7

Los miembros de la expedición Música y Caos se levantaron antes del amanecer y, cuando aparecieron las primeras luces, se encontraban ya en pleno Bosque Elevado. Mientras viajaban rumbo al norte, el sendero se fue haciendo más estrecho hasta que se vio cubierto por completo por una profunda bóveda de hojas. A ambos lados del camino crecían gruesas mantas de helechos y el entresijo de raíces al descubierto alrededor de los árboles centenarios se veía cubierto de musgo aterciopelado. De vez en cuando, el camino discurría cerca de la corriente del Unicornio, cuyas aguas de un variopinto tono azul verdoso pasaban cantarinas por encima de las pulidas rocas. Incluso el aire parecía verde, porque la luz se filtraba a través de capas y capas de verdor, y la brisa llegaba hasta ellos impregnada del aroma de la menta silvestre, que según decían era la comida preferida de los unicornios. Danilo escudriñó las sombras en busca de ellos, pero transcurrió la mañana sin que tuvieran esa suerte y se quedó pensando que tal vez las criaturas mágicas presentían el peligro que portaban aquellos viajeros y se mantenían inteligentemente a distancia.

Danilo no olvidaba en ningún momento que el dragón era tan sólo uno de los riesgos de su misión. Aunque había dormido poco la noche anterior porque la memorización del difícil hechizo lo había mantenido despierto casi hasta el alba, el Arpista se mantenía alerta porque el peligro podía acecharlos en cualquier lugar.

El elfo de la luna era un compañero en el que Danilo no podía confiar, y haber descubierto que llevaba una hoja de luna no hacía más que incrementar su incertidumbre. No alcanzaba a comprender por qué Elaith portaba un recordatorio de su fracaso. De hecho, casi ninguno de los motivos del elfo le quedaban claros. Danilo no podía comprender por qué Elaith exigía sólo un cofre lleno de gemas del dragón. El elfo poseía una afición legendaria por los objetos mágicos, y con toda seguridad el botín de un dragón podía contener cosas mucho más interesantes para él que las joyas. A sus elucubraciones tenía que añadir Danilo la posibilidad real de que Elaith pudiese traicionarlo en cuanto hubiese conseguido lo que andaba buscando.

Los jinetes llegaron a un pequeño claro antes de que el sol llegara a su cenit y se pusieron a trabajar siguiendo las indicaciones de Elaith. Dos mercenarios montaron un campamento, mientras que Orcoxidado, el mejor arquero, se dedicaba a cazar un puñado de ardillas que parloteaba y correteaba por los robles centenarios. Pronto empezó a humear un caldero de cocido cargado de especias, y la leña para el fuego se roció con agua y hierbas para que el humo perfumado confundiera el aguzado sentido del olfato del dragón. Según había explicado Elaith, esa precaución la tomaban para asegurarse de que su presencia o la de Wyn en el claro no fuera descubierta. Como los elfos eran la comida favorita de los dragones verdes, los wyrms tenían gran habilidad en detectarlos por el olor y perseguirlos, y eso podía distraer al dragón del acertijo que pensaban plantearle. Acto seguido, el elfo envió a los mercenarios por un sendero estrecho bordeado de jóvenes abedules y que, a juicio de Elaith, era demasiado espeso para permitir el paso de un dragón desarrollado. Para sorpresa de Danilo, Elaith pasó las riendas de su corcel negro a Sarna, y ordenó a Orcoxidado que se llevara también los caballos de Wyn y de Balindar.

—Nosotros tres nos quedaremos cerca —anunció Elaith—. Balindar y yo para proteger mis intereses y el juglar para proporcionarnos la magia del canto hechizador si es necesario.

Danilo bajó la vista para observar al elfo, con sus ojos grises teñidos de frialdad.

—Eso no es lo que acordamos. No dejaré que pongas a Wyn en peligro.

—Si permaneces aquí discutiendo menudencias en vez de anunciar tus intenciones al dragón, nos pones a todos en peligro —replicó Elaith señalando el campamento—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará el dragón en darse cuenta de que hay viajeros por el bosque?

—Será mejor que hagas lo que él dice —convino Wyn dirigiéndose a Danilo—. Tiene razón con respecto al dragón. Haremos todo lo que sea necesario para recuperar ese pergamino.

