Antes de que su forma humana titilara y desapareciera, Pia pareció por un momento profundamente conmocionada. Ocupó su sitio una criatura exquisita que resplandecía con una luminiscencia nacarada. Tenía el tamaño de un poni shetland, si bien era tan distinta de un poni como un galgo de un San Bernardo. El pequeño cuerpo era brioso y esbelto. Las largas y delgadas patas estaban rematadas con primorosas pezuñas. Tenía un elegante cuello arqueado y una delicada cabeza equina con un cuerno pulcro y afilado.
—La hostia —susurró Dragos. Le había pasado esa posibilidad por la cabeza debido a varias pistas, pero no la había tomado realmente en serio. En toda su vida, jamás había visto un unicornio. Durante siglos había oído que aquellas extrañas criaturas se habían extinguido debido a la caza, pero siempre había tendido a considerarlas solo un mito.
Un cuerno de unicornio podía eliminar cualquier veneno. Pia podía curar con su sangre. Solo podía ser capturada haciendo trampa. Ninguna jaula podía recluirla. Su vida sacrificada podía conferir la inmortalidad.
No era de extrañar que su madre solo le hubiera enseñado a correr y esconderse.
Sus grandes ojos violeta oscuro eran los de Pia. Estaban muy abiertos, inquietos.
Depredadores. Se veía rodeada de depredadores. Se encabritó y dio media vuelta, buscando el modo de escapar.
El hombre alto y oscuro empezó a cantarle suavemente. Ella dio una patada en el suelo y bajó el cuerno ante él.
—Chis, cariño, estás a salvo. Tranquila. Estás a salvo.
Él dio un paso hacia ella, que retrocedió, tropezó y miró hacia abajo confusa. Tenía muchas patas. Volvió la cabeza. Y una cola.
En el borde del claro, los grandes depredadores se acercaban con sigilo y los ojos muy abiertos. El hombre les soltó un gruñido, y se quedaron paralizados y también se convirtieron en hombres. Ella galopó describiendo un círculo y emitió un sonido de angustia.
Entonces el hombre oscuro susurró el Nombre de ella, que se detuvo tras un patinazo y lo miró.
—Recuerda quién eres. —Él pronunciaba las palabras bajito pero con Poder.
Pia meneó la cabeza y resopló. Levantó una pata y miró la pezuña.
Eh.
Había cambiado. Era wyr.
Dragos se puso de rodillas. En él, todo estaba en un estado suspendido de aprensión. Después de todo lo que habían pasado, después de que ella hubiera dado ese paso radical y le hubiera confiado el Nombre, parecía de nuevo al borde del pánico solo con estar cerca de él. Era el lado wyr. Tenía que ser eso. El animal había asumido demasiado control.
—Vamos, cariño, ven —dijo él con tono persuasivo, y separó las manos vacías de los costados—. No hay nada que temer. Nos recuerdas a todos. Te caemos bien. Dios, eres el ser más hermoso que he visto en mi vida.
Ella arqueó el cuello y lo miró de soslayo. ¿Era conciencia lo que se apreciaba en sus ojos? ¿Entendía lo que él estaba diciéndole?
—Dame una señal, cielo. —Poco a poco, con calma. Ahora, al replicar Pia, Dragos tuvo una ligerísima pista de lo que experimentaba ella.
»Demuéstrame que estás aquí.
Pia miró hacia el terreno abierto iluminado por la luna y luego a él otra vez. Una carrera estaría bien. Pero ahí estaba Dragos, con el rostro iluminado. Era como si fuera su cumpleaños, Navidad y Año Nuevo todo junto.
Ella avanzó un par de pasos. Se miraban desde más cerca que cuando él estaba de rodillas. El aliento lo sacudió. Anduvo el resto del trecho hasta Dragos, en cuyo hombro apoyó la brillante cabeza.
Él le acarició la nariz de terciopelo. Ella le lamió los dedos. Los ojos de Dragos relucían con un lustre húmedo. Él se sentó con las piernas cruzadas y la atrajo a su regazo. Ella encogió las patas debajo como un gato. Dragos la rodeó con los brazos y descansó la mejilla sobre la cabeza de Pia. Ambos escucharon el sonido del viento en los árboles lejanos.
—Gracias —susurró él—. Gracias.
Pia tuvo ciertas dificultades para volver a cambiar de forma y casi le entra de nuevo el pánico. Él debió guiarla por la transición. La tuvo sujeta y le habló todo el rato hasta que recuperó la forma humana, arrodillada en el suelo frente a él.
—¿Por qué es tan difícil hacer el cambio al revés? —Pia jadeaba con las manos cogidas.
—No siempre será así —le dijo él—. Es como aprender a andar o a montar en bicicleta. En cuanto dominas la técnica del cambio, se convierte en algo prácticamente innato. Como lo has hecho una vez, ahora mismo podrías cambiar de forma y recuperar la forma inicial, pero te aconsejo que esperes. La primera vez, sobre todo en el caso de los mestizos, acaba uno bastante exprimido.
—No me digas. —Pia tenía un tono gruñón, pero le brillaban los ojos.
Dragos la ayudó a levantarse mientras se acercaban los grifos. Los cuatro hombres la miraban llenos de asombro. Ella miró a Graydon, que le dirigió una sonrisa.
—Dichosos los ojos —dijo—. Creía que acabaríais siendo algo pequeño, rápido y raro, como un tití o algo parecido.
