Le retumbó en la cabeza una voz mefistofélica. La llamó por su Nombre.
Utiliza tu Poder, maldita sea. Siento que estás ahí. Inténtalo con fuerza, exigía la imperiosa voz. DESPIERTA, COÑO.
Alrededor todo daba vueltas. Apestaba a gasolina y gases de tubo de escape. Pia yacía en algo duro que vibraba, la mejilla apretada contra una alfombra rugosa. Se sentía mareada, enferma. Jadeaba.
Alguien emitía un débil gemido. Oh, era ella. Cállate, idiota.
Intentó hacer lo que le exigía la voz y buscó en lo más hondo. Su profesor habría dicho que estaba buscando su chi, su flujo de energía, la sede de la respiración.
Durante unos instantes terribles estuvo desorientada y sin timón en la oscuridad. De pronto se conectó. El poder fluyó desde la base de la columna vertebral y le inundó el cuerpo. No disipó todos los efectos de la droga, pero contribuyó a despejarle un poco la cabeza.
Amordazada y con las manos atadas a la espalda, estaba metida en el maletero de un coche lanzado a gran velocidad. Desfalleció. Llovía sobre mojado.
Respóndeme ahora, ordenó Dragos.
Vaya semanita, alcanzó a articular Pia. Su voz mental era apenas perceptible, pero él la oyó.
Esa es mi chica. El trueno había sido sustituido por un alivio desesperado. Háblame. ¿Estás herida?
No, alguna droga. Pia forcejeó para encontrar palabras que tuvieran sentido. Atada. En el maletero de un coche. Vamos deprisa.
Muy bien. Tranquilízate, dijo Dragos.
Bayne y Aryal. Pia trató de pronunciar sus nombres con tono de pregunta.
Los hemos encontrado fuera de la clínica. Drogados también. Están bien, recuperándose. Dragos volvía a sonar sereno. Por fin hemos dado con alguien capaz de elaborar un hechizo de localización. Enseguida podré seguirte. ¿Cómo estás atada? ¿Puedes desatarte?
Volvían las náuseas. Pia aguantó con fuerza. No iba a vomitar con la boca amordazada. Se inclinó hacia atrás para tocarse las piernas con unas manos que le picaban y empezaban a entumecérsele.
Son esas esposas de plástico. Sin candado. No puedo quitármelas.
Muy bien, volvió a decir Dragos. No te preocupes por eso.
Pia tenía cosas importantes que decirle. Volvamos sobre el asunto: ¿qué eran ellos dos? ¿Durante cuánto tiempo sería capaz él de hablar con ella? Graydon había dicho algo de que su radio telepático era superior a los ciento cincuenta kilómetros. Pia no tenía ni idea de cuánto tiempo había estado inconsciente ni de la distancia que los separaba.
Por si perdemos el contacto, debo decirte unas cosas, dijo Pia.
No vamos a perder el contacto, soltó él. Así de claro. Tengo un hechizo de localización en tu trenza. Voy bien.
Pia siguió con su respiración profunda y regular. Al parecer eso contribuía a calmarle el estómago, pese a que los humos del tubo de escape le daban arcadas. Intentó pensar. ¿Eso que notaba a lo lejos era tierra mágica?
¿Surtirá efecto el hechizo de localización si cruzamos a Otra tierra?
No dejaré que llegues tan lejos, dijo Dragos.
Dragos no le había dicho que el hechizo funcionaría. Pia tuvo la sensación de que eso significaba que no.
Hay dos fae oscuros, dijo ella. Trabaja con ellos una bruja del Distrito Mágico.
Descríbela. La voz de Dragos se había vuelto ominosa.
Pelo negro, humana, nombre de pila Adela. Regenta la tienda Divinus. No recuerdo su apellido. Se esforzó por pensar.
No te preocupes. Da igual, dijo él. Descríbeme a los fae oscuros.
Pia no pudo decir mucho, pues antes de quedar inconsciente solo había echado un breve vistazo. Lo siento.
Ahora Dragos hablaba con dulzura. En este momento nada de eso importa demasiado. Vamos a centrarnos en sacarte de ahí.
Pia notó que aumentaba su sensación de tierra mágica. Ajá. Bueno, tengo que decírtelo. Estoy embarazada.
El bramido de Dragos le llenó la cabeza. ¡QUÉ!