El Arpista accedió con un tenso ademán y Balindar, junto con los dos elfos, se pusieron al amparo del viento en un grupo cercano de jóvenes abedules y helechos gigantescos. Morgalla ató flojo a los tres caballos que quedaban cerca de la vía de escape, y Vartain barrió a toda prisa con una rama de pino los rastros de pisadas del arenoso suelo del calvero.

Luego, se reunieron con Danilo junto al fuego. A todos los efectos, parecían tres viajeros que habían hecho una parada en el claro del bosque. Cuando todo estuvo listo, Danilo se situó sobre una roca cercana cubierta de musgo y empezó a ajustar las clavijas de su laúd.

—¡Empieza ya! —siseó Elaith desde su cercano escondrijo.

—Ese dragón tuyo nos va a traer un bonito cambio de ritmo —murmuró Morgalla a Danilo, mirando de reojo el escondite del elfo de la luna.

Danilo respiró hondo y empezó a entonar las estrofas de la Balada de Grimnoshtadrano, pero al final añadió una nueva estrofa que subrayaba sus exigencias.

—¿Y ahora qué? —preguntó la enana cuando hubo finalizado.

—Esperamos. De aquí a unos minutos, la cantaré otra vez.

Esperaron casi una hora y Danilo tuvo que entonar varias veces el reto antes de que su paciencia se viera recompensada.

Una criatura alada de grandes proporciones asomó de repente en el cielo sobre el calvero. Grimnoshtadrano sobrevoló la corriente del Unicornio, con sus enormes alas de murciélago replegadas para pillar la corriente de aire cálida que ascendía desde el río, y con sorprendente agilidad aterrizó en un montículo cercano para aproximarse al calvero a cuatro patas. Los tres aterrorizados caballos se soltaron de sus ataduras y salieron huyendo por el sendero, pero los jinetes apenas se dieron cuenta.

Danilo vio aproximarse al dragón con asombro y respeto. Nunca había visto uno con anterioridad, y Grimnoshtadrano no era la criatura legendaria que él se había esperado. Danilo siempre se había imaginado un dragón como un monstruo pesado, una presencia impresionante, mortal pero bastante poderoso. Muy parecido a su tío Khelben, ahora que pensaba en ello. Aunque Grimnosh era bastante corpulento, debía de medir casi veinticinco metros desde el hocico hasta la punta del rabo, poseía una gracilidad tan hermosa como increíble y su largo y esbelto rabo se movía en el aire en constante y sinuoso vaivén. El dragón avanzaba por el bosque tan silencioso como cualquier otra criatura, sus escamas no rechinaban como si fueran las versiones anfibias de una armadura antigua, y su superficie reflejaba toda la gama de colores verdosos del bosque. A medida que el dragón se aproximaba, Danilo se dio cuenta de que su colorido variaba en función de su entorno, y pronto descubrió que esos cambios los podía hacer a voluntad porque al entrar en el calvero las escamas se tornaron brillantes como piedras preciosas para imitar tonos de esmeraldas, jades y malaquitas. «Joyas de la corona», pensó Danilo, y supo que la analogía cuadraba con la criatura.

Una vez que Grimnoshtadrano se hubo introducido en el claro, empezó a caminar en círculos alrededor de los tres aventureros como un lobo al acecho, examinándolos. Sus ojos lucían un tono verde dorado, estaban partidos por la mitad por pupilas verticales y brillaban con una inteligencia fría y extraña.

—¿Y bien? —inquirió el dragón. Su voz era profunda, un rugido inhumano que recordó a Danilo la reverberación de un timbal. Tras dejar el laúd a un lado, el Arpista se puso de pie e hizo una profunda reverencia.

—Saludos, noble Grimnoshtadrano. Soy Danilo Thann de Aguas Profundas, Arpista y bardo, y éstos son mis compañeros, trovadores los dos. Sabéis lo que deseamos gracias a las palabras de mi canción.

