Pia corría por puro placer.
El viento jugaba con su pelo. La luna miraba hacia abajo desde su trono en el regio cielo púrpura y le sonreía. La noche era más brillante de lo que jamás había sido, una alfombra de terciopelo sembrada de estrellas que titilaban como diamantes y cantaban débiles y fríos fragmentos de canciones, de viajes lejanos y encantamientos en otros mundos. La magia de la tierra alimentaba partes de ella que habían estado lisiadas o medio muertas. Se sentía más fuerte, más libre y más salvaje que nunca. Saltaba alto y llegaba a hacerle cosquillas a la luna, que reía encantada.
Pia estaba en un campo de varios kilómetros de anchura, con todo el espacio del mundo para estirar las piernas. Unos árboles lejanos daban sombra en los bordes. Entre los árboles, la miraba un hombre alto y oscuro con el pelo negro como el azabache y unos ojos dorados de dragón.
A Pia le daba igual. Él no podía atraparla, nada podía, ni siquiera el viento, a menos que ella lo permitiera.
Pia.
Conocía esa voz. Le encantaba esa voz. Se volvió y vio a su madre, que corría hacia ella. En su verdadera forma, su madre tenía un encanto incomparable y brillaba más que la luna, que se inclinó ante ella.
¿Mamá? Pia aminoró la marcha y se volvió. Se sentía nuevamente como una niña pequeña. ¿Mami?
Pia echó unos brazos ansiosos al cuello de su madre, que la acarició con la nariz. Mi dulce pequeña.
Te extraño muchísimo, le dijo Pia. Ven a casa, por favor.
Su madre retrocedió un poco y la miró con unos grandes ojos líquidos. No puedo. He desaparecido de tu mundo. Ya no pertenezco a él.
Entonces deja que vaya contigo, suplicó Pia. Llévame adonde quiera que vayas.
Un rugido de denegación agitó los árboles. Recorrió la tierra, que tembló a sus pies. Pia volvió a mirar al macho, aunque su madre no se vio afectada por el alboroto y parecía no ser consciente de la figura en los árboles.
No puedes acompañarme, cariño. Tu lugar está entre los vivos. Unos ojos bellísimos sonrieron a Pia. Darte a luz fue lo más egoísta que hice jamás. Perdóname por haberte dejado. No era mi intención abandonarte.
Las lágrimas le obstruían la garganta. Sé que no pudiste evitarlo.
He venido a avisarte, dijo su madre. Pia, no debes estar en este sitio. Aquí hay demasiada magia. Por eso nunca me atreví a llevarte a Otra tierra.
Pia miró alrededor. Pero esto me gusta. Aquí me siento bien.
Aquí estarás expuesta, y te perseguirán. Regresa. La luz de las estrellas empezó a brillar a través de la figura de su madre. Regresa, mézclate con el género humano.
No, no te vayas todavía. Pia intentó alcanzarla.
Pero su madre ya había desaparecido no sin antes dejar en el viento un último mensaje. Cuídate. No olvides que eres amada.
Pia se esforzó por ir tras su madre, y casi captó una respuesta a algo importante. Casi veía adónde había ido su madre, casi podía seguirla, pero el susurrante viento se enroscó a su alrededor y la sujetó a la tierra.
El murmullo la rodeó, acarició delicadas terminaciones nerviosas, engatusándola: Pia, quédate. Ese no era su verdadero nombre, pero el Poder subyacente al susurro bastaba para hacerla vacilar. El viento se convirtió en un dragón que se entretejía con ella, rozándose contra su piel como un gato. Quédate. Vive.
Pia rozó con los dedos la piel caliente de la hermosa y salvaje criatura. Unos ojos líquidos, hipnóticos, miraban fijamente los suyos; y estuvo atrapada.
Entonces despertó.
Estaba tendida en el suelo, envuelta en la manta de los elfos, junto a las brasas de la moribunda hoguera. Dragos se agachó a su lado y le sostuvo la cabeza con las manos ahuecadas. Le susurraba algo en una lengua desconocida para ella, pero que le llegó a lo más hondo.
—¿Qué pasa? —preguntó Pia con voz adormilada. Bajó la vista y se miró. Brillaba con una tenue luminiscencia perlada. Se despertó de golpe—. Maldita sea. También perdí el control del hechizo apagador en ese sueño que tuvimos. Nunca antes había ocurrido. ¡No puedo seguir así!
Dragos respiró hondo. Tenía el cuerpo tenso. Le recorrió los fuertes músculos un estremecimiento sutil. Pia nunca lo había visto tan pálido, con los ojos tan dilatados y severos.
—¿Qué pasa? —volvió a preguntar Pia, que le tocó la mejilla con una brillante mano de marfil—. ¿Ha ocurrido algo?
—Te he dejado en el suelo —dijo él. El rostro de cuchillas afiladas tenía un aspecto demacrado—. He ido a lavarme al riachuelo. No muy lejos… a unos metros apenas.
—Vale —dijo Pia—. Tranquilo, ya ha pasado todo.
Dragos estaba muy alterado; Pia no le había visto nunca así. Hasta la fecha se había mostrado tranquilo, arrogante, irritante, divertido, enojado, prudente, totalmente imperioso. Pero ahora era como cuando ella lo había visto encadenado en la celda, solo que peor. Costaba creer que un macho tan indómito estuviera temblando. Le acarició la cara.
