Cuando volvió a despertarse de verdad, Pia se hallaba en su cama de la Torre de Cuelebre. Contempló el techo durante un rato sin reparar en el tiempo transcurrido mientras iba cambiando la luz. Estaba todo tranquilo. Se sentía cómoda, limpia y seca, y no le dolía nada.
Dragos yacía a su lado, con un brazo alrededor de ella. Pia le miró el rostro dormido y advirtió algo nuevo. Parecía agotado, fatigado, como si dentro de él algo se hubiera vuelto insoportable. Pia frunció el ceño. ¿Había resultado herido en la batalla?
Pia intentó levantar el brazo derecho para acariciarle la cara, pero no pudo. Tiró del brazo y, de repente, Dragos se incorporó y se apoyó en un codo. Le puso la mano en el brazo.
—No hagas eso, cariño.
—Tengo la mano pillada —masculló. Luego lo miró con ansiedad adormilada—. ¿Qué pasa? Pareces triste. ¿Estás herido?
Dragos le sonrió, encendidos los dorados ojos, y se le esfumó el agobio en el semblante.
—Solo tengo herido el corazón.
—¡Alguien te disparó al corazón! —Pia intentó alzar la mano bruscamente.
—Pia, amor mío, calma. Mírate el brazo. —Ella siguió la dirección del dedo—. Tienes un gota a gota. Mientras dormías intentabas quitártelo, así que hemos tenido que sujetarte la mano. No queremos que te hagas daño.
—Oh. —Se sintió como una idiota y se calmó. Volvió a mirarle—. ¡Alguien te disparó en el corazón!
—Sí. —Dragos le dio un beso en la nariz—. Hablando en términos metafóricos, fuiste tú. —Ahora la besó en la boca, con unos labios acariciadores infinitamente tiernos—. Te estabas muriendo, diablillo. Se te paró el corazón y tus pulmones dejaron de funcionar. Tuve que hacerme cargo del asunto. Luego nuestro hijo decidió echar una mano y casi se quema en el intento. Casi me muero de miedo.
Dragos cerró los ojos y la acarició con el hocico. Pia lo aspiró, frotó su mejilla contra la de él y dejó que su presencia aliviase los dentados bordes interiores.
—Lo siento —susurró Pia, que por la comisura del ojo derramó una lágrima que le mojó el pelo. Y luego otra—. Siento mucho todo lo ocurrido.
—Basta. —Dragos le cogió la cara con las manos y le enjugó las lágrimas—. No es culpa tuya. Hice volver a tu doctora desde Cancún y hablamos un poco. Primero me enteré de lo que era un DIU y de cómo podía haber supuesto un peligro para ti y para el niño. No me extraña que te entrase el pánico y que me culparas de haberte provocado el embarazo.
—Tenía que haberlo pensado mejor.
—Hiciste lo lógico. Llevamos juntos apenas una semana, y no en las mejores circunstancias. Pero está claro que no quería dejarte preñada. Me has dado la sorpresa de mi vida. —La cara y la voz delataban su tribulación. Le acarició el pelo—. No tenía ni idea de que mi control había empeorado hasta este extremo.
Pia le clavó la mirada mientras deslizaba la mano libre hasta cubrirse el vientre en un gesto protector que cada vez iba volviéndose más habitual. Al parecer, algo vacilante y frágil en su expresión llamó la atención de Dragos, que contrajo las oscuras cuchillas de las cejas y cubrió la mano de Pia con la suya, entrelazando sus dedos con los de ella.
—El embarazo es una absoluta conmoción —le dijo Dragos—. Conecté con nuestro hijo cuando él te curó… es una de las cosas más hermosas que he visto jamás. Me faltan palabras para describir mi reacción. No había sentido nunca nada igual.
—Pues es una buena manera de explicarlo —susurró Pia—. A mí me pasa lo mismo. Estoy aterrorizada.
Dragos la besó, los labios moviéndose lenta y suavemente mientras se recreaba.
—No tengo ni idea de cómo actuar con las criaturas pequeñas. Pero estoy contento.
—Yo también —susurró. Los ojos de Pia brillaron húmedos al sonreírle. A continuación volvió la mirada hacia dentro y habló con tono angustiado—: Maté a cinco personas.
Dragos entrecerró los ojos.
—¿Cómo es eso?
