Había transcurrido media hora desde que Dragos perdiera contacto con Pia mediante el hechizo de localización. Llegó con sus centinelas al cruce de la autopista 17 y la avenida Averill, donde varios coches de la policía, una ambulancia y un coche de bomberos rodeaban una furgoneta Dodge Ram. Mandó a Tiago, Rune y Grym a volar hacia el sudeste, por el parque nacional Harriman, en busca de un Lexus gris.
Con casi veinte mil hectáreas, el parque, el segundo más grande de Nueva York, tenía más de treinta lagos y unos trescientos kilómetros de senderos. Incluía también un pasadizo a una zona extensa de Otra tierra.
Protegiendo aún al grupo de la visión humana, Dragos se lanzó hacia tierra seguido de Graydon, Bayne y Constantine. Tras cambiar de forma, se precipitó flanqueado por los grifos hacia los vehículos de emergencias.
Graydon se acercó a un policía y se presentó.
—¿Qué ha pasado?
—Ha habido disparos —contestó la mujer, cuya asombrada mirada saltó de Dragos a los grifos—. La víctima es un tipo de mediana edad que ha sido abatido a tiros en la carretera. Lo han encontrado unos chicos…
Dragos ignoró el resto. Pasó junto a la furgoneta. Había un charco de sangre. Bayne se detuvo a inspeccionar. Las puertas de la ambulancia estaban abiertas. Miró dentro. Dos paramédicos atendían a un hombre.
—¿Está consciente? —preguntó a uno de ellos.
—Usted no puede estar aquí… —dijo el hombre sin mirarle.
Bayne entró, agarró al hombre y lo lanzó fuera de la ambulancia.
—¿Este hombre está consciente? —preguntó al otro paramédico, que asintió con los ojos muy abiertos.
—Estamos intentando estabilizarlo. Hemos de llevarlo al hospital.
Dragos subió y se agachó junto a la camilla. Los ojos de la víctima estaban vidriosos por la conmoción. Le quitó la máscara de oxígeno.
—¿Estaba viva cuando se la han llevado? —quiso saber Dragos.
El hombre intentó mover la boca. Resollaba y no tenía buen color.
—¿Qué…?
Dragos se acercó más.
—La mujer secuestrada. ¿Estaba viva cuando se la llevaron?
—S… sí, creo que sí… —logró decir el hombre entre jadeos—. Le han disparado… le han disparado…
El paramédico le quitó la máscara de las manos y la devolvió a su sitio.
—Por favor —dijo a Dragos—. El hombre ya ha sido herido una vez. Deben ustedes irse.
Constantine soltó al enfermero que había quitado de en medio mientras Dragos se apeaba de la ambulancia. Estaba ahí de pie, con la cara pálida y los puños apretados, cuando Graydon y Bayne se acercaron corriendo. Habló a través de unos labios blancos:
—Cree que estaba viva. Dice que le dispararon.
—Oh, mierda —exclamó Graydon, que se quedó lívido.
Constantine cogió a Dragos del brazo.
—No os la imaginéis muerta —dijo—. Recordad que la primera vez la drogaron y la secuestraron… no la mataron. La quieren viva.
—Tienes razón —contestó. Los miró con los ojos inyectados en sangre. Al fin logró articular lo que le había dicho ella antes—. Está embarazada. Urien tiene a mi compañera embarazada.
Los grifos lo miraron con horror y consternación a partes iguales.
—Hemos encontrado el Lexus —dijo entonces Tiago—. Han pasado al otro lado por aquí.
Como movidos por un resorte, los cuatro se alejaron a toda prisa de la escena humana y despegaron para juntarse con los otros. Buenas noticias: en el Lexus no había restos de sangre. Dragos notó que remitía la presión en el pecho y volvió a respirar con normalidad.
Localizaron el pasadizo y cruzaron a la Otra tierra. Dragos había pecado de optimista: el hechizo de localización de la trenza de Pia no había sobrevivido a la desconexión y al cruce de la frontera. Tendrían que encontrar a Pia y a sus secuestradores por tierra.