Dragos hundió las manos en el pelo de Pia como si quisiera atraparla de forma absoluta.
—Me he dado la vuelta —dijo apretando los dientes— y he visto el fuego a través de tu cuerpo. Eras transparente, Pia, y te estabas consumiendo.
—Eso es imposible —dijo ella.
O no. La mente de Pia se precipitó de nuevo a su sueño. Si hubiera empezado a consumirse… ¿habría podido su madre visitarla de verdad? En sus labios se dibujó una sonrisa agridulce.
—Nada de sonrisas. No es algo para sonreír ni puñetas —soltó él con un gruñido y los puños cerrados—. Casi habías desaparecido. Mis manos te han atravesado. Si no hubiera empezado a llamarte, te habrías volatilizado para siempre.
—Quizá, puede, pero no lo creo —dijo Pia con tono distraído, dejando que sus dedos se deslizaran por el pelo de Dragos. Le encantaban aquellos cabellos negros y sedosos. No tenían ondas, rizos ni nada parecido—. Me parece que no habría podido ir a donde yo quería. Ella ha dicho que no era mi sitio.
—¿De qué estás hablando? —Dragos entrecerró los ojos, pero la tensión de su cuerpo bajó un piñón.
—He soñado con mi madre. —Pia se quedó con la mirada perdida—. Y creo que era realmente ella. Cuando se ha marchado, he intentado seguirla.
—No vas a hacer esto nunca más —dijo él con semblante serio—. ¿Entiendes?
—Dragos —repuso ella con tacto, pues él estaba aún muy disgustado—. Tienes que dejar de darme órdenes.
Daba igual la suavidad con que ella hablara. Él seguía siendo una chispa junto a la yesca.
—Vete a la mierda —soltó, antes de bajar y pegar su cara a la de ella, con los ojos ardientes de lava y los rasgos endurecidos—. Tú eres mía. Y tú. No puedes. Irte.
—Vale, ya estamos otra vez. Mira, no sé qué decirte. Eres como un acosador lleno de esteroides. —Echó las manos atrás y puso los ojos en blanco—. Oye, deberías saber que ya no se pueden tener esclavos. Ya sabes, la abolición. Una gran guerra. Sucedió hace ciento cuarenta, no, ciento cuarenta y cinco años.
—Historia humana, contexto humano —replicó él con un gruñido—. No significan nada para mí.
Pia ya sabía que no debía adjudicarle emociones o motivaciones humanas. He ahí el recordatorio. El dragón estaba muy cerca de la superficie. El enorme cuerpo inclinado sobre ella era una amenaza intimidante. Evocó todas las leyendas que había oído sobre el carácter posesivo y territorial de un dragón.
Maldita sea, eso serviría para hacerle tragar saliva con dificultad, pero no para atemorizarla.
—Pues muy bien, gigantón —dijo con tono suave y agradable—. Explícate.
—No sé. —El rostro orgulloso y fiero estaba desconcertado—. Lo único que sé es que eres mía y que te retendré y te protegeré. No puedes desaparecer ni puedes morirte. No te lo permito.
Pia pensó que no era el momento de puntualizar que algún día se moriría. Había en ella demasiada condición humana.
—Entonces, ¿seré tuya por mucho tiempo? —preguntó interesada en explorar este camino—. ¿Hasta que te canses de mí o vuelvas a estar aburrido?
—No lo sé —repitió Dragos—. Aún no he pensado en eso.
A Pia la invadió una súbita ráfaga de afecto. Dragos no estaba fingiendo su perplejidad. No estaba actuando.
—Pues ya somos dos —dijo Pia, que pensó en el pan de los caminantes de los elfos, el cepillo y el jabón, y su consideración la sorprendía una y otra vez. Estiró la mano y le bajó un dedo por el cuello—. Si, pongamos por caso, yo soy tuya como dices, y has de protegerme, entonces es que quieres que… esté bien, que prospere, vamos.
—Por supuesto —dijo él, que le miraba la mano mientras le dibujaba círculos en el pecho, y la amenaza que irradiaba se volvía más oscura y brumosa.
—Dragos —susurró ella—, si alguien me da órdenes todo el rato, yo no prospero.
Lo miró para ver cómo reaccionaba ante esa lógica. Dragos tenía el ceño fruncido.
—Es así como hablo a la gente —dijo.
—Es así como hablas a tus empleados y criados, querrás decir —replicó ella.
Dragos frunció más el ceño. Pia se mordió los labios para contener una sonrisa. ¿Cómo podía ser que ese matón primitivo la embelesara tanto, joder? Tenía que establecer con él una relación distinta; si no, la pura fuerza de su personalidad acabaría con ella.
—Ves el problema, ¿no? —Pia mantenía el sosiego en la voz mientras empezaba a frotarle el pecho en círculos relajantes—. Si me das órdenes a gritos y me haces sentir atrapada y asfixiada, entiendo que has adquirido un hábito, aunque quizá —sugirió— de vez en cuando podrías intentar no chulearme. No sé, hasta que te aburras y me dejes marchar.
