La cama cedió debajo de ella. Pia bostezó y se frotó la nariz. ¿Por qué estaba el colchón tan torcido y caliente? Abrió los ojos de golpe. La habitación estaba totalmente a oscuras. Solo veía sombras.
Estaba despatarrada sobre Dragos, con las piernas enredadas. Se sentía agarrotada y trató de enderezarse, pero se lo impedían los fuertes brazos que la rodeaban. Y tenía la cabeza inmovilizada. Dio un tirón. Dragos le había entrelazado el pelo en una gruesa muñeca.
Parecía tener grava alojada en la garganta.
—¿Creías que intentaría huir mientras dormías? —graznó—. No te dejaría así herido como estás.
Dragos le desenrolló el pelo y soltó los extremos, y luego lo alisó.
—No dormía.
Cuando ella se apoyó en los codos, él la dejó hacer con un brazo enlazándole la cintura. No pensaría en ese sueñecito. No pensaría en haber dormido en sus brazos y lo sorprendente de que le gustara tanto. Pues vaya. Resulta que solo pensaba en eso.
—¿Cómo es que no has dormido? —preguntó ella—. ¿Te sentías demasiado enfermo?
—No es mi costumbre habitual; si hace falta, puedo estar varios días seguidos sin comer o dormir. —Mantenía la voz en un tono reposado. El sonido retumbaba a través de Pia—. No tengo intención alguna de dormir en el territorio de los elfos. Además, lo único que necesitaba era descansar.
—¿Y cómo te sientes ahora? —Demasiado grogui para mantener la cabeza erguida, Pia se hundió de nuevo y apoyó la mejilla en los pectorales de Dragos. Hummm. Piel satinada sobre hierro.
—Mejor. El hombro parece de hielo, pero el dolor ha disminuido. Podré levantarme y andar, pero no creo que pueda cambiar de forma hasta bastante después de expirado el plazo. La magia de su veneno estaba bien elaborada.
Pia le pasó los dedos por el hombro lastimado. La zona se notaba febrilmente caliente, mucho más que el resto del cuerpo, no helada.
—¿Esto no duele?
—No. —Dragos le apresó la mano, que se llevó a la boca. Pia se quedó rígida cuando él empezó a chuparle el dedo índice.
Llegó bramando el intenso deseo del sueño. Dragos cambió su forma de asirla por la cintura hasta quedar los dos mejor alineados, pelvis con pelvis. La prueba de su excitación abultaba larga y gruesa bajo los vaqueros. Pia gimió e intentó liberarse. Pero lo único que consiguió fue que los dos cuerpos se restregasen.
Pia se asfixiaba.
—Basta.
Dragos se tomó su tiempo para chuparle el dedo hasta la punta. Su voz sombría la rozó como un tigre perezoso frotándose contra su piel.
—¿Por qué? Tú me querías en el sueño. Yo te quería a ti. Desde entonces he olido tu excitación. Solo han pasado unas horas. Aún queda tiempo para la hora de marchar. —Le lamió la palma, una sensación que le recorrió todo el cuerpo hasta latirle entre las piernas.
Pia dio un grito ahogado.
—¡Pasó en un sueño!
—¿Y qué? Los dos seguimos queriéndolo. —Sus labios se desplazaron a la delicada piel de la muñeca.
Los latidos de la muñeca tamborileaban contra la boca de Dragos, cuya lengua seguía la pista de la vena. Pia no estaba solo sorprendida sino también perpleja. Él era un macho bastante torpón, pero su sensualidad tenía una dulzura culta con la que ella no sabía lidiar. Pia debía esforzarse para recuperar su indignación. Y cuando lo logró, gimoteó encantada.
—¡El sueño era un hechizo! No era real.
—Era la verdad —dijo él. Los largos dedos comenzaron a abrirse camino bajo el dobladillo de la blusa por la piel de la parte inferior de la espalda—. La seducción te dio lo que más querías.
Pia sentía picores en la piel y se ahogaba. Forcejeó con ganas para soltarse, y esta vez en serio. Por un momento, los brazos de Dragos se tensaron alrededor como si se negara a dejarla ir. Luego cedió.
Ella se puso en pie a duras penas, chocó con la mesita y tiró algo. Notó la alfombra empapada en sus pies desnudos. Había derramado la jarra de agua que había usado para limpiarle la herida.
Extendió los brazos y avanzó hasta llegar a la pared. Deslizó los dedos por el suave revoque en busca de un interruptor. Lo encendió, y se quedó con ambas manos apoyadas en la pared, los ojos casi cerrados frente a la súbita luz.
