Pia clavó la mirada en el grifo.

—¿Qué quieres decir?

—Está haciendo recortes. Ha decidido vender algunos negocios, y planea reducir muchísimo el tamaño de su tesoro y trasladarlo, o a lo mejor, mierda, no sé, quizá se lo quite todo de encima. Dice que quiere deshacerse de «parásitos e interferencias». —Graydon se rascó la frente—. Supongo que el infierno también tiene un día frío de vez en cuando. No parece estar muy bien de la cabeza, ¿verdad?

Los ojos de Pia relucían húmedos. Alarmado, Graydon hizo el gesto de darle palmaditas en la mano, pero pareció reconsiderarlo.

—Sé que no es un tipo romántico —dijo—. En fin, lo de que os haya tenido que dar el regalo yo y todo eso. Es una torpeza, hasta yo lo veo. Pero creo que lo está intentando. Incluso hay flores bonitas en la mesa y… mierda.

Cuando ella lo miró, se le fue apagando la voz. Graydon le ofreció otra vez la botella. El estómago dio a Pia otra sacudida inexplicable. Meneó la cabeza. Dobló la servilleta y susurró:

—Necesito un amigo con quien hablar.

La voz del brusco grifo se tornó dulce.

—¿Y qué soy yo, un monigote? Esta tarde me habéis dado una paliza. A mi modo de ver, eso prácticamente nos convierte en colegas.

Pia cogió de nuevo el collar y lo giró para que refulgiera a la luz.

—No te he pegado ninguna paliza.

—Si os corriera la maldad por las venas, lo habríais podido hacer —le dijo Graydon—. Ahora Rune está dando una batida por la ciudad en busca de un experto en wing chun para que nos entrene. Vamos a aprender todos a afrontar el flujo o lo que coño dijisteis que hacíais. ¿Creéis que quedaremos tan guapos como vos?

—Ni de coña —dijo ella sonriendo mientras lo miraba de soslayo.

Sus firmes ojos grises le devolvieron la mirada.

—Eso mismo digo yo. Con, en cambio, cree que parecerá una mierda pinchada en un palo, pero luego va el tío y se pasa una hora cada mañana arreglándose el pelo. Os digo una cosa: eso de productos capilares para hombres no está bien.

Pia soltó una risita. Se hizo entre ellos un silencio cordial. Ella jugueteaba con el collar mientras él permanecía despatarrado en la silla bebiendo whisky.

—Bien —dijo por fin el grifo—, contadle a tío Gray. ¿Dragos ha herido vuestros sentimientos o algo?

—Jo, si fuera tan fácil —contestó ella—. He estado ahí, he hecho esto, volveré a hacerlo pronto; o algo así. Ha dicho que a lo mejor se apareaba conmigo.

—Ah, eso —dijo Graydon.

—Sí, eso. —Las palabras empezaron a brotar de Pia atropelladas—. Nos conocemos desde hace apenas unos días, y él se ha apoderado de mi vida. Exige que confíe en él, afirma que soy suya como si fuera una propiedad. Ni siquiera sabe quién soy, y eso está volviéndole loco.

—Bueno, ninguno de nosotros lo sabe, bombón. Sois como un enigma, y no estáis demasiado dispuesta a hablar del asunto. —Graydon tomó un trago.

—Tengo mis razones. —Pia se estremeció—. Y soy mestiza. Si no puedo hacer un cambio completo, eso lo matará.

—Así que tras hablar los dos de eso, él se ha ido —dijo Graydon—. No parece muy correcto.

—Bueno, no exactamente. Ha dicho que yo tenía que decidir rápido lo que quería y que él intentaría dejarme ir. Luego ha dicho que no estaba seguro de que pudiera. Finalmente se ha marchado. Además está la cuestión del rey de los faes; todo es muy extraño. —Pia hizo un gesto con la mano que lo abarcaba todo—. Aquí apenas conozco a nadie, y al parecer ya he removido sentimientos fuertes. Mi madre me explicó que solo debía correr y esconderme. Esto no es correr y esconderse. Esto es insensatez.

