Era ya noche cerrada cuando Vartain y Danilo abrieron el pergamino en medio de un círculo de mercenarios dormidos. Wyn estaba sentado en silencio a poca distancia, y escuchaba todo lo que decían con una expresión de creciente preocupación en sus enormes ojos verdes.
—La primera estrofa está solucionada —expuso por fin Vartain—. Según nuestras suposiciones, se refiere al hechizo lanzado sobre los bardos en Luna Plateada.
—¿Por qué sigues refiriéndote a esos versos como la primera estrofa? —preguntó Danilo—. ¡No hay nada más en el pergamino!
—Todavía no. —El maestro de acertijos señaló una débil mancha en el papel que evocaba la silueta de palabras, y ante los incrédulos ojos del Arpista, una segunda estrofa empezó a tomar forma—. No es inusual en un hechizo de tanta complejidad como éste. El primer verso se refiere a una lista de siete y, a medida que se vayan resolviendo, irán apareciendo los siguientes. Es un sistema que impide que el acertijo se resuelva con demasiada facilidad.
—Como utilizar un dialecto remoto de sespechiano para ocultar la clave de la adivinanza —convino Danilo.
—Precisamente. Sin embargo, todos estos detalles oscuros nos revelan cosas sobre la persona que ha invocado el hechizo. Él, o ella, o ello, que también es posible, es alguien versado en el arte de los maestros de acertijos. Es posible que sea un estudioso del sespechiano o que sea su lengua nativa, en cuyo caso eso indica que nuestro enemigo tiene al menos trescientos años de edad.
—Lo que tendría sentido teniendo en cuenta su interés por el artefacto elfo. Trescientos años no es una edad avanzada para un elfo —comentó el Arpista mientras miraba de soslayo el texto que acababa de aparecer en la página—. ¿Qué puedes averiguar sobre esto?
Vartain inclinó el pergamino para buscar la oscilante luz de la hoguera.
—La respuesta a las dos primeras líneas es «madre». Muchos acertijos utilizan las relaciones familiares como base, aunque la mención de la asperilla me desconcierta —admitió.
—Puedo dar una explicación a eso —repuso Danilo con una tensa sonrisa—. Mi familia negocia con vinos y gran parte de nuestra riqueza la debemos a esa hierba. Crece en las islas Moonshae y se utiliza para destilar ese famoso vino de primavera que riega las festividades del verano.
—Fascinante. Entonces hemos de suponer que la madre a que hace referencia aquí es la madre Tierra, la diosa que es sinónimo de las propias islas Moonshaes. ¿Dónde crece esa hierba, en concreto?
—¿Dónde? En la tierra, supongo. Mira, no soy experto…
—No me refiero a eso —lo interrumpió Vartain, impaciente—. ¿Dónde se fabrica el vino aromático? ¡Podría ser importante!
Danilo meditó unos instantes.
—Ahora que lo mencionas, mi profesor de la escuela de MacFuirmidh me habló de las vastas extensiones de jardines y viñedos que rodeaban el colegio. Por supuesto, la escuela ha caído en el olvido, pero los viñedos son un negocio próspero. Al menos, lo eran hasta esta última estación —añadió Danilo—. Hace tres ciclos lunares, se malograron las cosechas y los jardines de hierbas aromáticas y viñedos quedaron prácticamente asolados. Yo estaba en Tethyr en aquel momento, trabajando con los mercaderes de vinos de la región, y, como puedes suponer, los comerciantes de vinos del sur estaban encantados con la situación.
—Sabes lo que eso significa, ¿no? —El tono de Vartain contradecía sus palabras, y esperó a que el joven Arpista reconociera su ignorancia.
—Lamento defraudarte —admitió Danilo sin alterarse—, pero sí que lo sé. —Las cejas del maestro de acertijos se enarcaron, cosa que hizo esbozar una media sonrisa al Arpista—. Cuando el arte de los bardos estaba en su apogeo, había siete colegios de aprendizaje dispuestos según un orden de honor e importancia. Un trovador que aspirara a perfeccionar el oficio debía acudir a todos ellos siguiendo un orden específico para llegar al nivel de maestro de bardos. Nuestro misterioso contrincante parece estar representando una extraña parodia con todo esto. El primero de estos colegios de bardos estaba situado en Foclucan, junto a Luna Plateada. Allí lanzó un hechizo sobre los bardos y sobre las baladas, aunque admito que no tengo ni idea de cómo lo hizo. Tú que estabas allí, Wyn, ¿tienes idea de cómo lo logró?
—Todavía no —respondió el elfo con tono tenso.
—Las cosechas se malograron de forma súbita y misteriosa, poco después de los sucesos de la Fiesta de la Primavera de Luna Plateada. El acontecimiento queda descrito en la segunda estrofa, que hace referencia a MacFuirmidh, el segundo de los colegios de bardos. —Danilo hizo una pausa para respirar hondo—. Dos puede ser coincidencia, tres forma ya un patrón definido. En la tercera estrofa —se detuvo para señalar el punto sobre la página en blanco donde aparecerían las palabras—, si menciona la ciudad de Berdusk y el colegio de bardos conocido con el nombre de Doss, sabremos qué esperar del total de los siete hechizos. También sabremos el rumbo que tomará nuestro oponente.
—Bien hecho —admitió Vartain a regañadientes.
