La despertó el dolor. Tenía el cuerpo retorcido en un ángulo incómodo. Estaba rodeada de metal abollado y atrapada bajo un enorme peso.
Soltó un gemido.
—Chis —susurró Dragos—. No pasa nada. No te preocupes.
Pia intentó respirar hondo en vano.
—No puedo respirar —gimoteó—. No puedo mover las piernas.
—Hemos sufrido un accidente, Pia. Estás aprisionada, pero te sacaré de aquí. De momento, escúchame. No te muevas. Hazlo por mí. Solo un rato.
La voz de Dragos se entretejió en ella y le quitó el pánico. La estaba engatusando para que se tranquilizase. Un día iba a hablar seriamente con él por haberla liado tanto. Pero ahora mismo no parecía el mejor momento. Procuró hacer aspiraciones cortas y logró articular algo:
—Vale.
—Una chica valiente, ¿eh? —dijo él con tono tranquilizador.
El enorme peso sobre el pecho de Pia disminuyó por un momento. El metal chirrió. Fue un ruido espantoso. El dolor le abrasaba las piernas y la espalda. Chilló, y el mundo se nubló.
Cuando Pia volvió a perder el conocimiento, Dragos vomitó un torrente virulento de maldiciones. El impacto había sido tal que el coche era un montón irreconocible de metal retorcido. La mayoría de las criaturas no habrían sobrevivido al choque. Si él hubiera sido menos de lo que era, si no se hubiera recuperado lo suficiente del veneno de los elfos, si no se hubiera lanzado sobre Pia y no hubiera sacado su Poder para proteger a ambos, ella habría quedado machacada en un instante.
Estaban rodeados de sombras. Dragos destrozó el maltrecho airbag y arrojó los pedazos por un minúsculo espacio que había sido la ventanilla del pasajero. Luego soltó el cinturón. Miró alrededor, a las sombras que se acercaban sigilosas. Enseñó los dientes y gruñó una advertencia, y las sombras se detuvieron. Sobre la goma quemada y el olor a gasolina, la peste a goblin hizo estallar sus fosas nasales. Los goblins comenzaron a avanzar poco a poco, sus rasgos bastos cada vez más visibles en los instantes previos al amanecer.
Pensaban que lo tenían inmovilizado. Estaban en lo cierto.
El cuerpo de Dragos también había resultado malparado, con diversos cortes y contusiones, pero hizo caso omiso. Sus lesiones carecían de importancia. Si hubiera estado solo, habría salido de cualquier modo del amasijo de hierros y les habría reventado el puto culo. Pero eso haría a Pia un daño incalculable, tal vez la mataría. Para sacarla de ahí debería ir con sumo cuidado. Haría falta tiempo. Ella era mucho más frágil que él.
Los goblins se iban envalentonando. Eran criaturas contrahechas, de piel grisácea, brutales, y con una fuerza inhumana. Constituían una de las pocas Razas Viejas incapaces de mantener cierto glamour que les permitiera convivir con los seres humanos. Por esa razón, pasaban casi todo el tiempo en Otras tierras, donde la magia era más fuerte, el género humano escaseaba, y ciertas tecnologías como los electrodomésticos o las armas modernas no funcionaban con un mínimo de seguridad ni de fiabilidad.
Dragos dilató sus sentidos y descubrió un pasadizo cercano que conducía a un sector de Otra tierra. Vaya sorpresa.
Dirigió de nuevo su atención a Pia. El accidente los había envuelto a los dos juntos a modo de regalo macabro. Él estaba torcido en la cintura, con el torso cubriendo el de Pia, cuyo asiento se había roto. Ella yacía parcialmente en lo que había sido el asiento trasero, mientras la parte delantera del coche se había plegado sobre sus piernas.
Dragos logró liberar el brazo izquierdo, y lo extendió hacia atrás para agarrar la columna de dirección, que le presionaba un riñón. Se apoyó en el brazo derecho y empujó.