Era como si le ardiese la cara. Keith y los tremendos errores que ella cometiera. Pasando por alto el consejo de su madre, abriendo el corazón y compartiendo, todo porque quería amar y que la amaran, confiar y que confiaran en ella. Todo porque quería un amante y un compañero, un verdadero hogar, una casa segura, un lugar del que no tuviera que huir y, si se atrevía a pensarlo, quizás incluso tener hijos un día.
Notaba los músculos de los brazos muy tirantes. Se frotó la húmeda mejilla en el hombro.
Los muelles del sofá protestaron. Más que oírlo, percibió que él se le acercaba por detrás. Llameaba una hoguera a lo largo de sus nervios hipersensibles.
Dragos le presionó la espalda con el cuerpo. Le cubrió las manos con las suyas, mucho más grandes y oscuras que las femeninas más delgadas que temblaban debajo. La angustia de Pia hería el aire. Él bajó la mejilla hasta posarla en la cabeza de ella.
A veces, su Corte era un lugar tumultuoso. Algunos estaban emparejados. Muchos estaban solos. Todos los wyrkind vivían con una sensualidad abierta, y muy a menudo las emociones acaloradas degeneraban en violencia.
De vez en cuando tenía amantes, pero los apareamientos eran siempre simples. Se trataba de sexo franco, sin complicaciones. Sin embargo, Dragos había presenciado numerosos emparejamientos que eran mucho más complejos. Sentimientos heridos, malentendidos, celos, corazones partidos, infidelidades, pasiones… todo tenía su papel en el telón de fondo de la vida en la Corte.
Esa era una hembra compleja, no simple sexo de alquiler. Dragos pensó en qué debía hacer, en ejemplos de cosas que había visto, descartando una tras otra. Luego habló con voz serena.
—No lo entiendo. ¿Me lo quieres explicar, por favor?
Maldito. Ahora que sabía que diciendo «por favor» ella le hacía caso, no paraba de decirlo. Pia meneó la cabeza. Dragos exhaló un suspiro.
—Soy viejo y a menudo cruel y calculador, y no es conveniente estar cerca de mí cuando estoy furioso. No pido perdón por lo que soy. Soy un depredador y gobierno sobre otros depredadores resueltos y decididos. Pero no quería afligirte.
Ella se tranquilizó mientras le escuchaba. Se desvaneció la atroz sensación de vulnerabilidad. Dragos la rodeó con el cuerpo, y su energía la envolvió.
Él no comprendía. Creía que el sueño tenía que ver solo con el sexo. Ojalá fuera todo tan simple. Pia echó la cabeza hacia atrás, y Dragos se movió para que ella se apoyara en el hueco de unión entre el cuello y el hombro.
—El sueño era manipulador —dijo ella—. Estaba fuera de la realidad. En los sueños, uno acaso decida hacer cosas que no haría estando despierto.
—Pero ¿era verdad? —Su aliento le agitó los delicados cabellos de la sien.
Era extraño que Dragos dudase. Le quedaba mejor la arrogancia. Las dudas no eran tan atractivas. Realmente no estaba bien de la cabeza.
—En el sueño había una verdad —admitió Pia—. Pero no solo algo tan obvio como el sexo.
—Aquí hay más de lo que yo pensaba. —Pia alcanzaba a oír la sonrisa en su voz. Dragos sonaba… contento.
—¿Te alegra esto? —preguntó ella, incapaz de reprimir su propia sonrisa.
—Tú eres complicada. Yo no estoy aburrido.
Pia sacó una mano de debajo de la de Dragos y se tapó la boca.
—Me satisface ser capaz de entreteneros, Majestad.
Dragos la rodeó con los brazos.
—Entonces, ¿cuál es esa realidad no tan obvia como el sexo? ¿Qué relación tiene eso con la excitación que he detectado en ti?
Pia se deleitaba en la fuerza de aquellos brazos y decidió dejarse llevar. Nada de análisis, de evaluaciones a posteriori, de deseos ni de expectativas.
—¿Es así como me siento realmente? ¿En qué medida pueden ser restos del hechizo del sueño? Tú también eres complicado, y hoy ha habido momentos en que me has asustado de veras, joder. En cuanto a mí, la atracción es una cosa, pero hacer el am… —se interrumpió de golpe—, pero el sexo —corrigió— otra muy distinta. Antes de decidir ser tan vulnerable, debo tener un cierto nivel de confianza en alguien.
—Tú confiabas en Keith —dijo él.
Pia dio un inevitable respingo.
—Sí, así es. Pero él me traicionó. Y esto aún duele.
—La seducción del sueño ha desaparecido —le dijo él—. Lo que sientes es real, sea lo que sea, y lo que decidas hacer al respecto es cosa tuya.