—Eh, no me lieis —dijo Graydon—. Dejémonos un rato de florituras y desenredemos la madeja. Hay que enfrentarse a Urien, ahora mismo es un elemento peligroso, pero no forma parte del problema real, ¿verdad?

Pia negó con la cabeza al cabo de unos instantes.

—Bien, entonces, ¿quién os odia? Aquí, nadie. Habéis cambiado las reglas del juego, sin duda, y admito que eso nos ha cogido por sorpresa. Al principio no nos hacía ninguna gracia, y algunos de los centinelas todavía refunfuñan al respecto. Pero nos adaptaremos. Siempre se producen cambios. Eso no significa que no haya otros que vayan a tener problemas si os apareáis con Dragos. Es muy poderoso, desde el punto de vista político, económico y mágico, y no os voy a mentir: en la Corte, la política puede estar erizada de espinas. Ya comprobaréis que todo esto forma parte del paquete.

Pia lo miró con los ojos entrecerrados, y recordó a la mujer de fuera del gimnasio. Se la describió a Graydon.

—Es una de las centinelas, ¿verdad? Parecía reflejar verdadero odio hacia mí.

Graydon golpeteó la botella con los romos dedos frunciendo el ceño.

—Es Aryal, y sí, está con nosotros. Y no es que os odie. Ya se sabe que las arpías no son seres precisamente indulgentes. Dadle tiempo. A la larga se va a convencer.

Pia asintió.

—Tricks mencionó a depredadores exaltados.

Graydon hizo una mueca burlona.

—Sí, en la división de derecho mercantil hay un orgullo «macilento y hambriento» de leones-wyr. Dan un significado nuevo y exhaustivo a la palabra «malicioso», pero tienen su espacio. Si alguien os molesta, solo tenéis que decírmelo y yo me encargo de ello.

—Gracias. —Pia lo miró de reojo. No lo dijo, pero si iba a intentar vivir ahí, debería librar sus propias batallas y forjarse su propio nicho ecológico.

—Quizá sea difícil —dijo él—, pero a la vez es sencillo. Ya sabéis a qué se reduce todo. A si queréis a Dragos o no. Si lo queréis lo suficiente para no hacer caso de lo que os enseñara vuestra madre y bajar la guardia, soportar toda esta mierda, la Corte wyr, y afrontar lo que el futuro os depare. O si preferís huir y dejar todo esto atrás. Eso es lo que debéis decidir. El resto irá arreglándose con el tiempo.

Pia trató de imaginar que escapaba y empezaba de nuevo. Podría ir al sur. Estaría sola. No tenía ninguna duda de que si decía adiós a Dragos no habría una segunda oportunidad.

—Está pasando todo tan deprisa —dijo.

—Sucede a menudo con el vínculo de apareamiento wyr. Sé de casos en que se ha producido en el mismo instante en que dos wyr se han fijado uno en el otro. Pero también hay caminos llenos de baches —explicó Graydon.

—¿Has oído hablar de algún vínculo de apareamiento que le pase a uno pero no al otro?

Graydon soltó aire.

—Eso resulta más peliagudo. La cosa se complica bastante si un wyr establece lazos afectivos con un no wyr, por ejemplo un ser humano, pues los no wyrs no pasan por las mismas experiencias que nosotros. En cuanto al apareamiento wyr, recuerdo una ocasión, hace unos doscientos años, en que no estuvo bien. En mi opinión, al menos. ¿Estaban en el proceso del apareamiento o solo follaban? Cuando él decidió cortar, ella se suicidó.

A Pia se le arrugó la frente.

—Eso es espantoso.

—Me lo vais a decir a mí.

—¿Y si yo sigo siendo mortal?

Graydon se encogió de hombros.

—No parece que Dragos vaya a salir corriendo por eso. ¿Os negaríais una pareja y la posibilidad de ser feliz solo porque un día tenéis que morir?

—Esto es distinto. Si no puedo cambiar de forma, voy a morir de un modo u otro. Lo que me parece tremendo es que Dragos muera por mí.

Con la espalda encorvada, Graydon se miraba las manos mientras trazaba círculos con la botella de whisky.