—Y aún hay más —añadió Danilo—. Empecé esta búsqueda con la única intención de anular la maldición sobre los bardos, pero es evidente que eso es sólo parte del problema. Ahora dudo de que esas calamidades hayan sido elegidas al azar, con toda probabilidad contribuyen a un objetivo final. Eso es lo que debemos descubrir, para encontrar y detener al hechicero antes de que cumpla su propósito. Es imperativo que resuelvas los acertijos lo antes posible para que sepamos qué forma adoptarán los hechizos siguientes.
El maestro de acertijos pareció sorprendido por el tono categórico de Danilo.
—Estoy al servicio de Elaith Craulnober —le recordó al Arpista.
—Parece que Elaith y yo somos socios en este empeño —replicó Danilo—. Trabajas para los dos. Piensa en esto antes de poner límites a tu lealtad: Elaith desea poseer el artefacto, pero yo quiero atrapar a la persona que se oculta detrás de todo esto. ¿Puedes decirme con honestidad que perderías la oportunidad de medirte con el autor de este pergamino hechizado?
El pensamiento hizo parpadear una llama en los grandes ojos negros del maestro de acertijos y, al ver el brillo que asomaba en ellos, Danilo se sintió satisfecho. Se puso de pie y se afanó en despertar al campamento, mientras dejaba tiempo a Vartain para que hiciera suyo el objetivo del Arpista.
La expedición de Música y Caos estaba de nuevo en camino al amanecer. Por insistencia de Danilo —y con ayuda de otra de las gemas del botín del dragón—, Balindar se ocupó de guiar las riendas del caballo de Vartain para dejar que el maestro de acertijos pudiera dedicarse a estudiar el pergamino.
Wyn y Morgalla cabalgaban uno junto al otro, como de costumbre. Era evidente para Danilo que la enana había encontrado en Wyn el mentor musical que buscaba pero, aunque odiaba interrumpir su camaradería, necesitaba tiempo para convencer a Wyn de que compartiera con él el mágico canto elfo. Después de su conversación con Vartain, el hecho de ahondar en el tema hacía sentirse a Danilo como si fuera un malabarista jugando a mantener demasiadas bolas en el aire.
—Ven un rato a mi lado —pidió al elfo. Morgalla captó la indirecta y situó a su robusto poni junto a Balindar. El mercenario puso cara compungida al ver que se aproximaba la enana, pero ella soltó algún comentario jocoso que hizo reír al hombre y pareció aligerar su conciencia.
Danilo rebuscó en la bolsa mágica que pendía de su cinto y extrajo el libro de hechizos que Khelben le había preparado.
—Éste es el encantamiento que utilicé con Grimnosh. Procura no mirar las runas porque puede ser peligroso para alguien no preparado. Es un hechizo de embrujo, muy parecido al que usaste tú en la marisma, y sugiere que la magia hechicera y el canto hechizador elfo pueden ser compatibles.
—Después de lo ocurrido en el Bosque Elevado, no puedo negarlo —admitió el elfo a su pesar—. Morgalla me contó lo sucedido y, cuando me cantó la melodía que usaste, vi que era idéntica al poderoso hechizo de encantamiento elfo. Es eso lo que intentabas decirme la otra noche, un canto hechizador elfo podía escribirse con notaciones arcanas.
—De hecho, no. Yo no tenía ni idea de que era un canto hechizador elfo. Nunca había visto nada parecido, y no tenía ni idea de lo que era ni, en realidad, de si serviría. Khelben me había dado el libro, pero nunca oí que él lanzara un hechizo de este tipo. —Danilo hizo una pausa y frunció el entrecejo—. Claro que, si pienso en ello, ya sé por qué: la voz de tío Khelben recuerda al maullido de un gato callejero y enamorado.
»Pero desde ese instante le estoy dando vueltas al tema —prosiguió tras sacudir ligeramente la cabeza—. Como el buen archimago suele reprenderme a menudo, no debo dejar que mi mente divague, porque es demasiado pequeña para moverse sola.
—¿Qué decías? —lo instó Wyn en tono cortés.
—Divagaba. Pero el caso es que no soy un elfo pero soy capaz de invocar magia a través de la música. ¡Imagínate todas las posibilidades! —Danilo esperó a que el elfo respondiera, pero Wyn mantuvo los ojos fijos en el camino que se abría ante ellos—. ¿Ves lo que puede significar eso para los Arpistas? Después de que acabara la Época de Tumultos y los dioses regresaran a sus propias esferas, la magia sufrió cambios importantes y la de los bardos fue robada a los humanos. ¡Piensa lo que podría ocurrir si los bardos pudiesen aprender la magia del canto hechizador elfo!
—Ya he considerado esa posibilidad.
—¿Y?
El juglar elfo siguió avanzando en silencio durante unos instantes antes de volverse para observar al Arpista.
—Por favor, escucha mi explicación antes de ponerla en tela de juicio. Ten presente, sobre todo, que no pretendo ofender a nadie y que mi reticencia nada tiene que ver con tu persona.
—Me parece que he oído ese discurso una docena de veces en boca de doncellas de Aguas Profundas —comentó Danilo con sorna.
La sonrisa de Wyn fue breve.