Con cuidado. El metal gimió, y la columna cedió unos centímetros. Se paró prudencialmente para comprobar si mover la columna haría que alguna otra cosa inmovilizase más a Pia. No notó ningún peligro. Muy bien. Intentó lo mismo con el abollado techo sobre su espalda y consiguió un poco más de espacio para ambos. Los goblins se llamaban unos a otros en su lenguaje gutural. Uno se acercó demasiado. Con sonrisa burlona, le pinchó con una espada dentada a través del agujero de la machacada ventana.
Dragos agarró la espada. Sacó el otro brazo por el agujero. Cogió al goblin por la garganta y apretó mientras la criatura se asfixiaba y daba puntapiés. Lo soltó. El goblin se desmoronó en el suelo hundiendo las garras en el maltrecho cuello entre sus últimos estertores. Los otros goblins observaron a su camarada perder la vida entre pataleos, pero no hicieron nada por ayudarle.
Precioso que te cagas. Pasando por alto sus sangrantes dedos, Dragos metió la espada en el coche. Los otros goblins gruñeron, pero se mantuvieron fuera de su alcance.
Calzó la espada cerca de su mano y se fijó nuevamente en Pia, sin hacer caso de las sacudidas del coche. Los goblins levantaron los restos y los dejaron en un camión de plataforma con ellos todavía dentro.
Al menos Pia respiraba mejor. Le salpicaban la cara diversos cortes, contusiones y magulladuras. La camisa que llevaba como una chaqueta estaba rota y húmeda de sangre. Siempre pálida, ante la sombría mirada de Dragos parecía demasiado blanca en la sucia luz matutina. Bajo la fina piel de las sienes, era visible una delicada tracería de venas azules.
El camión de plataforma se puso en movimiento con un bandazo, dejó la carretera y cortó campo a través. Goblins armados y blindados trotaban a los lados y detrás, rodeándolos. Se desplazaban por el pasadizo que les había conducido a la Otra tierra.
Dragos echó un vistazo con Poder al cuerpo de Pia, prestando mucha atención a la columna vertebral y las piernas. Emitió un suspiro de alivio al comprobar que estaban intactas. Había conseguido arrojar sobre ella suficiente cobertura para impedir un daño estructural importante. A continuación, verificó posibles hemorragias. Observó trozos de metal clavados en la pantorrilla derecha. No era de extrañar que Pia hubiese perdido el conocimiento cuando él intentó mover cosas de sitio. Dragos bajó la cabeza y usó los hombros para empujar el abollado techo, lo que les procuró varios centímetros más de espacio.
Analizó el modo en que tenía inmovilizadas las piernas hasta encontrar una manera de ensanchar la zona sin hacerle daño. Agarró los dos puntos escogidos y los separó. El metal protestó, pero cedió hasta que las piernas de ella quedaron libres. La sangre salió a borbotones cuando el irregular metal abandonó el miembro. Dragos le dio una palmada. Pese a la urgencia de detener la hemorragia, hizo una pausa y aspiró con fuerza mientras percibía que el Poder de ella cobraba vida bajo su mano.
Luz del sol líquida, mágica, eterna, joven, salvaje y libre. Descartó cada palabra que le llegaba. Todas eran insuficientes. Lo que ahora sabía él con seguridad era lo que ya sospechaba antes. Estaba en presencia de algo excepcional. En la serie de sorpresas que se había encontrado desde que fuera consciente de ella, llegó a otra primicia en su larga y mala vida al descubrir la reverencia.
Envió un pulso muy suave de Poder para cerrar la herida y detener la hemorragia. Le envió por el cuerpo otro pulso que cerró otros cortes más pequeños. Cuando se despertase, Pia notaría dolor y se sentiría desdichada, pero estaría viva. Era lo único que importaba.
Lo demás carecía de importancia.
Se estiró todo lo que pudo y la tomó de la barbilla.
—Pia —dijo, alcanzando con calma y suavidad la mente inconsciente de ella—. Hora de despertarse. Quiero que abras los ojos ahora.
Pia apartó los dedos que le agarraban el mentón. Estaba cansada, maldita sea.