Sin pensarlo, Pia se le acercó y le echó los brazos al cuello.
—Gracias por ser tan buen amigo.
El hombretón se mantuvo muy quieto y por encima del hombro de ella miró a Dragos, cuyo semblante se tornó sombrío. Pero al cabo de unos instantes asintió brevemente en dirección al grifo. Graydon dio unas palmaditas a Pia en la espalda, sonrientes los grises ojos.
—El placer es mío, bombón.
Dragos agarró a Pia del brazo y la apartó.
—Ahora hemos de regresar —le dijo.
Él y los grifos cambiaron de forma. Pia prestó mucha atención a la facilidad y la habilidad con que lo hacían. Quería volver a intentarlo por su cuenta, pero debería esperar a descansar un poco. Se sentía hiperconsciente, como si tuviera los nervios a flor de piel. Al mismo tiempo, los párpados iban a la suya cerrándose tanto si ella quería como si no.
En el vuelo de regreso se quedó dormida. No se despertó ni siquiera cuando Dragos cambió de forma, lo que este hizo con sumo cuidado y destreza. Cuando inició el cambio, mantuvo las patas debajo de Pia. Al compactarse, surgieron brazos humanos bajo las rodillas y los hombros de Pia hasta que él estuvo de pie, ya como hombre, en el tejado de la Torre, sujetando contra el pecho la forma durmiente.
Los grifos ya habían hecho su cambio. Se congregaron alrededor, mirando a Pia y a Dragos. Ella brillaba todavía.
Rune estaba de pie con la cadera torcida, los pulgares metidos en el cinturón de los tejanos.
—Supongo que os dais cuenta de que si esto llega a saberse la van a perseguir toda la vida.
—Ella ya sabe eso, y yo también —dijo Dragos con gesto adusto—. Así que no se hace público, nadie ha oído hablar de ello. ¿Entendido?
—¿Y qué hay de Aryal, Grym y Tiago?
—No lo han de saber ni siquiera los otros centinelas, al menos de momento. Ha de quedar entre nosotros. —Dragos miró la cara dormida que descansaba en su hombro—. Ha pasado una semana tremenda por un montón de razones. Quiero darle una tregua y que descanse. Luego ya decidirá ella quién ha de saberlo y quién no.
• • •
Pia se despertó a medias mientras Dragos le quitaba la ropa y la metía en la cama, solo para rodar y hundir la cara en una almohada sobre un brazo doblado. Él se desnudó, se deslizó bajo las sábanas a su lado y amoldó su cuerpo al otro cuerpo, enganchando su pierna con la de ella y pasando un brazo alrededor. Pia entrelazó sus dedos con los dedos de Dragos. Dragos hundió la cara en el pelo de Pia.
Mientras dormía profundamente, Pia soñó que corría. Se despertó de golpe al reparar en que corría sobre cuatro patas, y el recuerdo de lo ocurrido le transmitió una sensación de felicidad. El sol matutino había iluminado la habitación.
Miró a Dragos, que yacía a su lado de frente, un fuerte brazo alrededor. Las marcadas arrugas del rostro sosegadas en el sueño. La colcha se había deslizado hasta sus respectivas cinturas, y se veía que los músculos del pecho y los brazos de él estaban relajados. Sus pestañas eran rizos negros gemelos contra las enjutas mejillas broncíneas, alborotado el oscuro pelo. Su erección matutina presionaba contra la cadera de Pia.
Nunca sería un hombre blando. Su piel transpiraba capacidad para la violencia. Sin embargo, con Pia había tenido momentos de una dulzura extraordinaria, y a ella le pareció que verlo así, tan relajado y durmiendo tan desprotegido, era un extraño regalo de confianza.
Te amo, casi le dijo. Pero él ya había confesado no saber qué era el amor. Pia apretó los puños.
Y quizá nunca lo sabría. Quizás eso era lo máximo que podía conseguir ella si lo aceptaba como pareja. Si Pia tuviera que escoger entre estar sola con él y estar sola sin él, preferiría con mucho la primera opción. Debería aprender a adaptarse a la relación que él fuera capaz de tener. Sería suficiente.
Pia cerró sus dedos alrededor del grueso pene y pegó los labios a él. Dragos emitió un sonido profundo desde el pecho y la besó a su vez al tiempo que subía las caderas hacia la acariciadora mano de ella. Luego le separó las piernas, rodó encima y la penetró. Cuando estuvo dentro del todo, ambos suspiraron.
—Eso es —murmuró él, que le acarició la oreja con el mentón—. Todo bien.
—Todo bien en casa —susurró ella, que le pasó una pierna por detrás y le frotó la ancha espalda.
Dragos se meció en ella, flexionando el enorme cuerpo encima, dentro. Estaba bien, muy bien. La llevó despacio y con calma a un orgasmo tan cálido e intenso que se le llenaron los ojos de lágrimas. Cuando llegó él, la estaba besando con las manos ahuecadas en la cara.
Pia notó que él empezaba a latir dentro mientras se apoyaba en los codos y se encorvaba encima, jadeando, con la cara tan transformada, tan hermosa, que tuvo que susurrar:
—Eres mío.
Dragos abrió los ojos y la miró intensamente, temblando todavía.
—Soy tuyo —dijo.
• • •
Volvieron a quedarse dormidos, él dentro de ella, deleitándose en el sol de la mañana. Al cabo de un rato, Pia se revolvió y murmuró una protesta cuando él se retiró y quitó su peso de encima.