—Esta pequeña fruslería, según creo. —Grimnosh se puso en cuclillas y con una de las garras delanteras sacó una bolsa grande que le colgaba de un cuerno y, de dentro, extrajo un rollo de pergamino. Lo colocó en el suelo, frente a él y, luego, colocó en un lado un diminuto cofre dorado. Con la punta de la cola abrió el pestillo y, al alzar la tapadera, quedó al descubierto un montón de centelleantes gemas—. ¿Estáis dispuestos a ganaros esto?

—Mi talento no alcanza para acertijos —comentó Danilo—. He traído conmigo un oponente más valioso.

Vartain se puso de pie, con la cabeza calva muy erguida.

—Soy Vartain de Calimport, un maestro de acertijos versado en la tradición Mulhorand. He viajado desde la sureña ciudad de Shaar hasta Aguas Profundas, desde las occidentales tierras de las Moonshaes hasta las tierras de Rashemen, recopilando acertijos y adivinanzas de un centenar de reinos. Gracias a esos viajes, he conseguido reunir una colección de tres volúmenes de acertijos guardados en la biblioteca del Alcázar de la Candela. He estudiado lenguas tanto modernas como ya olvidadas, estas últimas para poder sumergirme en las riquezas de las épocas antiguas. Como una vida activa ofrece también rompecabezas, he ayudado en las causas de multitud de afamados exploradores y aventureros, pero la modestia me impide nombrarlos a todos.

—Lo comprendo —convino el dragón, con un deje de sarcasmo en su resonante voz—. Bienvenido al bosque, Vartain de Calimport. No me sucede a menudo que me ofrezcan la posibilidad de retar a alguien como vos. Si me dejáis un minuto para pensar, os ofreceré una adivinanza digna de vuestro talento.

—Primero, gran Grimnoshtadrano, permitidme mencionar mi propia recompensa —añadió Vartain, ante las miradas de incredulidad de Danilo y Morgalla—. Deseo recuperar cierto artefacto elfo que fue visto por última vez en Taskerleigh.

El dragón soltó un bufido.

—Demasiado tarde. Lo cambié por una canción, si os interesa saberlo, pero no fue un cambio muy ventajoso, considerando que vosotros tres sois los primeros que respondéis a ella.

—¿A quién, si puede saberse?

—Cada cosa a su tiempo, si no os importa —replicó Grimnosh—. Os daré esa información como recompensa si sois capaces de responder a mi acertijo. ¿De acuerdo?

Vartain inclinó la cabeza con apostura. El dragón tamborileó con las garras sobre su mandíbula cargada de colmillos y el tintineo metálico produjo un sonido mortificante. Al final, Grimnosh se aclaró la garganta, exhalando al hacerlo una nube de gas apestoso que olía a huevos podridos, y pronunció su adivinanza:

El reino del rey Khalzol desapareció hace tiempo.

Cuatro pasos te llevarán hasta su entierro:

El primero antecede a lo que se nombra,

en el segundo no existen sombras,

el tercero es eterno.

Decidme dónde está el sueño.

—Y ahora, dime, ¿por qué los súbditos del rey Khalzol lo enterraron en un ataúd de cobre?

El silencio se impuso en el calvero durante largo rato. Danilo le dio un codazo al maestro de acertijos y se acercó a su oído.

—Porque estaba muerto… —susurró sotto voce.

Vartain lanzó una mirada asesina al joven.

—Deja estos asuntos en mis manos —siseó en un tono feroz antes de volverse hacia el dragón—. Este jeroglífico es un clásico y se compone de varios acertijos encadenados cuyas respuestas nos dan la solución —anunció en voz alta—. Es un jeroglífico elegante, a buen seguro, y desconocido para mí. De todas formas, he aquí la respuesta:

»¿Qué antecede siempre a lo que se nombra? El artículo, por supuesto. Y el artículo por excelencia debe de ser el masculino el. Decidme un lugar donde no existan sombras…, un lugar sin vegetación, yermo y desprovisto de cualquier tipo de vida: un páramo. Tenemos, pues, dos acertijos solucionados. Nos falta el tercero, pero cierto es que lo eterno se nos antoja siempre interminable. Así, concluimos que la resolución al enigma es: el páramo interminable. Porque junto al Páramo Interminable se alzan las montañas de Cobre. Por supuesto, el material del ataúd es la clave que confirma que la respuesta es correcta. —Vartain se quedó en silencio con la barbilla alzada y pose expectante.