—El canto elfo, que tan acertadamente llamas magia del canto hechizador, es un poder al que es fácil acceder una vez se aprende. Sin embargo, medita sobre esto: el poder se adquiere con más facilidad que la sabiduría. La esperanza de vida elfa comprende muchas vidas humanas, y eso nos proporciona una perspectiva diferente, así como una paciencia de la que los humanos, por lo general, carecen. Nosotros nos guiamos por tradiciones complejas y antiguas, y se nos insta a considerar muchas soluciones antes de recurrir al uso de la magia. Si los humanos pudiesen resolver sus dificultades cantando una canción, la tentación para abusar de ello, seguramente sería imposible de resistir.
—Ese mismo argumento sirve para cualquier tipo de magia —repuso Danilo—, y sin embargo muchos humanos manejan la magia con honra.
—Y hay otros muchos que no. Al menos la magia de un hechicero requiere tiempo de estudio y de memorización del hechizo antes de cada invocación, lo cual garantiza cierto tiempo para reflexionar e impide que muchos magos actúen con precipitación. Sin embargo, el canto elfo no tiene esa protección: en cuanto se aprende una canción hechizadora, puede invocarse a voluntad. —Wyn sacudió la cabeza—. Lo siento, pero he pasado muchos años entre músicos humanos y no existe ninguno a quien me atreviera a confiar dicho poder. Vuestra forma de ser y la elfa son demasiado distintas.
—¡Tengo las dos estrofas siguientes! —anunció Vartain.
La interrupción del maestro de acertijos ahogó la protesta que Danilo tenía en la punta de los labios.
—¿Podemos seguir discutiendo esto más tarde? —preguntó al elfo.
—No nos hará bien —respondió Wyn, conciso pero tranquilo.
Aunque se sentía profundamente decepcionado, a Danilo no le quedaba otra opción que aceptar la decisión del elfo, así que inclinó la cabeza para hacer una ligera reverencia y luego guió su caballo hasta colocarse al lado de Vartain.
—Tenías razón —comentó el maestro de acertijos con un tono de voz menos petulante de lo normal—. El tercer y el cuarto lugar son también colegios de bardos. El pergamino nombra el de Doss, en Berdusk, y Canaith, situado cerca de Zazasspur, en tierras de Tethyr.
—Yo vine hace poco de Tethyr —comentó Danilo pensativo, recordando la balada que lo había conducido al norte. Había intentado apartar de su mente el recuerdo de aquella noche, pero ahora se dispuso a evocar lo sucedido en busca de algo que pudiese servir como clave. Deseó haber preguntado a Arilyn más detalles sobre el bardo que había difundido aquella balada porque tal vez aquella información les habría sido de utilidad en esos momentos—. ¿Qué poderes adquirió el hechicero? —inquirió para regresar al tema que tenían entre manos.
—En Berdusk, la habilidad para invocar o controlar monstruos que utilicen la música como arma. Eso tal vez serviría de explicación para los tubos anfibios que encontramos en las marismas cerca del Bosque Elevado. Es interesante resaltar que recientemente se han incrementado en gran medida los ataques de monstruos sobre viajeros y granjeros del sur de Aguas Profundas. En muchos casos, las víctimas fueron asesinadas antes de poder desenfundar las armas. Los incidentes parecían suceder en un tramo entre Berdusk y Aguas Profundas. —El maestro se detuvo para meditar—. Al respecto, el fracaso de muchos cultivos alrededor de Aguas Profundas ha sido estrepitoso este año, pero no ha sucedido en ningún otro lugar del Norland, salvo esa zona de las Moonshae.
—Maravilloso —musitó Danilo—. ¿Y qué sucedió en Canaith?
—El hechicero obtuvo el poder de influir en las multitudes a través de la canción. En su día había sido un tipo de magia propia de los bardos, pero que quedó en desuso durante la Época de Tumultos.
Danilo se mantuvo en silencio mientras movía en la mente las piezas de ese extraño rompecabezas para ver dónde encajaban. Tras un instante, abandonó.
—¿Qué va a suceder en Sundabar? El antiguo colegio Anstruth estaba allí.
—No he llegado tan lejos.
El Arpista se rascó la barbilla, pensativo.
—Es posible que el hechicero tampoco haya llegado tan lejos. Es evidente que nuestro oponente viaja muy rápido, pero quizá podamos adelantarlo.
Danilo espoleó a su caballo para situarse a la cabeza de la expedición. El elfo de la luna cabalgaba sin bajar la guardia, como de costumbre, y sus cabellos de plata relucían bajo la brillante luz de la mañana.
—Tendrás que vivir sin mí durante una breve temporada —anunció el Arpista—. Me voy de inmediato a Sundabar, pero prometo por mi honor que regresaré antes del amanecer.
—Por la vida de la enana que te creo —replicó Elaith con intención, y luego esbozó una sonrisa—. Intentaré contener las lágrimas durante tu ausencia. ¿A qué dios benévolo debo agradecer este giro en los acontecimientos?
—A Khelben Arunsun, pero no lo llames así. En lo que a deidades se refiere, no es muy amigo de las ceremonias. Ahora, bromas aparte, el archimago me dio un anillo de teletransporte que puede conducir hasta tres personas al lugar que yo elija. Me voy a Sundabar, porque existe la posibilidad de que allí pueda pillar a nuestro hechicero.
—Entonces, partamos de inmediato.
—¿Nosotros? ¿Tú y yo?
