Era aún muy temprano cuando sonó el teléfono en el pequeño dormitorio de la casa del detective Yu. Echó un vistazo al reloj despertador que tenía en la mesita de noche. Aún no eran las seis. Peiqin dormía con las piernas al aire, desnudas, blancas contra la verde colcha de la cama, pálidas a la luz incipiente del día. Descolgó Yu el auricular y se dio la vuelta, para responder a la llamada sin despertar a su esposa. No disponía de mucho espacio, y de haber salido de la estrecha habitación matrimonial, hubiera despertado a Qinqin, que dormía en el cuarto próximo, aún más pequeño.
—Tengo algo muy importante que decirte, hijo —oyó el inspector la voz de su padre, Viejo Cazador—. Ya sé por qué el Gobierno de Beijing envió a Chen a Estados Unidos. Se trata de una artera conspiración.
—¿A qué te refieres? —urgió Yu al policía retirado. Viejo Cazador, también conocido con el alias de Suzhou el cantante de ópera, propendía a las digresiones, y no eran horas para dejar que se fuera por las ramas—. Rápido, padre, cuéntame todo lo que sepas, saldré en cinco minutos.
—La información que tengo viene de las mejores fuentes. Bien, te cuento… Pero será mejor que empiece por el comienzo. Hua tenía un viejo compañero de armas que trabaja ahora en la oficina de pasaportes de Shanghai, se llama Miao Zhiying… Lo he sabido por la viuda de Hua… Hua escondió a Miao durante varias semanas, en tiempos de la Revolución Cultural. Miao estaba entonces en la lista de los más buscados por los guardias rojos. Hua siempre tuvo un corazón de oro, como ya te he dicho un montón de veces. El caso es que, después de hablar con la viuda de Hua, me fui a ver a Miao, que ya tiene cincuenta y tantos años, casi sesenta, y se me echó a llorar como un niño… ¿Sabes lo que me dijo? Que si para honrar la memoria de Hua tenía que cortarle a él la cabeza, no lo dudara. «Córtamela, Viejo Cazador, y no te dé pena de hacerlo», eso me dijo… Le pregunté entonces si había observado movimientos extraños entre las ratas rojas, en los últimos tiempos, y prometió contarme todo lo que supiera. Esta misma mañana, hace apenas un rato, me ha contado que a través de uno de sus compañeros de negociado ha sabido que a Jiang se le hizo entrega de un visado canadiense, para «viaje personal de negocios», ya sabes, Jiang, el tipo ese del Departamento para la tierra y el campo… Todo, después de una negociación hecha en las más altas esferas con el Gobierno canadiense, y llevada en el más absoluto secreto. De todo eso hace apenas dos días.
—Eso quiere decir que Jiang piensa largarse de aquí antes de que regrese Chen…
—Es posible. Esas ratas siempre tienen el pasaporte a punto y los visados en regla, Miao me lo ha dicho… También me ha contado que el Gobierno canadiense no pone muchos problemas para darles la residencia, o incluso la nacionalidad, si consiguen papeles de Beijing en los que se haga constar que no hay ningún cargo contra ellos… Con dos millones de yuanes se compran los papeles y el visado, tranquilamente. La pregunta es, me parece, ¿de dónde ha sacado Jiang esos dos millones? Hijo mío, creo que ha llegado el momento de actuar, o de lo contrario pronto se nos fugará del país otra de esas malditas ratas rojas llevándose todo el dinero que ha robado.
—No, padre, no creo que consiga largarse… Voy a la comisaría, luego te llamo.
—El inspector jefe Chen regresará pronto —dijo Peiqin, que acababa de despertarse justo cuando Yu colgaba el teléfono. Aún se desperezaba en la cama, si bien daba la impresión de saber de qué había hablado su esposo—. Puedes dejarlo unos días, hasta que Chen esté aquí…
—Vaya, te he despertado… Era Viejo Cazador, ya sabes…
—Sí, el hombre sigue manteniendo su orgullo de policía, lo comprendo… No tiene que resultarle fácil conseguir ahora ciertas informaciones y por eso corre a dártelas en cuanto las tiene —dijo Peiqin levantándose lentamente para ponerse un batín—. Pero, la verdad sea dicha, no me parece que Jiang tenga tanto poder como para conseguir que nombraran a Chen jefe de la delegación.
—Yo tampoco lo creo, pero esas ratas pueden escaparse en un abrir y cerrar de ojos, eso es lo que nos preocupa —dijo Yu alargando la mano hacia la cajetilla de cigarrillos que tenía en la mesita. Se detuvo a medio camino, sin embargo, y miró el reloj—. Será mejor que me ponga en marcha.