—¿Quieres dejar de hablar tan alto? —masculló.
—Pia, mírame.
—Quiero dormir —dijo ella con tono irascible. ¿Cómo es que aquella voz era tan preciosa?
—Lo sé —cantó él con tono suave—, pero no puede ser. Hay que aguantarse, pequeña.
—Dios, eres insoportable. —Pia suspiró, pero abrió los ojos.
Miró a Dragos, que le sonreía, el sombrío semblante iluminado con un aire familiar. En otra persona, lo habría denominado alivio. Dragos apoyó su peso en un codo junto a la cabeza de Pia al inclinarse sobre ella. Un lado de su cara era un moretón púrpura oscuro.
La mirada de Pia dejó ese puzle y pasó a otros, viajando por un amasijo metálico deforme y desconocido mientras ambos se tambaleaban en un movimiento constante e irregular. Levantó la cabeza para mirar afuera, y lamentó haberse tomado la molestia. Unos monstruos corrían junto a ellos. La sensación de miedo de antes le dio de lleno. La tierra circundante rielaba con una magia cada vez más intensa. Asimilarlo todo de golpe era demasiado.
—Nos han secuestrado —le explicó él con voz tranquila—. El accidente de coche, ¿recuerdas? Estoy completamente seguro de que nos están llevando a Otra tierra. —Le acarició el pelo—. Tú estás bien. Tienes alguna herida, pero nada grave.
Pia bajó la vista a su magullado y ensangrentado cuerpo. Se le encendió una bombilla en la cabeza.
—Oh, Dios mío, estoy sangrando —dijo balbuceando. Se restregó los brazos, se frotó la humedad que le surcaba la cara.
—Eh, basta —dijo él cogiéndole las manos—. Cálmate. Te he dicho que estás bien.
—Haz que esto pare. No puedo sangrar. —Pia forcejeó y empezó a hiperventilar.
—Baja la voz. Alguno de ellos quizás entienda nuestro idioma. —Le tapó la boca con la mano, conteniéndola—. Maldita sea, acabo de cerrarte las heridas. Si no tienes cuidado, se abrirán otra vez.
—Dragos, yo no puedo sangrar —repitió ella con la boca tapada—. ¿No lo entiendes? ¡No puedo sangrar! —Lo miró con los ojos desorbitados—. ¿Puedes quemarla?
Dragos la observó con su mirada dorada detenida.
—Pia —dijo—, tenías cortes por todas partes.
—Da lo mismo —dijo ella jadeando—. Hemos de deshacernos de la sangre.
Tras una mirada rápida y asesina a lo que sucedía fuera de su jaula privada, Dragos habló apretando los dientes:
—Mierda. De acuerdo, quédate quieta.
Pia se quedó paralizada, expulsando el pánico. Con un movimiento rápido, él rasgó los pantalones pirata por encima de las rodillas y le quitó la ropa ensangrentada. La usó para limpiarle las piernas y el filo de metal que la había cortado, y luego hizo una bola con ella. Pese al limitado espacio, Pia intentó librarse de la blusa. Dragos la ayudó haciendo trizas la prenda, que luego utilizó para limpiar los cortes de los brazos y la cara lo mejor que pudo. Acto seguido, la añadió al material que sujetaba con una mano.
Surgió la magia. El camión tosió y se paró. Los goblins se apresuraron a desenganchar la plataforma, gritándose unos a otros mientras pasaban cadenas por debajo. Una docena de goblins agarraron las cadenas y comenzaron a arrastrarlos.
—Hemos cruzado —dijo él.
Pia no había estado nunca en Otra tierra. Su madre se negaba a llevarla con el argumento de que, para no ser descubierta, lo mejor era ocultarse entre los seres humanos. Pese a todo lo que estaba pasando, el territorio transmitía una sensación embriagadora.