—Por supuesto. —El elfo sonrió mientras extraía un aro de plata de una bolsa que llevaba atada en el cinto—. Tu anillo mágico, supongo.
Danilo se quedó mirándolo de hito en hito, y luego se contempló las manos. Era evidente que le faltaba uno de los anillos.
—¿Cómo…?
—Dediquémonos a cosas más importantes —lo interrumpió el elfo mientras devolvía el anillo a su dueño—. Si te hace sentir mejor, podemos llevar a alguien más con nosotros.
El Arpista asintió con desgana mientras volvía a colocarse el anillo en el dedo.
—O Wyn o Morgalla. Los demás están a tu servicio, y no me fío de ninguno de ellos. —Alzó la voz para llamar a la enana—. Morgalla, ¿te gustaría teletransportarte conmigo a Sundabar?
—¿Te gustaría darle un beso a un orco? —respondió la enana con buen humor. La reticencia de los enanos a los viajes mágicos era notoria, y Morgalla no constituía una excepción.
—Wyn nos servirá —repuso Danilo en tono despreocupado—. Sólo hay un problema: no puedo usar el anillo más que una vez al día, así que no podremos regresar antes del crepúsculo. Además, sólo puedo ir a lugares donde haya estado antes. Como estamos a un día de viaje de Taskerleigh, propongo que nos encontremos con los demás allí mañana por la mañana.
Elaith accedió e hizo detener a toda la expedición para explicar el plan a los demás. Dejó a Balindar al cargo y les dio instrucciones concisas para montar el campamento junto a un riachuelo cercano, lejos tanto de las ruinas de Taskerleigh como de las colinas infestadas de arpías.
Cuando todo estuvo listo, Danilo hizo girar el anillo y cuando el remolino blanco del hechizo de teletransporte empezó a envolverlo cogió a los dos elfos por las muñecas para que viajaran con él. Tras un prolongado instante en que no sintieron otra cosa que viento arremolinado, envueltos en una luz blanca, se encontraron de repente en Sundabar.
Y se encontraron también hasta los tobillos hundidos en hielo. Danilo se quedó mirando boquiabierto el paisaje devastado que los rodeaba. Aunque el aire era cálido, el hielo derretido rezumaba por las calles y el agua formaba riachuelos en las cunetas. Se inclinó para coger un pedazo de hielo del fango que, aunque medio derretido, tenía el tamaño de un huevo de gallina. Debía de haber habido una tormenta de granizo de consideración, pensó mientras contemplaba cómo los ciudadanos empezaban a poner manos a la obra para reparar los daños. Un pequeño ejército de trabajadores se disponía a sustituir los cristales destrozados, médicos y curanderos se apresuraban a repartir pociones de hierbas y amuletos mientras que los trabajadores de la ciudad se afanaban por retirar los animales muertos y moribundos. Sólo los chiquillos parecían complacidos por la novedad, y corrían de aquí para allá jugueteando con las bolas de nieve.
Durante un instante, Danilo se preguntó si no habría fallado el hechizo de teletransporte y les había llevado a una ciudad situada más hacia el norte, quizá Sossal, o alguna otra gélida ciudad.
Elaith aparentemente albergaba el mismo pensamiento.
—Por los Nueve Infiernos, ¿dónde estamos?
El Arpista se volvió al edificio que tenían detrás y echó una ojeada al pesado rótulo de madera: La Pícara Doncella. Sí, era el nombre de la taberna a la que había acudido en más de una ocasión y era el lugar que había elegido como destino del viaje.
—Seguro que estamos en Sundabar.
—En ese caso —repuso Elaith—, será mejor que nos hagamos a la idea de que hemos llegado un poco tarde.
Cuando Granate se levantó aquella mañana, el sol lucía alto en el cielo sobre Sundabar. Exhausta por el prolongado vuelo y agotada también por la invocación del hechizo, había alquilado una habitación en una posada situada cerca del almacén. Su asperii necesitaba también reposo porque el regreso a Aguas Profundas les llevaría al menos dos días enteros de vuelo ininterrumpido.
La hechicera se apoyó en el alféizar de la ventana y echó un vistazo a la calle. Había pasado casi un día desde que cayera la tormenta de granizo, pero las calles seguían cubiertas de hielo. Granate soltó un profundo suspiro mientras observaba el arpa elfa, pues controlarla le estaba resultando más difícil de lo esperado.
Se vistió a toda prisa y bajó al comedor. Mientras desayunaba fruta y tortas de avena, comprobó distraída que los demás clientes no podían hablar de otra cosa que de la tormenta, y que todos la veían como un presagio de grandes desgracias, porque había ocurrido muy cerca del solsticio de verano. Granate lo observaba todo con suma satisfacción. ¡Al menos su hechizo había conseguido el objetivo que pretendía!
Tres de los clientes parecían tener gran curiosidad por la tormenta. Dos de ellos eran elfos, y el tercero, un joven de rubios cabellos y contagiosa sonrisa al que atendía una joven sirviente, con quien el desconocido coqueteaba descaradamente mientras intentaba sacarle información a la muchacha sobre la tormenta de hielo.
—¡Intenta recordar por qué estamos aquí, lord Thann! —gruñó el elfo de cabellos plateados cuando la mujer se alejó para traer lo que habían pedido. Aunque hablaba en voz muy baja, el fino oído elfo de Granate alcanzó a distinguir las palabras—. Mientras pierdes el tiempo con una doncella, nuestra hechicera se escapa.