Lo bueno es que le acompañaba uno de los mejores rastreadores de cualquier especie. Tiago trotaba describiendo amplios arcos, estudiando el terreno, hasta que echó a correr en una dirección. Rune y Graydon reconocían el territorio a larga distancia mientras los otros permanecían junto a Tiago.
Dragos se quedó en el aire, protegiendo la presencia del rastreador mientras exploraba trazando círculos, adelantándose a su trayectoria.
La muerte era otra buena amiga suya y volaba en su sombra.
• • •
Pia no tenía ni idea de dónde estaba ni adónde iba. Parecía la historia de su vida. Pero el objetivo estaba claro: alejarse de Urien lo más rápido posible. Ojalá él no dispusiera de ninguno de aquellos chismes en forma de luciérnaga. Si al final el asunto se reducía a una carrera por tierra, Pia tenía claras posibilidades de ganar.
El ondulante paisaje estaba salpicado de espesas arboledas y zonas despejadas con una desenfrenada profusión de flores silvestres. Se paró en el linde de un bosque y echó un rápido vistazo a su espalda. No había señales ni sonidos de persecución.
El verde campo esmeralda que acababa de cruzar estaba espolvoreado de oro, púrpura y escarlata. Posó la mirada en una brillante flor morada con pétalos acanalados como un lirio en el momento en que soltaba un tallo largo y liviano como un estambre, que se estiró veloz, atrapó un insecto con el pegajoso extremo y se replegó al interior de la flor con la presa.
Pia retrocedió. No vayamos a pensar que es una metáfora de algo.
Se echó la ballesta a la espalda y se adentró en un área boscosa en busca de arbusto y monte bajo. Se trataba de evitar cualquier cosa parecida a un camino. Si lograba alejarse lo bastante, empezaría a pensar cómo ocultar mejor sus huellas, pero ahora mismo no tenía tiempo para sutilezas.
Una ligera lluvia empezó a golpetear las copas de los árboles, con la gota ocasional que acababa cayéndole encima. Quizá le iría bien que se pusiera a diluviar. Si lloviera con ganas, se disiparía mejor su aroma.
Su recién liberado wyr estaba impaciente por estirar las piernas y emprender una carrera a tope, pero la mente humana de Pia no podía menos que sentirse frustrada. Dentro de seis meses habría tenido ocasión de practicar muchos de los trucos que había intentado enseñarle su madre acerca de cómo ocultar su camino a los perseguidores. Tal como estaban las cosas, no se atrevía a sacar provecho de su Poder por si metía la pata y delataba su posición.
Disfrutó de unos quince minutos de tranquilidad. De pronto oyó a Urien bufar en su cabeza. Has cometido un gravísimo error, Pia Giovanni. Lo que le hice a tu novio no es nada comparado con lo que te haré a ti cuando te atrape.
Altanería, amenaza. Ojo por ojo.
La lunática que habitaba en su cuerpo habló al rey de los fae. Puedo llevar cualquier ritmo que pongas, gilipollas. Atrápame si puedes.
Pues vale, a echarle narices. No era lo más inteligente que había hecho en su vida. Pero es que ya estaba hasta el gorro de mala gente.
Se puso a llover con fuerza. Ella se puso a correr más deprisa.
Concentró la conciencia en lo que la rodeaba, detectando obstáculos, trazando su trayectoria al frente entre los árboles, procurando mantener el equilibrio en un terreno cada vez más resbaladizo. Pronto estuvo empapada. El bosque estaba volviéndose oscuro y traicionero.
De repente vio que delante se terminaban los árboles. Frenó patinando y dio una voltereta hasta llegar a una pendiente rocosa.
Oh, mal asunto. Ante ella había una enorme extensión de pradera ondulante. No como la llanura en la que ella y Dragos habían quedado atrapados, pero sí lo bastante grande y desprotegida para su gusto.
Se mordió el labio y trató de pensar. No podía volver atrás. Tampoco desviarse a un lado ni al otro. En la persecución, Urien habría desplegado a sus hombres. Maldita sea. Solo podía avanzar. A lo mejor era capaz de cruzar sin que la vieran.
Fue dando saltos por la pendiente, llegó al fondo y echó a correr como alma que lleva el diablo.