—Tengo cosas que hacer —dijo Dragos con voz suave—. Quédate en cama y descansa.
Pia le hizo un mohín somnoliento. Él le dio un beso en la frente. Ella se acurrucó en el sitio caliente que dejaba él, abrazó su almohada y dormitó.
Vaya dragoncito blanco más divertido. Tenía la cabeza demasiado grande respecto al cuerpo. Se fijó en ella, puro amor resuelto en sus hermosos ojos mientras se acercaba tambaleándose. No conseguía coordinar las patas traseras con las delanteras. Se cayó al suelo.
Pia no podía reírse. No quería herir sus sentimientos. Se agarró las manos con fuerza para no ayudarle. Eh, cariñito.
Mami, dijo él acercándosele deprisa a rastras. Mami.
Pia se incorporó de golpe en la cama con el corazón desbocado. ¿Qué dem…?
Todo daba vueltas. Volvieron las náuseas, esta vez incontrolables. Pia saltó de la cama. No pudo llegar a tiempo al váter, pero sí al lavabo, donde echó hasta la primera papilla. En varias ocasiones, cuando creía haber terminado ya, el estómago le daba otra sacudida. Acabó derramando lágrimas y sufriendo arcadas y dolorosos espasmos.
Oh, no, no. No puede ser que pase esto. Encima.
Una de las ventajas de ser wyr, para un macho o para una hembra, era la capacidad para la anticoncepción natural. Pia nunca había estado muy segura de cómo funcionaba. Tenía algo que ver con levantar mentalmente una barrera para el embarazo, lo que de algún modo estaba relacionado con la capacidad para cambiar de forma. Todo formaba parte del control sobre el propio cuerpo.
Al ser medio humana, Pia jamás había tenido esa capacidad, por lo que debía basarse en las técnicas anticonceptivas humanas. Hacía un año que llevaba implantado un DIU de cobre. Su efecto debía durar doce años.
Solo que ahora Dragos estaba en su vida, vertiéndolo todo en ella, inundándola con su Poder y su semen una y otra vez.
Reclamándola de mil maneras.
Aún tambaleante por la conmoción, a Pia se le ocurrió comprobar si los transparentes hilos del DIU seguían en su sitio. Ahí estaban. Pero… extendió por el cuerpo sus sentidos recién expandidos. Ahí. Acurrucada en el fondo, una diminuta chispa de nueva vida.
La traición la hizo trizas. Ese cabrón.
Se duchó y se vistió. Camiseta, pantalones caqui hasta las rodillas, zapatillas de correr. Treinta y cinco dólares de Rune, el cambio de las zapatillas. Salió de la habitación.
Esta vez eran Bayne y Aryal los que holgazaneaban en el pasillo. Pia se paró en seco al ver a la alta e imponente mujer vestida de cuero con el enmarañado pelo negro: una belleza extraña y descarnada, unos ojos grises, tempestuosos, escrutadores.
Bayne la saludó con una amplia sonrisa. Aryal no. La arpía le dirigió una mirada indiferente, frío el anguloso rostro.
—¿Dónde está Con? —preguntó Pia.
—Tenía que ocuparse de otros asuntos —le dijo Bayne—. Esta tarde le sustituye Aryal.
—¿Algún problema? —dijo Aryal, una de cuyas cejas se arqueaba con insolencia.
Pia apretó la boca. Manda cojones. Menos mal que no tenía que mirar a Graydon a la cara. Pasó por alto las palabras de la arpía y señaló la puerta abierta con el pulgar.
—Entrad y mirad qué ponen en la televisión. ¿Podéis preparar café? Haced también para vosotros. Voy a ver si desayuno. Vuelvo enseguida.
—Entendido —dijo Bayne con una sonrisa jovial.
Muéstrate despreocupada. Ve pasillo abajo. Cruza la cocina y el comedor.
Tras doblar la esquina, miró hacia atrás. Bayne y Aryal habían entrado en la suite. Corrió al ascensor y la escalera que conducía al enorme salón. El ascensor funcionaba con llavín en el nivel del ático, problema irresoluble para ella, pues no podía abrir las puertas por la fuerza. La puerta del hueco de la escalera estaba cerrada.
Ahí no habría problema. Tardaría apenas un momento en empujarla y cruzar.
Pia apoyó las temblorosas manos en la hoja de la puerta, respirando aceleradamente mientras la sensación de estar atrapada en una jaula regresaba con más fuerza que nunca. Las ganas de correr eran incontenibles. Se esforzó por dejar atrás el pánico, el dolor y la traición y analizar las cosas con cierta apariencia de racionalidad.
Quizá no podría salir de la Torre por mucho que lo intentase. Hasta el nivel de la calle había una infinidad de escaleras. Acaso tardara cinco minutos en abandonar el edificio, diez como mucho si cerraba la puerta del cuarto de baño y los centinelas creían que estaba tomándose tranquilamente su tiempo para realizar las cosas propias de una chica.
Y si lograba salir, ¿a qué debería hacer frente? El peligro de Urien y sus fuerzas no había desaparecido solo porque ella tuviera un mal día y necesitara escapar a toda costa.
Sé inteligente por una vez. No añadas otra cosa a tu lista de estupideces.
Volvieron las náuseas. Pia cerró los ojos, apretó los puños y procuró controlar el cuerpo.