¡Thann! ¿Era posible? Granate estudió al joven con creciente inquietud, advirtiendo el laúd que llevaba al hombro y el estado ajado de su ropa de viaje. Si era el sobrino de Khelben, ¿qué estaba haciendo en Sundabar? A pesar de que Danilo Thann tenía fama de necio, a estas alturas podía haber descubierto la pista que conducía a Grimnoshtadrano, pero la posibilidad de que hubiese sobrevivido al encuentro con el dragón era demasiado ridícula para ser tomada en consideración. Al fin y al cabo, Granate había estudiado y alterado las canciones de Danilo y sabía lo que el joven bardo era capaz de hacer. No tenía el fuste de músico y mago necesario para superar a Grimnosh.
—Los sirvientes de las tabernas oyen muchas cosas —se defendió el joven ante su compañero elfo—. Mucha gente se atreve a hablar con franqueza delante de ellos, como si fueran invisibles o sordos, o como si fueran incapaces de divulgar información. Te quedarías sorprendido, mi querido Elaith, de la cantidad de información que poseen.
—Hablas como un verdadero Arpista —replicó Elaith, y por el tono de su voz quedó claro que para él aquello no era un cumplido—. ¿Qué propones que hagamos ahora, Danilo? —preguntó el elfo dorado.
Granate contuvo el aliento. Era Danilo Thann, y se contaba entre los Arpistas. De algún modo, el joven que ella había intentado utilizar como instrumento se había convertido en su adversario. Se inclinó hacia adelante para seguir atentamente la conversación.
El joven Arpista hizo una pausa para reflexionar.
—No podemos regresar al río Ganstar hasta después del crepúsculo, y los demás no llegarán allí hasta que sea de noche. Propongo que pasemos en Sundabar el día y parte de la noche, y que regresemos poco antes del amanecer. Eso dará tiempo a Vartain para trabajar en el pergamino de Grimnosh, y a nosotros ocasión para recabar información de las gentes de esta ciudad. Nuestro hechicero ha actuado recientemente y quizá podamos hacernos una idea de su identidad. Es posible que todavía siga en la ciudad.
«No por mucho tiempo», se dijo Granate. Se levantó de la silla y echó un puñado de monedas sobre la mesa. El corazón le latía desbocado en el pecho mientras cruzaba la estancia.
«Vartain», había dicho el joven Arpista. Sólo podía referirse a Vartain de Calimport, un maestro de acertijos de reconocida fama. ¡Y estaba en posesión del pergamino! Su situación no podía haber sido peor que si uno de los compañeros elfos de Danilo hubiese sido un rapsoda del hechizo.
La hechicera subió a la carrera hasta su habitación y, tras agarrar el arpa Alondra Matutina, bajó por la escalera trasera de la posada para dirigirse corriendo hacia el establo. El asperii la observó con un gesto interrogativo en sus soñolientos ojos mientras Granate lo ensillaba con manos temblorosas.
—Nos vamos de inmediato. Volaremos hasta el río Ganstar a toda prisa, toda la noche, si es necesario. ¡Es imprescindible que lleguemos allí antes de que amanezca!
En la sala de teatro Las Tres Perlas se levantó el telón de la primera sesión del espectáculo ante una enorme multitud. En el exterior del edificio de piedra y ladrillo, una cola de gente desfilaba por la calle de la Perla y algunos miembros de la compañía de teatro estaban desperdigados por la estrecha callejuela y entretenían a los que esperaban. Vendedores ambulantes ofrecían naranjas y caramelos, y por todos lados resonaba un murmullo de curiosa expectación.
—Lucía, de verdad que no tengo tiempo para esto —confesó Caladorn a su dama, con un inusual deje de impaciencia en la voz mientras se aproximaban a la entrada—. La Fiesta del Solsticio de Verano está a punto de empezar y en las sesiones de entrenamiento ha habido muchos contratiempos y heridos. Debería estar en la arena.
—No te haría dejar el trabajo si no fuera importante —murmuró lady Thione en tono suave—. Sabes que las cofradías y otros grupos a veces alquilan el teatro para hacer representaciones privadas. En esta ocasión, un grupo privado paga por el espectáculo, aunque puede venir a verlo todo aquél que esté interesado.
—¿Y bien?
—La persona que hay detrás de esta representación es lord Hhune, un mercader que está aquí de visita procedente de Tethyr. Los bardos de la ciudad están descontentos con los intentos que ha habido de censurar sus canciones, y Hhune les paga para que aireen ese sentimiento en un concierto para satirizar a los Señores de Aguas Profundas, en especial al archimago.
Caladorn se quedó mirando a Lucía.
—¿Cómo te has enterado de esto?
La noble se encogió de hombros.
—Varios de mis sirvientes entienden la lengua de Tethyr. He hecho algún negocio con Hhune en el pasado y, como no confío en él, ordené que lo siguieran y lo vigilaran. Mi sirviente oyó que Hhune conversaba con uno de sus hombres, aunque no alcanzo a imaginar lo que Hhune espera ganar con todo esto. —Alzó hechizadores ojazos negros para mirar a su amante a la cara, y susurró—: Ya sabes lo que sucedió con la familia real cuando hombres como Hhune tomaron el poder en Tethyr. Hay mucha gente en el sur que desearía verme muerta, a pesar de que mi relación con la familia real es francamente distante. Ahora que Hhune planea influir en los asuntos de Aguas Profundas, sólo puedo estar atemorizada.