—Al hombre de la furgoneta le dispararon por culpa mía…
Él le dio unos toquecitos en los labios.
—Esa es fácil. No ha muerto. Al principio no estaba muy claro, pero ahora dicen que va a recuperarse sin problemas.
—Gracias a Dios —dijo ella exhalando un suspiro.
—No obstante, junto a la casa de Urien nos encontramos con cuatro guardias muertos que despertaron nuestra curiosidad. ¿Fuiste tú? —Dragos observó el rostro de Pia. Por lo visto, sus dedos no podían dejar de acariciarle los pómulos, la mandíbula, el cuello.
Pia hizo una mueca y asintió.
Dragos sonrió enseñando los dientes.
—Qué orgulloso estoy de ti, joder. Apretaste las clavijas cuando era el momento. Hiciste lo que tenías que hacer y te escapaste.
—Sí, bueno, tú eres un monstruo sanguinario. Qué más da lo que pienses —farfulló Pia, que se quedó unos instantes adormilada; Dragos se limitó a seguir acariciándole el pelo. De pronto, ella estuvo lo bastante despierta para decir—: A decir verdad, me sentía mal por no sentirme mal. En especial pensando en el tipo de la furgoneta. Me sabía mal por él.
—Eso es estúpido y retorcido. Olvídate de todo —ordenó él.
Pia soltó un amago de risita.
—Ya estamos otra vez dando órdenes. Su Majestad empieza a sentirse mejor. Oh, hablando de majestades… —Pia abrió los ojos de par en par—. Urien se creía que iba a ser mi jefe.
—Una de las razones por las que al final lo matamos. —A Dragos se le formaron arrugas en torno a los ojos—. No me cabe en la cabeza.
Pia durmió un rato con el natural agotamiento de una convaleciente. Se despertó solo una vez para decir:
—No vayas a ningún sitio.
Dragos, luciendo tejanos cortos, estaba estirado sobre la colcha con las almohadas amontonadas en la espalda, leyendo informes. De pronto lo dejó todo a un lado y miró a Pia fijamente.
—No voy a ir a ningún sitio, Pia. A ninguno. Y tú tampoco.
Su amado rostro era inamovible como una montaña. Ella asintió y se relajó. Dragos no retomó su lectura hasta que Pia estuvo profundamente dormida.
Estar a punto de morir deja a uno hecho polvo, desde luego. El breve destello curativo de Poder del cacahuete había cuidado de los elementos esenciales de Pia, pero ella tenía que hacer el resto por su cuenta.
Había estado dos días inconsciente. Dragos le había hecho un regalo, un hechizo antináuseas engarzado en un collar de diamantes de dos quilates. Al día siguiente de despertarse, cuando ya retenía líquidos y alimentos sólidos, el médico le quitó el gota a gota.
Pia solo era capaz de concentrarse en cosas sencillas, como revistas y programas de televisión, y además solía dar cabezadas. Cuando estuvo despierta del todo, Dragos le sonsacó todos los detalles de lo sucedido.
Él le contó la historia de la persecución hasta la parte final en la que los centinelas despegaban en busca de la pradera que ella había descrito. Con su aguda mirada de ave rapaz, Bayne había captado el movimiento de Urien y sus hombres al lanzarse por la pendiente hacia Pia. Estando todavía a unos cuatro kilómetros, habían acelerado con todas sus fuerzas.
Todas las fuerzas de Dragos se habían centrado en eliminar a Urien antes de que este tuviera posibilidad de recurrir a su formidable Poder y defenderse. No había visto que Pia recibiera ningún disparo, pero sí había visto que su dardo había impactado en la parte superior del hombro de Urien. No era una herida mortal, pero había bastado para distraer al rey de los fae en esos segundos finales en que Dragos y sus centinelas atacaron descendiendo en picado.
Todos habían visto a Pia levantarle el dedo a Urien. Fue algo muy comentado entre los centinelas mientras estaban despatarrados en los sofás comiendo pizza, bebiendo una cerveza tras otra y viendo un culebrón.
—Me gusta este gemelo malo —dijo Graydon señalando la pantalla plana con la botella—. El otro es demasiado dulce y empalagoso. Nadie es tan agradable.
—Joder, no —contestó Constantine bien acomodado—. Pero debo admitir que la actriz me pone a cien. ¿Crees que son de verdad?