Dragos le apartó el pelo a un lado y llevó los labios a la marca blanca del cuello. El pulso de Pia aleteó como una mariposa, y se le entrecortó la respiración. A él se le tensaron los brazos, la dejó ir y retrocedió. Ella se volvió, despeinada y perpleja. Unos elegantes pies desnudos brillaban pálidos en el beige neutro de la alfombra, las uñas pintadas de un rojo intenso. Pia parecía delicada y deliciosa, y se abultó la ingle de Dragos, que no hizo caso.
—Hemos de irnos.
Ella asintió al tiempo que intentaba colocarse unos cabellos sueltos tras las orejas.
—Sí, claro. ¿Cuánto rato hemos descansado?
—Un par de horas. —Dragos se volvió, procurando controlar su reacción hacia Pia.
—Pues ya toca recoger un poco. Si no te importa, voy a ducharme y a cambiarme. No tardaré. —Pia se apresuró pasillo abajo.
Dragos ladeó la cabeza y la vio irse. Seguía sin gustarle la imagen de ella alejándose.
Algún día confiarás en mí. Entonces me explicarás qué más hay en el sueño y por qué temblabas tanto. No te daré miedo y me contarás todos tus secretos. Y entonces serás mía.
Dragos sonrió. Ella no se daba cuenta de que él aún iba de cacería. Mejor así.
En el dormitorio, Pia cogió el segundo conjunto que se había comprado junto con la ropa interior, un par de pantalones pirata y una camiseta amarillo limón con mangas cortas y cuello festoneado. Solo le quedaba otro conjunto. Al paso que ensuciaba la ropa, tendría que hacer la colada o comprar más.
Cerró la puerta del cuarto de baño y al cerrar se sintió como una idiota. Si Dragos decidía entrar, no podría impedírselo ni el ejército de Estados Unidos. Meneó la cabeza, abrió la llave de la ducha, se desnudó y se metió dentro.
El agua caliente se derramó a chorros por su cuerpo y su cabeza, aliviando lugares cansados y doloridos. Cuando le llegó a las maltrechas rodillas, Pia soltó un silbido. Sin dilaciones, se lavó el pelo con champú adecuado, suspirando aliviada mientras se aplicaba el acondicionador y la apelmazada melena se volvía más suave y manejable. A continuación, se enjabonó el resto del cuerpo, se enjuagó, se secó y se vistió. Se cepilló el pelo y lo recogió atrás con una goma elástica amarilla, volvió a meter los artículos de tocador en la bolsa de la compra y salió del baño.
Dragos se había estirado sobre las arrugadas mantas; hacía que la cama de matrimonio pareciera pequeña y estrecha. Al verlo, se topó con un muro invisible. Estaba tendido de espaldas, con los ojos cerrados, una mano detrás de la cabeza y la otra posada en aquel estómago lleno de baches.
Se había quitado la camisa manchada de sangre y llevaba puestos solo los pantalones y las botas. La herida del hombro aún era de un blanco brillante en contraste con la piel broncínea. Las costillas se marcaban bajo unos fuertes pectorales, y los oscuros pezones se arrugaban en el aire frío. También se había lavado, el vello oscuro todavía húmedo en aquel pecho ciertamente inhumano. Tenía húmeda igualmente la cabeza. Pia captó el aroma a macho limpio.
Como pasaba con cualquier habitación en la que entrase, Dragos era dueño del dormitorio por el mero hecho de estar allí. Pia tuvo un escalofrío y hurgó en busca de su última blusa limpia, abotonada y de manga larga. Tras quitarle las etiquetas, se la puso y la llevó como si fuera una chaqueta, pues la sudadera había tenido una vida muy breve.
La presencia de Dragos era demasiado abrumadora. Pia no tenía valor de ir a sentarse a su lado en el borde de la cama. En vez de ello, se agachó para ponerse unos calcetines cortos y las zapatillas. Su mirada saltó de Dragos a sus diversas pertenencias desparramadas por la habitación. Miró su mochila, que contenía documentos correspondientes a tres identidades nuevas y casi cien mil dólares. Luego volvió a fijarse en el macho acostado boca arriba.
—¿Estás listo? —dijo. Parecía estar sin aliento, como si acabara de correr una maratón. Fue por toda la habitación recogiendo sus pertenencias y metiéndolas en otra bolsa de la compra.
—Sí —contestó él, que aspiró hondo y emitió un suspiro. Era una imagen impresionante. Pia se humedeció los labios e intentó pensar en otras cosas—. No necesitas esas otras identidades —añadió—. Me gusta el nombre Pia Alessandra Giovanni. Te queda bien.
Mierda. Tres identidades caras y bien construidas a tomar viento. Y las otras en Nueva York.