El dragón se examinó las zarpas con aire satisfecho.

—Pensé que ibais a decir eso —rugió.

Vartain alargó el brazo para coger el pergamino pero el dragón ahuyentó la mano del hombre con un meneo de su cola.

—Los humanos tenéis siempre tanta prisa… —se mofó—. La respuesta a la pregunta de por qué sus súbditos enterraron al rey Khalzon en un ataúd de cobre es más simple de lo que crees y lamento decir que la razón no tiene nada que ver con el lugar donde está su tumba. Lo enterraron, querido maestro, «porque estaba muerto».

—Y no era el único —musitó la enana.

—Pero hablando con propiedad, su rompecabezas no era un acertijo —protestó Vartain en tono ofendido—. ¡Era una adivinanza!

Morgalla soltó un bufido, exasperada.

—Era una adivinanza —remedó suavemente—. Quedará muy bonito en tu lápida, si queda alguien para esculpirlo.

Con dos garras el dragón alzó a Vartain por la parte de atrás de la túnica. Se quedó mirando pensativo al maestro que pendía colgado en el aire y luego, con los nudillos de la garra que le quedaba libre le acarició la calva como quien pule la piel de una manzana. El efecto fue escalofriante, la intención obvia.

—¡Espera! —gritó Danilo, antes de plantear con rapidez el segundo reto—. Si no conseguís responder al acertijo que os voy a decir, nos dejaréis marchar a todos, con el pergamino como única recompensa. Pero si lo acertáis, me quedaré aquí como sirviente vuestro hasta el final de mis días.

—Mmmmn, sería bonito tener un músico a mano —musitó Grimnoshtadrano. Sostuvo a Vartain lo más alejado que le permitía la longitud de su pata y lo examinó. El vientre en forma de caldero y las piernas arqueadas y escuálidas del maestro le conferían la dignidad y el atractivo de una rana cautiva—. Y, además, éste parece poco apetecible. —El dragón soltó a Vartain, que desapareció con un gruñido tras un espeso matojo de helechos.

—El acertijo es en forma de canción —empezó Danilo mientras cogía el laúd.

—¿De veras? ¡Qué divertido! —Grimnosh se sentó como si fuera un gatito desvelado, apoyando su enorme cabeza sobre una de sus patas delanteras—. Soltadlo ya.

Danilo empezó a entonar los primeros compases del hechizo musical que Khelben le había dado, con la esperanza de que surtiera efecto antes de que el dragón reconociera el engaño. Y también confiaba en que funcionara. Había practicado el acompañamiento con el laúd, aprendido la melodía y memorizado las palabras antiguas, pero no se había atrevido a combinarlas hasta ese momento.

Cuando tocó la primera nota, una ola de poder pareció recorrer su cuerpo y acabó fluyendo con la melodía. Aunque Danilo no podía decir con exactitud de dónde procedía, el contacto con la magia le resultaba extrañamente familiar. Tuvo la curiosa sensación de que había estado siempre en sus canciones favoritas, como una sombra que se empeñaba en desvanecerse por el rabillo del ojo. Un torrente de hilaridad le acometió mientras cantaba y tocaba y tuvo una sensación de satisfacción más profunda de lo que había sentido en su vida.

El efecto sobre el dragón fue igualmente profundo. Sus enormes ojos dorados adquirieron una expresión soñadora y distraída. La larga cola seguía moviéndose pero el complejo diseño de sus balanceos se fue simplificando hasta convertirse en un sencillo vaivén y acabó moviéndose al compás de la música como si fuera una lánguida cobra que bailara al son de un encantador de serpientes de Calashite.

Cuando Danilo pensó que el dragón estaba debidamente embrujado, hizo un gesto de asentimiento a Morgalla, que avanzó, llena de excitación, para tirar del pergamino que había quedado debajo del codo del dragón.

¡Demasiado pronto! Un profundo rugido emergió del interior de la garganta del dragón mientras forcejeaba internamente para librarse del hechizo. Morgalla reculó con lentitud mientras Danilo seguía cantando. Por un momento, pensó que el dragón volvería a asentarse.