—Lo dudo —dijo Graydon—. Demasiado globulares.
Constantine asintió.
—Sé tratar a las globulares.
—Hacen juegos de palabras —dijo Graydon—. Y luego refunfuñan.
Pia los miraba por encima del Cosmopolitan que estaba hojeando, pero se abstuvo de hacer comentarios. Habría podido ser peor. Al fin y al cabo estos estaban más o menos amaestrados.
Se encontraba hecha un ovillo en un extremo del sofá, tapada con un ligero cubrecama de seda. Tan pronto hubo empezado a sentirse mejor, había convencido a Dragos de que fuera a ocuparse de montones de cosas, pero eso solo había dado lugar a que ahora tuviera un flujo rotatorio de centinelas de visita. Desde el secuestro, no había disfrutado de un solo momento para ella sola.
Se quejó a Graydon.
—Es solo por precaución, bombón —le dijo—. Aún estamos persiguiendo a algunos fae de Urien, y ese contacto de los elfos que buscábamos ha desaparecido. Maldita sea. —Soltó una risita.
—No puedo creer que os dijera eso, tíos —dijo ella—. Solo me torcí el tobillo y estaba pasando un mal día. No era responsable de lo que me salía de la boca… o la cabeza.
—Os desenvolvisteis como una profesional —dijo él con calma.
—Sí, así es, me salí con la mía —rezongó—. Pero en todo caso estoy en el ático de la Torre. Este lugar está más protegido que Fort Knox. Ya no va a perseguirme nadie. Y seguro que ahora mismo no voy a ir a ninguna parte.
—Ya, pero haced memoria —dijo el grifo mientras le daba unos golpecitos en la nariz—. El jefe estaba cagado de miedo. Algo no muy habitual en él. Si no le dejáis que se preocupe, creo que podría explotar. También nos asustasteis a nosotros, por cierto. Además, ahora sois de la familia y lo pasamos bien. Es como estar de vacaciones. —Le guiñó el ojo.
Familia. Vaya.
—Muy bien —masculló. Procuró no saltar de alegría y fingió seguir malhumorada, pero le dirigió una sonrisa afectuosa.
Una abatida Tricks fue a darle las gracias por su participación en la muerte de Urien y a despedirse. El hada se marchaba para ser coronada reina en la corte de los fae oscuros. Ya no llevaba el pelo teñido de lavanda ni la desenfadada melena, que ahora era del color negro azabache natural. A Pia le sorprendió lo mucho que había cambiado el aspecto del hada y la miró con expresión más seria.
—Oh, Dios, por favor, ven pronto a visitarnos —dijo Tricks—. No me abandones en la corte de los fae oscuros. Volveremos a almorzar juntas.
Pia soltó un gruñido.
—Vale, pero la próxima vez será sin el Piesporter y el coñac.
Tricks sonrió ladina con la boca torcida.
—Ya veremos.
—Te echaré de menos —le dijo Pia.
El hada le echó los brazos al cuello.
—Yo también.
Almuerzo con la reina de los fae oscuros. Invitación a visitar al gran señor y la gran señora de los elfos. Qué extraña era ahora su vida.
Sin pensarlo, preguntó:
—¿Has encontrado a alguien para tu puesto de relaciones públicas?
—No —contestó Tricks—. No ha habido tiempo. ¿Por qué? ¿Te interesa?
Algo cohibida, Pia alzó un hombro.
—Hablaré con Dragos. No sé, cuando esté lista.
—Al margen de lo que decidas, mantén al dragón enroscado en tu meñique —aconsejó el hada con una risita ahogada—. Es su karma tras muchos siglos de ser el centro del universo. Esto le hará mucho bien.
• • •
Una tarde hubo otra visita. Pia alzó la vista mientras Aryal dejaba caer su metro ochenta en un sofá a su lado. El negro pelo de la arpía volvía a estar enmarañado, lo que parecía ya su estado normal. Lucía tejanos de tiro bajo, un chaleco de cuero sin mangas y las preceptivas armas de centinela.
Pia observó detenidamente a Aryal mientras esta se agitaba inquieta. La extraña y descarnada belleza de la arpía no tenía nada que ver con dietas alimenticias, y, aunque desgarbado, su cuerpo estaba impecablemente perfilado. Pia le miró los músculos de los brazos y el tensado estómago y pensó en el enorme esfuerzo que hacía falta para tener ese aspecto. En esta vida, no.