—¡No me lo puedo creer! —soltó montando en cólera—. ¡Eran mis cosas! No tenías ningún derecho a mirar.
—Por supuesto que sí —dijo él.
¿Cómo era capaz de salir con eso? Le lanzó una de las bolsas. Debió de verla con los ojos achinados. En un movimiento que pareció perezoso pero fue muy rápido, la alcanzó con una mano.
—¡Seguro que también has contado el dinero! —le espetó.
—Por supuesto que sí —repitió él, con un tajo blanco en la cara por sonrisa—. Las mujeres os pasáis realmente mucho tiempo en el cuarto de baño. También he mirado en la nevera, he utilizado tu móvil para llamar a Nueva York y me he guardado en el bolsillo las llaves de tu coche. En ti no hay ni una pizca de depredador wyr, pues no eres simplemente vegetariana, sino también vegana. No me extraña que estés tan canija.
—¡Canija! —solo él podía llamar canija a una mujer de metro setenta y cinco y más de sesenta kilos de peso. Le tiró la otra bolsa. Dragos la atrapó también, pero ya no pudo con las botellas de champú, el acondicionador y la loción que le llovieron encima—. ¡No es verdad! Y en cualquier caso, tampoco soy del todo vegana. Tomo miel si ha sido producida de una manera responsable. Pero bueno, da igual… ¡devuélveme las llaves del coche!
—No va a ser posible —le dijo él.
Pia se lanzó contra Dragos y lo golpeó en el pecho.
—¡Cabrón! ¡No tenías ningún derecho a mirar mis cosas ni… a robarme el coche!
Él soltó una risotada profunda, sonora, a tope. Acto seguido, en un movimiento que imitaba uno del sueño, la agarró por los brazos, la hizo rodar sobre su cuerpo y la estampó en el colchón. Pia chilló. Dragos se levantó encima, tapando la luz. El raptor tenía encendidos los ojos dorados.
—No hay en el mundo ninguna otra entidad que se atreva a actuar así conmigo.
Pia se quedó paralizada y lívida.
A Dragos le cambió el semblante. Sostuvo un rígido dedo bajo la nariz de Pia y dijo:
—¡No! No lo he dicho con tono de amenaza.
A ella le temblaban los labios.
—¿Con qué tono, entonces?
Dragos le puso la mano en la mejilla. Era tan larga que casi la cubría la cabeza entera.
—Eres mía —dijo él—. Puedes negarlo, discutir, ponerte borde, intentar huir. Pero. Seguirás. Siendo. Mía.
—Esto es una chifladura —susurró—. No tengo ni idea de lo que significa. No soy tuya ni de nadie.
—Sí, sí lo eres —dijo él, que le acarició los labios con el pulgar—. Eres mía, y te retendré conmigo. No te haré daño y te protegeré. Y empezarás a confiar en mí. Todo va a ser bueno.
—¡No soy un objeto propiedad de nadie, maldita sea!
—Pero te hallas en mis dominios.
—Estás loco —enunció Pia.
—Como lo estás tú también, perfecto. —Se le rizó la boca en una sonrisa. Bajó la cabeza despacio, observándola. Cuando Pia se puso tensa, él susurró—: No tengas miedo. Solo quiero probarte. Nada más.
Dragos aguardó a unos centímetros sobre los labios de Pia.
Eso estaba mal en muchos niveles. Ella desplazó la mirada desde los pacientes ojos de Dragos a su boca. Le desapareció la tensión del cuerpo traidor.
Dragos notó que la resistencia de ella se esfumaba. Cubrió con su boca la de ella. Los ojos de Pia revoloteaban cerrados. Los labios de él, firmes y cálidos, se movían ligeros como una pluma contra los de ella, descubriendo su forma y su textura. Los labios de ambos se volvieron duros y ásperos, y aquello no tuvo nada que ver con el sueño. Ese beso era lento, seguro de sí mismo, pausado, sensual.
El placer se disparó por el cuerpo de Pia y se tornó líquido. Ella susurró algo y le tocó la mandíbula.
Dragos le lamió y le mordisqueó los labios, con la respiración cada vez más profunda. Mientras los dedos de ella le subían por la mandíbula y se le enredaban en el pelo, él abrió la boca e introdujo la lengua en la otra boca. El placer se hizo más intenso, más agudo.
Dragos ladeó la cabeza para tener mejor acceso y penetrar más a fondo con la lengua mientras se le endurecía el cuerpo. Llevó el muslo entre las piernas de ella y empujó contra la zona que se había humedecido como respuesta. Pia emitió otro ruido amortiguado mientras le besaba con una excitación en aumento. Dragos soltó un gruñido y empujó más con el muslo y adentró más la lengua.