Ella habló deprisa. Nunca tuve un control sobre eso, así que llevaba un DIU. Cuando esta mañana me he dado cuenta de lo que pasaba, he tenido tanto miedo de perder el niño que solo se me ha ocurrido ir enseguida al médico a que me quitase el DIU. Estaba muy furiosa contigo. Creía que lo habías hecho adrede.
Pia. Dios mío.
Esta mañana he soñado con él. Creo que era real. Se trataba de un dragón blanco, el niño más guapo que has visto jamás. El coche describió una curva amplia, aceleró durante unos instantes y tomó otra curva. Pia se lo contó con calma autoimpuesta. Estamos abandonando la autopista y reduciendo la velocidad. Siento tierra mágica cerca.
Rápido, dijo Dragos, que sonaba más agitado que nunca. El maletero tiene una especie de cerrojo. Trata de abrirlo y empujar hacia arriba, y dime qué ves.
Si hubiera tenido las manos libres o atadas delante, habría podido quitar el pestillo sin más. Forcejeó para poner las rodillas debajo y empujar la tapa del maletero con el hombro. El pestillo cedió en el preciso instante en que el coche se detenía.
Por qué no, joder. Abrió más la tapa y así pudo revolverse y caerse en la calzada con un doloroso ruido sordo. Vio la parte delantera de una furgoneta Dodge Ram que se le acercaba directamente y paró de golpe a escasos centímetros de su cara. El coche en el que había estado metida arrancó y torció a la izquierda.
—¡Eh! —gritó un hombre desde el vehículo.
Cállate, estúpido, cállate.
Se cerró una puerta de furgoneta.
Pia se enderezó y apareció un hombre de mediana edad. Se arrodilló a su lado, la conmoción y el escándalo reflejados en el rostro.
—¿Qué demonios? —soltó—. Cristo bendito, señora, ¿la habían secuestrado?
¿A usted qué le parece?
A unos metros se distinguieron las luces de frenos de un coche. Pia gritó al hombre a través de la mordaza.
—Espere un momento, cariño. Enseguida va a estar bien. —El hombre intentaba quitarle la mordaza.
He saltado estando el coche parado, explicó a Dragos. Se han dado cuenta. Van en un Lexus gris y están dando la vuelta. Veo señales de… autopista 17… avenida Averill o carretera estatal 32. Hay un letrero de un parque nacional, no distingo el nombre. Son los dos mismos tíos, no veo a la bruja.
Ya sé dónde estás, dijo él, satisfecho. Buen trabajo.
El hombre le quitó la mordaza en el preciso instante en que el Lexus se detenía.
—¡Corra! —gritó Pia al hombre.
Se apearon los dos fae con gesto contrariado. Llevaban armas.
No, no es un buen trabajo. He cometido un gravísimo error. Oh, Dios mío, Dios mío.
Dragos intentaba hablar con ella, pero Pia no podía callarse, no podía correr, no podía hacer nada salvo mirar horrorizada al hombre ponerse en pie y volverse. Un fae levantó el arma y le disparó.
Pia hablaba mentalmente entre sollozos. Creo que han matado a alguien por mi culpa.
Entonces el otro fae alzó su arma y disparó sobre Pia, que bajó la vista al dolor del pecho. Otro dardo clavado en su camiseta.
Fundido a negro.
• • •
El dragón rugía angustiado mientras iba lanzado al norte con toda la fuerza y la velocidad de que era capaz. Lo seguían todos sus centinelas menos uno que se había quedado atrás con la bruja.
Dragos estaba demasiado lejos, demasiado lejos, y ahora ella había desaparecido otra vez.
Sus enemigos se habían llevado a su compañera. A su hijo.
Pia tenía que vivir.
Cualquier otra cosa era inadmisible.
• • •
La despertó de golpe un Poder frío que quemaba. Tosió y se puso de costado. Ya no llevaba la mordaza ni las esposas en las muñecas y los tobillos. Los brazos y las piernas le hervían de picor mientras volvía la circulación.
Estaba tendida en el suelo. Tocó la encerada madera noble. Dentro, pues.
—He aquí nuestra ladrona —dijo una voz masculina refinada por encima de su cabeza—. Venga, hora de levantarse para ir a trabajar.
Inhumano. Fae. Pia sabía bien quién era. Lástima que aún tuviera la cabeza pegada al cuerpo. Esperaba volver a verlo sin ella.
—Primero dormida, luego despierta. Dormida y despierta otra vez —dijo con voz ronca—. Decídete ya.
