormenta ese día provocaría miedo y supersticiones entre la gente y un bardo que es capaz de influir en las multitudes sería capaz de convencerlos de que los Señores de Aguas Profundas no tienen ya capacidad para gobernar. ¡Bien ejecutado, sería un golpe casi incruento!
—Pero ¿por qué implicar a Arpistas y dragones? ¿Qué relación tienen los Señores de Aguas Profundas con un puñado de bardos?
—Bastante —replicó Danilo con brevedad—. Los dos grupos trabajan juntos. El arte musical y la política son dos cosas intrínsecamente ligadas. ¡Debemos poner de inmediato rumbo a Aguas Profundas! ¿Dónde está Wyn?
—Aquí —respondió el juglar, que descendía en ese momento desde la cima de la ladera llevando por las riendas a tres caballos. El ermitaño elfo le seguía a pocos pasos—. Hemos recuperado sólo tres caballos, pero, a cambio, he encontrado mi lira.
En ese momento, Elaith llegó corriendo a espaldas de Wyn por la cima de la colina.
—¡Pues utilízala! —gritó mientras se acercaba a la carrera a los demás—. ¡Una manada de arpías procedentes del norte!