La expresión seria de Caladorn se suavizó mientras apartaba a la delgada dama de la multitud.
—Lucía, estás a salvo en Aguas Profundas, y conmigo.
—Tienes razón, por supuesto —repuso ella mientras le dedicaba una sonrisa de arrepentimiento—. Supongo que es una tontería.
—Tu inquietud es comprensible —admitió el joven mientras se inclinaba para besarla en la frente—. Ahora dejemos que los Señores de la ciudad se ocupen de Hhune. Puedes estar segura de que están al corriente de sus actividades.
«A partir de ahora, seguro», pensó Lucía con una satisfacción oculta.
En cuanto Caladorn hubo dejado a su dama a salvo en su mansión, se apresuró a acercarse al palacio de Piergeiron, el único Señor reconocido abiertamente de Aguas Profundas. Al joven no le sorprendió encontrar allí a Khelben Arunsun enfrascado en una conversación con Piergeiron. Los Señores de Aguas Profundas se reunían a menudo esos días, en sesión plenaria o en grupos más pequeños, para tratar los problemas de la ciudad, que parecían interminables.
—¿Te ha gustado la actuación en Las Tres Perlas? —preguntó el archimago con un deje burlón en la voz.
—No me quedé —repuso el joven noble. Hacía tiempo que no se sorprendía ya del alcance de los conocimientos de Khelben. Entre los Señores de Aguas Profundas se comentaba a menudo que nadie podía estornudar en su alcoba sin que al día siguiente el archimago le preguntara por su salud—. Obtuve cierta información de un mercader de Tethyr —prosiguió.
—Sería lord Hhune —intervino Piergeiron, mirando de soslayo a Khelben.
—¿Lo conocéis los dos?
—¡Oh, sí! —exclamó el archimago con sorna mientras tendía a Caladorn un pedazo de papel—. Un ejemplo de la marca diplomática de Hhune. Ha empapelado la ciudad con esto.
Caladorn echó un vistazo a un esbozo satírico de Khelben Arunsun pintando figuras de madera ante la atenta mirada de los Señores de Aguas Profundas disfrazados. Sacudió la cabeza, perplejo, y se lo devolvió.
—¿Qué persigue ese Hhune?
—Eso no está muy claro. Es un jefe de cofradía en su Tethyr natal, el cabecilla de un gremio de mercaderes de barcos. Aparentemente, acudió a Aguas Profundas cargado de mercancías para la Fiesta del Solsticio de Verano, pero su tripulación parece tener talentos inusuales. Varios de ellos han estado ocupados en los muelles reclutando ladrones y asesinos en un intento de organizar cofradías secretas en Aguas Profundas —explicó Piergeiron, y se frotó los ojos enrojecidos. El agotamiento de las últimas semanas era patente en su rostro.
—Creemos que Hhune puede ser miembro de los Caballeros del Escudo —prosiguió Khelben mientras tendía al joven lord una moneda de oro de gran tamaño—. Esto es la recompensa habitual de los Caballeros cuando alguien ejecuta algún servicio notable y se han encontrado varias en manos de los hombres de Hhune, incluso algunos que entraron en la ciudad antes de que él apareciera. Lo cual sugiere un problema de más amplio alcance —admitió el archimago—. Como Hhune no es especialmente sutil, el influjo de agentes antes de su llegada nos induce a pensar que tenga un compañero más astuto en Aguas Profundas.
—Ninguna de nuestras fuentes ha sido capaz de averiguar la identidad de ese agente —añadió Piergeiron—, pero parece evidente que los Caballeros del Escudo están realizando muchas acciones en Aguas Profundas. Como sabrás, recientemente se perdieron tres barcos mercantes.
—Sí —repuso Caladorn con voz calma—. Conocía a la capitana de uno de ellos, la mejor marino con quien jamás haya trabado amistad. Me dejó sumamente perplejo que hubiese caído en una emboscada pirata.
—El barco zarpó en Puerta de Baldur y tengo varios agentes Arpistas allí investigando los sucesos. Parece que el capitán del puerto es agente de los Caballeros del Escudo y ha estado pasado información sobre rutas comerciales y horarios a una fuente desconocida en Aguas Profundas. No es la primera vez que los Caballeros intentan boicotear el tráfico marítimo —concluyó Piergeiron con un suspiro—, pero ahora es el momento más inoportuno.
—¿Qué pretendéis hacer con Hhune? —insistió Caladorn.
—Francamente, Hhune es un pez pequeño. Lo vigilamos con la esperanza de que nos conduzca al agente de Aguas Profundas.
Caladorn no parecía muy alborozado con aquella conclusión, pero hizo una reverencia antes de salir para apresurarse a cumplir con sus obligaciones en la arena.
Una vez a solas, Piergeiron hizo un gesto para señalar el papel que tenía Khelben en la mano.
—Ya sean sutiles o no, las tácticas de Hhune ponen el dedo en la llaga, amigo mío. Estoy empezando a comprender tu inquietud por los cambios acontecidos en las baladas, porque están resultando muy efectivas y muchas de ellas parecen ir directamente en tu contra. ¿Serán responsables los Caballeros del Escudo del hechizo lanzado sobre los bardos?