—¿Y qué puedes hacer tú? —Peiqin caminaba descalza hacia el microondas para calentar arroz blanco—. Bueno, puede que tengas razón, hay cosas que no deben dejarse de lado… Hemos de hacer algo.
A Yu le gustó que ella dijera hemos… Peiqin, como Viejo Cazador, también había acabado por implicarse en el caso. La noche anterior se había quedado hasta muy tarde cuidando de la madre de Chen, porque Nube Blanca estaba por aquellos días muy ocupada con sus estudios o algo así… Peiqin consideraba que era una chica demasiado joven y moderna para Chen, tanto como para hacerse cargo con bien de la anciana, aunque ponía mucha voluntad y el mayor interés en la tarea.
—Tengo que hacer unas llamadas —dijo Yu mientras apuraba el arroz blanco con repollo—. Conozco a alguien que trabaja en las Líneas Aéreas de China. Podrá decirme si Jiang ha sacado ya su pasaje…
—Buena idea… Pero también deberías investigar en otras compañías —le recomendó Peiqin—. Llámame en cuanto sepas algo. Hoy estaré en el restaurante de Geng por la mañana, y en el otro por la tarde. No te quedes sin almorzar…
Hacia las once de la mañana aún no había recibido el inspector Yu el informe de las Líneas Aéreas de China. Se disponía a bajar a la cantina de la comisaría para comer algo, cuando sonó el teléfono de su despacho.
Era Chen, para su sorpresa, pues habían decidido que no le llamaría al despacho.
—Hace un tiempo realmente malo, así que será mejor que veas qué información te puede dar el hombre K. De lo contrario, no habrá buena pesca.
—Sí, por aquí tampoco luce el buen tiempo —le respondió Yu, sorprendido por la vuelta de Chen a esa terminología meteorológica. Llevaba días intentando informarle de los últimos acontecimientos, pero sin encontrar la forma de hacerlo hablando del tiempo.
—Tenemos que tener cuidado con el tiempo —siguió Chen antes de que Yu pudiera avanzarle algo más—. Confiemos, sin embargo, en que cambie a mejor en breve… A la mayor velocidad posible…
Nada más decir eso, Chen cortó la comunicación dejando a Yu aún más confuso.
Para alguien que espiara la conversación, aquello, a buen seguro, no podría tener otro sentido sino el de que el inspector jefe Chen era un gourmet irredento, siempre en busca de nuevos manjares, en este caso marinos… A miles de millas de distancia seguía interesándose por el pescado. Claro que era difícil que un espía avezado se tragara el anzuelo, al menos del todo… A Yu, por lo demás, le resulta imposible ver algo en aquel rompecabezas; lo del pescado no le decía mucho más de lo que ya suponía.
Sin embargo, se dijo que si Chen volvía a la jerga, sería por algo realmente importante, y por ende peligroso. Y daba vueltas a la conversación una y otra vez. ¿Quién sería el hombre K? Pasó revista mentalmente a toda la gente con la que había contactado en las últimas semanas, uno a uno. Su esfuerzo no se vio recompensado. Volvió a hacer un repaso, pensando más exactamente en aquellos de los que había obtenido algo, como Gu, por ejemplo… Recordó así el ordenador portátil que el empresario le facilitara. Llegó a esa conclusión porque no en vano a las amables chicas de los karaokes se las conocía como chicas K… Tenía sentido, pues, que Gu fuese el hombre K. Nunca se habían referido a él con ese alias, ni era un término con el que se conociera a los dueños de karaokes.
Se olvidó del almuerzo y salió a toda prisa de la comisaría para ir a su casa.
Tal y como esperaba, tenía un e-mail de Chen en el portátil. Le llevó un poco de tiempo descargar el documento que le enviaba el inspector jefe, con la transcripción de las conversaciones grabadas a Bao. No se hacía idea Yu de cómo aquel material podía haber llegado a las manos de Chen, pero allí estaba… Y sabía que Chen le pedía que lo leyera atentamente e investigase en lo posible.
No pudo, sin embargo, hacerse una composición de lugar después de leer todo aquello. Parecía claro que alguien intermediaba entre Xing y sus asociados en China. Gran parte de las conversaciones las habían mantenido aquéllos en la jerga de las tríadas, eso estaba claro, pero nunca había oído ni leído cualquiera de los nombres, desde luego alias, que aparecían en las transcripciones. Nada que se pudiera relacionar ni con Jiang ni con Dong, a los que Chen le había pedido que vigilase lo más estrechamente que le fuera posible. Lo único que sacó en claro es que aquella panda, estuviera formada por quienes fuesen, se relacionaba de manera directa con Xing.