—En la vida no hay garantías. El hecho de que algunos de nosotros tengamos una existencia excepcionalmente larga y nos llamemos «inmortales» no significa que no nos puedan matar. Yo no dejaría escapar la oportunidad de tener una pareja, mortal o no. Igual que la mayoría de nosotros, vaya. Nos sorprendió que esto le sucediera a Dragos, pero os aseguro que todos y cada uno pensamos que es un hijo de puta con suerte.

Volvieron a quedarse en silencio. Pia deslizó la mano para tocar el dorso de la del grifo.

—Gracias, Gray. Sabes escuchar y eres un hombre sensato.

Él le cogió la mano y le estampó un beso en los dedos.

—Chis —le susurró en la mano, los ojos arrugados en las comisuras—. No se lo contéis a nadie.

Ella le sonrió.

—Conmigo tu secreto no corre peligro.

Pia tuvo la tentación de ponerse la ropa de gimnasia y pasar una hora en la cinta, pero entonces la invadió el cansancio. Había sido otro largo día, y los grifos ya la habían obligado a una buena tanda de ejercicios antes de que llegase Dragos.

Pese a las protestas de Graydon, guardó el collar en la cajita, recogió la mesa, dejó los restos en la enorme e inmaculada nevera de acero y colocó los platos en el lavavajillas. Luego decidió esperar a Dragos en la biblioteca. Rune se sumó a ellos mientras Pia curioseaba entre los libros.

Ella lo saludó, cogió una historia antigua de los wyr y se acurrucó a leer en un gran sillón de cuero. Era la pieza más maltrecha del mobiliario de la sala, el cuero marrón oscuro suave como la mantequilla y con un leve pero indiscutible y familiar aroma masculino. No le costaba imaginarse a Dragos relajado en ese sillón, leyendo sus revistas científicas. Rune y Graydon respetaron su deseo tácito de privacidad y se pusieron a jugar al ajedrez en el otro extremo de la estancia.

Al cabo del rato, Pia dejó el libro sobre el pecho y cerró los ojos.

La despertó un leve contacto en el hombro. Los ojos de Rune, agachado junto al sillón, reflejaban bondad. Pia se estiró y bostezó.

—¿Qué hora es?

—Las dos pasadas —dijo él—. Parecéis molida. ¿Por qué no os acostáis? Mejor aún, Dragos ha dicho que estaría dentro del radio telepático. Podéis llamarle si os apetece.

Ella meneó la cabeza.

—No quiero hacerlo. Él necesitaba aire. Ha tenido un día duro. Y no quiero ir a la cama sin él. —Empezaban a cerrársele los ojos, y se obligó a mantenerlos abiertos—. A menos que queráis acostaros vosotros, chicos.

Rune sonrió.

—Estaremos levantados hasta que regrese. No os preocupéis por nosotros. Estamos bien.

Pia asintió y notó la suave calidez cuando él la arropó con una manta de cachemir.

—Gracias.

—Gracias a vos, Pia.

Rune volvió a su partida de ajedrez con Graydon. Pia cerró los ojos de nuevo. Muy pronto estuvo caminando por un bosque muy antiguo, aspirando su fresco olor a arcilla. Un pequeño dragón nacarado y luminiscente le cubría los hombros a modo de estola. Pia acarició una pata grácil y sinuosa, y el dragón levantó la cabeza para mirarla con unos hermosos ojos de color violeta oscuro. Al observar esa amplia e inocente mirada, Pia quedó embargada por la emoción.

Te quiero, dijo el dragoncito.

Pia le besó el delicado hocico. Yo también te quiero, cacahuete.

Se despertó sobresaltada, se incorporó y miró alrededor. Por un momento se sintió desorientada y abandonada y se llevó una mano a la vacía garganta y los hombros.

Graydon y Rune la miraban desde el otro extremo de la estancia. Ambos hombres estaban alerta y totalmente despiertos.

—¿Qué pasa? —dijo Graydon.

Pia meneó la cabeza.

—Solo un sueño.

Se levantaron los dos.

—¿Qué clase de sueño? —preguntó Rune con la mirada atenta.

Ella torció el gesto; no quería hablar de ello.