Aryal miraba con mala cara el capítulo de Hospital general que ponían en la tele mientras movía un pie. Cogió una Harper’s Bazaar, la hojeó un poco y la tiró a un lado. A Pia le pareció oírle murmurar algo así:
—Toda esta mierda de chicas no es para mí.
Pia enarcó las cejas sin saber si tenía que decir alguna cosa o no. Aryal volvió a mirar la televisión.
—Es increíble… —dijo la arpía—. Primero, la bruja Adela os vende un hechizo vinculante; al día siguiente le hace a Dragos un hechizo de localización para que os encuentre, y esta semana se pone al servicio de los fae oscuros para encontraros. Os habéis convertido en su gallina de los huevos de oro.
Pia meneó la cabeza.
—No es verdad. Nunca me cayó del todo bien.
—Encontramos su cadáver en el río Hudson —prosiguió la arpía—. Le habían rebanado el pescuezo. Al parecer ofreció sus servicios demasiadas veces. El informe forense no es concluyente, pero suponemos que la mataron los fae oscuros. Se estima que la muerte tuvo lugar poco después de que os secuestrasen. Por lo visto, los fae oscuros pretendían borrar las huellas.
—Entiendo —dijo Pia con tono neutro. Quizá debería importarle el asesinato de la bruja. No estaba segura de que, con independencia de lo que Adela hubiera hecho, mereciera morir por ello. En ese momento no fue capaz de tener una mínima reacción.
Se hizo el silencio. De repente, la extraña e inclemente mirada gris de Aryal se cruzó con la de Pia.
—Bayne y yo estamos hechos polvo por lo del secuestro. Pero lamento todo lo demás.
—No hacía falta. Tienes derecho a tu propia opinión, y querías proteger a Dragos a tu manera. Lo respeto. No hay nada más que decir. —Pia cogió el extremo de su colita de cheerleader y la agitó frente a la arpía, en cuyo rostro se extendió una sonrisa sombría.
—Eh, escuchad, cuando tengáis ganas, me gustaría que hiciéramos un par de asaltos en la colchoneta. Los grifos solo hablaban de eso.
—Pues claro —le dijo a la centinela—. Tal como van las cosas, mejor que vuelva a entrenarme.
—De acuerdo. —Aryal se puso las manos en las rodillas con la intención de levantarse.
—Solo una cosa —dijo Pia. La arpía se paró y la miró. Pia la contemplaba con una mirada firme y fría—. Si vuelves a empujarme contra una pared, te sacudo.
La sonrisa de Aryal dio paso a un ceño fruncido. Era como si se hubiera tragado algo amargo, pero al cabo de un momento asintió.
Pia devolvió el gesto de asentimiento y bajó los ojos a su revista. Era una autorización para que la otra se retirase. La arpía lo tomó como tal, saltó del sofá y desapareció.
Pia también tuvo tiempo de llamar a Quentin. Una tarde soleada, salió al balcón y cerró la puerta para tener más intimidad. Luego se apoyó en la nueva pared y contempló la ciudad mientras hablaban.
Fue un verdadero intercambio. Ella contó a Quentin todo lo sucedido desde la breve estancia en la casa de la playa. Había mucho que explicar, incluyendo el hecho de que ahora por lo visto ella era la compañera de Dragos y esperaba un hijo suyo.
Cuando terminó, en el otro extremo hubo un larguísimo silencio. Tocó con la punta del pie una de las losas y contempló el tráfico abajo mientras aguardaba.
—Tardaré un poco en procesarlo —dijo Quentin con un tono impecablemente neutro.
—Dímelo a mí.
—¿Cómo… es él?
—¿Te acuerdas de Rex Harrison en My Fair Lady?
—¿Aquel hijo de puta profesoral y gruñón?
—Sí, bueno… —Pia cerró un párpado, miró con ojos achinados los edificios recortados contra el horizonte—. Dragos es mucho peor.
Esto dio lugar a otro sermón que vino a ser más o menos aquello de mejor-que-te-trate-bien-si-no-me-da-igual-quién-sea-el-cabrón-este-lo-mataré-yo-mismo. Pia se inclinó, apoyó la frente en la baranda y aguantó con toda la paciencia que pudo, haciendo ruidos de vez en cuando para fingir que escuchaba de verdad.