Dio en el punto clave. Pia emitió un grito ahogado y arqueó la pelvis. Ahora tenía ambos brazos alrededor del cuello de Dragos, que le cogió el culo con las manos y la subió y apretó más contra él. Le pasó el otro brazo por el cuello, manteniéndola presionada a lo largo de todo su cuerpo. Encontró un ritmo perverso con la boca y el muslo que le hurtó a Pia todo pensamiento hasta estar tan encendida que lo estaba poseyendo con el mismo descontrol que en el sueño.
Dragos la devoraba con hambre atrasada. Pia le pasó las manos por los hombros descubiertos. El torso desnudo de él estaba todo encima de ella, la gruesa erección apretándole la cadera. Pia quería quitarle la ropa. Quería que él estuviera dentro de ella, que la sujetara mientras le daba embestidas.
Oh, Dios mío, ahora lo que quería era retirarse inmediatamente. Apartó la boca de golpe y dijo entre jadeos:
—Basta. Es demasiado.
Dragos levantó la cabeza y soltó un bufido. La atrajo hacia sí y no se movió, su cuerpo una cuerda tirante. La mirada era otra vez de lava, los ojos dorados le ardían. Ella se volvió y hundió la cara en el duro bíceps abultado.
—No estoy preparada —susurró.
—El novio —gruñó él.
—Ex novio. Ya he superado eso.
Pia lo miró a hurtadillas. Él la miraba desde arriba, muy marcados los planos y ángulos del sombrío rostro.
—Dijiste que aún dolía.
Pia llevó los dedos a la tensa boca y la recorrió, obsesionada con las formas y texturas de Dragos.
—Duele porque decidí confiar en alguien y fui traicionada. Keith ya no me hará más daño, y tampoco querría tener nada que ver con él si aún estuviera con vida. La única tentación que tendría sería la de volver a pegarle una paliza.
La tensión del cuerpo de Dragos comenzó a disminuir. Pia notó bajo sus dedos que en la boca de él se dibujaba una sonrisa.
—¿Le pegaste una paliza?
Pia le devolvió la sonrisa, mirándole con arrugas en torno a los ojos.
—Bueno, no exactamente —reconoció ella—. Pero sentí una gran satisfacción al empujarlo contra una pared.
Dragos la estaba examinando. La marfileña piel de Pia reflejaba un rosa delicado los labios hinchados y con un color rojo oscuro de tantos besos. Los ojos violeta oscuro destellaban. Por mucho que dijera ella, su cuerpo estaba relajado y confiado mientras se curvaba para encajar en el de Dragos. El aroma de la intensa excitación de Pia era delicioso. Todas sus tonalidades de joyas habían sido abrillantadas.
—Eres preciosa —dijo él, que a continuación apretó sus labios en la frente de Pia.
Pia abrió los ojos conmocionada. Luego apartó la vista, cada vez más ruborizada. No se le ocurría nada que decir. Llevada por un impulso, lo estrujó con fuerza. Esto pareció sorprender a Dragos, pues se quedó inmóvil y luego la abrazó a su vez, apretándola contra sí antes de soltarla.
Dragos se apartó rodando y se puso en pie con un leve y ágil movimiento.
—Ahora sí hemos de irnos.
Pia se levantó tambaleándose, con menos gracia que Dragos, que la ayudó a recoger las cosas derramadas de las bolsas e insistió en acarrearlas junto a la mochila. Sintiendo que de algún modo había perdido control sobre su vida, Pia siguió detrás.
Antes de salir por la puerta, Pia fue a la cocina a coger el móvil y lo que pudiera comer a la carrera. Dejó de lado los aderezos e ingredientes para ensaladas. Metió en otra bolsa un paquete de almendras, yogur de soja y una cuchara que afanó del cajón de utensilios y también una botella de agua que había comprado.
La secadora estaba funcionando en el lavadero que había junto a la cocina. Dragos la paró y sacó la destrozada camisa de Armani. Había aclarado la sangre todo lo posible, pero el blanco inmaculado se había esfumado. Se la puso sin tomarse la molestia de abrocharse siquiera los pocos botones que quedaban. Pia agradeció esa escasa cobertura. Aunque no fue de gran ayuda. Con vislumbres del largo y oscuro torso asomando en la camisa abierta, Dragos seguía distrayendo la atención y siendo atractivo. La visión de su pecho desnudo había eliminado el último dígito del cociente intelectual de Pia.
Salieron a la calle. Pia hizo la anotación mental de llamar a Quentin para decirle que no habían dejado la casa en tan buen estado como a ella le habría gustado.
Dragos la acompañó al asiento del pasajero mientras echaba un vistazo alrededor. Volvía a ser el asesino frío e impasible. Le abrió la puerta y la cerró después de que ella se hubiera sentado, dejó los bultos en la parte de atrás y se instaló en al asiento del conductor.