—¿Va todo bien, Pia? —dijo Bayne a su espalda.
Ella inspiró hondo, afirmó los hombros y se volvió.
—Dragos dijo que podía ir a donde quisiera. Tengo que salir.
A saber qué revelaba la expresión de su cara. No podía ser nada bueno, pues el grifo la observó con cara seria y ojos preocupados, nada que ver con la jovialidad de antes.
—¿Podéis decirme qué necesitáis? —preguntó él—. Os traeré encantado cualquier cosa que os haga falta…
El autocontrol de Pia se soltó la correa. Todo se vino abajo. Se dio la vuelta y se puso a dar puntapiés a la puerta, que resonaba con un estruendo metálico hueco. El ruido semejaba a una bomba que explotase en la cara de uno. Era como una mujer que descubre que está embarazada cuando no debería estarlo. Sí, algo parecido.
—¡Tengo que salir! —gritaba mientras aporreaba la cerrada puerta con los puños—. No va todo bien. —Puntapié—. Necesito no hablar de esto. Necesito que Dragos me deje en paz de una puta vez. —Puntapié—. Necesito que no me hagas más preguntas y simplemente me lleves a donde necesito ir. ¿Harás eso por mí o no, joder?
De pronto llegó Aryal. Los centinelas se colocaron a uno y otro lado de Pia, con el rostro tranquilo y atento. Se movían como soldados, cuerpos atléticos y ágiles. La actitud complaciente de Bayne se había evaporado. La cubrió con energía masculina protectora y le puso una mano delicada en la espalda.
—Pues claro que sí —dijo—. Os llevaremos a donde tengáis que ir.
—Bayne —dijo Aryal.
—Son órdenes —le dijo él.
La arpía torció el labio pero no dijo nada.
Pia sintió una sacudida y se quedó sin aliento. Se volvió a ciegas hacia el ascensor. Bayne la hizo subir y mantuvo una mano firme en el hombro de Pia mientras Aryal se colocaba entre ella y la puerta. Pia cruzó los brazos y se quedó mirando inexpresiva un punto impreciso entre los hombros de Aryal mientras el ascensor del ático bajaba en picado ochenta plantas hasta el nivel de la calle.
Se abrió la puerta y se apearon. Aryal permaneció en su posición mientras Bayne se colocó tan cerca de Pia que sus hombros se rozaban al tiempo que con la penetrante mirada recorría el gran vestíbulo abarrotado. Llegaron a las puertas giratorias y salieron al sol y a una concurrida calle de Nueva York.
Pia se detuvo y se apretó el vientre con una mano. No podía creérselo. Habían cumplido su palabra y la habían sacado de la Torre.
Bayne le instaba silenciosamente a que avanzara hacia un monovolumen negro Porsche que había aparecido como por arte de magia y estaba junto al bordillo al ralentí. Aryal escrutaba alrededor con mirada atenta, el enmarañado pelo ondeando frente al anguloso rostro mientras se deslizaba en el asiento del conductor. Bayne abrió la puerta trasera a Pia, que subió, se retorció e impidió que él se sentara a su lado. Sus miradas se cruzaron durante unos instantes, y la amabilidad y la preocupación en los ojos de Bayne penetraron hasta la convulsión interna de ella. Acto seguido, dio un paso atrás, cerró la puerta trasera y pasó a ocupar el asiento delantero del pasajero.
—Muy bien, Pia —dijo Bayne. La glacial mirada de Aryal se cruzó con la de Pia en el retrovisor—. ¿Adónde?
—Brooklin. —Bayne acercó la mano al sistema GPS del coche y Pia añadió—: Ya daré indicaciones cuando llegue el momento.
Los dos centinelas intercambiaron una mirada.
—De acuerdo —dijo Aryal.
El Porsche se incorporó al tráfico.
Pia se acurrucó en el asiento y miró por la ventanilla mientras pasaban junto a la estación de metro de la calle Cincuenta y nueve. Pia, ¿qué estás haciendo?, dijo Dragos en su cabeza.
Pia cerró los ojos. Había sido esperar demasiado que los centinelas guardaran silencio sobre su salida. Ahora mismo daría lo que fuera por un poco de intimidad.
No me hables, dijo a Dragos.
Has abandonado la Torre. Su voz mental era tan tranquila y controlada que Pia notó un escalofrío que le bajaba por la columna. Prometiste que no lo harías.
He dicho que no me hables, hijo de puta, gruñó ella.
Un latido después la calma de Dragos había desaparecido del todo.
¿Qué ha pasado?
Cállate. Sal de mi cabeza.
Pia, maldita sea. ¿QUÉ COÑO HE HECHO AHORA?, bramó al ver que Pia no se explicaba.
El telepático chillido retumbó en el cráneo de Pia, que se dio una palmada en la frente.
¡No me grites así, no puedo pensar! Espera un minuto.
Pia notaba el cuerpo entumecido, el cinturón de seguridad lo único que la mantenía en su sitio mientras Aryal cambiaba de repente de carril. ¿Cómo podía Dragos llegar siquiera a preguntarle eso? ¿Cómo no se daba cuenta de que ella lo sabría, ahora que había hecho el cambio completo a wyr?
Lamento haberte gritado. Dragos adoptó el tono persuasivo. Bayne y Aryal no han dicho nada, solo que estás disgustada y que te llevan a donde tienes que ir. Gray está preocupado por ti. Podemos hablar de cualquier cosa que vaya mal, ¿no? Pia, por favor. Esto me mata.