El macho se rio.
—Bueno, no has sido precisamente aburrida, lo admito, sino una zorra escurridiza difícil de agarrar. También difícil de sujetar para Cuelebre por lo visto.
Sí, bueno, no hablemos de eso. Pia miró las pulcras botas negras próximas a su cabeza. Pertenecían a unas piernas que llegaban hasta más arriba de lo que ahora mismo alcanzaba ella a ver.
—¿Me das un poco de agua?
—Claro, cómo no.
El fae le arrojó agua a la cara. Pia estaba demasiado agotada para reaccionar con mucho más que un grito ahogado.
—Pues muy bien —dijo al cabo de unos momentos—. ¿Me puedes dar un poco de agua para beber, por favor, alteza?
Él volvió a reírse.
—Ni aburrida ni estúpida. Mucho mejor que tu novio, que me aburría y era estúpido. A decir verdad, no sé qué viste en él.
—Ex. Ex novio —señaló ella—. Juro por Dios que nunca voy a superar eso.
Por fin sintió que los miembros funcionaban otra vez. Se irguió hasta la posición de sentada. Se encontraba en una enorme estancia con aire medieval. Había una gran chimenea de piedra y un tramo de escaleras, una larga mesa de madera con bancos, unos apliques con luz titilante que a Pia le pareció fantasmagórica y un techo alto con vigas.
También se apreciaban guardias fae junto a largas ventanas con listones metálicos. Los dos que la habían secuestrado se habían apostado junto a unas enormes puertas dobles.
Otra vez desconocía cuánto tiempo había estado inconsciente y dónde se hallaba. Ojalá las drogas no hubieran hecho daño al cacahuete. Se llevó la mano al vientre. Hizo una exploración furtiva. Suspiró aliviada al localizar en su interior la minúscula y despabilada vida. Aquí estás. Es como si estuviéramos solo tú y yo, cacahuete. De momento, en todo caso.
El rey de los fae se puso en cuclillas a su lado. Le dio una copa. Ella tomó un sorbo cauteloso. Agua fresca, clara. Apuró el contenido.
Luego miró al asesino de Keith. Semanas atrás no sabía que en el mundo había tanta gente merecedora de odio. Urien. La bruja Adela. Los dos fae oscuros de la puerta que habían disparado sobre un ser humano inocente en un abrir y cerrar de ojos. Cada vez había más criaturas de las que quería vengarse.
Los pocos fae a los que conocía tenían aspectos diversos: estaban los que parecían picarones, como Tricks, o los que exhibían una belleza extraña y adusta, como Urien. Lástima que fuera un monstruo. Con su complexión delgada y flexible, los pómulos altos, la piel blanca y el pelo negro azabache, habría sido un milagro de la naturaleza.
—Estamos en uno de mis retiros de mi territorio —le dijo él, tras advertir la curiosidad de Pia—. No están presentes todos los miembros de la Corte, solo mis hombres y yo. Y ahora tú, claro está. —Hizo un gesto hacia la copa—. ¿Más?
—Sí, gracias. —Pia se la dio y se puso en pie mientras él le llenaba de nuevo la copa de una jarra plateada que había sobre la mesa. Ella bebió otra vez sin dejar una gota.
»Bebe todo lo que quieras. El sedante provoca sed, al menos eso dicen —dijo Urien—. Ya me imaginaba que te despertarías sedienta, pues has tomado dos dosis seguidas. Lo cual ha sorprendido bastante a mis hombres, ya que para el viaje habría debido bastar con una.
—Siempre he tenido un metabolismo rápido —dijo Pia, que se llenó la copa por última vez y volvió a apurarla. La hidratación lo cambió todo. Las cosas dejaron de dar vueltas en los extremos de su campo visual y empezó a notarse más fuerte—. ¿Anestesia local en el dentista? Ni hablar. No funciona hasta que me meten suficiente para dormir a un elefante.
—Ya veo. —El rey de los fae se acercó a una de las sillas de respaldo alto que había junto a la chimenea y se sentó. Señaló la silla de enfrente con una sonrisa—. Ven, por favor. Tú y yo tenemos muchas cosas de que hablar.
Lo que nunca debe hacer uno ante un depredador es mostrar miedo y huir. Pia sospechaba que vérselas con el rey de los fae sería una experiencia parecida. Se sentó en la silla, se reclinó y cruzó las piernas.