Mientras ella le acariciaba, a Dragos se le cerraban los párpados, pero de pronto sus ojos entrecerrados saltaron a la cara de Pia, que le dirigió una sonrisa relajada y nada amenazadora.
—¿Y si no me aburro? —dijo él—. ¿Y si no te dejo ir?
Pia sintió una sacudida de deseo de arriba abajo. Perdió la sonrisa y apartó la mirada.
—En todo caso, ni siquiera sabemos de qué estamos hablando —dijo.
Dragos aflojó la mano en el pelo de Pia, cambió el codo de apoyo y le tomó la luminiscente mano. Le inclinó el brazo y lo miró.
—Eres extraordinaria. No, no… —dijo cuando ella recordó y empezó a apagar el resplandor—. Déjame verte como eres de verdad, un rato al menos. Fíjate en lo deprisa que estás curándote.
Pia miró. Los feos moretones que le moteaban la piel casi habían desaparecido.
—Me encuentro bien —confesó ella—. Diferente, de algún modo. Mejor. Más. Oye, ¿soy la mujer biónica?
Dragos sonrió.
—A veces sucede con los medianos cuando van a Otra tierra —le explicó—. El mayor grado de magia quizá les ayuda a acceder a capacidades y rasgos que de lo contrario permanecerían en estado latente.
Pia trató de aferrarse con fuerza a la esperanza que surgía tras las palabras de Dragos, pero en sus pensamientos seguían filtrándose dudas. ¿Era esa la explicación de todo lo que sentía ella desde que habían cruzado la frontera? Si lo que él había dicho de ella era cierto, ¿podría Pia cambiar de forma? ¿Y si fuera capaz de poner fin a esa sensación de vivir a medias, de estar atrapada entre dos identidades incompletas, la humana y la wyr?
—No tenía ni idea —dijo—. Mi madre se negó siempre a llevarme a Otra tierra. Y yo nunca he tenido suficiente Poder para cruzar por mi cuenta. Apenas lo tengo para la telepatía.
En el sueño, su madre le había dicho que era peligroso estar ahí. Pia miró alrededor, el claro débilmente iluminado por los rescoldos de la hoguera. Eso significaba que debían partir pronto. La idea carecía de urgencia.
—Ah, sí, tu madre —dijo él, que parecía distraído mientras le examinaba los delgados dedos, el elegante torneado de la muñeca—. Pronto hablaremos de tu madre, de quién era y de por qué ese elfo tarado la amaba tanto. También hablaremos de por qué no estás bien de la cabeza y de si tienes más documentos identificativos o alijos de dinero ocultos en algún sitio.
Pia apartó la mano bruscamente y le dio un golpe en el brazo.
—¡Nada de eso es asunto tuyo! ¡Y no es ningún elfo tarado por el hecho de que yo le caiga bien y tú no!
Dragos le dirigió una sonrisa perezosa y depredadora mientras movía su torso hacia el de ella.
—Ya no me tienes miedo, ¿verdad?
Pia se serenó. Quizás estaba loca, pero creía que él, antes de hacerle daño, sería capaz de cortarse las manos.
—Y si es así, ¿qué?
En la cruel y hermosa boca de Dragos se esbozó una sonrisa.
—A mi juicio, que no me tengas miedo es algo bueno —dijo. Acto seguido se movió y, antes de darse ella cuenta de sus intenciones, le sujetaba la cabeza con ambas manos—. Eso me da todo el permiso para hacerte cosas malas. Contigo. Sobre ti. En ti.
Pia dio un brinco con el corazón aporreándole el pecho. Dragos la miró, despatarrada e impotente debajo de él, y le introdujo un grueso muslo entre los suyos. Empujó con la pierna y le mordió el cuello exactamente en el mismo sitio que en el sueño. Absorbió el grito ahogado de Pia y la sujetó con facilidad mientras ella intentaba soltarse las manos. Pero no es que hiciese mucha fuerza.
La excitación le recorrió el cuerpo con la lanzadera exprés. Pia se estiró por el puro disfrute de deslizarse por el dorso desnudo de Dragos, cuya brillante mirada seguía el rastro a todos sus movimientos. Pia se sentía menos humana a cada minuto que pasaba. Se pasó la lengua por los labios.
—Dragos, no creo…
—¿No crees qué? —Su ardiente mirada se la tragó.
—No creo ser tan buena como creía que era —susurró. Bajó los párpados y sonrió.
—Esa es mi chica —susurró él.
Dragos le separó las piernas, se colocó entre ellas, e inició un asalto sensual, mordisqueando y lamiendo. Le pilló el labio inferior con los dientes y chupó la carne regordeta, y luego le introdujo la lengua hasta el fondo de la boca.
Gemían los dos. Él se hundía más y más en ella, empujando cada vez con más fuerza. Pia ladeó la cabeza para exponerse más. Él le agarró las muñecas con una mano para poder meter la otra bajo la túnica, pasándole unos dedos ásperos por la suave hinchazón del pecho. Encontró el pezón y lo hizo rodar entre el pulgar y el índice. Tiró de la sensible carne y le dio un leve pellizco.
Mientras él jugueteaba con su pecho, Pia sintió una sacudida de placer. Su respiración se volvió dispareja. Intentó desasirse, pero él no la soltó, el cuerpo endureciéndose por momentos. Pia levantó las piernas para acunarle el largo cuerpo, moviéndose debajo hasta que la gruesa erección yacía acurrucada contra su pelvis.