Al margen de lo que se dijera de él, Dragos tenía una sabiduría astuta que se deslizaba dentro de una persona a modo de estilete. Pia se secó los ojos y trató de procesar. ¿De verdad… no sabes… nada… de lo que está pasando?
Te juro que no. La respuesta fue rotunda e inmediata. Y sea lo que sea lo ocurrido, podemos arreglarlo.
¿Podían? ¿Cómo?
Dime adónde vas, dijo él. Lo haremos juntos.
Dragos, dame solo la tarde. Pia se agarró a un tirador de la puerta en el momento en que el Porsche tomaba un carril libre y adquiría velocidad. Necesito tranquilizarme y pensar, y antes de hablar contigo tengo que averiguar algunas cosas.
Se hizo el silencio. De pronto, con tono suave y tranquilo, habló Dragos. Podría usar tu Nombre para hacerte volver.
Pia se sorbió la nariz mientras miraba por la ventanilla. En este preciso instante, las amenazas no son una buena idea, grandullón.
Gotearon los segundos. Dragos volvió a hablar. Te doy la tarde. Después iré a buscarte.
¿Me das una tarde de mi tiempo? Gracias, oye. Qué generoso, dijo la parte sarcástica y dolida de Pia. Pero se contuvo y permaneció callada.
Él también se calló, y ella se quedó sola.
Sin él.
• • •
Rune y Graydon estaban en el despacho de Dragos, las manos en las caderas y la misma mala cara.
—Al menos está protegida —dijo Graydon—. Aryal y Bayne la acompañan. —No parecía que sus propias palabras le tranquilizaran demasiado.
—¿Ha dicho adónde tenía que ir o qué pasaba? —preguntó Rune.
—No. —Dragos recorría el perímetro de la estancia, demasiado pequeña, cerrada—. Solo ha dicho que necesitaba tiempo. He dicho que le daba la tarde.
—¿Vais a darle realmente toda la tarde? —dijo Rune.
—Claro que no, joder. Le he mentido.
Abrió la cristalera con tal violencia que el vidrio se hizo añicos. El cortante viento de mayo azotó la habitación. El aire fresco redujo la sensación de reclusión, pero Dragos seguía bullendo de ganas de actuar.
—La bruja no coge el teléfono —dijo—. Encontrad a alguien capaz de elaborar un hechizo de localización, y rápido. —Levantó un puño cerrado. Era el que llevaba sujeto la pálida trenza en la muñeca.
—Allá voy —dijo Gray, que saltó y cambió de forma ya en el aire.
Dragos y Rune se miraron. Bayne y la arpía eran guerreros excelentes. Dos de los mejores.
Sin embargo, en Nueva York una tarde podía ser mucho tiempo si el rey de los fae andaba suelto y decidido a cometer tropelías.
Una tarde así podía realmente larga.
• • •
Cuando llegó el momento Pia dio las indicaciones a Aryal, pero aparte de eso el viaje a Brooklyn había estado presidido por un compasivo silencio. Pronto llegaron al enorme centro de salud wyr de Brooklyn al que acudía ella desde hacía un par de años. El centro estaba en un sencillo edificio cuadrado de hormigón, en un barrio lleno de barberías y casas de empeños, tiendas de vinos y licores y casas de alquiler con opción a compra, y casas de préstamos. Rondaba por las fachadas un abandono fugitivo, una sensación de algo áspero y desesperado agazapado en lugares ensombrecidos a la espera de enseñar sus dientes al anochecer; pero el centro médico estaba abierto de día y contaba con un personal profesional y atento y un elevado número de pacientes mestizos, por lo que estaba siempre lleno.
Aryal aparcó el coche junto al bordillo y paró el motor. Ella y Bayne se desabrocharon el cinturón mientras escudriñaban la calle.
A Pia volvió a hacérsele un nudo en el estómago.
—Quedaos aquí —dijo.
—Lo siento, Pia —dijo Bayne. El grifo se movió deprisa. Estaba fuera del coche y montando guardia antes de que ella hubiera abierto la portezuela. Aryal rodeó la parte delantera del Porsche y se situó a su lado.
Al apearse, Pia reprimió el impulso de pegarles un grito. Paseó la mirada de un centinela al otro. Aryal tenía la mirada fría, los ojos de Bayne eran cuidadosamente inexpresivos. Pia se preguntó qué pensarían ellos del lugar donde se encontraban, qué tipo de conversación telepática estaría produciéndose tras aquellos rostros de asesinos.
—Pues hemos llegado —dijo Pia, señalando el edificio—. Nadie de aquí sabe que hemos venido. Y vosotros dos no vais a entrar a acojonar a nadie, así que os quedaréis fuera a vigilar la puta entrada.
Bayne la observó detenidamente mientras fruncía la boca. Pia entrecerró los ojos y añadió:
—Podría haber salido sin vosotros. Quería hacerlo de veras, Bayne. No hagas que lamente haber seguido vuestras normas.
—Ve a la salida de atrás —dijo Aryal de pronto a Bayne.
—De acuerdo —dijo Bayne torciendo el gesto. Acto seguido, giró sobre sus talones y se marchó con paso airado.
Pia ya no quería oír más. Echó a andar hacia la puerta de entrada. Casi había llegado cuando Aryal la agarró por la blusa y la empujó contra la pared.
