Después de dejar a George Barnes en la estación el domingo anterior, me dejé caer por la casa de Amy Mason. Sabía que lo mejor sería explicar que sólo había estado bromeando ante Barnes: que no tenía intención de dejar que acusaran a Ken Lacey de la muerte de los dos chulos. Pero por la forma en que saltó sobre mí en el instante mismo de aparecer, apenas si tuve oportunidad de decir nada.
—¡Te lo advertí, Nick! —me soltó—. ¡Te advertí que no lo hicieras! ¡Ahora tendrás que pagar las consecuencias!
—Un momento, cariño —dije—. ¿Qué…?
—Voy a enviar un telegrama al gobernador, eso es lo que voy a hacer. ¡Esta misma noche! ¡Y voy a decirle quién mató realmente a aquellos dos… hombres!
—Pero, Amy, yo no…
—Lo siento, Nick. Nunca comprenderás mi tristeza. Pero voy a hacerlo. No puedo consentir que cometas un asesinato que conozco de antemano, y acusar al comisario Lacey lo sería.
Me las ingenié por fin para que me escuchase, y pude decirle que ni se me había ocurrido incriminar a Ken.
—No ha sido más que una broma. ¿Entiendes? Me camelé a Barnes y se llevó un buen chasco.
—¿Eh? —me miró severamente—. ¿Me lo dices en serio?
—Pues claro que sí. Tendrías que haberle visto la cara cuando le dije que había visto con vida a los chulos al día siguiente de estar Ken en aquel sitio.
—Bueno…
Aún sospechaba un poco, no del todo convencida de que no tuviera ningún plan para incriminar a Ken sin meterme en líos. Hasta que acabé por perder un poco la paciencia y le dije que no era muy halagüeño que dudase de mi palabra cuando no tenía ningún motivo para ello.
—Lo siento —me sonrió y me dio un beso rápido en la mejilla—. Te creo, querido, y voy a decirte otra cosa. Si yo detestara al comisario Lacey como tú, probablemente también querría matarle.
—¿Detestarle? —dije—. ¿Qué te hace pensar que le detesto?
—Vamos, cariño, pero si se te ve a la legua. ¿Qué te ha hecho para que le guardes ese rencor?
—Pero si no le guardo ninguno —dije—. O sea, no le tengo ningún odio. Es decir, no importa lo que yo sienta por él. Él es como es, ya sabes; son las cosas que hace a los demás. Yo… bueno, es difícil de explicar, pero… pero…
—No tiene importancia querido —dijo riéndose y besándome otra vez—. No vas a hacerle nada y eso es lo que importa.
Pero aquello no terminó allí, ¿os enteráis? Ni por pienso. Yo habría jurado que jamás había tenido inquina a nadie, ni la sombra más remota de rencor. Y de haber sentido alguna vez el leve escrúpulo de un pequeño disgusto, no habría sido éste el factor motivador de mis actos.
Esto era lo que yo creía, por supuesto, hasta que Amy fue a decir lo que había dicho. Y a la sazón estaba un poco como preocupado. Podía olvidarse de Ken Lacey porque no iba a emprender nada contra él. Pero los demás, bueno, todos formaban parte del mismo tinglado, ¿no? Y si se me había visto soltar sapos y culebras contra Ken, era posible que hubiera hecho lo mismo respecto de los otros.
Y quizá, teniendo en cuenta lo que iba a hacer, las personas de quienes me iba a ocupar…
Pero consideré que había que hacerlo. Había que hacerlo y no tenía otra alternativa.
Deseaba que las cosas terminaran; yo soy un tipo sufrido, si se me permite decirlo. Pero ellos no pensaban igual.
Rose llamaba a Myra todos los días e insinuaba que necesitaba que le hiciera esto o aquello. Y Myra no hacía más que azuzarme para que fuera e hiciera lo que Rose quería (que no era lo que creía Myra). Y Amy insistía en que no podía ver a Rose más que una sola vez: una sola y se acabó. Y a Lennie le había dado por seguirme y espiarme. Y…
Y por fin fue sábado por la noche, la noche pasada, y ya no podía más. ¡Todos se lo estaban buscando! Y como dice ese Santo Libro, busca y encontrarás.
Serían las ocho de la noche, aproximadamente una hora después del crepúsculo.
Yo corría por los algodonales, medio agachado, cosa que no me ocultaba demasiado porque las plantas eran de escasa altura. Cualquiera podía verme a la luz del anochecer sin que hiciera falta que estuviese cerca. Y eso era lo que quería.