Urien la observaba a través de sus larguísimos dedos. Cogió la copa de vino que había en la mesa y tomó un sorbo.
—Vaya sorpresa y vaya misterio, señorita Giovanni.
—No ha sido a propósito —dijo ella—. Bueno, la parte de misterio quizá sí, pues se suponía que esto iba a quedar sin resolver.
Urien le dirigió una sonrisa burlona que no le llegó a los fríos ojos negros.
—En el preciso momento en que cogiste ese penique supe que me caías bien. Aquello me hizo gracia. —Urien agudizó la mirada—. Hay algo en ti…
Qué estúpidos todos esos viejos. ¿Habían oído hablar de su madre, habían chismorreado sobre ella o la habían olido a lo lejos? Una manera de pasar desapercibido. Muchas gracias, mamá.
Pia se pellizcó la nariz y exhaló un suspiro.
—Sí, me parezco a Greta Garbo. Me lo dicen mucho.
—Ah, ¿sí? ¿Y quién es la Greta Garbo esa?
Pia lo miró por encima de la mano.
—Una vieja estrella de cine.
—No estoy al día de estos pasatiempos humanos modernos. —Urien desdeñó el asunto con un chasquido de dedos—. Ese don nadie no dejaba de fastidiar a mis hombres, así que cuando me enteré de sus ridículas afirmaciones sobre su novia, pensé vamos a lanzar un hechizo de localización a ver qué pasa. No sé, solo era cuestión de probar un prototipo de una tontería que había estado yo elaborando en mi tiempo libre. Imagínate mi sorpresa cuando resultó que todo lo que decía era verdad. Imagínate además mi sorpresa cuando no dijo nada de ti. —Se inclinó hacia delante—. Ni siquiera después de que lo castrásemos, de que lo eviscerásemos y de que lo dejásemos ciego. No pensaba que el chico atesorase tanta lealtad. Creía que te entregaría en diez minutos.
Pia se tapó la boca, esforzándose todo lo posible para no revelar ninguna emoción. Al rato tuvo el suficiente control para hablar.
—No podía decirte nada. Le obligué a hacer un juramento vinculante.
Urien hizo restallar los dedos.
—Eso lo explica. Un misterio resuelto. Cuéntame entonces cómo era el tesoro del dragón. ¿Tan formidable como dice la leyenda? —Su semblante había adquirido el brillo de la codicia.
—A decir verdad, estaba demasiado asustada para mirar alrededor. —Pia cerró los ojos y recordó el miedo. Qué lejos quedaba todo—. Por lo que yo sabía, él iba a aparecer de un momento a otro. Entré, descubrí el tarro de monedas junto a la entrada, cogí el penique y salí corriendo. Habría podido coger algo más, pero estaba tan furiosa con Keith que no pensaba darle la satisfacción de tener algo de verdadero valor. Y esperaba que, si me llevaba solo el penique, tal vez Cuelebre no me mataría si algún día me atrapaba.
—Lo cual es un perfecto nexo con nuestro siguiente misterio —dijo Urien, que levantó la cabeza y la examinó como si fuera un bicho bajo el microscopio—. ¿Por qué Cuelebre no te ha matado aún?
Pia entrelazó las manos sobre el estómago. Calma, cacahuete. Si alguien tiene sentido de la verdad es él. He aquí un poco de claqué del fino.
—Pues tendrás que preguntárselo a Cuelebre —dijo ella abriendo mucho los ojos—. Porque, en serio, me ha sorprendido un montón.
Urien entrecerró los ojos impasible. Pia notó que el Poder frío del rey de los fae le comprimía la piel e hizo todo lo posible por no temblar.
—¿Cómo conseguiste escapar de los goblins?
Pia negó con la cabeza.
—Eso también tendrás que preguntárselo a Cuelebre. Yo estaba encerrada en mi celda cuando él vino por mí. Recuperar el penique no sirvió de nada. Cuando me atrapó, tenía un ataque de furia, y has de saber que él no es de los que perdonan. Estaba decidido a ser el único en juzgarme. —De pronto se le ocurrió algo—. Mira, no lo había pensado antes, pero Dragos tampoco habría querido que escapara con vida porque sé dónde está el tesoro.
El rey de los fae enarcó las cejas.
—Muy cierto.
—Pero en realidad esto ya da igual —añadió Pia.
—¿Qué quieres decir?