Yu volvió a llamar a las Líneas Aéreas de China. No tenían el nombre de Jiang en ninguna lista. Claro que la gente podía sacar el pasaje para volar con uno y hasta dos días de antelación, en ese tiempo no era preciso hacer reservas.
Encendió Yu un cigarrillo y volvió a leer, más detenidamente, la transcripción de las conversaciones. Y de repente reparó en un nombre: Weici.
Weici era un nombre muy común. Yu lo había oído muchas veces, pero supo que le remitía a algo conocido, más allá de que apareciera como propio de muchos personajes de los cuentos de la dinastía Tang… Recordó de golpe que el encargado de la Aldea de los melocotoneros, el club al que le habían conducido las llamadas del teléfono celular de An, respondía al nombre de Weici. Así que volvió a leer la parte en la que aparecía dicho nombre, viendo que se lo relacionaba con Ming. Tres veces aparecía aquel nombre, Weici.
«Por lo que he sabido a través de Weici, tu hermano pequeño está bien, Xing», decía alguien en la transcripción, para responder a las preocupaciones del mafioso por el «muchacho».
«¡Gracias a Dios! Weici es un hombre de fiar, así que ya no tengo por qué preocuparme», había dicho Xing a otro hombre, en una conversación diferente. Un tipo al que se refería como Ginger.
Más importante aún, había otra llamada de Xing a un número que bien podría ser el del despacho de Weici en el club. «Tu jefe ha vuelto a cambiar de número de su celular, pero hazle saber a Weici que aprecio mucho todo lo que hace por mí y por mi hermano pequeño… Aún se alzan las verdes montañas, aún corren las aguas azules, y pronto nos veremos otra vez».
No había duda: eso significaba que Ming estaba oculto en el club… O que Weici, al menos, sabía dónde se escondía.
El detective Yu decidió pasar a la acción, aun sin poder discutir su plan con Chen. Era un riesgo hacerlo, sin embargo, pues la acción que pretendía, además de peligrosa, podría acarrear consecuencias graves para la investigación, en caso de fracasar… Chen podría incluso reprocharle que se arriesgara, actuando como lo hacía sólo en tanto que su ayudante. Por lo demás, un hombre tan bien relacionado como sin duda lo era Weici, dado su puesto en el club, tendría filtros suficientes como para evitar que Yu, carente de autorizaciones legales, llegara hasta él. Ni siquiera mostrando aquella acreditación, suscrita por Chen, en la que también él quedaba investido con la autoridad de un enviado especial del Emperador. Sabía, por lo demás, del proceder de los mafiosos. Eso quiere decir que, incluso en el supuesto de hallarse con una orden de registro, no podría llegar al fondo de las cosas. No pocas operaciones policiales, preparadas a conciencia, habían topado con esas murallas insalvables. Había que considerar igualmente la posibilidad de que el escondite de Ming no fuera fijo, y anduviera trasladándose a cada poco de un lado a otro, para escapar de posibles seguimientos.
Pero Yu se había decidido por actuar, no obstante todas las consideraciones anteriores. En caso de fracasar, asumiría todas las responsabilidades, incluso públicamente. Por nada del mundo quería que su posible fracaso salpicara a su jefe.
Se metió en el bolsillo el documento que lo convertía en enviado especial del Emperador, el que empuñaba su espada justiciera, un documento en el que eran perfectamente visibles las firmas del camarada Zhao y el inspector jefe Chen. También llevó esta vez su pistola. No obstante, trataría de ser discreto en aquel primer abordaje, nada de mostrar de entrada ni el documento, ni su arma. Llamó por teléfono a Viejo Cazador. El veterano policía hacía su patrulla personal por la parte vieja de la ciudad, pero al parecer tenía también cosas que consultarle.
Se vieron finalmente en una vieja y desastrada casa de té, no muy lejos del antiguo mercado del Templo de Dios. La casa de té era un lugar tranquilo, frecuentada por gente sólo relativamente ruidosa, y Viejo Cazador escuchó atentamente el plan elaborado por su hijo.
Cuando Yu hubo finalizado, el veterano policía quedó en silencio por unos instantes, aunque asintiendo con leves movimientos de cabeza mientras sostenía en alto su roja taza de barro cocido. Yu creyó escucharle, sin embargo, algo parecido a una flauta de las que acompañaban los relatos de las óperas de Suzhou.
—Has optado por tomar una decisión muy difícil —dijo al fin Viejo Cazador—. Pero… ¿Qué sucederá si fallas? Alguien como Weici podría aplastarte tranquilamente, o hacer que te aplastaran.