A Lennie no le gustaba andar. Por lo general no salía de los límites del pueblo. Había sido todo un trabajo de astucia el conducirlo hasta la casa de Rose.
Salí del algodonal y corrí hacia el edificio. Por el rabillo del ojo pude ver que Lennie se incorporaba en el plantío. Y que me miraba boquiabierto mientras llegaba a la casa y llamaba a la puerta. Pensaba realmente que me tenía atrapado, Lennie digo; que nos tenía atrapados a Rose y a mí. Como me había visto acercarme subrepticiamente a la casa de noche, no tardaría en acercarse a espiar un poco. Y luego volvería al pueblo con un buen cuento que contar a Myra. Una historieta realmente sabrosa acerca de su marido y su mejor amiga.
Que era precisamente lo que yo quería.
Que era precisamente lo que yo había planeado.
Lennie iba en busca de algo que contar a Myra, cojonudo, pero iba a ser mucho peor de lo que se imaginaba.
—Nick… —Rose abrió la puerta—. ¿Qué…? ¿Dónde has estado? ¿Por qué no has venido estos días?
—Luego. —Me colé en la casa y cerré la puerta. La besé, manteniéndole la boca cerrada hasta que supe que estaba dispuesta a escuchar—. No he podido venir antes, querida, porque he estado elaborando un plan. Es para desembarazarse de Myra y de Lennie, ya he dado el primer paso y ahora necesito de tu ayuda. Así que aquí me tienes pidiéndotela. Si no quieres prestármela, dilo, nos olvidaremos de que podemos librarnos de ellos y seguiremos como hasta ahora.
—Pero… bueno, ¿qué…? —Deseaba colaborar, pero estaba confusa y aturdida. Yo había hablado muy aprisa, haciendo como que estaba excitado y atropellándome al decirlo, de manera que obtuve su consentimiento aunque mantenía el ceño fruncido y se preguntaba qué coño sería todo aquello.
—Bueno, olvídalo —dije dirigiéndome a la puerta—. Olvida lo que te he pedido, Rose; siento haberte molestado.
—¡Eh, espera! ¡Espera, querido! —me sujetó—. Solo me preguntaba qué… por qué… pero lo haré, cariño. ¡Dime de qué se trata!
—Quiero que esperes un par de minutos —dije—. Luego quiero que saltes y cojas a Lennie y…
—¡Lennie! —dio un boqueo asustado—. ¿Está…?
—Me ha seguido hasta aquí. Le incité a que lo hiciera porque es parte del plan. Le cogerás, le meterás dentro y entonces le dirás lo que voy a decirte.
Le dije lo que tenía que decir, la esencia, vamos. Se puso pálida y se me quedó mirando como si me hubiera vuelto loco.
—¡Ni… Nick! ¡Eso… eso es absurdo! ¡No podría…!
—Claro que es absurdo —dije—. Tiene que ser absurdo, ¿no te das cuenta?
—Pero… bueno… —dijo, entornando los ojos un tanto—. Sí, ya entiendo cómo… pero, Nick, cariño, ¿y lo demás? ¿Cómo va…?
—No tengo tiempo de explicártelo —dije—. Tú encárgate de Lennie y ya te lo explicaré todo después.
Me volví y fui al dormitorio, pareciendo que daba por supuesto, ya me entendéis, que Rose iba a hacer lo que le había dicho.
Se quedó donde estaba durante unos instantes, temblorosa e insegura. Frunciendo el ceño y acaso un poco asustada. Dio un paso hacia el dormitorio para hacer como que me llamaba. Entonces se dio la vuelta repentinamente, abrió la puerta y se lanzó al exterior.
Oí ruidos apagados de carreras. El rápido trepidar de pasos en el barro duro del patio. Oí un grito cuando Rose cogió a Lennie, y luego el parloteo y las risas tontas de éste mientras ella lo metía a rastras en la casa. Un poco divertido, pero también algo asustado.
Fueron a la cocina. Yo me mantuve escondido, escrutando y escuchando.
—Muy bien —dijo Rose, sus ojos todo veneno mientras miraba a Lennie—. ¿Qué estabas haciendo ahí escondido?
Lennie rió, sonrió con satisfacción y se llevó las manos cruzadas a la boca. Entonces dijo que yo y Rose estábamos atrapados.
—Espera y verás cuando se lo cuente a Myra. ¡Lo he visto! ¡He visto a ese cuco de Nick! ¡Ha venido a escondidas para hacer contigo cosas feas!
—¿Te refieres a joder? —dijo Rose—. ¿Por qué dices que joder es feo?