—Quiero verte en persona —dijo él por fin—. Quiero asegurarme de que ese hijo de puta no te ha seducido con malas artes.
—No lo ha hecho —contó ella—. Pero pronto iré a Elfie’s a verte.
—Mejor así. —Quentin sonaba tétrico—. Si no, por muy alérgico que sea yo a la Torre, te saco de allí a la fuerza.
—Di a todos que les echo de menos.
—Lo haré. Hasta pronto. —Hizo hincapié en la segunda frase.
—Desde luego, lo prometo. —Por fin fue Pia capaz de escabullirse de la conversación y colgó.
Estaba hecha polvo. Eso de comenzar una nueva vida era todo un curro.
• • •
Después de compartir sus respectivas historias, Pia y Dragos no habían hablado mucho, y desde que ella le convenciera de volver a trabajar tampoco se habían visto demasiado. Él enseguida estuvo dedicado a estabilizar algunos negocios en Illinois antes de venderlos, y había mencionado algo sobre lanzar una OPA hostil sobre una empresa de servicios públicos.
Pia se planteaba la cuestión de si la distancia entre ellos sería la definición de su vida ahora. Él se metía en la cama con ella cada noche y la rodeaba con sus brazos, y en esa proximidad Pia se sentía muy cómoda. Pero no hacían el amor, ni tenían relaciones sexuales ni… se apareaban.
Cambiar de forma y llegar a ser plenamente wyr potenciaba su capacidad curativa. Al cabo de tres días de convalecencia ya se subía por las paredes. Por fin, la doctora Medina, que la visitaba a diario, le permitió dar vueltas a la noria y otros ejercicios suaves.
—¡Bien! —Pia había estado esperando el visto bueno.
—Prohibido correr hasta que yo lo diga, por bien que se encuentre. Y no lo diré al menos hasta la semana que viene —advirtió la doctora—. La herida de ballesta dejó su sistema respiratorio bastante tocado.
—Prohibido correr. Entendido. —Pia cogió las mallas negras de licra y la camiseta y se las puso—. ¡Gracias!
—De nada. —La doctora sonrió—. Adiós. Ya conozco el camino.
Cuando la doctora Medina se hubo marchado, Pia se sentó en el borde de la cama para ponerse unas zapatillas nuevas. Como el otro par había quedado destrozado en la huida a través del empapado bosque, Dragos le había comprado seis pares nuevos.
Se abrió la puerta. Pia alzó la vista, lista para decir a los chicos que podían ir todos al gimnasio. Entró Dragos. Como de costumbre, asumió el mando de todo el espacio de la habitación.
Miró a Pia durante unos instantes y cerró la puerta. Iba vestido con tejanos negros y una camisa negra de seda que resaltaba las marcadas líneas atléticas del enorme cuerpo y el color broncíneo de la piel. No hizo nada por rebajar la severidad del semblante.
Incluso en su forma humana parecía capaz de destrozar al rey de los fae solo con las manos. ¿Cómo es que ella encontraba eso tan sexy? Se rascó la cabeza. Tuvo dudas sobre sí misma, anda que no.
—Qué tal —dijo—. No te esperaba.
—Por lo visto no esperas mucho de mí —soltó él.
—¿Perdón? —dijo ella, desconcertada.
Dragos se puso a andar de un lado a otro, lo que hacía cuando estaba al acecho, los largos miembros moviéndose como si se hallaran en estado líquido bajo la seda y la mezclilla. Pia torció la cabeza para observarlo con placer e incertidumbre a partes iguales.
—La doctora te ha dado permiso para hacer ejercicio —dijo él—. Imagino, por tanto, que también estás en condiciones de hacer otras cosas.
—Su… pongo.
—Llámame obsesivo si quieres, pero tú y yo hemos de hablar —dijo con mala cara. Esto hizo que ella respondiera arrugando la frente.
—¿Qué pasa? ¿Qué he hecho ahora? —¿No había hecho más que suficiente en una semana? A ese ritmo, para asegurarse de que no pasaba nada, Pia tendría que volverse catatónica.
Dragos se volvió hacia ella con las manos en las caderas.
—¿Recuerdas cuando te caíste en la madriguera?
—Cómo no voy a acordarme —resopló Pia.
Los ojos entrecerrados de Dragos relucían como monedas de oro.