—¡Pero qué coño…! —farfulló. La sorpresa se tornó en indignación. Alzó los puños cerrados para apartar las manos de la centinela.
Con una facilidad casi despectiva, Aryal la inmovilizó con un antebrazo cruzado en la garganta.
—Silencio —espetó Aryal—. No voy a haceros daño. Vamos a hablar.
—¡Suéltame! —Pia se resistió tercamente e intentó apartar de su garganta el brazo de la arpía. Aryal le cogió la muñeca y le hincó en la carne unos delgados dedos de acero.
Aryal echó un vistazo rápido a la calle con su acerada mirada.
—En dos semanas habéis causado más problemas que una banda callejera de ratas wyr enajenadas —soltó la arpía—. Quiero saber qué os proponéis hacer ahora.
—No es asunto tuyo.
—Es asunto mío si esto pone en peligro a Dragos otra vez.
Pia trató de hundir los nudillos de su mano libre en el estómago de Aryal, pero esta lo impidió con un hábil giro de la cadera.
—No voy a hacer daño a nadie. Solo has de saber que Dragos me ha concedido la tarde.
—Y le habéis creído. —Aryal soltó una breve risotada—. Muy buena esta, lista la chica.
¿Él le había mentido? Eso dolía. Como una idiota, miró consternada a la arpía. Le ardían los ojos.
—Quítame las manos de encima —le dijo apretando los dientes.
Aryal la soltó tan deprisa que Pia casi tropieza. La arpía se quedó entre ella y la calle, con actitud intimidatoria. Al ponerse las manos en las caderas se le abrió la cazadora de cuero. Pia vislumbró la pistolera colgada al hombro.
—Mirad, puedo aguantar esa colita de cheerleader vuestra —dijo Aryal con una sonrisa que habría cortado cristal—. Me costaría un poco, pero bueno. Puedo aguantar que los grifos pierdan la maldita cabeza por vete a saber qué y no dejen de haceros lisonjas. Pero lo que no puedo aguantar es que hayáis violado la ley. Habéis puesto en peligro la vida del señor de los wyr, con lo que nos habéis puesto en peligro a todos, y no habéis sido castigada por ello. Esto me jode, debo admitirlo.
—No tienes ni idea de nada —espetó Pia aún con el nudo en el estómago. Se frotó los ardientes ojos. En su momento se había sentido atrapada, pero ¿habría podido hacer otra cosa para evitar lo sucedido? Se sentía desconcertada, estúpida, trastornada.
—¿De qué no tengo ni idea… de que seáis o no la pareja de Dragos? —dijo Aryal—. Bueno, bombón, ese es el problema insoluble y el motivo por el que no puedo mataros.
Pia apretó los puños.
—No, no puedes, es verdad —replicó entre dientes Pia, que extendió el puño a tal velocidad que superó la guardia de la arpía, a la que golpeó en el hombro con tanta fuerza que la centinela retrocedió tambaleándose—. No tienes por qué aceptarme o rechazarme. No tienes por qué estar de acuerdo con las decisiones de Dragos. Lo que debes hacer es lo que te mandan. ¿Te ha dicho él que me lleves de vuelta a la Torre?
Aryal la fulminó con la mirada y se quedó en silencio.
—No, claro que no. Así que apártate de una puta vez. No vas a interrogarme ni intimidarme ni exigirme respuestas como si yo fuera una especie de recluta a tus órdenes porque no lo soy ni lo seré nunca. —Avanzó hasta que las puntas de sus pies tocaron las de la centinela, el cuerpo listo para el combate—. Y otra cosa, Graydon sí puede llamarme bombón, tú no. No te has ganado ese derecho. Ahora voy a lo que venido. Si tú no haces tu trabajo, Dragos va a querer saber por qué.
En la turbulenta mirada de Aryal llameó la sorpresa, a la que siguió una expresión pensativa.
Pia no esperó a ver nada más. Se dio la vuelta y cruzó la puerta principal de la clínica.
En la sala de espera había media docena de personas. Unas cuantas veían Todos mis hijos en una pantalla colocada en lo alto de una pared. Pia se dirigió al mostrador de recepción. Una enfermera a quien reconoció le dedicó una sonrisa mecánica.
—Buenas tardes. ¿Qué desea?
—Me llamo Pia Giovanni. Debo ver a un médico o a una enfermera especializada —dijo Pia en voz baja para que los demás no la oyeran. Los músculos de la cara y el cuello le dolían de la tensión. Se retorcía las manos—. La doctora Medina me conoce. No tengo hora, lo siento. Yo… —Le brillaban los ojos—. Me temo que es una emergencia.
—Oh, cariño —dijo la enfermera con veloz compasión. Dio a Pia un kleenex y le indicó unas puertas que daban a un espacio con un lavabo, una silla y una báscula—. Muy bien, ¿de qué se trata? ¿Está segura de que debe estar aquí y no en urgencias?
—No sé. Han pasado muchas cosas. —Pia tragó saliva—. Soy wyr mestiza, así que llevo un DIU. Ya sabe, al no ser del todo humana uno de cobre, no de hormonas. Y ahora tengo una relación con un wyr completo, y anoche conseguí cambiar de forma…
—¡Felicidades! —exclamó la enfermera con una amplia sonrisa. En su chapa ponía RAQUEL.