Dragos bufó, el rostro nublado por el deseo, y se irguió para arrancarle la túnica.
—¡No! —gritó ella, poniéndose rígida.
Se quedó paralizado. Pobrecito, ese dragón ni siquiera respiraba.
—No tengo nada más que ponerme —explicó. Cuando él la fulminó con la mirada, ella le dirigió una sonrisa temblorosa.
La mirada afligida abandonó la cara de Dragos, que le soltó las manos y se sentó sobre los talones mientras ella se sentaba y se quitaba la túnica por la cabeza. Luego la tiró al suelo. Dragos le puso las manos en la caja torácica y las fue subiendo hasta sostenerle los pechos.
—Dios santo —dijo él, con la voz ahora más ronca—. Mira esto.
Pia bajó la vista. Las líneas y la curvatura de su torso y sus pechos parecían ultrafemeninas contra los músculos de sus brazos y manos enormes. Su resplandor y el color moreno de la piel parecían alimentarse recíprocamente. La palidez de la piel era más cremosa, el rubor de los pezones más rosáceo. Los tendones de las manos y muñecas de Dragos cambiaban bajo la piel de un bronce intenso.
Pia le puso las manos en el torso y observó mientras con ellas le recorría el pecho. Los músculos se ondulaban bajo sus palmas mientras Dragos inspiraba tembloroso. Ella le rastrilló los pezones con uñas suaves. Parte de Pia estaba extasiada por el shock. Estoy tocándolo. Está tocándome.
Dragos resopló y le agarró los dedos, la acercó y la colocó debajo. Le puso las manos en la cintura y ella, al comprender lo que él quería, levantó las caderas para que le quitara las mallas. Acto seguido, Dragos se quitó los pantalones de un tirón y los tiró a un lado. Luego se deslizó sobre ella, fuerte y duro y desnudo, los dos tendidos una piel contra la otra.
Si antes Dragos parecía arder de deseo, ahora estaba volcánico. Pia le notaba el corazón golpeándole su pecho. Se dejó llevar por el placer de frotarse de nuevo contra él, pasándole las manos por la imponente musculatura de la poderosa espalda.
Dragos se deslizó por el cuerpo de ella, recorriéndole el cuello con la boca abierta y temblorosa, bajando por la clavícula hasta darse un festín de pechos. Chupó y mordió la carne suculenta, pinzándole los pezones con los dientes y dándole pasadas con la lengua, una tras otra hasta que Pia se arqueó y chilló, incoherente en su desatado placer.
A continuación, Dragos bajó un poco más, lamiendo y mordisqueando a medida que le trazaba la curva de la cintura. Agarró el interior de las delgadas rodillas y la mantuvo despatarrada mientras le lamía la delicada piel del interior de los muslos. Pia se retorció y volvió a gritar al levantar las caderas.
Dragos hizo una pausa para saciar su mirada. Con unos huesos elegantes y una tonalidad rosa oscuro y crema radiante, Pia yacía en una extravagante almohada de enmarañado pelo dorado pálido. Él podía recorrerle el cuerpo siguiendo los exquisitos chupetones que le florecían debajo de los pechos, dentro de los muslos. Sus ojos violeta oscuro eran enormes y titilaban de deseo, como en el sueño.
Como él había anhelado desde entonces. Deseo de él, el monstruo, la Gran Bestia.
Pero esto no era un sueño, y él estaba tan excitado y la ansiaba tanto que sufría un dolor indecible. Miró el rosa carnoso y ondulado de sus labios rematados con una maraña de rizos blancos y dorados. Pia estaba resbaladiza de humedad, empapada, y la gruesa polla de Dragos saltó ante la generosa evidencia de la excitación de Pia.
—Te voy a devorar hasta hacerte gritar —le susurró.
A Pia se le ondularon los delgados pies y de su interior surgió un profundo gemido. Dragos bajó la cabeza y prosiguió su acometida, lamiendo, chupando y mordisqueando con avidez agitada. La atrajo a su boca como si fuera un pequeño brote, y chupó mientras ella daba sacudidas y se meneaba con la fuerza del placer atravesándola como un torbellino.
Pia se irguió sobre los codos, jadeando, y miró lo que él estaba haciéndole. Esa cabeza oscura y esos hombros anchos entre los muslos temblequeantes, la cara cortada a cuchillo empapada de excitación mientras él la iba devorando… todo configuraba una imagen tan erótica que la lanzó al clímax. Echó la cabeza hacia atrás y chilló al correrse con una intensidad desconocida.
Dragos no paraba. Seguía lamiendo y chupando, absorbiendo en la boca las ondas que la recorrían en cascada. Le puso una mano plana en el bajo vientre cuando ella apretaba, sintiendo el ritmo de su orgasmo. La estrujó y continuó tocándola y besándola.
La sensibilidad llegó a un punto excesivo. Pia le hundió unos temblorosos dedos en el pelo, intentando echarle la cabeza hacia atrás.