Miró por la ventanilla rota. A su alrededor se levantaban árboles altos y majestuosos cubiertos de enredaderas. El terreno mostraba una simetría que le alimentaba el agotado espíritu. Siguió con los ojos un tronco grueso hasta las ramas que se extendían en lo alto con la elegancia del techo abovedado de una catedral. Macerado por el tiempo, empapado de magia, todo parecía más intenso, más verde, y el primer sol de la mañana era más dorado y brillante.
El dolor la obligó a recostarse.
—Es maravilloso —susurró.
—Me da que no lo será tanto el lugar adonde nos llevan —señaló él.
Los dos bajaron la vista a la camiseta amarillo limón de manga corta que Pia llevaba. Tenía impregnados de rojo el hombro derecho y una zona de la cintura.
—Arranca eso —dijo Pia, que alejó una alarmante sensación de vulnerabilidad. Ojalá llevara el sujetador limpio.
Los ojos de Dragos se volvieron lava ardiente mientras fulminaba con la mirada a los goblins que los rodeaban.
—Ni de coña —soltó.
Dragos dejó la bola de material en el regazo de Pia y a continuación rasgó la camiseta a la altura del hombro y la cintura hasta tener toda la tela ensangrentada. Lo que quedó de la camiseta fue un lío andrajoso que le dejaba al descubierto el estómago y el hombro pero con el cuello intacto. Pia miró dentro y suspiró aliviada. El sujetador no tenía sangre.
Por último, Dragos se arrancó a tiras también la camisa, salpicada de manchitas rojas. Añadió los trozos al fardo.
Después lo sostuvo en alto con una mano cerca de la arrugada ventanilla. Entrecerró los ojos, que ardían igual que su Poder. El bulto estalló en llamas.
—Gracias —dijo ella soltando el aliento.
—Ya hablaremos de esto cuando lleguemos a casa —dijo él.
Pia se encogió en el pecho de Dragos, lejos de la llamarada, mirando la bola de fuego en el puño cerrado. Ardía con gran intensidad gracias a su magia. Ella tenía la sensación de que el calor le lamía la piel, pero él no se quemaba.
Dragos miró de reojo al exterior, una mirada rápida y diabólica, y de pronto arrojó las ropas en llamas con la suficiente fuerza para impactar en el rostro de un goblin próximo.
—Dos pájaros de un tiro. —Pia lo miró, y él se encogió de hombros. Cuando comenzaron los gritos, observó con interés.
Los goblins describían círculos irregulares, dándole palmadas en la cara encendida y soltando alaridos. El fuego no quería apagarse. En vez de ello, alimentado por el Poder de Dragos, la magia de la tierra y lo que contuviera la sangre de Pia, se propagó a la armadura de piel. Pia apartó la mirada de la truculenta imagen. Se tapó los oídos y hundió la cara en el pecho de Dragos, que le acarició la nuca y vio al goblin desplomarse y morir.
La venganza era una bruja hermosa. Ella también era una buena amiga; y aquello era solo el principio.
• • •
Tras matar Dragos a los dos goblins, quedaban otros veinte. Pronto se sumó otra docena. Los recién llegados se intercambiaron el sitio con los que habían estado arrastrando la plataforma. Repuntó el ritmo.
Dragos presionó el deformado coche en otros sitios escogidos, y así pudieron moverse dentro algo más y acomodarse un poco mejor. Luego se concentró en lo que pasaba fuera.
Pia había mirado alucinada mientras Dragos doblaba los bordes irregulares de metal alrededor de sus piernas para que no volviera a cortarse si se movía. Tenía una fuerza que daba miedo. Pia rebuscó en el espacio apretujado y extraño a sus pies y encontró una abollada botella de agua que no se había reventado. Compartieron la mitad a pequeños sorbos y ella la tapó para utilizarla más tarde.
No tenía ninguna duda de que Dragos le había salvado la vida de varias maneras. Le dio las gracias por haber sido capaz de detener la hemorragia cerrando los cortes. Dragos le explicó que se trataba de un sistema de cauterización, pero él no podía evitar la sensación de dolor. Lástima que sus habilidades curativas tuvieran ese techo, pues a Pia le dolía todo el cuerpo.