—¿Crees que habrá problemas? —preguntó ella mientras miraba el apacible escenario nocturno. Entre el sueñecito y todo lo demás, habían consumido unas seis de las doce horas concedidas a Dragos, y eran más o menos las tres de la madrugada. Varias casas más abajo había una fiesta con todas las luces encendidas, pero nadie dijo nada.
—Si los elfos mantienen su palabra, no —contestó. Localizó la palanca y echó el asiento hacia atrás todo lo que pudo.
—¿Por qué no iban a hacerlo? —dijo ella con los ojos abiertos como platos—. Nunca he oído ningún comentario negativo acerca de su rectitud.
—Eres bastante más joven que yo —le recordó él—. Cada raza tiene de vez en cuando sus momentos deshonrosos. Oh, por todos los demonios. Este coche va a acabar conmigo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Aún estoy esperando que coja velocidad —le dijo él—. Quizás algún día. ¿Qué es, un CDM?
—¿Qué es un CDM?
—Coche De Mierda.
Pia se echó a reír.
—Es un Honda Civic, un automóvil excelente. Y consume poco.
—Bueno, pues ya sabemos por qué, ¿no? —A pesar de sus palabras, Dragos mantuvo una velocidad moderada hasta abandonar la zona de la playa y llegar a la carretera principal. Aceleró y alcanzó la velocidad de crucero.
—¿Qué coche tienes tú? —Pia abrió el yogur. Se moría de hambre.
—Mi preferido es el Bugatti.
Pia quizá no sabía que él tenía un coche valorado en más de un millón de dólares. O que había hecho algo extravagante, como alcanzar la barrera del sonido en sesenta segundos. Empezó a comer.
—¿Cuántos coches tienes?
—En la flota entera habrá unos treinta. No estoy pendiente de todos. Yo conduzco el Bugatti o el Hummer. A veces el Rolls. Mi gente lleva los otros.
—Claro —dijo ella. Su gente. Pia meneó la cabeza. Una riqueza tan desmesurada era inimaginable.
Dragos la miró de reojo, con el labio torcido.
—¿Qué coño estás comiendo?
Pia se limpió una comisura de la boca con un pulgar.
—Yogur de soja.
—¿Eso es comida? Probé lo que compraste el otro día, los Twizzlers y la Coke Slurpee de cereza. Para vomitar.
Pia se echó a reír.
—Venga, no hay para tanto.
—Pues sí —le dijo con tono serio—. Hay para tanto y más.
—¿Cómo sabías…? —Entonces cayó en la cuenta—. Ah, la nota que dejé. La escribí en el reverso de un recibo. —Se dio un manotazo en la frente—. Por eso me localizaste.
—Conseguimos la filmación de las cámaras de seguridad de la fecha del recibo. Te encontramos gracias a eso y al nombre humano que me dijiste en el sueño.
Pia soltó un suspiro, se terminó el yogur y abrió el paquete de almendras.
—Pues vaya con mi vida criminal. —Le ofreció el paquete abierto, y él negó con la cabeza. Por detrás se acercaron unos faros, que permanecieron a una distancia constante.
—Qué amables. Si tenemos un pinchazo, seguro que se paran a ayudarnos.
—Bueno, no puedes culparles —señaló Pia—. La verdad es que cruzaste sin autorización.
—Sí, y tú me robaste —dijo él—. Y mira lo bien que nos va.
Pia se quedó desconcertada. Pensó en el sobrecargado día. ¡Pero si les iba la mar de bien! Sospechó que esa idea debería inquietarle un poco. Si se detenía a pensarlo, en parte así era.
—A propósito —murmuró ella—, tú sí estás en un papel que no es exactamente el tuyo, ¿verdad?
—Desde luego —replicó él con voz suave—. ¿Te parece normal que en el mismo día primero quiera descuartizar a alguien que precisamente me ha robado y luego acabe besándole?
—Yo… no he tenido mucho tiempo de pensar en ello. —Pia no había tenido mucho tiempo de pensar en nada.
Dragos levantó un dedo.
—En primer lugar, es la primera vez que alguien consigue quitarme algo. —Levantó otro dedo—. Segundo, no soy una criatura indulgente. De hecho, es la primera vez que perdono a alguien. —Levantó un tercer dedo—. Y tercero, tengo ganas de rajar de arriba abajo al que te dio ese hechizo y se hizo con mi penique.
—Dicho así, yo aún debería estar huyendo y pegando gritos —dijo Pia, que tragó saliva y miró por la ventanilla las oscuras escenas nocturnas que iban dejando atrás—. ¿Por qué es tan distinto ahora?