Pia, dijo Dragos.
Pia se cayó en una especie de madriguera. Se hizo un corte en la pierna. Se la agarró y tuvo un estremecimiento. ¡Dragos! Maldita sea.
Gracias, dioses, creyó oírle decir Pia. Luego él preguntó con más fuerza: ¿dónde estás?
Yo qué sé, soltó ella. Han vuelto a drogarme y me han llevado a una de las casas de vacaciones de Urien. Pero me he escapado, y ahora está persiguiéndome, y acabo de caerme en una maldita madriguera de conejos o ardillas. Por todos los demonios, maldita sea, mil veces maldita sea…
¿Te has roto algo?
No lo sé. Pia se mordió el labio y con un esfuerzo titánico flexionó el tobillo. El dolor era como un clavo de ferrocarril que le subiera por la pierna.
¿Puedes correr?
¡No lo sé! Se puso en pie a duras penas e intentó apoyar peso en el tobillo.
Describe el lugar donde estás, dijo él.
Pia se apartó el pelo de los ojos, miró alrededor y le explicó lo que veía. El tobillo protestaba, pero aguantaba el peso. Más o menos. Pia inició una carrera renqueante y tambaleante, pero ya no tenía la velocidad de antes.
Eh, grandullón, dijo apretando los dientes contra el dolor. No sabes lo contenta que estoy de que hayas venido ni lo agradable que es oír tu voz.
Lo contenta que estoy de que hayas venido, dijo él con voz monótona. ¿Qué demonios significa esto?
¡Qué crees que significa!, espetó ella. Déjalo. Ahora mismo no puedo hablar. Esto es demasiado duro.
Intentó avanzar, coger algo más de velocidad, pero en vano. A cada paso que daba, le recorrían la pierna astillas dentadas de dolor. Si hubiera sido un caballo, se habría sacrificado a sí misma.
No iba a conseguirlo.
Se puso las manos en las caderas, cogió aire y echó a andar. La lluvia era agradable y fresca, le sentaba bien a su cuerpo acalorado. Se hallaba en mitad de la pradera cuando se volvió movida por una sensación de hostilidad. Miró hacia la línea arbolada donde había estado hacía unos momentos.
Desde allí la miraban Urien y sus hombres, montados en caballos.
Pia ya había dejado atrás el letrero que ponía «De perdidos, al río». Qué coño, ahora ya se atrevía con todo. Cojeando hacia atrás, levantó el dedo corazón hacia el rey de los fae.
Los caballos se lanzaron por la pendiente. Con una tranquilidad que denotaba desdén, Urien y sus hombres trotaron hacia ella.
Pia cogió la ballesta de su espalda. En cuanto ella estuviera a tiro, ellos lo estarían también. Seguramente destacaba en el crepúsculo como un faro. Se quitó la camiseta blanca y la tiró a un lado; ya no era una diana fácil.
Lo siento mucho, cacahuete.
Localizó a Urien con la mira telescópica de la ballesta. El muy cabrón llevaba pintada en la cara una sonrisa repugnante. Iba a medio galope. Pia disparó justo cuando algo la golpeó.
Y la derribó.
Estaba tendida de espaldas y parpadeaba ante una lluvia que sentaba la mar de bien, así que quizás era la única persona que viera al dragón caer en picado desde el cielo dando gritos.
Con las patas delanteras extendidas, las garras abiertas y enseñando los perversos dientes, Dragos agarró a Urien de lomos de su caballo. Luego aleteó para elevarse por encima de los árboles. Acto seguido, echó la cabeza hacia atrás y rugió mientras hacía pedazos al rey de los fae.
—He aquí mi chico malo —susurró ella. Dios, era imponente.
En la pradera se produjo una refriega extraña. Una especie de pesadilla. Los grifos atacaron a los fae mientras los caballos chillaban y corcoveaban aterrados. Pia creyó ver una criatura alada de aspecto demoníaco arrancarle el cuello a un fae. Había un enorme pájaro oscuro que provocaba truenos con el batir de sus enormes alas. Le salían relámpagos de los ojos, pero es que a lo mejor Pia ya empezaba a alucinar.