—¿Recuerdas lo que dijiste?
Ella se encogió de hombros, la cara y la mente en blanco.
Dragos se acercó con gesto enojado, le puso las manos en los hombros y la empujó. Pia cayó de espaldas sobre el colchón.
—¡Eh!
Entonces se arrastró por la cama hasta quedar sobre manos y rodillas encima de ella. La fulminó con la mirada, el macho wyr dominante y enfadado en su máxima expresión.
—Te cito: «No sabes lo contenta que estoy de que hayas venido ni lo agradable que es oír tu voz».
—¿A qué viene eso? —Pia le golpeó los hombros con las manos abiertas. Pero esta vez no funcionó. Ni que decir tiene que Dragos no se movió ni un centímetro—. Basta ya con esta mierda primitiva.
—Quizás hayas notado que soy un tipo primitivo. —Le enseñó los dientes y se encaró con ella—. Pero mira todos estos siglos de civilización. Solo un barniz.
—Oh, por el amor de Dios. —Pia se relajó y se limitó a mirarlo, impotente como de costumbre contra la avalancha de excitación que la envolvía—. ¿A qué se debe ahora tu berrinche?
Dragos ladeó la cabeza, los ojos ardientes de lava.
—Dijiste que yo era una especie de visita. O que no estabas segura de que yo acudiera después de que «hubieras sido secuestrada». Y acababas de decirme que estabas «embarazada de mi hijo». No sé qué puñetas piensas de mí aparte de que soy un monstruo sanguinario.
—¡Dragos! —Pia abrió los ojos de par en par. Le tocó la cara—. Cuando dije eso, estaba bromeando.
—Bien, entonces soy un monstruo sanguinario y tú eres mi pareja. —En su agresivo rostro no había ni pizca de suavidad—. Y soy tuyo. ¿Cuánto vas a tardar en aceptarlo?
—Lo acepto. Prometo que lo acepto —dijo Pia, que, aunque pareciera mentira, le había hecho daño de más de una manera. Le acarició la mejilla—. Es solo que no sé cómo ser tu pareja. Entre la experiencia de aquella terrible fortaleza de los goblins y el momento en que sacudiste la cola en la llanura, me enamoré perdidamente de ti. Pero vengo de un entorno humano fuerte. Amor, enamorarse, hacer el amor… todo esto tiene sentido para mí. Forma parte de lo que yo soy. Y tú has reconocido no saber qué es el amor. De modo que aún no tengo el marco de referencia que estaba buscando. Aunque estamos juntos, no sé lo que esto significa ni sé comportarme.
Mientras hablaba Pia, la expresión de Dragos se fue relajando.
—Significa, mujer estúpida, que yo también estoy aprendiendo. Ahora escúchame. Nunca dejo de pensar en ti. Estás conmigo dondequiera que voy, pero cuando estamos separados te echo de menos. Ya he demostrado que mataría por ti. También moriría. Me haces reír. Me haces feliz. Eres mi milagro y mi casa. Solo con que muevas un pelo, se me pone dura. Siempre iré por ti, te querré, te necesitaré. ¿Está claro?
Pia había empezado a brillar.
—Creo que se parece mucho al amor.
—Yo también lo creo —dijo el dragón, que, con un movimiento demasiado rápido para que ella pudiera captarlo, le agarró las manos y se las inmovilizó sobre la cabeza.
Ella se sobresaltó, pero procuró relajarse. La fiera mirada de ave rapaz de Dragos llameaba en la luz. Él bajó hasta que ambas narices casi se tocaban.
—Entonces, dilo —le dijo él entre dientes.
Pia le dedicó una sonrisa dulce y radiante y susurró:
—Soy tuya.
—Ya era hora, joder —soltó él, que se enderezó en la cama y la atrajo hacia sí. Acto seguido, le cogió la camiseta con ambas manos y la hizo trizas—. Dilo otra vez.
Pia se echó a reír. Al oírse a sí misma, le parecía estar borracha. Estiró la mano para desabotonarse la blusa con dedos torpes mientras se lo repetía:
—Soy tuya.
Dragos le dio la vuelta y la puso de espaldas a él. La violencia controlada de sus movimientos apagó las risas. A ella empezaron a temblarle las rodillas. Él le arrancó el resto de la ropa y la colocó a cuatro patas. Le separó las piernas hasta que estuvo totalmente expuesta. La sensación de vulnerabilidad era casi imposible de aguantar. Pia temblaba entre espasmos.