Ella se encogió de hombros.
—Uno de los que me vigilaban dijo que Cuelebre había decidido cambiar el tesoro de sitio. A lo mejor ahora la ubicación corre peligro… —Dejó que la voz se fuera apagando.
Urien también se encogió de hombros.
—Es lo que cabía esperar, supongo. Lástima. Me ha ocultado tantas cosas. Me habría gustado robarle. Pero quizá te envíe a coger algo de la nueva ubicación. —Urien agitó una larga mano blanca—. Pero eso es una conversación para otro momento. Lo que quiero saber es cómo lo hiciste.
Su Poder la envolvió y la estrujó con fuerza, una boa constrictor enroscándosele alrededor del cuerpo. A Pia se le puso la carne de gallina. Se mordió el labio para que no le castañetearan los dientes. Se le agolpaban ideas en la cabeza mientras intentaba descubrir y suprimir cualquier fallo de su historia antes de hablar.
—¿Sabes que los titís son pequeños, raros y rápidos? —dijo Pia.
—Los titís —dijo él.
—¿No sabías, por Keith o cualquier otro, que soy wyr mestiza?
—Alguien lo mencionó, sí —dijo Urien lentamente.
—Bueno, soy rara y rápida. Y tengo un don para superar cerraduras. —Levantó los dedos y los meneó. Insinúa, da a entender, no expliques nada. Ahora cuidado—. Así es como planeaba huir… ¿hoy? Antes, en todo caso. Mis carceleros no saben que puedo hacer esto. Iba a engañarles para que mirasen hacia otro lado mientras yo salía de la zona donde me tenían recluida.
Urien le dirigió una sonrisa encantadora, y la escalofriante presión se relajó un tanto.
—Impresionante, cariño. Así que no solo humillaste a Cuelebre robando algo de su tesoro, sino que has podido escapar también de su Torre. Sabía que valdría la pena encontrarte.
Qué suerte la nuestra, cacahuete.
—Esto nos lleva directamente al último pequeño misterio —dijo Urien—. ¿Qué pasó entre tú y Cuelebre en aquella llanura? Parecíais un verdadero equipo. Pasó algo, cierta oleada de Poder, y él fue capaz de cambiar de forma. Nos habíamos asegurado de que no podría hacerlo tan pronto.
A Pia se le deslizó un frío hilillo de sudor entre los pechos. Muchas palabras de Urien confirmaban la existencia de un cómplice elfo. Pia cerró los ojos y se frotó las sienes. Estaba comenzando a sentirse agotada y le temblaban las manos.
—¿Sabías que los goblins me pegaron una paliza? —También le temblaba la voz—. Intentaban fastidiar a Cuelebre, lo que no lograron ni de coña, desde luego, pues estuvo observándolo todo con su mirada pétrea.
Vaya, no sabía que aún estaba afectada por aquello, lo que era muy irracional por su parte, ¿no? Como si Dragos hubiera tenido muchas opciones. Quizá salvó la vida gracias a que Dragos ocultó sus emociones.
El rey de los fae tomó un sorbo de vino y la miró.
—Bien, nos encontramos con toda una maldita llanura y esos apestosos goblins. Habría hecho cualquier cosa para escapar; si lo lograba, al menos en Nueva York había alguna esperanza de supervivencia. Dragos tenía en el hombro esa cosa blanca, donde los elfos le habían disparado su mierda mágica. —Pia hizo un gesto hacia sí misma—. Era más o menos aquí. Entonces hice un intento desesperado. Le convencí de que me dejara sajar la herida. Al parecer estabas allí… en el risco, ¿no? Como acabas de decir, sentiste una oleada de Poder. —Pia dejó que el horror del recuerdo se reflejara en sus ojos—. Mató a todos los de la llanura menos a mí.
Se hizo el silencio en la estancia. Pia buscó el rostro de Urien, ahora tranquilo e inexpresivo. ¿Crees que se lo ha tragado, cacahuete? Cómo saberlo. Tal vez sí, tal vez no. Nunca jugaré al póker con este asqueroso.
Pero ¿lo sucedido no era aún más extraordinario? Pia aún tenía dificultades para creérselo pese a que le había pasado todo a ella.
Se sentía igual de desorientada que cuando se separaba de Dragos. Está viniendo hacia aquí, se dijo a sí misma con fiereza. Eso había dicho él. Somos pareja, quizá. Probablemente. O ahora, según Graydon, soy su tesoro. Lo cual no tiene sentido. En cualquier caso, estoy embarazada de su hijo. A lo mejor no nos quiere, pero ese será su problema, ¿vale?