—Si no lo son, al menos se están aprovechando —repuso Khelben con voz cautelosa—. Tengo un contacto que quizá posea información. La llamaré enseguida.
Musitó las palabras de un hechizo y, en un abrir y cerrar de ojos, el alto archimago había desaparecido y en su lugar había un joven de altura y constitución media. Tenía las facciones agradables pero quedaban medio ocultas tras un sombrero de ala ancha. El atuendo, un traje simple confeccionado en lino gris oscuro, podía quedar igual de apropiado en el mercado que en un salón de la zona Norte. En definitiva, no destacaba y podía pasar inadvertido en la mayoría de los rincones de la ciudad. Disfrazado de esa guisa, Khelben se despidió de Piergeiron y se encaminó a la cercana plaza del Bufón. Había llegado el momento de que el archimago de Aguas Profundas hiciera una visita a cierta dama de la noche.
Imzeel Coopercan había oído demasiadas cosas aquellos últimos días para estar tranquilo. Y, sin embargo, el propietario semienano de La Poderosa Mantícora escuchaba con atención la conversación de los numerosos parroquianos que habían ido temprano a la taberna para cenar, captando fragmentos entre el rumor de la conversación, a medida que seguía sacando brillo interminablemente a la barra con un paño.
—Al ritmo que vas, atravesarás la madera antes del anochecer —se burló Ginalee, una mozalbeta alegre y rechoncha que había trabajado con Imzeel el tiempo suficiente para que le permitiera semejante familiaridad. La muchacha sentía mucho cariño por el dueño, a pesar de su personalidad adusta y su cuerpo rollizo como un tonel, y siempre intentaba distraerlo de las aflicciones que lo asaltaban. Apoyó los codos sobre la pulida madera del bar y, sujetándose la cabeza con las palmas de las manos, alzó la vista hacia él. La postura ofrecía a Imzeel la perspectiva de unos pechos que habrían hecho revivir a un moribundo, pero él se limitó a echar una ojeada a Ginalee y volver a concentrarse en la limpieza de la barra.
La ofendida camarera le arrebató el paño y lo colgó sobre el colmillo de una cabeza de mantícora rellena que había sobre el mostrador. El trofeo, producto de una taxidermia muy poco creativa pero con grandes dosis de ilusión, había inspirado el contundente nombre de la taberna. Por un instante, Ginalee saboreó la idea de contarle a Imzeel que su establecimiento era conocido con el nombre de La Mantícora Sarnosa, pero decidió no hacerlo porque a él poco le importaba si el negocio continuaba viento en popa.
Y la verdad era que funcionaba. La Poderosa Mantícora estaba situada en el centro del distrito del Castillo, en la encrucijada de las concurridas calles de Selduth y de Plata. Aquéllos que se ganaban la vida con el comercio y la diplomacia a menudo se detenían en la taberna para intercambiar noticias y hacer tratos frente a una opípara cena a base de cocido espeso y sabroso, queso oloroso y pan negro fresco, regado con abundante cerveza. Además, la parte trasera de la taberna desembocaba en la plaza del Bufón, un lugar donde siempre parecían ocurrir cosas interesantes y, por consiguiente, aquellos cuyos negocios se sucedían entre sombras también se abrían paso hasta la taberna por la puerta de atrás. El resultado era una estupenda mezcolanza de información e intrigas que para Imzeel resultaba tan satisfactoria como provechosa; el propietario acumulaba conocimientos con la avidez con que sus antepasados enanos habían excavado las rocas en busca de mithril.
Y sin embargo, algo en la conversación de aquel día inquietaba a Imzeel. Recuperó el paño de la cabeza de mantícora y siguió trazando interminables círculos sobre la madera mientras escuchaba. Se oían las típicas quejas sobre problemas con los embarcos y los ladrones, pero parecía que sucedían a mayor escala que de costumbre. Desaparecían barcos enteros y se esfumaba en un abrir y cerrar de ojos el contenido de almacenes repletos de mercancías, ante las mismas narices de la policía de la ciudad. Pero más inquietantes incluso eran los rumores que sugerían que los Señores de Aguas Profundas estaban desapareciendo y que señalaban como culpable al archimago residente de la ciudad de los Prodigios.
Todos daban por seguro que Khelben Arunsun formaba parte de los Señores secretos de Aguas Profundas, y había quien pensaba que el archimago acumulaba demasiado poder sin contar con semejante posición, pero la mayoría de los habitantes de la ciudad no tenía nada contra el poder del mago. De hecho, cerca de allí se alzaba la torre de Ahghairon, un monumento en recuerdo del mago que había fundado los Señores de Aguas Profundas varios siglos atrás. La ciudad había prosperado bajo el largo reinado de Ahghairon y ése parecía ser el consenso: que mientras Báculo Oscuro lo hiciese igual de bien, ¡que los dioses lo acompañaran! Los habitantes de Aguas Profundas no eran partidarios de poner la venda antes de que se hiciera la herida, pero a medida que aumentaban los conflictos en la ciudad, muchos temían que Khelben Arunsun estuviese dedicando demasiado tiempo a librarse de Señores rivales y poco a ocuparse de la ciudad y de sus preocupaciones.