Oía detrás hasta el menor sonido, el aliento de Dragos, el frufrú de las sábanas. Intentó volver la cabeza para ver lo que estaba haciendo.
Entonces Dragos le lamió con sus cálidos labios los delicados pliegues de la carne más íntima e hipersensible. Le hizo cosquillas en el clítoris con la lengua y articuló junto a su oído:
—Dilo otra vez.
La excitación la atravesó de arriba abajo. Se le doblaron las manos y se cayó hacia delante, dio con la húmeda mejilla en la colcha y emitió un grito ahogado.
Ahora estaba más expuesta. Dragos la lamió, la mordisqueó y la chupó, arrancándole placer con un tacto hábil y suave, que luego se volvió exigente y brusco, agarrándola por las caderas y manteniéndola en su sitio mientras se deleitaba en ella con una carnalidad implacable que la hizo chillar y llegar a un clímax tras otro hasta retorcerse, totalmente impotente en manos de Dragos mientras intentaba coger aire suficiente para poder gritar.
Dragos estuvo insistiendo todo el rato en que ella admitiera que era suya. Ella lo hizo todas las veces que él se lo exigió. Pia gimió, sollozó, hasta yacer exánime de espaldas, una masa de nervios temblorosos.
Cuando ya no quedaba ningún trocito de Pia al que darle placer, Dragos se puso encima, colocó la polla en la apetitosa y empapada entrada y empujó hacia dentro. Ella le acarició la firme curva de la espalda con manos trémulas mientras él la llenaba; y ella gimoteó drogada de placer. Le brotaron lágrimas por las comisuras de los ojos.
Dragos le enmarcó la cara con ambas manos mientras la penetraba del todo, hasta el fondo. Por fin había consumido su ferocidad, y del oscuro y sombrío rostro solo quedaba ternura.
—Con los años he aprendido muchas cosas —susurró él mientras se movía dentro de ella—. He recibido tributo de soberanos y he presenciado el ocaso de muchos imperios. Pero tú eres quien más me ha enseñado.
Pia acarició una enjuta mejilla.
—Te quiero.
Una sonrisa llena de sencillo asombro iluminó aquellos temibles ojos dorados.
—Lo sé.
La risa amenazaba con dominarla; pero entonces Dragos perdió la sonrisa y se concentró mientras empujaba con más fuerza, adentrándose más en ella. Pia se arqueó mientras él alcanzaba el punto exacto de placer, y su poderoso cuerpo se estremeció mientras se derramaba en Pia, que se aferró y lo acunó y él jadeó y escondió la cara en el cuello de ella. Mientras se dejaban llevar, Pia le acarició el pelo.
De pronto, Dragos se despejó lo bastante para levantar su peso. Se tendió de espaldas y la atrajo a su lado.
—Qué bien que lo hayamos aclarado —dijo satisfecho. Le pasó los dedos por el pelo, que desenmarañó con un suave latido de Poder.
—¿El qué? ¿Que somos pareja? —Pia le acariciaba la dura y hermosa boca.
—Sí. —Él le besó los dedos—. Porque vamos a casarnos.
—Vamos… —Pia se mordió el labio—. Esa es tu propuesta. Nos casamos así tal cual.
—Oh. —Dragos alargó la mano al lado de la cama, metió la mano en el bolsillo de su camisa y dejó un enorme anillo de diamantes sobre el pecho de Pia—. Ahí tienes.
Pia puso los ojos en blanco y se dejó caer de espaldas. Eso era demasiado bueno para desperdiciarlo.
—Mira, Dragos, una cosa es que seamos pareja, pero matrimonio… no sé yo —dijo ella—. Yo leo Cosmo. Tú comes personas. Creo que en el caso de una demanda de divorcio el tribunal nos declararía incompatibles.
Dragos rodó hacia su lado. Al apoyarse en un codo, la sábana se le deslizó desde el musculoso pecho. La miró desde unas cejas bajadas. Era su mirada terca, malhumorada. Dios, cómo le encantaba esa expresión. Pia alcanzaba a ver cómo le daban vueltas los engranajes en la cabeza.
—Por favor —dijo él al cabo unos momentos.
—Eso está mejor, grandullón.
Pia asintió y se puso el anillo.