Pia miraba de vez en cuando hacia fuera, sobrecogida ante un paisaje tan parecido y a la vez tan distinto del de la parte de la Tierra que ella conocía. La fluida serie de colinas, el floreciente follaje azul verdoso, los fragmentos de luz del sol que hacían estallar venas de cristal en rocas graníticas… las escenas que iban dejando atrás ocultaban cierta verdad invisible tan esencial, tan palpable, que ella habría jurado ser capaz de recogerla del aire con ambas manos. Se desplegaba una parte de su alma, famélica y largamente negada, que suspiraba por todo aquello.
¿Era la magia de la Otra tierra que la llamaba? ¿Era el antiguo y astuto carácter primitivo del bosque que no había conocido el hacha del leñador, el arado del campesino, lo que le recodaba su yo profundo, la criatura salvaje que vivía atrapada en la insuficiente jaula de su débil carne mestiza?
Pia quería abrirse en canal y dejar salir a la pobre criatura. El recrudecimiento de la emoción desesperada fue tan violento, tan desatado, que desapareció su parte civilizada, la del lenguaje y la cultura. Le invadió el impulso de hablarle a Dragos sobre el frenesí que bullía en su interior, pero al final le fallaron la civilización y el lenguaje. Pia no entendía lo que sentía y se quedó callada.
Si por un lado la tierra la llamaba con esa intensidad, por otro los goblins la desquiciaban tanto que procuraba no mirar demasiado al exterior. Prefirió recostarse en su asiento roto y clavar la mirada en el destrozado techo mientras intentaba explorar el misterioso paisaje que había descubierto dentro de sí misma. Acabó convencida de que los goblins eran la causa del terror que se le había pegado al cuerpo. Aquella sensación se le deslizaba por la piel como si de pequeñas arañas se tratara.
En la mezcla de emociones complicadas y contradictorias había otras capas. Persistía la conmoción debida al accidente. Permanecían el miedo y la ansiedad ante lo que pasaría luego. Sentía la excitación de estar realmente en Otro lugar.
Dragos se situaba en el centro de todo. Era su punto de referencia estable, su brújula, su verdadero norte.
La piel de bronce oscuro de Dragos parecía más intensa, el pelo oscuro más lustroso, el dorado de los ojos más bruñido que antes. Pia tenía la duda de si esto se debía al territorio saturado de magia o era un efecto secundario del veneno de los elfos, que acaso estuviera abandonando el sistema. Tal vez ambas cosas.
Pia examinó el peligroso rostro de Dragos mientras este, apoyado en un hombro, miraba qué sucedía fuera. Sus ojos dorados eran calculadores. Junto al costado, tenía lista la espada que les había quitado.
Pia calibró las posibilidades. Por un lado, treinta o cuarenta goblins armados, más o menos. Por otro, un dragón muy cabreado. Pensó en la enorme fuerza de aquellas manos que, cerca de sus piernas, habían dado nueva forma al metal. Quizá se dejaba llevar por los prejuicios, pero los goblins estaban sentenciados.
La cuestión era cómo y cuándo iba Dragos a sentenciarlos.
—El problema soy yo —dijo ella dando a su voz un tono bajo, como él le había dicho.
—¿De qué estás hablando? —dijo él con el mismo tono, prestándole atención solo a medias.
—Igual que cuando los elfos te tenían rodeado. Tú no te enfrentaste a ellos porque yo estaba en medio. —Esto despertó toda la atención de Dragos. Pia se sentía tranquila y despejada—. Seguro que habrías salido de aquí mucho antes de cruzar la frontera.
—Ese tipo de conjeturas no sirven para nada —le dijo él frunciendo el entrecejo.
—Habrías podido salir de este amasijo antes de que los goblins subieran el coche a ese camión, ¿no? —insistió ella—. Pero no lo has hecho por mi culpa. Estoy retrasándote.
—Dejemos clara una cosa —dijo él—. No sé qué demonios eres. Podemos añadir esto a la larguísima lista de cosas de las que hablaremos en esa conversación que tendremos cuando salgamos de aquí. Pero lo que no eres es un problema. Pongamos que eres una consideración táctica.