—Tengo que arriesgarme, padre —dijo Yu—. No puedo pensar ahora en eso.
—Me recuerdas a Zhuge, uno de los personajes de El romance de los tres reinos, cuando dice: He de esforzarme al máximo, sin preocuparme del éxito o del fracaso… —dijo Viejo cazador depositando lentamente su taza de té en la mesa—. Si estás decidido, adelante, haz lo que creas que es tu deber, y hazlo con la máxima entrega, pues así es como las cosas suelen salir bien… ¡Qué coincidencia! Ya ves, yo, a quien dicen Suzhou el cantante de ópera, citándote un fragmento de El romance de los tres reinos…
—Sí, qué gran coincidencia —dijo Yu sin saber muy bien a qué se refería su padre.
—Pero, permite que te ayude, hijo mío… Sin una orden judicial de registro, te será mucho más difícil acceder a la guarida de esos canallas… Yo aún tengo buena mano, fuerte y decidida, y puedo ayudarte a atrapar a esas ratas.
No le pareció a Yu buena idea hacerse acompañar por Viejo Cazador, sin embargo, si las cosas salían mal, el hombre podría perder su condición, bien que oficiosa, de consejero policial en asuntos de tráfico, y Weici tendría una baza más, como sería la de acusar de actuación ilegal a un policía y a un ex policía.
—Haces que evoque a Huang Zhong, el antiguo y muy galante general de las novelas históricas, padre… Tus consejos me sirven de mucho, tenlo por seguro, pero creo que es mi responsabilidad, creo que debo que ir allí solo…
—No, me parece que no conoces bien las novelas sobre el general Huang… Tanto tú como yo nos parecemos más al general Guan, quien luchó junto a su hijo en muchas batallas por causas justas… Aunque tú y yo nunca hemos trabajado juntos en ningún caso —y tras dar un largo sorbo a su taza de té, siguió diciendo Viejo Cazador—: Hijo mío, llevo años esperando una oportunidad como ésta. Tengo mi machete Luna del Dragón Azul presto para ser desenfundado.
Yu no supo qué más decirle. Se limitaba a beber su té con la cabeza gacha.
—Juntos no fallaremos, hijo —insistió Viejo Cazador—, porque lo hacemos todo por el honesto inspector jefe Chen, y por ti, y por mí, y por todos los que luchan en primera fila de combate contra la corrupción de las ratas rojas… Y porque debemos honrar la memoria de Hua, mi amigo de tantos años… Es una cuestión de honor… En los primeros años 60, cuando millones de chinos cayeron bajo el movimiento de Las Tres Banderas Rojas, Hua vino a Shanghai y me trajo como obsequio un saco de galletas confiscadas en un barco de contrabandistas de Taiwan. No estaba bien que un policía hiciera eso, desde luego, pero gracias a esas galletas tus hermanas y tú pudisteis comer unos días, cuando estabais a punto de morir de hambre… Comprende que, por esa razón, y por la de su vil asesinato, quiera hacer algo… De lo contrario, no podré conciliar el sueño pues me remorderá la conciencia por el resto de mis días.
—De acuerdo, acompáñame si quieres —aceptó Yu por fin—. Pero una vez allí, deja que sea yo quien hable.
—Me parece bien… En las óperas de Suzhou, un cantante lleva la cara pintada de rojo y el otro la lleva pintada de blanco. Me gusta el papel que me otorgas, el del cantante con la cara pintada de blanco… Salgamos hacia allá.
—Primero llamaré al joven Zhou, es de fiar —dijo Yu—. Mientras, acabemos el té y discutamos una táctica.
El joven Zhou, un chófer de la comisaría central de Shanghai, se presentó al poco en la casa de té, dejando el vehículo aparcado frente al local.
—Tanto tú como yo somos hombres del inspector jefe Chen —dijo el joven Zhou—. Tú nunca has usado mi coche, pero me has dicho que esta tarde lo utilizaremos para hacer un servicio a Chen. No tienes que decirme más, aquí estoy. Es un Mercedes, el mejor coche de toda la comisaría. Nadie sabe que estoy aquí.
Llegaron al club sobre las tres de la tarde.
La empleada de la recepción salió a recibirles. Yu la reconoció al instante. Esta vez le mostró su acreditación policial.
—Llévanos ante Weici, el encargado.
Poco después entraban en un gran despacho. Weici era un hombre corpulento, de unos cincuenta y cinco años. Tenía el éxito y la fortuna escritos en la cara, a pesar de las grandes bolsas que le hacían bultos bajo los ojos. Se mostraba muy sorprendido y atemorizado ante el inspector Yu.