—Entiendo —dijo por fin el rey de los fae. Se terminó el vino y dejó el vaso a un lado—. Bien, estos días has tenido una auténtica aventura, ¿verdad?
—Un momento —dijo Pia. El vacío que notaba en su interior le dolía, y los extremos de la sala estaban demasiado lejos—. ¿Soy una invitada o una prisionera? ¿Vas a torturarme por alguna extraña razón que no comprendo? Porque, si no, has de saber que no he comido nada desde ayer y ahora mismo no me encuentro muy bien.
El rey de los fae hizo un mohín y chasqueó la lengua.
—Cuelebre no se ha ocupado de ti, ¿eh? Querida, ¿por qué demonios iba yo a torturarte?
—Qué sé yo. —Pia alzó las manos y las dejó caer en el regazo—. Llevo dos semanas de pesadilla —dijo. No había razón alguna para ocultar el exasperado agotamiento en su voz, así que ni siquiera lo intentó—. Además no entiendo muchas de las cosas que me han pasado, y la menor de ellas no es que tus matones me drogasen en vez de acercárseme en la calle y presentarse.
—Una cuestión muy interesante —dijo el rey de los fae—. Digamos que no teníamos muy clara tu posible reacción y no estábamos dispuestos a que volvieras a escabullirte. Toda vez que, según todos los informes, mostraste mucha preocupación por el wyr al hablar con los elfos de Carolina del Sur.
Pia se quedó paralizada. Esa no se la esperaba. ¿Qué le habían contado a Urien? ¿Qué debía responder ella ahora? Habló a través de unos labios entumecidos.
—Si ese enfrentamiento hubiera ido a más, en este momento dos territorios de Razas Viejas podrían estar en guerra. Y si ocurriera eso, moriría mucha gente. Vale, le robé, pero no soy una asesina. Si te han informado sobre ese enfrentamiento, sabrás que yo iba a despedirle en la frontera y a marcharme, pero entonces se estrellaron contra nosotros unos goblins montados en camiones. Y de algún modo ese hecho nos lleva hasta ti, claro.
Urien le dirigió una sonrisa con los ojos semicerrados.
—Bueno, verás, un día de estos conseguiré por fin matar a Cuelebre. Simplemente te has interpuesto en el camino. Lástima. Pero eso es agua pasada. —Agitó una mano—. Creo que deberíamos considerarte empleada reclutada más que invitada o prisionera. Imagino un montón de tareas para ti. Hay mucha gente que tiene muchas cosas que quiero tener yo.
—No sabía que esto era una entrevista de trabajo. Me habría puesto un vestido —dijo Pia, a quien la furia volvía imprudente. Vale. Desacelera, potranca. No te está torturando. Esto es algo positivo, recuerda.
Urien echó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada.
—Me gustas, Pia. Es muy sencillo: harás lo que se te diga. Si es así, tendrás, hablando en términos relativos, una vida muy cómoda. Si no… bueno, no recomiendo esa otra opción. En serio. —Se puso en pie—. La conversación ha terminado. Piran, Elulas, acompañadla a su habitación y aseguraos de que se queda quieta y en su sitio. Acordaos de registrarla por si lleva algo que pudiera usar para abrir una cerradura. Ah, y llevadle algo de comer. La pobrecita tiene ojeras. Parece a punto de desmayarse.
Los secuestradores se acercaron. Sus Cosa Uno y Cosa Dos personales. Pia se levantó y se fue con ellos. Allí ya no había nada más que hacer.
• • •
Le dejaron utilizar el baño de la planta baja. A Pia le alivió comprobar que la casa no era tan medieval. Al menos tenía agua corriente y váter con cisterna. A continuación, subieron un tramo de escaleras y recorrieron un largo pasillo hasta una habitación casi vacía en la que solo se veía una cama estrecha, dos mantas dobladas y una ventana con barrotes.
De pronto, Cosa Uno se puso a registrarla de manera exasperantemente meticulosa mientras Cosa Dos observaba. El fae le palpó las costuras de la ropa, pasó las manos por la parte interna de las piernas y le apretó la entrepierna, exploró entre y debajo de los pechos y le hizo quitarse los zapatos para inspeccionarlos.