—Una consideración táctica —repitió Pia, que acto seguido resopló—. ¿Y qué significa eso?
—Significa que eres un factor en las decisiones que tomo. No hay por qué preocuparse. —Le dio con un índice en la nariz—. Parece que llegamos a nuestro destino.
Pia se apoyó en los codos para mirar al exterior. Llevaban mucho tiempo viajando. No estaba segura de cuánto, pues había notado que en Otras tierras el tiempo transcurría a un ritmo diferente. El sol había descendido, por lo que parecía última hora de la tarde, pero si hacía caso de su reloj biológico, le daba la sensación de haber estado atrapada en ese coche horrible el día entero.
Desde la última vez que había mirado, el terreno se había vuelto más rocoso y agreste. Al frente, en el fondo de un risco había… ¿una fortaleza de piedra? Pues vaya, nunca había visto una fortaleza. Un par de goblins echaron a correr por delante del grupo principal. En su desbarajuste interior, la ansiedad ganó la partida a las demás emociones. Se le hizo un nudo en el estómago.
Se le posó en el hombro la firme mano de Dragos.
—Ahora, escucha —susurró él—. Harás lo que yo te diga, ¿entiendes? No es momento de discutir ni desobedecerme. El experto aquí soy yo. ¿Lo captas?
Pia asintió. Se concentró en regular la respiración mientras trababa su mirada con la de Dragos.
—Te diré lo que no has de hacer —dijo él en voz baja, mirándola directamente a los ojos—. No llames la atención en absoluto. No les des razones para creer que tienes alguna importancia. No les mires a los ojos. Para un goblin, eso es una señal de agresividad. No hables con ellos. No pelees. ¿Has entendido?
—Sí —contestó Pia en un susurro. Le había vuelto al pecho ese caballo al galope. El estrés de esa última semana le había quitado diez años de vida.
—Ahora te explico lo que creo que pasará. Van a separarnos. Quizá te hagan daño. —Le apretó el hombro casi hasta provocarle dolor—. No te matarán. Han visto que estaba atendiéndote de alguna manera, así que querrán utilizarte para controlarme. A los goblins no les interesan las mujeres humanas. No te violarán.
Pia sintió un espasmo de temblores, que desaparecieron. Otra vez estuvo tranquila.
—De acuerdo —le dijo ella—. Estoy bien. Me alegra oírte decir eso.
—Esa es mi chica valiente. —Le soltó el hombro y le rozó la mejilla con los nudillos.
—Suena muy condescendiente —dijo ella negándose a admitir que su idiota corazón se había hinchado al oír tales palabras. A esas alturas, parecía estar bastante claro que Pia no tenía buen gusto ni sentido común.
Dragos se encogió de hombros en un gesto impaciente.
—¿Y eso?
Pia soltó una risotada. Dragos frunció el ceño. Ella se llevó ambas manos a la boca para amortiguar el ruido y se calmó al instante.
—Tiene que ver con ese penique, ¿verdad? —dijo Pia a las palmas de sus manos.
—Tiene que ver con el puto penique —admitió él—. Creo que lo utilizaron para lanzarme un hechizo de localización, como el nuestro para encontrarte a ti. Todavía no percibo ningún Poder real, pero seguro que nuestro organizador de eventos viene de camino. Tanto más motivo para que no llames la atención.
—Vale.
Dragos miró afuera.
—Casi hemos llegado. Si están pensando lo que yo espero que estén pensando, no saben que yo habría podido salir de aquí. Desde su punto de vista, es como si yo hubiera estado intentando liberarme. Ojalá me hayan subestimado.
A Pia la invadió otra oleada de adrenalina. Tenía el sistema tan sobrecargado que empezaba a notarse colocada. Recordó lo ocurrido y asintió.
—Eso es. Si mantienes la cabeza gacha y te callas, sobrevivirás. —Su mirada era feroz—. Vendré a por ti.