Pero de repente se agitó el matojo de helechos y asomó la cabeza de Vartain. El maestro de acertijos parecía perplejo y se balanceaba como un pimpollo en mitad de un vendaval. Grimnosh empezó a estremecerse y sacudirse como si lo hubiesen despertado de un sueño profundo. Su cola interrumpió el balanceo rítmico y empezó a oscilar de forma agitada.

—Apartaos, locos —espetó Elaith desde su escondite.

Antes de que pudiesen responder, Grimnosh enfocó la vista y sus ojos destilaron malevolencia al tiempo que se hinchó su pecho cubierto de escamas mientras cogía aire. Vartain se colocó la cerbatana en los labios e hinchó los carrillos. Un bote diminuto salió proyectado directo hacia el dragón y desapareció en la terrible mandíbula en el preciso instante en que el dragón abría la boca para atacar.

El resultado fue inmediato y espectacular. Una explosión estalló en el calvero, ahogó el fuego del campamento y arrancó hojas de los árboles cercanos. La fuerza de su impacto arrancó el laúd de manos de Danilo e hizo que diera tumbos por el suelo. El hombre se esforzó para ponerse de pie, incapaz de oír otra cosa que aquel doloroso zumbido en los oídos. Cuando se le aclaró la visión, vio al sorprendido dragón tumbado de espaldas junto a los restos de la hoguera. La lengua le caía por la comisura de su boca abierta y las escamas color dorado que cubrían su abdomen brillaban a través de las volutas de humo que se iban disipando. El Arpista tosió y sacudió las manos para despejar el humo apestoso, antes de echar una ojeada en busca de sus compañeros.

Su primer pensamiento fue para Morgalla pues era ella quien más cerca estaba del dragón, pero no tenía que inquietarse porque la enana estaba ya en pie, con el pergamino sujeto con gesto triunfante y una ancha sonrisa en los labios. Se alejó a toda prisa del calvero con Elaith y Wyn pisándole los talones. Balindar avanzaba con más lentitud, un poco tambaleante y apretándose los oídos con las manos.

Danilo miró a su alrededor en busca de Vartain. El maestro de acertijos había caído de bruces entre los helechos y la cúpula bronceada de su calva era apenas visible entre el pisoteado follaje. El Arpista cogió a Balindar del brazo e hizo un gesto en dirección al maestro inconsciente. El hombre fornido miró a Vartain, frunció los labios y sacudió la cabeza. Danilo se sacó un anillo de ónice del dedo y lo tendió al mercenario, antes de señalar de nuevo. Con una sonrisa, Balindar se apoderó del anillo y, antes de seguir a los demás, se cargó a Vartain al hombro.

Danilo fue el último en abandonar el claro. Alzó el laúd y se pasó la correa por encima del hombro, antes de contemplar al estupefacto dragón. El enorme pecho de Grimnosh se alzaba y caía a un ritmo ligero pero regular. Todo su instinto indicaba a Danilo que tenía que salir huyendo de inmediato, pero el trato que acababa de cerrar con Balindar lo forzaba a considerar ciertas cosas, así que se acercó al dragón, cogió el cofre y lo introdujo en su bolsa mágica. El botín desapareció sin dejar rastro y él echó a correr por el sendero, con el laúd balanceándose a ambos lados al compás de sus zancadas.

La expedición de Música y Caos se reagrupó a casi dos kilómetros de distancia. Los tres caballos desbocados habían sido capturados y tranquilizados cuando Dan llegó, y Vartain se recuperó gracias a repetidas dosis de rivengut que Sarna le daba de un frasco. El rostro de Morgalla se veía cubierto de polvo y magulladuras, pero no parecía que la enana tuviese ninguna herida de consideración.

Dan sacudió la cabeza, perplejo, y se sentó en una enorme roca a su lado. Luego, le pasó el brazo por los vigorosos hombros y le dio un abrazo.

—Gracias a la Forja Eterna que eres enana —murmuró, cogiendo prestado el término de la mitología de su propia gente.

—Te aseguro que yo también lo digo —respondió Morgalla con un guiño—. En voz alta y a menudo.