Pia aguantó como pudo. Era capaz de guardarse la rabia solo porque de la expresión insulsa y aburrida de los fae deducía que el registro no tenía trasfondo sexual. Habría sido de todo punto imposible meter a escondidas ninguna ganzúa por pequeña que fuese.
La encerraron en el cuarto. Pia extendió una manta sobre el colchón desnudo y se tumbó mientras oía a los dos fae hablar en su lengua de resonancias celtas. Unos pasos que se alejaban, ojalá para traerle algún sustento. Pia debería tragar la comida a la fuerza, fuera lo que fuera, para así estabilizarse y prepararse para los siguientes pasos a dar, fuesen los que fuesen. Que no le dieran carne, por favor.
En el exterior al parecer anochecía, un ambiente gris y plomizo anunciante de lluvia que llenó la habitación de sombras. Mientras descansaba, Pia paseó la mirada por las paredes peladas. Dragos, intentó. ¿Estás ahí?
Nada salvo un silencio embotado. ¿Qué significaba eso? Expandió su conciencia con cautela. No notaba nada, ni tierra mágica, ni a otros fae, nada a excepción del frío y pesado manto del Poder de Urien. ¿Era capaz él de eliminar magia en sus inmediaciones? En tal caso, se trataba de un mecanismo de autodefensa muy práctico.
Bajó la vista y arqueó las cejas. No brillaba. Seguramente Urien había podido suprimir la magia pero no deshacer los hechizos ya presentes. Con independencia de los detalles, Pia suponía que Urien era capaz de percibir cualquier aumento de Poder.
Volvió de nuevo sobre su historia. Eh, cacahuete, cuanto más me presionan, mejor respondo.
Pero la historia hacía agua. Para empezar, no estaba claro hasta qué punto Adela conocía a Pia ni el grado de implicación de la bruja con los fae oscuros. Si la mujer sabía algo, se lo diría a Urien tarde o temprano. Sobre esto Pia no albergaba dudas.
Después estaba la conexión con los elfos. Ferion conocía la verdadera herencia de Pia, había hablado con el gran señor y la gran señora de los elfos y había estado presente en la teleconferencia. ¿Se atrevía Pia a pensar que el contacto elfo de Urien no era Ferion? La había tratado muy bien. ¿Significaba eso que no podía haber hablado de ella con el rey de los fae?
Pia intentó recordar lo que había dicho Ferion en voz alta en Folly Beach y durante su conversación telepática privada. No había manera. Esto era preocupante. Pero al menos parecía lógico que Ferion no fuera la conexión de Urien con los elfos.
Había demasiadas incógnitas, en especial el hecho de que ella no tenía sentido de la verdad. Era perfectamente posible que Urien hubiera jugado con ella o le hubiera mentido por sus propias razones. Así pues, lo único que se atrevía a pensar era que había ganado algo de tiempo.
Se acercaban unos pasos. Pia se incorporó mientras chirriaba una llave en la puerta. Entró Cosa Dos, que dejó una bandeja en el suelo. Salió y volvió a cerrar. Pia verificó el contenido.
Media hogaza de pan negro, manzanas y más agua. Bingo.
Se lanzó sobre la comida. El pan quizás era del día anterior pues empezaba a ponerse duro, pero aún era masticable y sabía de maravilla. Las manzanas eran fabulosas. Parecían de Otra tierra, quizá de la misma en que se hallaba. Se lo comió todo, se bebió la mitad del agua y notó de inmediato una invasión de energía. Mucho mejor.
¿Y ahora qué? Había dos formas de salir de esa habitación. Arrimó la bandeja a la pared para no derramar el agua que quedaba. Fue a inspeccionar la ventana.
Miró. No podía creer lo afortunada que era. Los barrotes estaban al otro lado de la hoja de vidrio. Era una simple reja con barras de apoyo arriba y abajo. Estaba unida con bisagras a ambos lados de la ventana y asegurada con un candado y una cadena enroscada en las barras. Parecían el sustituto de viejos postigos. Alguien había preparado esa habitación para su llegada.
Abrió la ventana lo más silenciosamente que pudo y se paró a escuchar. Los dos vigilantes fae seguían hablando tan tranquilos.
