Quise cenar cerca de la estación y compré comida en abundancia para Buck y para mí. Luego llegó mi tren y Buck me acompañó hasta el vagón que me correspondía. No es que no lo hubiera podido hacer por mí mismo, ya que me encontraba perfectamente entonces. Pero lo estábamos pasando en grande, tal y como había supuesto, y teníamos cantidad de cosas que decirnos.
Me quedé dormido en cuanto hube dado el billete al revisor. Pero no dormí bien. Cansado como estaba, me sumergí en un sueño agitado, en la pesadilla que siempre me perseguía. Soñé que volvía a ser un niño, sólo que no parecía un sueño. Yo era un niño y vivía en la decrépita granja con mi padre. Quería escapar de él y no podía. Y cada vez que me ponía las manos encima, me daba de palos hasta dejarme medio muerto.
Soñaba que me escabullía por una puerta, pensando que podría escapar de él. Y de repente me cogían por detrás.
Soñaba que le llevaba el desayuno a la mesa. Y que quería levantar los brazos cuando me lo tiraba a la cara.
Soñaba —vivía— que le enseñaba el premio de lectura que había ganado en la escuela. Porque estaba seguro de que le gustaría y yo quería enseñárselo a alguien. Y soñaba —vivía— que me levantaba del suelo con las narices chorreando sangre a causa del golpe dado con la pequeña copa de plata. Y él me gritaba, me chillaba que estaba en la escuela porque era una desgracia en todo lo demás.
El caso era, creo, que no podía soportar que yo hiciera nada bien. Porque si yo hacía algo bien ya no podía ser el monstruo anormal que había matado a su madre al nacer. Y yo estaba obligado a serlo. Él tenía que tener siempre algo de que acusarme.
Ya no se lo echo tanto en cara, porque he visto montones de personas más o menos como él. Personas que buscan soluciones fáciles a problemas inmensos. Individuos que acusan a los judíos o a los tipos de color de todas las cosas malas que les han ocurrido. Individuos que no se dan cuenta de que en un mundo tan grande como el nuestro hay muchísimas cosas que por fuerza tienen que ir mal. Y si alguna respuesta hay al porqué de todo esto —y no siempre la hay—, vaya, es probable entonces que no se trate sólo de una respuesta, sino de miles.
Pero así era mi padre: como esa clase de personas. De los que compran libros escritos por un fulano que no sabe una mierda más que ellos (de lo contrario no se habría puesto a escribir libros). Y que al parecer tiene que enseñarles las cosas. O de los que compran un frasco de píldoras. O de los que dicen que la culpa de todo la tienen otros y que la solución consiste en acabar con ellos. O de los que afirman que hay que entrar en guerra con otro país. O… Dios sabe qué.
Como sea, el caso es que mi padre era así. Y no crecí de otro modo. No me extraña, mira por dónde, que las chicas y yo siempre nos hayamos llevado tan bien. Me doy cuenta de que en realidad les voy; como si me saliera sin darme cuenta de lo que pasa. Porque un tipo ha de gustar. Es natural que sea así. Y las chicas se sienten naturalmente inclinadas a gustar a un hombre.
Al pensar en esto creo que me confundía lo mismo que los individuos de que he hablado. Porque no hay problema más gordo que el amor, nada que sea más difícil de abordar, y yo estaba buscando una solución al respecto.