—Dinos dónde está Ming —le soltó Yu sin perder tiempo en hacerle saber el motivo de su presencia, mostrándole la autorización del Comité de Disciplina del Partido—. Como puedes ver, aquí dice claramente que se trata de una investigación del Comité.
—No sé de qué me hablas, inspector Yu —dijo Weici mientras leía el documento—. Lo ignoro todo sobre los negocios de Xing con el contrabando, así como sobre Ming. Es la primera vez en mucho tiempo que oigo hablar de Ming; antes de que Xing se fugara, los vi aquí alguna vez, en las fiestas que organizaba Xing, y en algunas ocasiones más, porque eran socios del club, como tantos. Ya me gustaría a mí saber dónde está Ming… Ese medio hermano de Xing me debe mucho dinero, ambos me deben dinero…
—Mira, tú eres un tipo listo, Weici… Te harás cargo, entonces, de que el caso que nos ocupa podría depararle a tu club una publicidad muy negativa, pues se trata de una investigación oficial… —Yu sacó en este punto la transcripción de las conversaciones telefónicas—. Permite que te enseñe algo más, a ver si con ello consigo refrescarte la memoria. Aquí tienes las fechas de unas conversaciones, y el contenido de las mismas. Las llamadas las hace Xing desde los Estados Unidos. Una prueba clara. Y el inspector jefe Chen regresará en breve con más conversaciones que os han grabado…
—Pero… ¿qué es todo esto? —protestó Weici mientras echaba un vistazo a la transcripción—. ¿A esto le llamas una prueba, inspector Yu? Tendrían que expulsarte de la Policía… Xing tiene unos cuantos hermanos menores, eso es lo que significa «muchacho». Puede que algunos de ellos hayan pasado alguna vez por el club… En cuanto a las llamadas hechas a mi despacho, hasta donde yo sé, no ha hablado nunca de otra cosa que no sea el dinero que me debe.
—Muy bien, di lo que quieras, pero tendremos que llevarte a la comisaría para interrogarte en serio —dijo Yu—. Informaremos a la prensa de tu detención para que lo publiquen mañana. No creo que después de eso quede mucha gente que quiera seguir viniendo a un lugar en el que hay gente implicada en el caso de corrupción más grave que se ha dado en China. Te aseguro que la investigación ordenada por el Comité de Disciplina del Partido llegará al fondo de todo este asunto.
—No creas que me voy a tragar todo eso. Conozco bien a tu secretario del Partido, Li Guohua. Es un hombre muy educado, que cuando viene por aquí se muestra respetuoso conmigo, no como tú.
—Calmaos —dijo Viejo Cazador, que hasta entonces había permanecido en silencio—. Este club es un lugar muy agradable. ¿Por qué no seguir conversando aquí? El encargado Weici, todo un gran mánager general, es un hombre de mundo, al fin y al cabo, así que no hará falta explicarle las cosas, sabrá entenderlas por sí solo…
—Esto es… —apenas pudo articular Weici, prestando atención al viejo.
—Soy un consejero de la comisaría —dijo Viejo Cazador, mostrando su acreditación como consejero de tráfico de la ciudad, dependiente de la comisaría central—. Es un placer hablar contigo, Weici.
—Bien, consejero Gu, es un honor hablar contigo —dijo Weici—. Como cuadro veterano, seguro que también podrás aconsejarme. Soy un hombre que se dedica a unos negocios completamente legales, sin más… ¿Cómo iba a estar implicado en los negocios ilegales de Xing?
La de consejero policial era, en efecto, una actividad honorable, que de común se encargaba a cuadros veteranos, como el propio camarada Zhou. Weici, por lo demás, parecía sentir gran respeto hacia Viejo Cazador, aunque éste sabía que la cosa no era para tanto… Fue Chen quien había creado el cargo, cuando se desempeñó un tiempo como jefe del control del tráfico de la ciudad. Era una forma de conseguirle al veterano policía unos ingresos que aumentaran algo su escasa pensión. Pero Weici no tenía por qué estar al tanto de esas cosas. A Yu también le extrañaba tanta reverencia ante un modesto consejero.
—Aquí viene mucha gente. Weici, no obstante su cargo, no tiene por qué saber si Ming sale o entra de aquí. Tengamos eso en cuenta, inspector Yu —dijo Viejo Cazador sonriendo con todas las arrugas de su cara—. No ha de ser fácil dirigir un club de golf como éste, no hay otro igual en ningún centro de recreo frecuentado por los cuadros importantes.
—¿De veras que no? —dijo Weici fingiendo sorpresa.