—Para, no puedo… no puedo…
Dragos emitió un sonido gutural, la ardiente mirada dorada destellando mientras se concentraba en el sudoroso y aturdido rostro de Pia y chupaba y lamia con más fuerza. Le hundió dos dedos muy adentro, y así sin más la llevó a otro clímax, este más largo e intenso que el primero. Se zampó ese orgasmo y, sin que mediara interrupción, la empujó a un tercero.
Pia arqueó el torso levantándolo del suelo, y se le hincharon los tendones de su cuello cuando le brotó de dentro un débil grito entrecortado. Lo que él le estaba haciendo la sometía por completo. El luminoso cielo nocturno tachonado de estrellas desapareció mientras sus ojos se llenaban y derramaban.
Por fin Dragos se apartó y se arrastró sobre ella, respirando ruidosamente, cada flexión y movimiento del cuerpo una talla resuelta. Pia lo miraba sin saber qué decir. Con los anchos músculos del pecho y los brazos agitándose y el grueso y erecto pene colgando largo y pesado entre los pétreos muslos, Dragos era un macho agresivo y espléndido. Lo miró fijamente a los ojos mientras con una mano le rodeaba la cabezota y lo acariciaba.
Y así se volvía él loco de atar por tercera vez en tres días. La embistió, con los pulmones procurando aspirar grandes bocanadas de aire. Le pasó un brazo bajo las caderas y la levantó para poder penetrarla. Ella lo guio, y él se metió hasta el fondo.
Pia chilló ante la invasión y le clavó las uñas en la espalda. Dragos no era un amante tímido y delicado. No se parecía en nada a lo experimentado por ella hasta entonces, un tsunami que se le estrellaba contra la cabeza y destruía su vieja identidad y daba nueva forma a su vida.
Dragos la rodeó con el otro brazo, agarrándola por el cuello y las caderas mientras procedía a sumergirse en ella con poderosas arremetidas. Le gemía al oído a cada empujón mientras copulaban como animales que eran. Ante la creciente presión, el sonido de la unión de sus carnes, su absoluta falta de control, Pia le hundía las uñas en la espalda. Se estiraba y gimoteaba, perdida en el inexorable ritmo de su cuerpo; y volvió a correrse.
Dragos echó la cabeza atrás, la cara contraída de ferocidad y estupefacción. Con una última estocada convulsiva, emitió un sonido apagado y se unió a ella en el orgasmo. Pia lo sintió latir muy adentro y apretó todo lo que tenía en torno a la deliciosa turgencia, aferrándose a la sensación, a él. Dragos se meció dentro de ella, resollando, con los ojos cerrados mientras se derramaba en su interior. Pia le puso una mano en la nuca y le pasó la otra por la cintura, sujetándolo mientras él la sujetaba, murmurándole al oído «sí, eso es, sí».
Dragos volvió la cara, le encontró la boca y la besó mientras la cogía con tal fuerza por la pelvis y las caderas que por un momento fue como si se hubieran fusionado y convertido en una sola criatura, luz y oscuridad, yin y yang.
Fue entonces cuando la desmoronada conciencia de Pia entendió lo que él le había gruñido al oído mientras la follaba. «Mía —había dicho—. Eres mía. Eres mía».
Pia iba a la deriva, mirando la silueta de la nuca de Dragos recortada en el cielo mientras se frotaba la mejilla con la de él, inmovilizada por el peso. Algo en ella chisporroteaba y trataba de poner la quinta marcha como reacción a lo que acababa de pasar. Era demasiado. No podía pensar.
Dragos empezó a mover de nuevo las caderas, adelante, atrás, respirando cada vez más hondo. Oh, Dios, seguía siendo enorme y fuerte. No humano. Pia emitió un ruido de asombro en la parte posterior de su garganta, aferrándose a él mientras lo tenía dentro. Maravilloso hasta el exceso. Pia empujaba con las caderas, acompasándose con su compañero.
Esta vez, un gemido le desgarró el pecho, y Dragos tembló de arriba abajo cuando empezaba a latir. Pia hacia trabajar los músculos internos y lo mecía durante el orgasmo, murmurándole cosas al oído. Dragos le hundió la cara en el cuello. Se apartó, con la cara tensa. Pia soltó un chillido cuando él le dio la vuelta y la puso boca abajo y tiró de sus caderas hasta ponerla de rodillas. El enmarañado pelo le caía sobre el rostro como una nube.
—No lo bastante adentro —gruñía él—. He de llegar más adentro.
Encantadísima, Pia abrió las rodillas y arqueó la pelvis. Extendió la mano entre las piernas para guiarle mientras la penetraba desde detrás. Así su resbaladiza y caliente polla de terciopelo parecía más gorda. Pia musitó un aliento ronco mientras él la penetraba hasta la empuñadura. Ella se sentía absorbida no solo por la incontenible sexualidad de Dragos, sino también por aquella extraña criatura que vivía dentro de su cuerpo y se notaba más sensual, más femenina y más deseada que nunca.
Dragos la cubrió, un brazo bajo alrededor de la cintura para protegerla de sus frenéticas embestidas, la otra mano plantada en el suelo, al lado, para soportar la mayor parte de su peso. Esta vez el ritmo de las caderas fue implacable. Empujó con fuerza y de forma constante mientras hundía la cara en la nuca de Pia, su respiración temblorosa contra la piel de ella. Volvió a aumentar la presión, pero ahora Pia no estaba segura de poder aguantar. Sollozó y se agarró a la tierra, arrancando hierba con las uñas.