—Nada. Un sueño y ya está.

Ambos miraron al techo.

—Dragos ha regresado —le dijo Graydon—. Estará aquí enseguida.

—Muy bien —dijo ella, dolida porque no se había comunicado con ella telepáticamente y decidida a no dejar que eso tuviera importancia. No era el momento de tener la piel fina. De hecho, mientras permaneciera en la Torre debía deshacerse por completo de cualquier sensibilidad.

Entró Dragos, y el ambiente de la biblioteca se cargó de electricidad. Transmitía un nuevo ímpetu. Miró a los grifos e hizo un gesto con la barbilla en dirección a la puerta, y ellos se esfumaron mientras él avanzaba y se ponía en cuclillas frente al sillón. Ella sonrió dubitativa y él apoyó los antebrazos en los brazos del sillón y la observó. Tenía la mirada taciturna, la boca tensa.

—Son casi las cuatro de la mañana —dijo—. Si tanto querías evitar mi cama, podías haber dormido en cualquiera de las otras habitaciones.

La sonrisa de Pia se desvaneció. Procuró sentarse erguida y sacó la cajita de la joya de debajo del libro abierto. Y se la tiró. A boca de jarro, imposible fallar. Le dio en pleno pecho.

—Estaba esperando para darte las gracias por el regalo —le espetó—. Que, por cierto, no me has dado tú. Quítate de en medio.

Dragos se quedó agachado delante con los ojos medio cerrados.

Pia se encaró con él y lo fulminó con la mirada enseñándole los dientes.

—He dicho que te quites de en medio.

Dragos la atrajo hacia sí y cubrió con su boca la de Pia, que forcejeó y consiguió liberar un brazo con el que le golpeó en el hombro. Dragos la agarró por la nuca, la inmovilizó y la devoró. Pia protestó contra la boca de él y le dio otro golpe, esta vez más flojo. Él le abrió los labios a la fuerza y le metió la lengua hasta lo más hondo.

¡Maldito! Pia le rodeó el cuello con el brazo libre y lo besó a su vez con furia. Toda la electricidad de la sala le penetró el cuerpo en una descarga atronadora.

Al cabo de unos instantes, Dragos se calmó y obró con más suavidad. Pia le pilló el labio inferior entre los dientes y mordió con fuerza.

Él dio una sacudida hacia atrás, los ojos coléricos. Se tocó el labio, se miró los dedos manchados de sangre y se le arrugó la cara de la risotada.

—Te ha gustado que te besara —dijo.

Pia no intentó negarlo.

—Bueno, aparte de eso aquí han pasado más cosas. Aún estoy muy enfadada. No has preguntado ni nada. ¿Has entrado aquí buscando pelea? ¿Cómo quieres que confíe en ti si te comportas como un cerdo?

Al oír eso, Dragos la miró con hostilidad. Asombrada por la fuerza y la ferocidad de la expresión, lo miró fijamente. Si fuera la primera vez que se veían y él la mirase así, Pia se daría la vuelta y echaría a correr como alma que lleva el diablo. Cómo habían cambiado las cosas.

Dragos aflojó la mano y se sentó en los talones. Ella se puso derecha e inspeccionó el libro abierto que habían aplastado entre los dos. Se habían arrugado algunas páginas. Pia las alisó y acto seguido dejó el libro en una mesa próxima. Todo eso sin apartar la vista de Dragos, agachado muy cerca frente a ella.

—Lo siento —dijo él.

El enfado de Pia no iba a apagarse enseguida solo porque él supiera decir «lo siento». De todos modos, no quería que volvieran a complicarse las cosas, así que asintió sin más. Quizás esperarle para hablar había sido un error. Evitó su mirada mientras doblaba la manta y la dejaba sobre el brazo del sillón.

—Pia. —Ella lo miró. Él sostenía en alto la caja del collar—. Tengo un regalo para ti.

La tensión que le mantenía la espalda recta como un palo de escoba se derritió. Maldito otra vez.

—Ah, ¿sí?

Dragos abrió la cajita y sacó el collar. Oro y fuego irisado relumbraban en sus dedos oscuros y se reflejaban en sus ojos.