—¡Oooh! —Lennie señaló a Rose con un dedo tembloroso, sus ojos abiertos como bandejas—. ¡Lo hacéis, lo hacéis! ¡Ahora si que estáis cogidos! Voy a decir a Myra…
—¿Y crees que le va a importar? —dijo Rose—. Tú jodes siempre con Myra, ¡y no me digas que no, cara de cretino! ¡Por eso te has quedado tonto, por jodértela tanto! ¡Se la has metido tantas veces que se te han descentrado los cojones y el culo!
Estuve a punto de romper a reír.
¡Ay, Rose! ¡No había ninguna como ella, me cago en la leche! En menos de un minuto había aturdido tanto a Lennie que éste no habría encontrado su propia cabezota aunque le hubieran colgado un cencerro.
Volvió a señalarla con el dedo, temblando de pies a cabeza. Y se frotó los ojos con la otra mano mientras empezaba a balbucir.
—¡Es mentira! ¡Es mentira! ¡Nunca he hecho eso y…!
—¡Una mierda no lo has hecho! ¡Tú no eres su hermano, eres su amante! ¡Por eso te aguanta, porque le das gusto en el chocho! ¡Porque tú no tienes freno y ella es una viciosa!
—¡No es verda! ¡No es verda! Eres… eres… una cuentista desgraciada…
—¡No me mientas, bastardo cabrón! —Rose sacudió el puño ante la cara de Lennie—. ¡He visto cómo se la metías! Subí por una escalera de los pintores y miré por la ventana y, maldita sea, estabas dándole y dándole como un tambor. ¡Le castigabas tanto el conejo que parecía que te ibas a colar dentro!
Bueno, en fin. Aquello era mejor que en el circo. Y demostró lo que podía hacer un tipo cuando realmente se lo proponía.
Allí teníais una cosa tan normal y cotidiana como la fornicación, que, como decía aquél, puede que sea un placer efímero. Pero si te ponías a pensar en ello, ya me entendés, y empezabas a dar vueltas y más vueltas entre la gente buena, o la mala, según el punto de vista, bueno, que os salía algo la mar de insólito. Pues algo parecido era lo que pasaba allí.
Un alboroto de carcajadas: y el medio de conseguir que cierta gente se quite de en medio cuando no hay forma de hacerlo uno mismo.
—¡Se lo diré a Myra! —balbucía Lennie—. ¡Le diré lo que has dicho de ella, todas las cosas feas que…!
—¿No te jode? —dijo Rose, como si dijera «¿no te digo?»—: Tú me quieres comer el coño —como si dijeras «tú me quieres comer el coco»—. Lo mejor será que tú y Myra dejéis de jugar a meterla y sacarla, muchacho, porque si no se te va a secar el seso igual que las pelotas.
—¡Se lo voy a decir a Myra! —gimió Lennie, dirigiéndose a la puerta—. ¡Ya sabes la que te espera!
—Dile que ella podrá tener un aguiero, pero que tú no tienes un árbol —dijo Rose—. Dile que le harás cosquillas en la raja si se pone a silbar el Old Black Joe.
Y dio a Lennie un empujón. Lennie salió despedido por la puerta, cruzó el porche y aterrizó de bruces en el patio.
Se levantó, parloteando y frotándose los ojos. Rose le soltó una última perorata, acusando a ambos de un montón de animaladas. Los tacos que soltó me sentaron como una punzada dolorosa. Lo que había dicho hasta el momento era un cumplido comparado con aquello.
Volvió a entrar y cerró de un portazo. La abracé y le dije que lo había hecho de maravilla.
—Qué, ¿empiezas a comprender? —dije—. Lennie no sale nunca del pueblo. No sólo es demasiado vago para andar tanto, sino que le da miedo alejarse mucho. Myra lo sabe. Y sabe que tan probable sería que le salieran alas y echara a volar como que se le hubiera ocurrido venir a tu casa. ¿Qué crees que pasará cuando regrese y diga a Myra que ha estado aquí?
—Mmmm —dijo Rose, asintiendo lentamente—. Probablemente no le creerá. Pero ¿qui…?
—No le creerá —dije—. De todos modos, la asaltaran las sospechas. Entonces él le contara todas las porquerías que has dicho de ella, que se acuesta con Lennie y demás. ¿Cómo va a creer eso? ¿Cómo podrá creer que su mejor amiga, una dama intachable, se haya puesto de repente a decir marranadas de ella?