—Así es… Yo tengo auténtica pasión por el golf. Vendría aquí de mil amores, si no fuera porque la cuota de inscripción resulta un poco cara… No creo que pueda hacer frente a esa suma.
Yu atendía a la conversación entre ambos francamente asombrado. Nunca hubiera supuesto que su padre pudiese hablar de aquella manera. Lo dicho sobre el coste de la inscripción parecía una indirecta clara. Pero como el hijo nunca había trabajado con el padre, prefirió seguir atendiendo en vez de intervenir.
—No, qué va, no es tan caro, créeme, honorable consejero —dijo Weici sonriéndole—. A un cuadro como tú esto no tiene que resultarle caro.
—Sería fantástico —dijo Viejo Cazador tomando una pitillera de plata que había sobre el escritorio del despacho y sacando un pitillo—. Oh, cigarrillos marca Panda… ¡Una marca superpremium! ¡De las que no se encuentran en el mercado! ¡Hacen estas labores sólo para los grandes líderes de Beijing!
—Sí, es que aquí vienen muchos altos líderes —dijo Weici dando fuego al cigarrillo, que Viejo Cazador se había llevado a los labios—. Mira esas fotos que cuelgan de las paredes…
Yu había reparado ya en ellas, nada más entrar en el despacho. Se veía a Weici en compañía de líderes muy importantes de la nación. Varios miembros del Comité Central del Partido aparecían junto a él mirando en lontananza, como si buscaran el horizonte. En una de las fotos, un alto responsable del Gobierno de la ciudad tenía tomado a Weici por el hombro, como si fuera un gran amigo.
—¡Ah! ¿También el camarada Zhao Yan ha visitado el club? —preguntó Viejo Cazador señalando otra de las fotos—. Según tengo entendido, se encuentra ahora mismo en Shanghai, alojado en el Hotel Suburbio Occidental… Le contaré que he conocido este club tan encantador…
—Yo hablé con el camarada Zhao justo esta mañana —dijo Yu al fin, tratando de reconducir la conversación.
—Aquí tengo dos tarjetas para VIPS —dijo Weici, extrayéndolas del cajón de su escritorio—. Gratis total durante tres meses, con todos nuestros servicios incluidos. Una para ti, y otra para que se la des al camarada Zhao… Puedes traer, honorable consejero, a los amigos que quieras, como el inspector Yu.
—Muchas gracias, le daré tan preciada tarjeta al camarada Zhao —dijo Viejo Cazador guardando las tarjetas en su cartera—. Ahora, permite que te diga una cosa, encargado Weici… Con tantas cosas como tienes en tu escritorio, es normal que se te olviden algunas. ¿Por qué no tratas de recordar? Ciertos detalles, por ejemplo. Inténtalo, quizá te llegue algo a la memoria…
—Pierdes tu tiempo, honorable consejero Gu —intervino de nuevo Yu—. Será mejor que nos lo llevemos a la comisaría. Después haremos un registro del club sin dejarnos ni un rincón… Como dice un antiguo proverbio, rehusó beber el vino que le ofrecí, así que tendrá que beberse lo que yo le ordene.
—Vamos, inspector Yu —dijo Viejo Cazador—. Recuerde ese otro proverbio que dice: La montaña no da vueltas, el camino sí, por lo que la gente puede encontrarse en una dirección o en otra. Concede a Weici la oportunidad de que reflexione —Viejo Cazador hizo una pausa, y prosiguió dirigiéndose a Weici—: Weici, estimado mánager general de este distinguido club, ten en cuenta que el inspector Yu se ve sometido a una fuerte presión por parte del Comité de Disciplina del Partido, responsable último de la investigación en que se desempeña… De hecho, ha sido precisamente el camarada Zhao quien esta misma mañana le ha exigido resultados prontos y concretos. El camarada Zhao es como el legendario juez Bao de la dinastía Song, siempre preclaro y brillante cual cabeza de dragón de oro para perseguir a los criminales… El Gobierno de Beijing se muestra realmente furioso contra los corruptos, como sin duda sabes… Cualquiera que esté implicado en las fechorías de Xing y Ming será investigado sin remedio y luego castigado duramente. Por eso el camarada Zhao se ha personado en Shanghai. El mismo autorizó al inspector Yu a continuar las investigaciones iniciadas por el inspector jefe Chen, cuando hubo éste de viajar a Estados Unidos como jefe de filas de una delegación oficial china… Comprende, pues, que el inspector Yu no tiene otro remedio que el de hacer el trabajo encomendado.
—Lo comprendo —dijo Weici—, y te aseguro que me gustaría ayudar en lo que pueda al Gobierno de Beijing empeñado en una lucha contra la corrupción, que es digna de todo elogio… ¿Pero cómo he de admitir que se me acuse de algo que desconozco por completo?