—Gracias. —Pia intentó sonreír mientras recordaba lo feliz que había sido—. Los dos últimos días he tenido mareos, sobre todo esta mañana, y no me lo explico pero casi seguro que estoy embarazada. Lo noto ahora que he cambiado. Y el DIU no se ha movido de sitio. —Fijó la mirada en la enfermera con expresión intensa—. Estoy en estado de shock. No soy capaz de pensar con claridad, pero sí sé una cosa. No quiero perder este niño.
La enfermera puso una mano en el vientre de Pia, con la mirada hacia dentro. Pia se quedó inmóvil. Percibió el hormigueo de la magia mientras la enfermera la exploraba.
—Pues sí, es verdad. Está embarazada —dijo la enfermera con los ojos encendidos—. Vaya chispita más fuerte.
—¿El cambio de anoche le hizo daño? —preguntó Pia.
—¡Oh, no! No, cambiar de forma es la cosa más natural del mundo. De todos modos, las náuseas sí suenan algo distintas. Y llevando el DIU, ha hecho bien en venir aquí. La verá un médico o una enfermera especializada. Tome asiento aquí mismo mientras saco su historial. De hecho, voy a ver si pillo a…
Se fue a toda prisa mascullando para sus adentros. Pia se desplomó en la silla y hundió la cabeza en las manos. Menos mal que Dragos había dejado de tronar en su cabeza, si no ella habría empezado a dar vueltas en el aire hasta quedar hecha pedazos. Pensó que el silencio de él no presagiaba nada bueno, pero le daba igual mientras pudiera oírse a sí misma pensar aunque solo fuera un ratito.
Se sentía temblorosa y de nuevo al borde de la náusea. Se llevó una mano al vientre. No te muevas de aquí, cacahuete.
El viento seguía soplando a favor, pues la doctora Medina se preparaba para irse de vacaciones y acababa de visitar al último paciente del día. Pia la conocía, y esa familiaridad la reconfortó. Era una enérgica canina wyr de pelo gris, con una actitud firme y eficiente y un sentido del humor que a Pia le resultaba relajante.
Tras un rápido examen y un latido de Poder, la doctora quitó el DIU y le sonrió burlona.
—Buenas noticias. Querida, está en muy buena forma y el embarazo no es ectópico, uno de los principales riesgos cuando se produce con un DIU. El bebé está en el sitio exacto donde debe estar, bien acurrucado y pegado al útero y no a las trompas de Falopio ni ningún otro sitio. Pero mejor que haya venido enseguida. Las mujeres que lo posponen demasiado corren un gran riesgo de sufrir un aborto espontáneo y otras complicaciones graves. Ahora hábleme de esas náuseas que ha tenido.
Pia bajó los hombros aliviada y describió los últimos días.
—No he estado nunca tentada de llevarme carne a la boca —dijo con un estremecimiento—. Huele de maravilla. Pero no está nada bien.
La doctora la miró por encima de sus gafas de leer.
—¿Por casualidad está con un depredador?
—¿Sí? —Pia no quería que sonase como una pregunta. ¿O sí?
—Bueno, pues el problema es ese. —La doctora se reclinó y le dirigió una sonrisa—. Las mezclas depredador/herbívoro son mucho más infrecuentes que los emparejamientos homogéneos, aunque se producen, sin duda, pues nosotros los wyr somos mucho más que nuestra naturaleza animal. No voy a mentirle. Le espera un camino lleno de baches; por otro lado, parece que a veces sus instintos le han hecho perder la chaveta.
—¿Será un embarazo de alto riesgo? —Se llevó de nuevo la mano al estómago.
—Yo no diría eso. No hay motivo para pensarlo. Pensemos en las proteínas y el calcio. Si no puede ser omnívora mientras dure la gestación, deberá abastecerse de bebidas proteínicas. La soja es buena. El suero de la leche es mejor. Además de vitaminas prenatales, le receto un hechizo antináuseas que será de ayuda. Ojo, no le quitará el dolor. El dolor es un mensajero demasiado importante. Pero irá bien para retener la comida. Llévelo a todas partes menos a la ducha. Si se moja mucho, pierde eficacia.
—Muchas gracias, sobre todo por haberme visitado antes de marcharse de vacaciones —dijo Pia de corazón. La doctora garabateó una receta y se la dio—. Una última pregunta, si no le importa.
—Adelante, pero no se alargue. Tengo un vuelo a Cancún esta noche y un novio que se enfadará conmigo si llego tarde.
Pia vaciló, sin saber muy bien cómo explicarse mientras tiraba del borde de la bata de reconocimiento.
—El embarazo es una verdadera conmoción. A ver, llevaba el DIU, o sea que esto debería haberlo evitado, ¿verdad? Ni siquiera ha sido un tema de conversación con mi… pareja. Comencé a sentir náuseas antes del cambio de forma, así que ya estaría preñada. Entonces, ha de haber sido el padre el que… ha cambiado las cosas, ¿no?
Los ojos de la doctora eran vivos y amables.
—Ningún método anticonceptivo es infalible al cien por cien, ni para los wyr ni para los seres humanos. Sí, en igualdad de condiciones, en general el DIU es un método eficaz de control de natalidad. Y sí, los wyr pueden controlar su ciclo reproductor. En general. De todos modos, he conocido a wyr que en los primeros días febriles de apareamiento pierden el control. Solo ustedes dos saben si él es solo un amante o es la pareja. Yo en su lugar, si es su pareja, procuraría obrar con tacto al respecto. ¿Le ha servido de algo?