Urien sería capaz de anular magia, pero la madre de Pia decía siempre que, frente a la capacidad intrínseca natural, la magia era algo engañoso, aparte de que en su demostración Dragos no había notado que ella hiciera nada. Pia agarró el candado y lo abrió. Lo quitó y desenroscó la cadena. La sopesó, pensando. Se veía sólida, de un metro bien bueno. La dobló, asió un extremo con una mano y la hizo oscilar para familiarizarse con el peso.
Para alguien con pocas opciones, no era una mala arma. Dejó el candado sobre la cama, se bebió el resto del agua y dejó abierta la reja metálica unos centímetros para mirar abajo, al terreno que rodeaba la casa.
Urien, o quien estuviera encargado de su seguridad, había sido lo bastante listo para mantener la zona circundante despejada de matas y arbustos. El área ajardinada no era muy atractiva, pero tampoco ofrecía ningún lugar para esconderse. Se retiró al ver a un guardia doblar la esquina y pasar por abajo. Por lo visto su suerte terminaba ahí.
Pia observó un rato, calculó el tiempo y siguió la pista de los vigilantes. El quinto era el original, de modo que había cuatro guardias exteriores, uno en cada lado, que patrullaban describiendo un círculo. Cuatro además de Cosa Uno y Cosa Dos, los guardias interiores del vestíbulo y sin duda alguno más que ella no había visto. Urien contaría con un total de veinte hombres, una cifra razonable si quería moverse con rapidez y discreción.
A su entender, tenía dos opciones. Podía quedarse encerrada y aguardar el momento oportuno, lo que era arriesgado. O saltar por la ventana, eliminar a un guardia deprisa y echar a correr como alma que lleva el diablo. Arriesgadísimo.
Si se quedaba, desaparecían las defensas y las opciones. Estaría a merced del rey de los fae sin olvidar que la historia que había contado incluía sus propias bombas de relojería. Y no quería que la examinaran más de cerca. No quería ni imaginarse qué pasaría si Urien descubría que estaba embarazada de un hijo de Dragos.
Así que, en realidad, no tenía elección.
Vio que los guardias rotaban de nuevo. ¿Cuál parecía el más adormilado, el más lento, el más incompetente? Maldita sea, todos tenían buena pinta.
Bueno, morir no era una opción en todo caso. Ahora luchaba por dos.
—Agárrate, cacahuete —susurró al tiempo que apoyaba el pie en la repisa de la ventana.
Cuando pasaba el siguiente guardia, empujó la reja metálica y saltó. Dio en tierra con un ruido sordo, y el vigilante se volvió con la ballesta ya levantada.
Fue rápido.
Ella fue más rápida.
Giró sobre sí misma y se valió de toda la fuerza centrífuga que logró reunir para atizarle con la cadena. Por la forma en que le dio en la sien, no tuvo dudas de que cuando cayó al suelo el hombre estaba muerto.
Pia miró el abollado cadáver y no sintió nada, ni piedad, ni remordimiento. Ajá. De modo que así sabe el instinto asesino.
Pues muy bien.
Agarró la ballesta del vigilante y la evaluó de un vistazo. Estaba cargada, era un modelo moderno, ligero y elegante, con mira telescópica y un carcaj montado sobre el brazo principal que contenía media docena de saetas. Conocía esa arma. Eh.
Con el corazón aporreándole el pecho, esprintó hasta la esquina de la casa, por donde aparecería el siguiente guardia en cuestión de segundos. Se pegó de espaldas a la pared, aspiró hondo y esperó con la ballesta en alto.
Se encontró cara a cara con el fae cuando este doblaba la esquina. El vigilante abrió los ojos como platos. Pia le disparó a quemarropa y enseguida miró por si venía alguien.
Por lo que sabía de ese sector de la casa, era más largo y formaba parte de otro edificio cercano. ¿Un establo, quizá? ¿Dónde guardaban esos chismes con forma de libélula, en un espacio cerrado o en el exterior?
Se echó atrás, volvió a cargar la ballesta y contó.
Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres…
Pia no lo oía, pero el guardia tenía que estar ahí. Dobló la esquina, disparó y arrastró el cadáver y lo amontonó sobre el otro. Cargó de nuevo y contó.
Cuando hubo caído el último guardia, no podía creérselo. Miró el cadáver, agradecida por seguir atontada. Había acabado de matar a cuatro personas en otros tantos minutos, todo para tener unos segundos de ventaja.
Mejor que aquellas vidas sirvieran de algo.
Dejó caer la ballesta, agarró la del último guardia muerto con el cargador completo y echó a correr.