—Yo no digo que debas admitir algo que no has hecho, o de lo que no tengas ni idea… Pero trata de colaborar, haz un esfuerzo… Siéntate ante el ordenador y busca, pregunta a tus empleados… Si por casualidad encuentras así algo sobre Ming, habrás hecho una gran contribución a la lucha contra los corruptos, nadie podrá sospechar jamás, siquiera, que hayas tenido algo ver con todo eso… En el informe que remitamos al camarada Zhao, tenlo por seguro, aludiremos a la gran ayuda prestada por ti —hizo Viejo Cazador otra pausa, para proseguir en estos términos—: Si colaboras, todo lo referido a estas llamadas telefónicas grabadas quedará en nada, no saldrá a colación… ¿Verdad, inspector Yu?
—Sí… No creo que el camarada Zhao disponga del tiempo necesario para leerse todo esto, línea por línea —dijo Yu—. Se conformará con el informe que le entreguemos. Me ha pedido que sea muy preciso al redactarlo.
—Bien, después de lo que me habéis dicho —respondió Weici—, creo que quizá deba de hacer un esfuerzo por recordar y buscar cosas…
Weici tomó asiento ante la pantalla de su ordenador. Los dos policías se situaron tras él. Tecleó el nombre de Ming e inició la búsqueda. No tenía nada.
—Ya lo estáis viendo —dijo—. No tengo nada.
—Puede que no utilice ahora su nombre real —sugirió Yu.
—Es posible… Dejadme que hable con mis ayudantes —dijo Weici levantando el teléfono para marcar sucesivamente varios números, y preguntar a quienes respondían si había alguna posibilidad de que Ming hubiera pasado por el club en los últimos tiempos, desde la fuga de Xing. Pareció recibir respuestas que negaban esa posibilidad. A la quinta o sexta llamada, sin embargo, puso cara de estar recibiendo una información en sentido contrario. Weici se levantó raudo y dijo a los policías:
—Esperad un momento.
Volvió apenas en cinco minutos. Su rostro tenía un tono ceniciento.
—Inspector Yu, tengo que pedirle disculpas. Resulta que Ming se puso en contacto con Zhang Boxiong, uno de mis ayudantes, alojándose luego en una de esas pequeñas villas que tenemos aquí… Supongo que sobornó a Zhang con una gran suma… Pero no creo que mi ayudante esté por completo al tanto de las relaciones de Ming con los negocios de Xing.
—Claro, claro… Tú no tenías por qué saber nada de eso —dijo Viejo Cazador—. Apreciamos mucho tus esfuerzos, de verdad.
—Llévanos a esa linda casita —dijo Yu.
Fueron a una coqueta villa que había tras el campo de golf y el lago, junto a otras igualmente llamativas, no obstante ser pequeñas. Una camarera se acercó a Weici y le dijo algo al oído. El encargado se volvió hacia Viejo Cazador y Yu y les dijo al tiempo que les entregaba una llave:
—Parece ser que Ming está aquí ahora mismo, en la segunda planta. Yo prefiero esperar fuera, no quiero ni verle la cara a ese bastardo.
Abrieron sin hacer ruido, y no menos silenciosos subieron la escalera que conducía a la segunda planta. Yu desenfundó la pistola antes de abrir la puerta de un dormitorio. Entraron de golpe. Vieron a un hombre con un batín de seda escarlata y a una chica desnuda, tumbada en la cama. Tenían puesto un video porno americano. Imitaban lo que salía en la película. Aunque los policías procedieron con gran sigilo, no hubieran podido oír nada por los gritos y gemidos de placer, a todo volumen, de los protagonistas de la película.
—¿Quiénes sois? —dijo aquel hombre aún con sus manos separando los muslos de la chica, que tremolaba ante él.
—¿Eres Ming, verdad? Somos de la comisaría central de Shanghai. Quedas detenido por yacer con una prostituta.
—No es una prostituta, es mi novia.
—Muéstranos tu documentación —dijo Viejo Cazador a la muchacha.
La chica se puso un batín a toda prisa, tomó su bolso del sofá y dijo entre sollozos:
—Soy estudiante, pero no tengo padres, murieron… Hago esto para sacar adelante a mis hermanos.
Viejo Cazador echó un vistazo a la documentación de la muchacha y se dirigió a Ming:
—Mantienes relaciones sexuales con una menor… La chica tiene quince años.
—No lo sabía, creedme —dijo Ming, que parecía derrotado—. Ni siquiera sé cómo se llama…
Tenían suficiente con aquello. Ni Yu ni Viejo Cazador creyeron necesario preguntarle nada sobre Xing en aquellos momentos.