—Quería ver cómo te quedaban los ópalos en la piel.

—Es un regalo precioso —le dijo ella—. Gracias.

—Me gustaría que te lo pusieras.

—Muy bien —dijo ella.

Pia se retiró el pelo con una mano, lo mantuvo en un lado y se colocó bien. Dragos movía los dedos en la nuca, asegurando el cierre. A continuación, el collar, mucho más pesado que las cadenitas a las que estaba acostumbrada, fue encontrando su sitio alrededor del cuello. Era más largo que una gargantilla y le quedaba por encima de los pechos. Pia bajó la vista y tocó una de las piedras.

Los dedos de Dragos le acariciaban el hueco en la base del cuello y le recorrían la piel.

—Muy bonito —susurró. Inclinó la cabeza para darle un beso. Ella le acarició el negro pelo con los ojos medio cerrados.

Dragos se retiró. Las arrugas de tensión volvieron a ponerle la boca entre paréntesis.

—¿Quieres quedarte o no?

—Te seré sincera —le dijo ella—. Es difícil tener ganas de quedarme cuando te pones insoportable. Pero no quiero irme.

La mirada de Dragos llameó reflejando algo, triunfo o alivio, o acaso ambas cosas. Hizo el gesto de atraerla de nuevo hacia sus brazos.

—Espera. —Pia le puso las manos en el pecho—. No he terminado. Esta conversación no puede concluir si antes no resolvemos algo.

—¿El qué? —Él entrecerró los ojos.

—Necesito saber con seguridad quién y qué soy. Los dos necesitamos saberlo. Ha de ser lo primero. Crees que me quieres aquí, pero ¿y si cambias de opinión? —Cuando él iba a hablar, ella le puso los dedos en la boca y prosiguió—: Da igual lo que digas tú ahora mismo, pues en realidad esto me incumbe a mí. No seré capaz de confiar en nada hasta que crea que sabes quién soy. Hasta que yo sepa quién soy, mierda. Quiero que me ayudes a intentar cambiar de forma. Por favor.

Dragos le cogió la mano y le apartó los dedos de la boca.

—¿Puedo hablar ahora? —soltó.

Parecía de nuevo enfadado. Pia se preguntó si alguien le había dicho alguna vez que daba igual lo que dijera o pensara. Se lamió los labios secos y dijo:

—Sí.

—Muy bien. Si quieres hacerlo, lo haremos ahora. —Se levantó y la puso a ella de pie.

—¿Ahora? —Pia miró un reloj de pared cercano—. Son las cuatro y media de la mañana.

—¿Y qué coño importa? No voy a darte tiempo para que analices demasiado y te rajes. Has echado un sueñecito, ¿no? —La agarró de la mano y salió por la puerta a zancadas.

—Bueno, sí. —Pia trotaba para mantener el paso—. Hay otra cosa, maldita sea. Estoy harta de que me arrastres como si fuera un saco de patatas. —A Dragos le acompañaba siempre la condición de machote.

Dragos aflojó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella.

—¿Mejor así?

—Ya veremos —rezongó Pia.

Dragos la condujo al dormitorio y al vestidor.

—Ponte tejanos y zapatos, y coge también un jersey o una cazadora. Hay una bolsa dimensional de Otra tierra a unos quince minutos de vuelo al oeste de la ciudad. Ya la he utilizado otras veces para este tipo de cosas. No es muy grande, pero la magia se nota fuerte y constante.

—Vale. —Pia entró en el vestidor y se detuvo. Empezaba a hacérsele un nudo en el estómago. ¿Iba a permitirle que la apremiase para hacer eso ahora?

Sí. Porque él tenía razón; ella analizaba en exceso y de hecho ya estaba tentada de echarse atrás. Era duro intentarlo por cuenta propia y fracasar. Al parecer, ahora también iba a serlo.

Negándose a pensar, Pia se quitó la falda y se embutió en unos tejanos. Se sentó en el suelo para ponerse calcetines y sus zapatillas nuevas y luego cogió una sudadera negra con cremallera. A continuación se quitó con cuidado el collar de ópalos y lo dejó en el tocador, al lado de su pequeño joyero. Y entró en el cuarto de baño para cepillarse un par de veces el pelo, que se recogió detrás con una goma.