Empezaron a aflojar el paso. Pia no tenía valor para mirar afuera.
—¿Cuánto crees que te falta para eliminar el último resto de veneno? —Pia forzó la pregunta a través de los músculos de la garganta que había cerrado.
—Puede tardar un día, quizá dos. Va a ser de ayuda el haber cruzado; aquí abunda la tierra mágica.
Un día o dos. En determinadas circunstancias no es casi nada; en otras, una vida.
Todo eso tenía que ver con ella. Ella había robado el penique, ella había sido la fugitiva perseguida, y ella había hecho que los elfos hiriesen a Dragos. Él no se había escapado del coche accidentado por ayudarla a ella. Cuando se detuvieran, Dragos seguiría sin luchar porque estaba ella presente.
Dragos debe esperar a que yo no esté en medio. Así no me matarán. Quizás ahora que hemos llegado hasta aquí tenga que esperar a curarse. Va a ser una carrera entre lo rápido que nos liberemos y lo rápido que llegue el Poder responsable de la captura de Dragos.
La emoción suscitada era indescriptible.
—Creo que eres mi héroe —dijo, bromeando solo a medias.
Dragos la miró, la viva imagen de la incredulidad.
—La mayoría de las personas —dijo— creen que soy un hombre muy malo.
Pia le examinó los ojos intentando averiguar si eso le molestaba. Por lo visto no. Daba la impresión de que ella lo desconcertaba.
—Bueno —dijo ella por fin—, pues entonces tal vez seas un dragón bueno.
La plataforma se paró. Comienza el espectáculo.
Pia se mantuvo agachada mientras miraba desde el revoltijo de hierros. Un goblin había salido por una verja metálica negra. Pia había visto antes imágenes de goblins, pero los dibujos y esbozos no lograban captar su fuerza y su vigor. Los verdaderos no eran solo espantosos, sino también de complexión poderosa. Entre ellos hablaban una lengua áspera, gutural y entrecortada. Se acercaron unos cuantos, y entonces se dio cuenta de que apestaban.
Con todo, ese goblin tenía algo distinto, cierto aire de autoridad. Sostenía unas cadenas negras con esposas y grilletes. Se detuvo a una distancia prudencial. También olía fatal.
Eran totalmente repulsivos, y se suponía que de algún modo iba a permitir que le pusieran las manos encima. Tuvo otro escalofrío convulsivo. En un movimiento no advertido por los goblins, por debajo de su línea de visión, Dragos le puso la mano en la rodilla. Pia la cubrió con la suya.
—Arriba ese ánimo —le susurró ella—. No me seas cobardica.
Dragos apretó los puños y tuvo un escalofrío. Pia esperaba hacerle reír otra vez.
El goblin que se había acercado les dijo algo. Tac, tac, tac. Dragos respondió con el mismo idioma horripilante. Tac, tac.
Estuvieron un rato en un toma y daca. De pronto, el goblin se aproximó más y lanzó las cadenas. Dragos sacó la mano y las cogió. A todas luces tenían mucho más sentido para él que para ella, pues Dragos las manipuló con destreza.
El terror había llegado a ser nauseabundo. Parte del mismo procedía de las cadenas. Apestaban a cierta magia espantosa.
Dragos se inclinó y se puso un grillete en uno de los tobillos.
—¡Alto! —dijo Pia entre dientes—. ¿Qué estás haciendo? ¡No te pongas eso!
—Cállate —soltó él. Se puso el otro grillete en el otro tobillo.
Pia le agarró del brazo.
—Dragos, ¡esto tiene una magia mala!
Dragos se volvió de golpe y soltó un gruñido, los ojos en llamas.
Pia dio un respingo y se encogió de miedo. Desapareció de ella todo pensamiento.
Dragos se colocó las esposas en las gruesas muñecas, que levantó para que las viera el goblin. Este asintió y gritó a los otros, que avanzaron en grupo.
Cuando empezaron a hacer palanca para abrir las destrozadas puertas del coche, Pia se acurrucó en posición fetal y cerró los ojos.