Dragos le hincó los dientes en la parte posterior del cuello mientras su Poder la envolvía. Ven conmigo. Cambió de postura para meterle la mano entre las piernas, frotarle con los largos dedos el lugar por donde la había penetrado y pellizcarle el clítoris. Empujó con fuerza una última vez y se mantuvo tenso. Con su orgasmo, su Poder se extendió por ella, a través de ella.
Pia tenía la mente incandescente. Estaba desarmada.
Dragos vertió en ella todo lo que tenía. Llegó rugiendo desde la base de su columna cuando se engranó a la perfección en su vaina. Eso no era sexo. Él había tenido relaciones sexuales montones de veces. El sexo era solo acoplamiento y liberación. Muy a menudo, media hora después ya había olvidado el nombre de la hembra.
Esto era algo que no había hecho antes. Algo más elemental y necesario que el sexo. Darse un festín de Pia no le saciaba el hambre, sino que alimentaba su necesidad. Moverse dentro de ella no bastaba. Llegar al orgasmo no aliviaba el deseo. Creaba el frenesí. Pia absorbía todo lo que él le hacía y lo devolvía multiplicado, y florecía aún más luminosa y embriagadora. Tenía que penetrarla a fondo para no salir nunca más.
Dragos recuperó la conciencia. Aún la cubría por detrás, estaba dentro de ella, abarcando con la mano el elegante arco de la pelvis. Pia tenía el cuerpo sacudido de temblores. Los delgados músculos de sus muslos vibraban contra los de Dragos. Jadeaba buscando aire en sollozos silenciosos.
¿Qué había hecho él? Dragos presionó los labios en el cuello de Pia y los bajó siguiendo el delicado ángulo de su hombro. Retiró la mano de la pelvis y le apartó la enmarañada nube de pelo para verle la cara.
—Chis —murmuró—. Tranquila.
Pia estaba demasiado débil para permanecer apoyada en las manos y rodillas si él no la aguantaba. El relajado pene se deslizó hacia fuera, y ella se desplomó. Apoyó la cabeza en los brazos. Dragos se tumbó a su lado, con un muslo sobre la parte posterior de uno de Pia. Le alisó el pelo y le frotó la trémula espalda.
La cara de Pia parecía húmeda. ¿Estaba llorando? ¿Le había hecho daño? Las preguntas lo acuchillaban. Habría jurado que llevaba con él toda la vida.
Dragos dejó de respirar. Llevó los dedos bajo la barbilla de Pia para levantarle la cabeza y que se volviese hacia él. La cara y los abiertos ojos reflejaban desconsuelo. Parecía tan bella y frágil como el cristal cortado. Dragos sintió un nudo en el estómago.
—He perdido el control —susurró.
Eso, junto con la pesadumbre que ensombrecía los ojos de Dragos, impulsó a Pia a refugiarse en su propio cuerpo.
—Yo también —dijo ella.
—Nunca había hecho esto. —Dragos le tocó la fina piel de la comisura del ojo, le frotó el labio inferior con el pulpejo de la mano.
—Yo tampoco —admitió Pia, en cuyo rostro se dibujó una sonrisa. Los dedos de Dragos descendieron para recorrerle la curva de los labios.
—¿Estás… bien?
Pia estaba hecha un desastre. Se sentía eufórica, como si dentro de ella se hubiera producido un choque de trenes emocional. Necesitaba meterse en alguna habitación tranquila y oscura e intentar comprender todo lo que le había pasado… y lo que él le había hecho.
Pero primero debía borrarle a Dragos esa incertidumbre de la cara.
Ensanchó la sonrisa y la dijo la verdad.
—No —dijo. Se inclinó y plantó un beso en aquellos labios seductores e increíbles—. Me has dejado hecha polvo. No tenía ni idea de que alguien pudiera hacer las cosas que has hecho. Quiero saber cuándo volveremos a hacerlo.
Se esfumó la preocupación y, en respuesta, una sonrisa le iluminó los ojos. Le miró la boca.
—Yo quiero un montón de cosas.
—Lo que haces con la lengua es pecado —dijo ella en broma.
La vulnerabilidad que veía Dragos en ella todavía acechaba en los bordes, pero decidió acompañarla en su intento de relajar la situación.
—Ser un hombre malo tiene muchas ventajas.
—¿Como cuáles?
Dragos se incorporó y se la colocó en el regazo, y le volvió la cara para que quedara frente a él, torso con torso, ingle con ingle, las delgadas piernas de Pia estiradas a ambos lados. Era una posición íntima, agudizada por la desnudez, perfecta para hacer el amor. Él la rodeó con los brazos, y ella le echó los suyos al cuello.
Aun sentada Pia en su regazo como estaba, el cuerpo de él era mucho más grande y largo que el de ella, de modo que Dragos tenía que agachar la cabeza para que las respectivas narices se tocaran.
—Una cómoda falta de conciencia —dijo él—. El goce de dormir sin interrupciones. Un deseo sencillo de descubrir todo posible placer carnal abrazando a la mujer hermosa.