—¿Recuerdas que he dicho que no estaba aburrido?
Pia asintió mientras doblaba entre los dedos el extremo de su blusa de manga larga.
—Si miro atrás, creo que he estado aburrido durante siglos. Una buena temporada. La gente corre a darme lo que quiero. Y si por alguna razón eso no sucede, siempre puedo comprar lo que quiero tener.
—Cuesta imaginarlo —murmuró ella.
—Bueno, vivo así todos los días. Pero tú eres diferente. Desde el principio ha sido una sorpresa tras otra —dijo Dragos—. Nunca me había enfadado tanto. Y tu nota me hizo reír a carcajadas. ¿El sueño? Un verdadero pasmo. Las cosas absurdas que dices, tu olor, el color de tu pelo bajo la luz del sol, bajo la luna. —Le lanzó una mirada de reojo con esa acerada sonrisa suya—. Ya no estoy nada aburrido. Considero que esto es muy importante para mí; incluso me planteo hacer cosas nuevas.
Pia volvió a mirar por la ventanilla. Fantástico, ¿así que ella podía relajarse siempre y cuando él estuviera entretenido? ¿Qué pasaría cuando se cansara de ella? ¿Olvidaría Dragos cómo la «perdonó»? Se mordió el labio.
Lo bueno era que en Nueva York aún había tres escondites con tres identidades y más dinero. Era de suponer que, después de todo, volvía a la ciudad con él. Pia debería seguirle el juego hasta encontrar el modo de escaparse.
Dragos le puso la mano en la rodilla. Pia dio un brinco y le dirigió de nuevo su atención.
—Pia —dijo Dragos, ya sin la sonrisa en la voz—. Quiero que me escuches. Hablo en serio. Cuando lleguemos a la ciudad, no trates de huir.
Pia abrió los ojos como platos.
—¿De qué estás hablando?
—Oh, vamos, no hay para tanto —soltó Dragos, cuya mano apretó con la fuerza de unas esposas de hierro—. He dicho que he llamado a Nueva York, ¿recuerdas? He hablado con mi Primer centinela, un grifo llamado Rune. Creemos saber quién lo orquestó todo, quién manipuló y asesinó a Keith y a su corredor de apuestas, se aseguró de que tuvieras el hechizo y se quedó con el penique.
—Vaya —dijo ella con un hilo de voz—. Pues tengo la sensación de que no quiero oír nada de eso. —La almendra que se acababa de tragar parecía pegársele a la garganta. Dobló el paquete con las almendras restantes, lo guardó en la bolsa que tenía a sus pies y bebió un buen trago de la botella de agua, que tapó y metió también en la bolsa.
—Me parece que tienes razón. Pero has de oírlo. Si Keith dijo algo de ti, por poco que fuera, no estás segura. ¿Puedes garantizar que no habló antes de que le obligaras a hacer el juramento vinculante?
Pia se agitó nerviosa, otra vez con el peso del miedo.
—Dijo que me había mencionado pero no había dicho demasiado. Tiene sentido que así fuera. Querría controlar todo el proceso.
—Ahora enfócalo así —dijo Dragos—. También tendría que hacer un esfuerzo de narices para lograr que alguien le preparara ese hechizo. ¿Sabes cuántas personas son capaces de hacer algo así, algo con la fuerza suficiente para oponer resistencia a mis hechizos más potentes?
—Del tono de la conversación deduzco que no demasiadas —farfulló Pia.
—Vuelves a tener razón. Así de pronto se me ocurren tres. —Se aflojaron las esposas de la pierna. Dragos le frotó el muslo—. ¿Ves adónde quiero llegar?
Por instinto, ella le cogió la mano entre las suyas. Dragos dejó que la mantuviera en su regazo.
—¿Quiénes son?
—Una vieja bruja de Rusia. La reina de los vampiros de San Francisco, que es una hechicera. Y el rey de los fae oscuros.
—Mierda. —Mierda, mierda, mierda.
—Ahora mismo hay gente investigando si hay alguien más capaz de conseguir un encantamiento lo bastante fuerte para descubrir mi tesoro. De momento parece que no. La bruja se muestra bastante indiferente a las cosas que pasan fuera de su barrio. No la considero candidata. Y la reina de los vampiros es una especie de amiga, o al menos aliada. En cuanto al rey de los fae oscuros, no sé. —Dragos meneó la cabeza con una sonrisa macabra—. Urien me odia por encima de todo. Ocurre que durante los últimos doscientos años he tenido algo que él quiere desesperadamente, y yo no dejo que ni se le acerque. No dudaría en remover cielo y tierra si creyera que esto me derrotaría. Tú serías apenas un pequeño bache en su camino.