Dragos apareció en la puerta. Llevaba los mismos pantalones, pero había sustituido la camisa de Armani por una camiseta negra que se amoldaba al musculoso torso. Calzaba botas negras y llevaba en la cintura un arma enfundada y una espada sujeta a la espalda con una correa.

Ante la imagen, Pia se paró en seco.

—Muy… bien.

—Es solo por precaución, Pia. Salimos de la ciudad —dijo—. No vamos lejos, los grifos nos acompañan, y estaremos claramente dentro de mi territorio, pero has de acostumbrarte a esto. Ahora, salir armado forma parte de la vida cotidiana.

—Desde luego. Es solo otra cosa a la que debo acostumbrarme. —Miró la pistolera—. ¿Un arma?

—Por si nos encontramos con algún problema en este lado del pasadizo. Si no disparas en el otro lado, llevarla no comporta riesgo alguno.

Pia hizo una mueca.

—Supongo que me adaptaré.

—Lo estás haciendo de maravilla —le dijo él—. Me siento orgulloso de ti.

Pia le sonrió rebosante de placer. Pensó que la medida en que ese elogio le afectase indicaría lo lejos que había llegado. Pero también pensó que Dragos no elogiaba a la ligera ni con demasiada frecuencia.

—¿Todo a punto? —preguntó él.

—Sí. —Esta vez, cuando él extendió el brazo, ella estaba receptiva y le tomó la mano.

Bayne, Constantine, Graydon y Rune estaban esperándoles armados en el tejado. Pia los miró uno a uno. Parecían relajados y vigilantes, sin dar a entender que haber sido convocados antes del amanecer fuera algo inusual. Graydon le guiñó el ojo, y ella le respondió con una sonrisa vacilante.

Pia no había previsto tener tanto público cuando volviera a intentar el cambio de forma. Forcejeó para que no importara, pero regresó la terrible sensación de vulnerabilidad de aquel día, lo que convirtió los nervios en miedo.

Dragos y ella se situaron en el centro del tejado. Entre los hombres se transmitió alguna señal que ella no captó. Los cuatro centinelas se transformaron en grifos. Embargada por el asombro, perdió toda sensación de miedo y se quedó mirando. Tenían cuerpo de león y cabeza y alas de águila. Pia no había percibido en ningún dibujo la extraña majestuosidad y la feroz dignidad de aquellas criaturas. Eran más pequeñas que Dragos en su forma de dragón, pero para ella seguían siendo enormes, los elegantes y musculosos cuerpos del tamaño de un todoterreno.

El Poder de Dragos titilaba a la espalda de Pia, que se dio la vuelta y vio el dragón negro y broncíneo y se olvidó por completo de los grifos. Dragos agachó su inmensa y triangular cabeza astada hacia Pia, que con los ojos resplandecientes extendió las manos sobre el hocico.

Él le dio un empujoncito cariñoso y resopló. Ella le dio un beso en la cálida piel entre los dedos. Dragos la alzó, se preparó sobre unas ancas poderosas y se lanzó desde la Torre.

Dragos había prometido que el vuelo sería corto; menos mal, pues resultaba muy desagradable. Pia mantenía los ojos cerrados para no tener que ver el paisaje urbano que se desplegaba debajo. Respiraba a través de la boca en un esfuerzo por controlar las náuseas que empezó a sentir tan pronto hubieron despegado.

Al cabo de unos cinco minutos, disminuyó el violento mareo y ella se fue aclimatando al vuelo. Ya habían cruzado el Hudson y pasado a Nueva Jersey, con los grifos volando en formación protectora a su alrededor. Poco después se ladearon y empezaron a planear hacia abajo.

Pia intentó entender lo que estaba viendo. Se disolvió la miríada de luces eléctricas que cubrían la tierra, y frente a ellos surgió una masa más oscura silueteada en el cielo nocturno. ¿Qué es esto?, preguntó Pia.