Pia tenía la garganta atascada. Tuvo que tragar con fuerza para poder contestar.
—Sí, de mucho, doctora Medina. Muchas gracias.
—No hay de qué. Me encantan los niños. Habría tenido que ser tocóloga. —Guardó el historial y se puso en pie, pero antes de salir hizo una pausa. Miró a Pia con curiosidad—. A propósito, no me ha dicho en qué se convirtió.
La pregunta la había cogido desprevenida.
—Oh… en un tití —balbució.
—Extraño —murmuró la doctora, que le dirigió una mirada entre sorprendida y divertida—. Yo no habría considerado herbívoro a un tití. ¿Y su compañero?
—Él… no lo es.
La doctora miró a Pia con los ojos entrecerrados.
—Si eso llega a ser importante desde el punto de vista clínico, me lo contará, ¿de acuerdo?
—Sí, claro —contestó Pia con una sonrisa tímida—. Lo prometo.
La doctora la señaló.
—Tómese las vitaminas. La veré el mes que viene.
Pia se cambió de ropa, mareada tanto de alivio como de hambre. Se habría comido un caballo si eso no hubiera sido en cierto modo canibalismo. Se agachó y se ató los cordones.
Embarazada. Pareja. Voy a tener un bebé dragón.
No, eso no lo había asimilado del todo. Otra vez.
Voy a tener un bebé dragón.
Se enderezó y vio unas estrellas negras que bailaban frente a sus ojos. Quizás igualmente iba a dar vueltas en el aire hasta quedar hecha pedazos, con o sin ayuda de Dragos. En su interior pasaban demasiadas cosas, pensamientos y sentimientos aleatorios que estallaban como fuegos artificiales el Cuatro de Julio.
El miedo a perder el niño había sido sustituido por el miedo a estar embarazada. Le aliviaba no solo el hecho de que el embarazo fuera viable, sino también, más aún, el hecho de que, según todos los indicios, no derivaba de una acción intencionada de Dragos. Por lo visto, le debía una buena disculpa.
¡Pero tenía que ser ahora! Hacía apenas unas horas que había decidido quedarse con Dragos. Luego estaba la guerra con Urien, que acababa de empezar. Y a saber cómo reaccionaría él ante la noticia. Quizá también daría vueltas en el aire hasta quedar hecho pedazos.
Se apretó el vientre con la mano. Oh, cacahuete, siempre albergué la secreta esperanza de tener un hijo algún día, pero debo decir que no es este el mejor momento.
Al marcharse se encontró con un problema imprevisto.
—¿El mismo seguro y copago? —preguntó la enfermera de recepción.
El mismo seguro. El de Elfie’s. Y ella con treinta y tres dólares en el bolsillo y sin talonario de cheques. Se pellizcó el puente de la nariz. Con una disculpa mental a todos los afectados por la promesa de pagar la factura en serio, mintió:
—Sí, gracias.
Pia abonó a regañadientes el copago de veinticinco dólares, rechazó el recibo con un gesto e intentó no parecer sospechosa mientras proseguía su diálogo interior con el cacahuete. ¿Y si él detesta la idea del embarazo? ¿Y si no te quiere? Tiene que quererte, no queda otra. En cualquier caso, yo sí te quiero. Pero no sé qué voy a hacer contigo. Un problema más que deberé resolver aparte de cómo afrontar el resto de los inverosímiles cambios que están produciéndose en mi vida.
Una vez resuelto el asunto, Pia cruzó el vestíbulo rumbo a la puerta de entrada, donde se paró. No creía tener el Poder para llegar a Dragos telepáticamente, pero decidió intentarlo de todas maneras. ¿Dragos?
Su respuesta fue inmediata y, gracias a Dios, tranquila. Sí.
He terminado. Vuelvo a casa, le dijo ella. Tengo que darte una noticia y te debo una explicación.
Ya hablaremos de lo que sea más tarde, dijo él. ¿Dónde estás? Voy a buscarte.
¿No lo sabes? Pia estaba segura de que a esas alturas Bayne y Aryal ya se lo habrían dicho. Empujó la puerta de vidrio y entrecerró los ojos ante la cegadora luz del sol. ¿Dónde estaba la arpía? Miró alrededor haciendo visera con la mano. Mira, he ido a ver a mi médi…
Había pisado algo y apartó el pie al tiempo que bajaba la vista. ¿Qué era eso…? ¿Un dardo?
Sintió un pinchazo repentino en el cuello. Se frotó donde dolía y vio otro dardo en la acera. Le quedó el cuerpo anestesiado a una velocidad increíble. El mundo se cayó de lado, y la acera le cayó encima.
Bayne. Aryal. Intentó llamarlos, pero no le funcionaba la boca.
En otra parte de su cabeza había alguien gritando, pero Pia no podía conectar ni entendía una palabra.
Aparecieron en su campo visual tres personas que se quedaron mirándola.
Dos eran machos fae oscuros, de largos ojos inclinados, pómulos altos, orejas puntiagudas y pelo negro.
Uno era una mujer latina, de belleza majestuosa y ojos que conectaron con los de Pia mediante un restallido de Poder. La bruja Adela, del Caldero.
—Vaya, tú otra vez. —Adela frunció la boca y emitió un suspiro—. Me lo temía.
Bruja estúpida, intentó decir Pia. Te voy a dar una patada en el culo.
Si no te la da primero Dragos…
Todo se alejaba flotando.