—Mmma —Rose asintió de nuevo—. Por un lado, no creerá que Lennie ha estado aquí y, por el otro, no creerá tampoco lo que diga que ha pasado en esta casa. Tal como ella piensa, creerá que Lennie se lo ha inventado todo y recibirá sus cachetes por embustero. Pero…
—No sólo por mentiroso —dije—, sino por peligrosamente mentiroso. El tipo de mentiras que sacude los hogares y mata a la gente. Y Myra no querrá correr el riesgo de que vuelva a ocurrir. Pensará que es hora de afrontar la verdad y se lo llevará a algún lugar lejano, como ha dicho alguna que otra vez.
—¿Si? —Rose me lanzó una mirada sorprendente—. ¿Cuándo ha dicho Myra una cosa así? ¿Cómo es que apenas soporta que Lennie se aleje de ella?
Dije que Myra le había amenazado con llevárselo un par de veces en que se había cabreado mucho con él y, sí, cierto, apenas soportaba que Lennie se alejara de ella.
—Por eso nunca ha tomado ninguna medida respecto de él, porque quiere estar con él donde él esté, y al mismo tiempo no quiere salir de Pottsville. Pero ahora no tiene escapatoria. Lennie se irá y ella se irá también.
Rose dijo que no estaba tan segura. No estaba mal pensado, pero no se podía tener plena confianza en que resultara así. Yo dije que bueno, que por supuesto tendríamos que forzar un poco las cosas.
—Myra se sentirá obligada a decírmelo y, naturalmente, a nosotros nos sentará como un tiro. Y cuanto más preocupados estemos, más preocupada estará ella. Estaremos preocupados por lo que Lennie pueda hacer a continuación, ya me entiendes, como coger un hacha de partir carne y matar a la gente en vez de contar mentiras acerca de esas mismas gentes. O prender fuego a las casas. O perseguir niñas. O… bueno, no te preocupes, querida —le di un pellizco y una palmadita en el culo—. Todo saldrá a pedir de boca, absolutamente todo. No tengo ni la menor duda.
Rose se encogió de hombros y dijo que bueno, que quizá fuera así; que yo conocía a Myra mejor que ella. Entonces se me apretujó y me mordió en la oreja. Yo la besé y me aparté de ella.
—Lennie no anda muy aprisa —expliqué—. Voy a atajar por en medio del campo y a llegar al pueblo antes que él. Sólo por si acaso, ya sabes.
—¿Por si acaso? —Rose frunció el entrecejo—. Explícate.
—Por si necesitáramos una prueba irrefutable. Algo que anulase la mínima duda que pudiera concebir remotamente. Porque si Lennie llega al palacio de justicia y se pone a decir a Myra que yo estoy aquí, ¿no es una magnífica idea que me encuentre en mi oficina en ese momento?
Rose tuvo que admitir que lo era, tanto como detestaba que no me quedase.
Le prometí que volveríamos a vernos al día siguiente, más o menos. Y me fui antes de que pudiera decir nada más.
Naturalmente, no volví al pueblo. Ya sabía lo que iba a pasar allí. Lo que yo quería saber era lo que iba a pasar en el lugar en que me encontraba, aunque ya tenía una ligera idea, y quizá contribuir al desarrollo de los hechos si hacía falta.
Rodeé los plantíos hasta que llegué a la vereda que partía de la carretera. Allí me acuclillé tras un arbusto achaparrado y me puse a esperar.
Pasó cerca de hora y media, empecé a preocuparme, preguntándome si no me habría equivocado, y entonces oí el chirriar de las ruedas de una calesa que se acercaba aprisa.
Aparté algunos arbustos y escruté. Lennie y Myra se acercaban volando, Myra con las riendas en la mano, la cabeza de Lennie bamboleándose adelante y atrás. Él llevaba algo en las rodillas, un objeto negro, parecido a una caja, y con una mano aferraba algo que parecía un bastón. Me rasqué la cabeza y me pregunté qué coño sería aquello —la caja y el bastón—; pero la calesa me había sobrepasado ya, había recorrido la vereda y entrado en el patio de la casa.
Myra detuvo el caballo con un «¡sooo!». Bajaron los dos del carruaje y Myra pasó las riendas por la cabeza del caballo para evitar que se alejase. Cruzaron entonces el patio y se internaron en el porche. Myra aporreó la puerta. Ésta se abrió al cabo de un minuto y la luz de la lámpara perfiló su cara, pálida y con expresión decidida. Entró, cogió a Lennie por el hombro y de un empujón lo hizo pasar por delante de ella. Entonces vi qué era lo que Lennie llevaba en la mano.
Era una máquina de retratar y uno de esos palos en que se hace explotar un polvo que relampaguea para sacar fotos interiores.