El último haz de plata del crepúsculo se esfumó tras el mar de las Espadas, y en el distrito de los Muelles de Aguas Profundas los tratos mercantiles se tornaron tan oscuros y misteriosos como el mar que había detrás. Aquéllos que conocían la ciudad y deseaban ver salir el sol a la mañana siguiente sabían qué callejones evitar y qué tabernas servían peligros junto con cerveza aguada. Por eso, la patrulla de vigilancia asignada al extremo más meridional del muelle se sorprendió al encontrar un amplio y ruidoso grupo de mercaderes apiñado en la esquina de la calle del Malecón con la calle del Muelle.

—¿Hay algún problema? —preguntó la dirigente de la patrulla con toda la educación que pudo, teniendo en cuenta que intentaba hacerse oír por encima del estruendo de tres docenas de voces enojadas.

—¡Creo que sí! —El interlocutor era Zelderan Guthel, el cabecilla del Consejo de Granjeros y Tenderos, y sus palabras parecieron calmar un poco los ánimos de la multitud. Entre otras ocupaciones, el gremio alquilaba sus almacenes para mercaderes de todo tipo. La enojada multitud se congregaba ante un gran almacén de piedra y madera construido para abastecer la ciudad de cereales en invierno. Fuera de temporada, se utilizaba para guardar las mercancías exóticas que se fabricaban o importaban para la venta en la Fiesta del Solsticio de Verano.

—¡Esto es una instalación pública, y protegerla es responsabilidad de la ciudad! ¿Qué se supone que intentan hacer? —Un rabioso coro de murmullos acompañó la pregunta del jefe del gremio.

La capitana se rascó la barbilla.

—¿Hacer? Esta zona está bien patrullada. ¡Revisamos este almacén casi cada treinta minutos!

—Pues el que vació el lugar tardó menos que lo que se tarda en servir un cocido —rezongó un enano con el delantal manchado de cerveza—. Mi taberna tenía más de un centenar de barriletes de aguamiel ahí almacenados. La ciudad debería hacer algo al respecto, ¡es todo lo que tengo que decir!

—Siempre lo hacemos. —La capitana cogió un cuaderno pequeño y una pluma de su bolsa—. Haré un informe completo —prometió, y empezó a apuntar el nombre del enano y las pérdidas.

Aparecieron otros por detrás y empezaron a recitar listas de objetos perdidos al tiempo que exigían que se tomaran medidas. En cuestión de minutos, los cuatro miembros de la patrulla de vigilancia quedaron fuera de la vista, rodeados por una airada multitud de mercaderes que se peleaba por presentar su informe. Según todas las apariencias, la multitud no tenía intención de apaciguarse.

El repiqueteo de los cascos de los caballos resonó por las callejuelas cercanas mientras los refuerzos acudían desde otros puestos. El primer vigilante que llegó al lugar alcanzó a ver el destello verde y dorado de una cota de malla en mitad de la enfurecida multitud, y dedujo lo que parecía una conclusión razonable. Blandiendo una gruesa porra en la mano, cabalgó en mitad de la multitud, golpeando a diestro y siniestro para abrir un camino por el que pudiese escapar la acorralada patrulla.

Los mercaderes recularon y dejaron al descubierto a los cuatro miembros de la patrulla regular. La capitana de la patrulla «rescatada» se quedó mirando al vigilante presa de horror e incredulidad. En sus manos sostenía no un arma, sino un cuaderno y una pluma.

El silencio que se abatió sobre la masa de gente fue profundo e incómodo. El posadero enano de la taberna fue el primero en romperlo.

—La ciudad debería hacer algo, es todo lo que tengo que decir —murmuró, acariciándose un chichón que tenía en la frente producto de la porra del vigilante.

Las olas rompían contra la superficie de madera y rociaban el aire con agua salada. Lucía Thione dio un brinco hacia atrás para que no se le estropeara la falda de seda.

—¿Dónde estará ese Hodatar? —preguntó irritada.