First Watchung Mountain, dijo Dragos. Se trata de un pasadizo corto y estrecho junto a un barranco profundo. Agárrate fuerte.

Enseguida se notó la sensación de tierra mágica. Dragos hizo un descenso en picado y planeó a baja altura, y los grifos se quedaron atrás. Pasaron entre árboles que rebasaban los bordes de un barranco. Pia habría jurado que las puntas de las alas de Dragos rozaban los márgenes rocosos de ambos lados.

A lo lejos, las luces tras ellos flaquearon y desaparecieron, y entonces Pia supo que habían cruzado a la Otra tierra. Dragos ganó altura, pero solo durante unos minutos. Pronto descendieron a un amplio claro.

Cuando Dragos la puso de pie, Pia se reencontró con sus piernas terrestres. Miró alrededor, deleitándose en el viento y la quietud. En ese lado del pasadizo, el cielo nocturno se veía salpicado de nubes vaporosas. Pia no había notado nunca tan intenso el resplandor de la magia. Le llegó una marea de luna plateada, lo que despertó a la criatura enjaulada que vivía en su interior, que gemía y se tiraba contra la envoltura de la piel, golpeando para salir. Pia miró la grabada silueta de árboles que se mecían y balanceaban con el viento, preguntándose cómo sería esa maravilla de lugar a la luz del día.

Dragos cambió de forma, pero no así los grifos, que se apostaron en cuatro puntos alrededor del claro. Dragos se le acercó por detrás. La rodeó con los brazos y se pegó a su espalda. Pia respiró hondo, cruzó los brazos sobre los de él y recostó la cabeza. La sangre le pasaba disparada a sacudidas por las venas.

—Estoy en casa y en el exilio a la vez. Ojalá pudiera asentarme en algún sitio —dijo.

—Tenemos tiempo. No vamos a hacerlo deprisa y corriendo. Además no es una situación de todo o nada. Si no funciona a la primera, aprendemos del error y volvemos a intentarlo. —Su voz era sosegada y tranquila. Le besó en la sien—. Ahora voy a explicarte algo. Hay de todo, cosas que sé a ciencia cierta, pero también opiniones personales. Escúchame, por favor. No voy a pedirte nada. Si quieres darte la vuelta ahora mismo y regresar a Nueva York sin intentarlo, adelante. ¿Está claro?

Te quiero, casi le dijo. Reprimió las palabras justo a tiempo y las sustituyó por un asentimiento brusco.

—Tienes más posibilidades de cambiar de forma si me das tu verdadero Nombre. —Dragos tensó los brazos, aunque ella no se había movido—. No te digo que tu Nombre sea imprescindible. Podemos intentarlo sin él. Solo digo que sería de ayuda. A veces, los mestizos quedan atrapados en una transición intermedia y son incapaces de completar el cambio. Si pasa esto, puedo sacarte de ahí con el Nombre.

—Muy bien —dijo ella sin respiración—. ¿Qué más?

—He pensado un poco sobre ello. Sé que tu madre te aplicó algunos hechizos protectores. Los percibí al instante la primera vez que intenté seducirte. ¿Cuánto tiempo llevas con ellos?

—Desde que tengo memoria —contestó Pia, que echó la cabeza hacia atrás para mirarle. Dragos tenía la cabeza oscura en el cielo nocturno, pero ella alcanzaba a verle las casi invisibles arrugas del rostro y el brillo oscuro de los ojos—. A mi madre siempre le preocupó que pudiera pasarle algo mientras fuera yo pequeña. También le preocupaba mi condición de mestiza, pues yo no era tan fuerte como ella y no podía hacer ni mucho menos las cosas que ella sí podía. Creo que se sentía culpable por tenerme.

La mano de Dragos le trazó un círculo en la garganta, bajo el mentón. La besó en la boca.

—Sin duda te amaba muchísimo y solo quería que estuvieras segura. Nunca quiso hacerte daño en ningún sentido.

—Me lo hizo —dijo Pia.