Cuando sacaban a Ming de la villa, Yu observó a Weici, que permanecía a cierta distancia. Supo que no quería que el detenido lo viera, y lo comprendió. Sentado al volante, el joven Zhou asintió sin decir palabra. Esperaba instrucciones de Yu.
—¿Qué vas a hacer con él? —preguntó Viejo Cazador.
—¿Qué sugieres? —preguntó a su vez Yu.
—Creo que hay que llevarlo a cualquier sitio, menos a la comisaría.
—Bien, pues lo llevaremos al Hotel Suburbio Occidental. Lo dejaremos bajo la custodia del camarada Zhao.
—Buena idea —dijo Viejo Cazador—. ¿Sabes cómo ir allí, Zhou?
—Sí, aunque nunca he estado —dijo el chófer.
Ya de camino, Yu dijo a su padre:
—Nunca supuse que un actor con la cara pintada de blanco tuviera un papel protagónico tan importante.
—Bueno, ya sabes que también me llaman Suzhou el cantante de ópera —dijo Viejo Cazador—. Te cuento que en los últimos cinco meses vengo disfrutando de las óperas de Suzhou por lo menos tres días a la semana. ¡Son increíbles, una fuente de sabiduría! ¿Sabes? Puede que la ópera tradicional esté ya fuera del tiempo, pasada de moda. La gente prefiere ver cualquier cosa que le pongan en TV y películas en DVD. En estos tiempos modernos nadie quiere disfrutar ya de los relatos tradicionales, que esa es la mayor virtud de la ópera de Suzhou, que se basa en narraciones tradicionales llenas de moralejas… Por desgracia, muchos de los teatros de ópera Suzhou ya no las representan, pues han sido convertidos en clubes nocturnos. Los actores y cantantes de ópera, pues, tienen que hacer sus representaciones en las casas de té, como en tiempos de la antigüedad. Ganan poco dinero, a veces lo justo para comer unos fideos… Yo voy con frecuencia a las casas de té. No cobran la entrada.
—Ya veo —Yu sabía muy bien que el otro sobrenombre de su padre no era ocioso. Es más, realmente hablaba como uno de los cantantes de aquellas óperas.
Viejo Cazador volvió a la carga, aún con mayor elocuencia:
—En los últimos meses se ha venido representando en una casa de té muy modesta El Romance de los tres reinos… He acudido varias veces a disfrutar de la representación. Ni que decir tiene lo mucho que he aprendido de ese gran libro, llevado a la ópera… No se te escapará que muchos ejecutivos de nuestras grandes empresas también lo leen, porque es texto obligado en las escuelas de negocios recién abiertas para instruirles… Parece ser que encuentran en el libro la inspiración necesaria para dirigir esas empresas… Ya sabes… En las adaptaciones del libro para la ópera, Cao Cao sospecha que Liu Bei es un rival ambicioso, por lo que le somete a estrecha vigilancia. ¿Qué puede hacer Liu? Buen estratega, dispuesto como sea a arramblar con todo, finge modestia y pide a Cao algunos favores puramente materialistas… Es un gran estratega político. Simula muy bien su sometimiento, y Cao le rinde esos favores, pues le ha hecho creer que el gran potentado, el poderoso de verdad es él, y cuando baja la guardia, Liu, que ha sabido guardar bien todo lo que el otro le concediera, contraataca y lo deja fuera de combate.
—Creo que comienzo a comprenderte, padre.
—La gente tiene que creer que eres vulnerable… Eso les vuelve vulnerables. Weici es un hombre, sin duda, por completo familiarizado con las ratas rojas, de las que ha obtenido innumerables favores. Favores materiales, por supuesto… Para esa gente no hay otros… Muchos, a su vez, le habrán pedido favores de todo tipo, para que les corresponda. Es una cadena. Así que supuso que también nosotros le haríamos algún favor importante, como no denunciarle, si él nos concedía el que le estábamos pidiendo. ¿Por qué no nos iba a entregar a Ming, si con ello se libraba de una acusación grave, muy comprometedora? —hizo Viejo Cazador una pausa, mientras sacaba una cajetilla de cigarrillos marca Caballo Volador, la más barata del mercado—. Realmente, Yu, no has tenido que desenfundar la espada del Emperador que han puesto en tus manos… Créeme, nadie conoce a un hijo que sea mejor que su padre.
Viejo Cazador no parecía dispuesto a cesar en sus evocaciones del Romance de los tres reinos. Yu dejó que el anciano disfrutara de aquel momento de triunfo.