Graydon se agachó junto a ella.
—Joder, no —susurró. Cogió la arrugada camiseta y la colocó a presión alrededor de la saeta que le salía del pecho—. Aguanta, cariño.
Pia le tocó la mano.
—No te preocupes —intentó decirle ella—. Ahora todo va a ir bien.
Pia creía que no había podido pronunciar las palabras, pues Graydon se limpió la mejilla con el hombro y gritó:
—¡Dragos!
Dragos se arrodilló al lado de Pia, cuyo mundo volvió a enderezarse. Él tenía la cara lívida y la mirada severa. Añadió presión a la herida del pecho y le puso una mano en la mejilla.
—Pia. —Era como si las palabras le salieran desgarradas—. No atrevas a dejarme. Juro por Dios que te seguiré hasta el fin del mundo y te traeré de vuelta arrastrándote del pelo.
Pia alzó una comisura de la boca. Cubrió con una mano la de Dragos en su mejilla.
—Qué cosas tan terribles dices.
Estaba cansada. Descansó los ojos unos instantes.
• • •
Después, Pia recordó una serie de imágenes, como perlas de un collar.
Abrió los ojos para descubrir que Graydon le agarraba la espalda contra el pecho, un brazo sobre los hombros, el otro asiéndole la cintura. Estaban sentados en una canasta de garras formada por las dos patas delanteras de Dragos. Rune se encontraba de pie ante ellos, mirando a través de las garras.
—Sujétala así —dijo con expresión sombría—. Que no se mueva.
—Ya está —dijo Graydon—. Vamos.
Estaban actuando con mucho dramatismo, como si fuera una cuestión de vida o muerte. Pues vaya con los duros guerreros. Eran peor que un grupo de chicas de instituto.
Cuando Dragos despegó, Pia se desvaneció.
Lo siguiente que supo fue que quien la sostenía era Dragos. Habría podido llevar una copa de vino llena hasta el borde sin derramar una gota mientras él subía apresuradamente por un tramo de escaleras.
—¡No me importa! —bramaba—. Traed a un maldito médico lo antes posible. Si es preciso, robadlo de Monroe. ¡Que uno de vosotros vuele a Nueva York y busque a nuestro curandero wyr!
Pia intentaba aclarar su mirada borrosa. ¿Volvía a ser la casa de Urien? Estoy despierta, estoy dormida, despierta, dormida. Estoy dentro de la casa, estoy fuera. Ahora otra vez dentro. Ya empezaba a ser ridículo.
Y volvió a desvanecerse.
Entonces las cosas fueron de veras extrañas.
Pia estaba inmersa en el Poder del dragón. Él la había consumido. Dragos la hacía respirar con cada aliento suyo. Los latidos de Pia flaqueaban. El gran motor de Dragos asumió el ritmo. El Poder de ella empezaba a perder intensidad, pero él tenía su Nombre. Exigió que Pia permaneciera en su carne. Ella penetró en Dragos y terminó inextricablemente entrelazada con su fuerza vital.
Pia creyó haber oído a su madre. Él no podrá sostenerte siempre. Si quieres, puedes venir conmigo.
Pero con ellos había alguien más, una chispa minúscula, obstinada y llena de vida. Era solo una creación nueva, pero ya con opiniones propias. Dragos retuvo la vida en el cuerpo de Pia, pero el Poder de su hijo le latía dentro.
Estaba tratando de curarla. Pia despertó.
Oh, no, cariño mío, canturreó. Eres demasiado pequeño para esto.
El cacahuete lamentaba discrepar.
Le invadió el cuerpo un cálido resplandor de energía, muy parecido al Poder curativo de su madre, al suyo propio. Por unos momentos, todo resplandeció y no pasó nada malo. De pronto, con una dulzura infinita, el dragón depositó su Poder en esa diminuta chispa que brillaba con demasiada intensidad, con demasiada fuerza, y la tranquilizó hasta que quedó acurrucada en su sitio.
Un bebé precioso.
Los dedos de Pia se deslizaron un poquito por una sábana. Y una mano mucho más grande y poderosa los agarró y sujetó con fuerza mientras ella se dormía.