—Es de fiar —le aseguró Zzundar Thul mientras miraba de soslayo los esbeltos tobillos que había dejado al descubierto el rápido movimiento de la mujer. Zzundar, un marino hijo de marino, tenía la tez bronceada y el cuerpo corpulento gracias a su trabajo, pero era rápido como el que más para reconocer y apreciar a una verdadera dama. En opinión de Zzundar, de todos los privilegios de que había disfrutado como cabecilla del gremio de marinos, este encuentro con lady Thione encabezaba la lista. Como próspera mercader y organizadora de caravanas, formaba parte de la cofradía y se acababa de convertir en su contacto con los tritones que ayudaban a mantener limpia la bahía. Con ese propósito había acudido ella a la cofradía y Zzundar se sentía agradecido por disponer de una excusa para acompañarla hasta los muelles, aunque no era el lugar romántico que él habría elegido.

De hecho, el muelle no era más que un enorme aljibe que daba paso a un pasadizo que desembocaba en el mar desde los bajos de la cofradía. Los solitarios tritones preferían tratar con el menor número posible de humanos y ese lugar les resultaba muy cómodo.

La superficie del agua se rizó y acabó abriéndose para dar paso a una cabeza reluciente y bien afeitada. El tritón salió a medias del agua, apoyó el peso de su cuerpo en los codos y alzó una mirada de insolencia hacia la dama.

—Tengo noticias —espetó con brusquedad—. Esta noche han sido atacados varios barcos con destino a Aguas Profundas. Uno cayó en manos de piratas, dos más fueron atacados por monstruos marinos. En ninguno de ellos hubo supervivientes. —El tritón relacionó con rapidez los nombres, los propietarios y los puertos de origen de cada uno de los barcos, información que su gente había recogido de los restos de los naufragios.

—¿Y los cargamentos? —inquirió lady Thione.

—Perdidos.

Zzundar palideció bajo su rostro bronceado.

—¡Las embarcaciones que has nombrado traían suministros para la Feria de Solsticio de Verano! ¿Dices que no se ha salvado nada?

—Hicimos lo que pudimos —repuso Hodatar con frialdad, aunque la irritación que sentía se tradujo en una ligera agitación de sus fosas nasales.

—Estoy segura de que sí —se apresuró a intervenir Lucía para apaciguarlo. De hecho, se sentía incómoda ante el tritón. Granate lo había descrito como un ser cooperador, o al menos respetuoso, pero a Lucía le desagradaba la expresión altiva y codiciosa de sus diminutos ojos verde mar. Se interrumpió como si algo hubiese atraído su atención—. ¿Qué es ese bullicio en las calles, Zzundar? ¡Ah, qué imprudente he sido por acudir aquí sola y a estas horas! —se lamentó mientras alzaba sus enormes ojos negros para observarlo.

El marino frunció el entrecejo mientras se esforzaba por captar los sonidos que habían inquietado a la dama. Al final alcanzó a oír el lejano rumor de voces y jinetes.

—No se preocupe, iré a echar un vistazo y regresaré enseguida —se ofreció mientras le palmoteaba el brazo para darle confianza. Su protector se apresuró a subir la estrecha escalera de madera en forma de caracol que ascendía hasta la calle y, al cabo de unos minutos, el cierre de la pesada trampilla de madera resonó en todo el sótano.

—Por fin —bufó Lucía con aspereza. Cuando se giró para observar al tritón, toda la dulzura había desaparecido de su rostro—. ¿Qué noticias hay de la mercancía?

—Almacenada en Las Barbas de Ballena —respondió Hodatar—. Salvo la parte de los piratas, claro.

—¡Te dije que la llevaras a Orlumbor! —protestó—. Tengo agentes en esa isla que podrían ocuparse de la mercancía. ¡En Las Barbas de Ballena no hay más que colonias de focas y rocas!

El tritón se encogió de hombros, indiferente a su estallido de cólera.

—Lo que no pueda vender a los ruathym, lo enviaré al sur en reducidas expediciones hasta Alarón. Allí tengo contactos con mercaderes de las Moonshaes. Su parte será al menos un tercio del valor de mercado de la mercancía en Aguas Profundas.

—Debería ser un porcentaje más alto —le espetó Lucía—. Sin la información que os di, vuestros piratas no habrían sabido cuál iba a ser la ruta comercial y no habrían podido asaltar los barcos.

—La información es muy valiosa —convino el tritón en tono furtivo—. Me pregunto qué pagaría Zzundar por saber que esos barcos desaparecieron siguiendo vuestras instrucciones.

Los ojos oscuros de Lucía se entrecerraron.