—No estoy muy seguro de ello —contestó Dragos—, pero me parece que esos hechizos protectores dificultan tu cambio de forma. Están muy entretejidos en tu núcleo. A mi modo de ver tienes dos opciones. Puedes intentar cambiar tal como estás, y por lo que sé eres capaz de hacerlo. Pero si quieres darle más fuerza al intento, creo que al menos deberías quitarte los hechizos protectores durante el proceso. Decir el Nombre es otra cuestión totalmente distinta. Es un paso bastante radical. Pero quería que supieras que esa posibilidad también está sobre la mesa.

Por poco se apodera de ella el pánico. Pia reprimió unas ganas tremendas de echar a correr. ¿Qué demonios estaba haciendo? Todo iba exactamente en la dirección contraria a lo que le habían enseñado.

—Dame un minuto —pidió apretando los dientes.

—Tómate tu tiempo —dijo Dragos con tono tranquilo y sosegado, tras lo cual le frotó los brazos.

¿Podía ser que su madre la hubiera atrapado con los mismos hechizos que supuestamente iban a mantenerla segura? ¿Cómo iba a confiar tanto en Dragos?

Estaban de pie al aire libre, pero ella aún sentía la jaula. Siempre tenía la sensación de no ser lo bastante hábil o fuerte. Al lado de la radiante y luminosa belleza de su madre, se sentía torpe e inepta.

Pia sabía que su madre la había querido y que habría lamentado haber hecho sentir así a su hija. Pero siempre había temido por Pia. ¿Ese miedo tenía su origen en la muerte del padre?

—Ya no quiero vivir más así —susurró. Dragos apretó los dedos, pero no dijo nada. Ella se volvió hacia él—. No puedo quitarme los hechizos protectores. No sé cómo hacerlo. ¿Puedes tú?

—No sin hacerte daño. —Le rodeó la cara con las manos—. Y eso ni pensarlo.

¿Y si te digo mi Nombre?, preguntó, incapaz de pronunciar las palabras en voz alta.

Entonces sí puedo.

Pia miró al cielo y le dijo su Nombre.

El aliento abandonó el cuerpo de Dragos, que tuvo un escalofrío y la agarró con fuerza, inclinando la cabeza y los hombros, envolviéndola.

—Nunca lo lamentarás —murmuró—. Nunca. Lo juro por mi vida.

Pia le puso una mano en la mejilla y se recostó en su pecho.

Él le acarició la mano con el mentón y empezó a susurrar.

Los susurros se enroscaron en torno al cuerpo de Pia, arrullándola, instándola a relajarse, a abrirse a él. Ella le miró el oscuro rostro y la ensombrecida mirada hipnótica. Dragos entró sigilosamente en ella como un ladrón nocturno.

El dragón la llenó hasta la parte más profunda de su ser, enrollando alrededor su broncíneo cuerpo serpentino, susurrando, susurrando. La intrincada ciudadela de hechizos del interior de Pia se desvaneció. Le llenaron la visión unos grandes ojos dorados, insondables como el mundo. No había una sola parte de ella que Dragos no sujetara.

A continuación, él comenzó a retirarse con consumada maestría. Ella miró lo que Dragos le mostraba, el modo de entrar dentro de sí misma para acceder a su Poder cuando deseara el cambio. Acto seguido, Pia estuvo sola en su cabeza. Él la meció y le musitó:

—¿Estás bien?

—Sí —contestó ella casi sin voz—. Pero me siento extraña. —Se notaba desnuda, con todos los sentidos abiertos de par en par. Se le erizaba el vello de la piel al soplar viento en el claro, y el mundo respiraba magia.

—¿Estás lista? —dijo él sonriendo.

—Como nunca lo estaré, me parece.

Dragos la soltó y retrocedió. Pia sentía su Poder mientras él mantenía una ligera conexión con ella. Pia miró alrededor, al espacio abierto. Los grifos eran centinelas inmóviles, envueltos en sombras.

Penetró en su interior para acceder a su Poder, que le llegó enseguida, brotando más generoso y abundante que nunca. La llenó con un rugiente chorro de luz. Pia se estiró y extendió todo lo que tenía hacia la salvaje criatura atrapada en su interior, la parte esquiva de ella que nunca había sido del todo capaz de alcanzar…

Y el mundo cambió.