Los ojos de Pia se iluminaron ante el cumplido y mostraron arrugas en las comisuras. Dragos le devolvió la sonrisa y la besó, una exploración larga y pausada que a Pia le hizo retorcer los dedos de los pies.
—Bueno, creo que tienes un secreto muy bien escondido —le dijo Pia cuando pudo volver a respirar.
Dragos levantó una ceja.
Ella le dio unos golpecitos en el pecho con un dedo.
—Muy dentro hay aquí oculta una criatura encantadora. Deberías dejarla salir más a menudo. —Él soltó una carcajada, pero de repente el semblante se le volvió calculador. Ella también se rio al reparar en que incluso eso le parecía encantador. Dios mío, estaba en las últimas—. No hagas que me arrepienta de haberte dicho esto —le avisó.
—Intentaré no aprovecharme demasiado —dijo él.
—Oh, muchas gracias. —Pia puso los ojos en blanco. Entonces es que seguramente iba a sacar de ello todo lo que pudiera. Le sonaron las tripas—. Tengo hambre otra vez.
Se sentaron al alcance de la mochila. Dragos le dio una galleta envuelta en hojas, que ella desenvolvió. Comió mientras él intentaba pasarle los dedos por la maraña de pelo.
—Hemos dejado tu pelo hecho un cristo —dijo Dragos, que envió un suave latido de Poder a través de sus manos, y el pelo se alisó.
Pia tragó un mordisco del delicioso pan de los caminantes.
—Si algún día te cansas de ser un hombre de negocios multimilmillonario, puedes probar fortuna como peluquero.
—Lo tendré en cuenta, descuida —contestó él. Pero no le dijo que no tenía interés en el pelo de nadie salvo el de ella. Miró en torno al claro—. Aquí nos hemos entretenido demasiado. Tenemos que irnos en cuanto termines.
—Vale —dijo ella mirando también alrededor—. ¿Y por qué vamos por aquí y no por el camino de antes?
—No habías estado antes en Otra tierra, ¿verdad? —Pia asintió, y Dragos continuó—. No es la mejor analogía, pero de momento servirá. Cuando se formó la Tierra, el tiempo y el espacio se abrocharon, lo que creó bolsas dimensionales donde se acumuló magia. Imagínatelas como lagos o grandes extensiones de agua. Hay lagos de diversos tamaños. Unos son bastante pequeños, más bien estanques, y otros se bastan por si mismos. Y aun otros son casi tan grandes como mares y están unidos mediante ríos y arroyos. Percibo que esto —hizo un gesto hacia el entorno— es una zona muy grande conectada con otras zonas terrestres de gran tamaño.
—¿Cómo lo haces? —preguntó ella.
Dragos frunció el ceño. Pero, advirtió Pia, no irritado por la pregunta, sino por tener que hacer el esfuerzo de explicar lo que experimentaba. Sería algo tan antiguo que le venía de forma automática, como respirar.
—Pongo la mano en el suelo y envío mi conciencia. No requiere un gran pulso de Poder. Es más bien un conocimiento que me llega.
Pia trató de imaginar eso. Tal vez era la misma clase de conocimiento que obtenía ella cuando notaba magia alrededor o que se había pronunciado un hechizo, pero con el acento más en la tierra. Un día le gustaría probarlo por su cuenta.
—Así que hay vías diferentes para ir y volver de este lugar.
—Exacto. Tenemos más posibilidades de escapar saliendo en una dirección imprevisible que por donde cruzamos al venir. Quizás incluso lleguemos tan al norte que podamos enlazar con Nueva York o al menos acercarnos.
—A propósito, ¿por qué en Otras tierras no funciona la tecnología?
—Aquí hay un cierto malentendido. Algunas tecnologías funcionan si tienen un diseño pasivo, si utilizan fuerzas naturales ya presentes, como el flujo del agua, y si no conllevan una combustión más complicada que una estufa de leña o una caldera. Los diseños modernos de ballestas no son exactamente pasivos, pero se acepta su uso porque no se encienden. También puedes traer cosas como ventanas de cristal manufacturadas, material gráfico, diversos electrodomésticos convencionales como las cafeteras Melitta o de émbolo, o incluso sanitarios de composta siempre y cuando no funcionen con electricidad y se puedan transportar sin problemas por un pasadizo dimensional.
Pia rio entre dientes.
—Suenas hogareño.
Dragos sonrió.
—Tengo una casa muy cómoda en Otra tierra conectada con el norte del estado de Nueva York, donde hemos hecho muchos experimentos para averiguar lo que funciona y lo que no. Está concebida para sacar el máximo provecho del sol, que calienta el agua de un sistema subterráneo de hipocausto. Muy romano. ¿Que por qué ciertas tecnologías no funcionan? —Se encogió de hombros mientras recorría con los dedos el pelo de Pia—. Se barajan un par de teorías, pero la escueta verdad es que nadie lo sabe seguro.
Pia echó la cabeza hacia atrás, deleitándose en las caricias.
—Un revólver de acción simple no es un instrumento muy complicado, y un rifle de chispa tampoco, pero he oído decir que incluso las armas sencillas son peligrosas.