Por lo poco que sabía ella de los fae, tenían dos Cortes, una oscura y otra clara, y con frecuencia luchaban entre sí por algún motivo. Los fae claros estaban gobernados por una reina. Urien gobernaba sobre los fae oscuros. Quizá fuera él el Poder malvado que había manipulado a Keith entre bastidores.
Pia se concentró en la mano de Dragos que tenía en el regazo. Grande y fuerte. El brazo era como un tronco. Se dio cuenta de que estaba acariciándole los largos dedos con los suyos.
—Mi gente es muy competente. No llegarías muy lejos, aunque nos has sorprendido con tu surtido de recursos —dijo Dragos, que podía ser seductor, persuasivo, tranquilo… muchas cosas, pero esa delicadeza la sorprendió—. Y si por casualidad volvieras a escaparte, volvería a encontrarte. Pero hasta entonces correrías peligro. ¿Qué hay de tu promesa, entonces?
—De acuerdo —dijo ella.
—Buena chica. —Le apretó la mano con la suya, que acto seguido retiró.
Se quedaron en silencio. Al cabo del rato, cuando el cielo se había aclarado anunciando el amanecer, los faros de detrás destellaron, y el coche que les había estado siguiendo aminoró la marcha. Eso quería decir que habían cruzado la frontera del territorio elfo, supuso Pia.
Poco después se le cerraron de nuevo los párpados. No pensaba que pudiera dormirse, pero dos ratos de dos horas y una cabezadita de media tarde no eran descanso suficiente. Llevaba demasiado tiempo sin dormir una noche entera.
Pia se frotó las sienes y dijo:
—Un día de estos voy a comer bien de verdad y a dormir a pierna suelta.
—Le he dicho a Rune que buscara a alguien que cocinase las cosas que comes tú.
Pese a las pocas ganas, Pia tuvo que sonreír. Dragos hacía que el vegetarianismo sonara algo extraño, como si consistiera en cocinar comida para perros.
—Todo un detalle por tu parte, gracias. —Pia sintió un leve forcejeo entre el deseo y el orgullo, y ganó el deseo. Apoyó la cabeza en el brazo de Dragos.
Aquello estaba mal. Era una insensatez. Ella no debía buscar esa comodidad en la dura y musculosa calidez. Y lo último que tenía que hacer era empezar a recurrir a eso.
Dragos le puso la mano en la cabeza y se concentró de nuevo en la conducción. Ella dormitaba.
Transcurrido un tiempo indefinible, Pia se puso alerta ante una imprecisa sensación de ansiedad, que se acrecentó al enderezarse y mirar alrededor. La luz matutina era más fuerte pese a que el sol aún no había aparecido en el horizonte. El paisaje tenía una existencia fugaz. Miró el velocímetro. Iban casi a 180.
Miró a Dragos. Tenía el cuerpo relajado y conducía con absoluta competencia, pero su sombrío rostro reflejaba fiereza.
—¿Qué pasa?
—Algo nos ha encontrado. Nos están siguiendo. No sé si podemos dejarlos atrás, pero vamos a intentarlo.
Aun sabiendo que era inútil, Pia no podía menos que mirar alrededor. También abrió al máximo los sentidos, esforzándose por entender lo que estaba captando. Pero aquello le resultaba esquivo. No lo había experimentado nunca.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—No comprendo lo que estoy sintiendo —contestó ella.
Dragos levantó las cejas.
—Intenta describirlo.
—Es solo eso, no sé. —Se encogió de hombros, impotente—. No… no es algo bueno. Es una sensación de miedo, de saber que hay algo malo cerca. ¿No lo notas tú?
—No —dijo él—. Estás describiendo algo diferente del hechizo que se nos ha acoplado. Puede que la sensación esté relacionada con tu sangre wyr.
—¿Dónde estamos?
—La próxima ciudad grande es Fayetteville. Si llegamos, cambiaremos de ruta.
¿Si llegamos? Dragos parecía muy tranquilo. Pia se agarró al cinturón.
Lo siguiente pasó muy deprisa. En una curva ciega, un vehículo grande se les echó encima con un bramido. Dragos dio un viraje brusco y mantuvo el coche controlado. Pero justo en ese momento otro vehículo venía de frente por la derecha.
El lado del pasajero. La luz deslumbró a Pia.
Dragos dio otra sacudida tremenda al volante. Los neumáticos chirriaron mientras el coche hacía un trompo. Todo daba vueltas. El vehículo que venía en dirección contraria estaba a punto de impactar en el lado del pasajero. Dragos echó su torso encima del de Pia, cuya cabeza le quedó encajada en el hueco del cuello.
Un ruido horrendo mientras todo…