—Eres muy ambicioso, Hodatar —comentó mientras cogía una diminuta bolsa de seda de entre sus ropas y la balanceaba ante los ojos del tritón—. ¿No te parece suficiente recibir pagos tanto de mí como de la ciudad de Aguas Profundas?

Hodatar le arrebató la bolsa y desató ansioso la cinta. Sonrió con satisfacción mientras acariciaba los extraños componentes de hechizos que había solicitado como pago.

—La magia no es barata, y es una rareza bajo el mar. En cuanto aprenda a utilizarla, ¡seré capaz de dominar reinos que sobrepasarán con creces aquéllos que los más ambiciosos conquistadores de tu mundo podrían soñar!

Lucía fingió un bostezo y tamborileó con la punta de los dedos sus delicados labios.

—No seas aburrido, Hodatar. Los futuros reyes de los peces no se inclinarán ante el chantaje —lo reprendió, disimulando la burla bajo un tono de elegancia—. Pero Granate me ha dicho que has sido un buen aliado y desea verte triunfar en tus estudios de magia porque, como hechicero, nos serás más útil en nuestra causa. Tengo un talismán que incrementará el poder de tus hechizos. —Se metió la mano en un bolsillo, pero de repente se detuvo y se mordió el labio inferior, fingiendo haber hablado sin pensar y estar ahora reconsiderando su decisión—. De todas formas, sería peligroso en manos de una persona inexperta —añadió precipitadamente.

—Un riesgo que aceptaré gustoso —accedió el tritón antes de zambullirse en el agua, y, con un veloz gesto de su cola, salir a la superficie.

Lucía Thione lo esperaba preparada. Extrajo a toda prisa una daga curva del bolsillo y la hundió en el vientre de la criatura, atravesando escamas y carne como si estuviera destripando una trucha. Hodatar cayó pesadamente sobre la superficie de madera boqueando por la impresión y el dolor mientras intentaba sujetar sus despanzurradas entrañas.

La dama contempló los estertores mortales del tritón con expresión impasible. Cuando el traidor Hodatar se quedó inmóvil, se arrimó al agua y salpicó el vestido con el líquido salobre. Después, se alborotó el pelo con los dedos hasta convertir los elegantes tirabuzones en un amasijo de rizos castaños. Al final, cogió la bolsa de las monedas y desparramó un puñado por el suelo para aparentar que el tritón había intentado robarle y había muerto en la contienda.

Cuando regresó Zzundar, la dama se tiró en sus brazos y empezó a balbucir que ella no deseaba matar a Hodatar. Se puso a llorar con el rostro oculto en el amplio pecho del marino, permitiendo que él le acariciara el pelo y le murmurara fútiles tópicos sobre los dioses, el destino y el derecho de cualquier mujer a protegerse de ladrones y maleantes. Tras dejar que transcurriera el rato apropiado, alzó la vista hacia Zzundar y, tras esbozar una fugaz sonrisa de agradecimiento, murmuró envuelta en lágrimas que no deseaba estar sola aquella noche.

Como Lucía había supuesto, el marino estaba demasiado complacido por el súbito giro en los acontecimientos para poner en tela de juicio su historia, ni para pensar siquiera en preguntarle cómo sabía ella que una fuerte corriente subterránea provocada por la marea de la mañana arrastraría el cuerpo hasta lo más profundo de la bahía.

El propio Hodatar se lo había contado a Granate, y la misma Lucía había comprobado la teoría con el cuerpo de la doncella de Larissa Neathal. Zzundar no era el único miembro de la cofradía fascinado por la elegante belleza de Lucía y había sido relativamente fácil conseguir acceso al muelle para dos agentes de los Caballeros del Escudo. Por supuesto, había pagado a aquel hombre con una moneda menos personal que la que estaba ahora utilizando para enredar a Zzundar.

Miró de soslayo al marino y contuvo un suspiro. No era reacia a utilizar sus encantos y su belleza para conseguir sus objetivos, pero le producía amargura tener que recurrir a ellos para contribuir a la venganza personal de Granate contra Khelben Arunsun. Mientras salía de la cofradía acompañado de Zzundar, Lucía no pudo evitar preguntarse qué más cosas le exigiría la hechicera semielfa.