Imzeel se dio cuenta con gran satisfacción de que su negocio no parecía afectado por los problemas de la ciudad. Acababa de iniciarse el turno de cenas, y el camarero había empezado ya el tercer barril de cerveza. Los clientes disfrutaban incluso de música para amenizar el ágape, porque el Juglar Enmascarado había abandonado su lugar habitual en la plaza del Juglar para entrar en el local a cantar lastimeras melodías con el laúd. Por lo común, la aparición de la misteriosa mujer provocaba mucho revuelo e interés, pero esa noche parecían prioritarios otros asuntos. Pocos parecían prestar atención a sus canciones y a Imzeel no le sorprendió ver que al final dejaba a un lado el laúd en respuesta a una invitación musitada en susurros. Desapareció por la puerta de atrás con un joven cliente, sin duda para perderse más allá de la plaza del Bufón en la privacidad de los bosques que cubrían las laderas de las montañas de Aguas Profundas. «Los negocios siguen igual», repitió Imzeel en silencio, y el pensamiento le pareció reconfortante.
—Los brujos que pediste están aquí —anunció Ginalee mientras dejaba caer una bandeja de jarras vacías sobre el mostrador y señalaba en dirección a tres recién llegados—. ¿Les digo que pasen?
Imzeel asintió y la sensación de alivio le hizo esbozar algo parecido a una sonrisa. Era un hombre prudente en cuestión de negocios y, como muchos otros, había contratado los servicios de la Cofradía de Brujos para colocar barreras mágicas protectoras en su establecimiento.
La Vigilante Orden de Magos y Protectores era la cofradía más joven de Aguas Profundas, y se ocupaba de asuntos tan dispares como hacer de guía para hechiceros de visita o echar una mano en el cuerpo de bomberos. La cofradía también buscaba la manera de influir y —en la medida en que les era posible— controlar las actividades mágicas de hechiceros poderosos e independientes. Los extraños sucesos ocurridos últimamente en la ciudad sugerían que se estaba utilizando algún tipo de magia, y eso provocaba una demanda inaudita de los servicios de la cofradía. Por toda la ciudad se afanaban multitud de magos en la colocación de protecciones mágicas para detectar y desvanecer la magia. Imzeel se sintió seguro al verlos y sus clientes también musitaron palabras de aprobación al ver cómo se disponían los preparativos.
Mientras los magos ultimaban una sucesión de gestos complejos de un hechizo que iba a liberar la estancia de ilusiones mágicas, el Juglar Enmascarado entró de nuevo en la sala del brazo de su último cliente. Un intenso rayo de luz azul restalló alrededor de la pareja e hizo soltar un chillido a la mujer. La estancia se quedó en silencio y todos los ojos se desviaron hacia la luz mágica. Mientras los clientes observaban, los rasgos del joven se fundieron para cristalizarse de inmediato en una silueta nueva y familiar.
De pie junto a la misteriosa mujer enmascarada había un hombre alto y musculoso, vestido con sombría magnificencia. Tenía los rasgos marcados, la expresión adusta, y sus ojos, por lo general de un negro intenso, traducían un toque de incertidumbre. El mechón de cabellos plateados que le cruzaba la barba confirmaba su identidad para todos aquéllos que no habían sido capaces de identificarlo por su rostro.
El Juglar Enmascarado se apartó de él y se tapó con una mano los labios pintados. Reculó varios pasos antes de dar media vuelta y salir huyendo en dirección a la plaza del Bufón. Era imposible saber si la había sorprendido aquella súbita transformación o sólo deseaba que no la relacionasen con Khelben Arunsun en aquellas circunstancias tan adversas.
—Así es como pasa una noche de verano el archimago de Aguas Profundas —musitó Ginalee dirigiéndose a Imzeel—. Y la ciudad rindiéndole homenaje a Cyric, y todo eso.
—Chitón, chiquilla —susurró con rudeza el hombre, santiguándose para apartar de sí la mala suerte que provocaba la invocación del dios de la guerra.
Uno de los clientes rompió el tenso silencio. Un clérigo de Tymora, tal vez amparándose en la suerte legendaria que se suponía que proporcionaba su dios, se alzó de la mesa y se enfrentó al archimago.
—Quizá nadie en la ciudad pueda enfrentarse a vos ni a vuestra ambición —repuso el clérigo con voz calmada—, pero eso no significa que tengamos que beber con vos.
El hombre dio media vuelta y salió de la taberna. Una a una, fueron rechinando las sillas a medida que los demás clientes lo imitaron. Al poco rato, la sala estaba vacía, sólo quedaban Imzeel y sus empleados, contemplando al archimago con una mezcla de temor e incertidumbre.
Khelben Arunsun se acercó a la barra y el retumbar de sus zancadas provocó eco en la habitación desierta. Colocó una diminuta bolsa de cuero sobre la pulida madera.
—Lo siento, Imzeel —musitó con voz inexpresiva—. Acepta, por favor, esta bolsa. Espero que el dinero que hay en ella cubra tus pérdidas.
Un instante después, se había esfumado.
—¡Qué decepción! —exclamó Ginalee con fingida indignación. Le temblaba un poco la voz, pero el tono jocoso seguía intacto—. ¡Aparece y desaparece! Sin destellos de luces, sin nubes de humo ni colores, ni siquiera rastro de azufre. Tiene que haber brujos más interesantes en Thay, o eso he oído.
—Ginalee —intervino Imzeel con voz cansada—. ¿Por qué no te tomas el resto de la noche libre?