—Así es. Las armas sencillas son solo la combinación de pólvora, fuego y plomo en un cañón. Curiosamente, cuanto más primitiva es el arma, más tiempo es posible utilizarla en Otra tierra. En cuanto llegan, las armas automáticas se encallan o fallan. Con un modelo más simple e histórico, podemos efectuar unos cuantos disparos más. Quizás hasta una media docena, si bien la cantidad es imprevisible y al final el arma siempre acaba fallando.
Pia torció el gesto.
—Una buena manera de perder la vista o la mano.
—O la vida —dijo Dragos—. Una posible explicación es la Teoría de la Tierra Viva. ¿Y si el mundo fuera una entidad gigantesca? Si usamos una criatura viva como modelo conceptual, la Tierra tendrá partes diferenciadas, órganos, miembros, venas, músculos, una estructura esquelética, arterias, etcétera. ¿Y si para el sistema global de este organismo las Otras tierras fueran más importantes que otros lugares, más la arteria que la vena periférica, o un órgano vital en contraposición a otro del que podemos prescindir? ¿Y si esta magia tan potente que debilita, incluso sabotea, ciertas tecnologías fuera el mecanismo de defensa de la Tierra?
—¿Una especie de glóbulos blancos? —dijo ella—. Si nos valemos de esta analogía, quizá podríamos usar armas más sencillas unas cuantas veces más porque el sistema inmunitario tardaría más en reconocerlas.
—Exacto. La teoría es más poética que científica, pero me gusta. Existe también una versión de la Teoría de la Tierra Viva que rechaza el concepto de entidad mundial y se centra en bolsas individuales de Otras tierras como «mentes» colectivas creadas a partir de terreno empapado de magia y fauna y flora regionales, aunque esas mentes no son necesariamente conscientes en el sentido en que entendemos actualmente la conciencia. En esta teoría, la idea de magia como mecanismo de defensa y obstáculo para la tecnología sigue siendo el mismo.
Pia sonrió, intrigada y encantada con esa nueva visión de Dragos y su mente activa y curiosa.
—Eres todo un pensador científico, ¿eh?
Dragos enarcó las cejas y asintió.
—Me gusta buscar patrones subyacentes y significado en las cosas del mundo. Suelo leer revistas científicas.
Pia terminó de comer y se lamió los dedos para rebañar dulzores persistentes. La mirada de Dragos descendió a su boca, y ella notó que en el interior del muslo él se endurecía. Se le entrecortó la respiración.
Pero él se apartó, se puso en pie y le ofreció una mano para que ella hiciera lo propio. Pia estaba demasiado dolorida para sentirse decepcionada. Se dijo esto a sí misma un par de veces mientras recogía la arrugada túnica, las mallas y la manta. Se dirigió al río para enjuagarse las pruebas de… lo que fuera.
¿Cuál era la palabra para lo que habían hecho? «Hacer el amor», sonaba demasiado bonito. «Tener relaciones sexuales», era demasiado simple y básico. «Copular», parecía algo demasiado permanente. Se mordió el labio mientras la ansiedad amenazaba con dejarla pasmada.
No alcanzo a pensar en todo. Se me escapa. Dragos me ha dejado hecha polvo, desde luego. No sé quién es esa puta arpía que ha arrancado la hierba y perdido el juicio. Ya no sé quién soy.
Alejó esos pensamientos antes de escorarse demasiado y perder el control. Reiteró el hechizo apagador. Tras girar las manos y mirarlas, suspiró resignada. La luz previa al amanecer iluminaba el claro volviéndolo gris, y sus manos tenían tan solo el tono normal de las manos humanas.
Una comida caliente de verdad, una cama, un horario regular. Acostarte por la noche, levantarte por la mañana. Las cosas que da uno por sentadas hasta que ya no las tiene.
Arrastró la túnica y las mallas y se sentó en el suelo para vestirse y ponerse las zapatillas. Reprimió una mueca ante su deslucido estado, que añadió a la lista de agravios. Cien mil dólares tirados a la basura. Tres documentos de identidad perdidos. Sin coche. Sin calcetines. Sin ropa interior.
¿Y qué hace ella? Pues va y «tiene relaciones sexuales» con la causa de todos sus problemas. Claro, no había sido el típico polvo durante el cual bostezas-y-haces-mentalmente-la-lista-de-la-compra. Había sido algo que ella jamás habría imaginado, un polvo de los de hostias-cómo-me-llamo. Pero al final solo un polvo. Si Pia quería convertir esto en otra cosa, es que era idiota perdida, una pirada wyr: concepto lamentable y fatal para una criatura, ¿no?
Se ató las zapatillas mientras refunfuñaba para sus adentros; y luego fulminó con la mirada al objeto de su obsesión.
Dragos también se había lavado en el arroyo y se había puesto los pantalones y las botas. Estaba apoyado en una rodilla junto a la mortecina hoguera. Posó la mano sobre los rescoldos, que con un último latido se volvieron negros. Pia tomó aire. Vale, muy bien, quizá era el tipo de tío de hostias-cómo-me-llamo.
Dragos alzó la cabeza. Su cuerpo se puso rígido. Se volvió para mirar en la dirección de una ligera brisa que soplaba en los árboles cercanos.
¿Qué pasa? Pia aspiró hondo, oliendo el airecillo. Percibió un leve hedor.
Dragos se puso en pie de un salto.
—Corre.