El ataque se produjo se produjo sin previo aviso, tal como había dicho Rune.

Pia estaba enfrascada en los movimientos ofensivos y defensivos en su combate con Rune, la mente acelerada en busca de una estrategia contra las intenciones del otro. Lo tenía encima. Mal asunto. Eso significaba que era más probable que la inmovilizara. Debía salirse de debajo rápidamente, o entre él y Constantine la machacarían.

De pronto, el peso de Rune desapareció.

Desequilibrada, se cayó de espaldas. Pia jadeaba en busca de aire mientras intentaba entender qué estaba pasando.

Constantine yacía despatarrado contra una pared. Escupía sangre, boca abajo, aplastando una rodilla con el cuerpo.

Bayne empujaba a la gente hacia la puerta.

—Fuera. Todo el mundo fuera.

Graydon se puso de rodillas, deslizó un brazo alrededor de Pia y la ayudó a incorporarse. Estaba pálido.

—¿Todo bien, bombón?

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella.

Él no prestaba atención. Pia le siguió la dirección de la mirada.

Dragos tenía a Rune inmovilizado contra la pared con una mano en el cuello. Ante el agarrón del macho más grande, Rune se mantenía inmóvil, los brazos laxos y las manos abiertas. Tenía la mirada alerta fija en Dragos mientras se le oscurecía el rostro.

Constantine se puso a cuatro patas y tosió.

—Lo está matando.

Pia se puso en pie a duras penas, evitó el intento de Graydon de agarrarla y dio un salto adelante.

En Dragos no había nada racional. Por sus ojos miraba el dragón. Había cambiado algo de forma. Las líneas del cuerpo y la cara eran monstruosas, todo fatal. Las garras se hundían en la garganta de Rune. Goteaba la sangre por los pinchazos.

Pia no se paró, no pensó. Se acercó despacio a Dragos y le tocó el hombro para anunciarle su presencia. Le acarició el brazo mientras pasaba por debajo, introduciendo su cuerpo entre los dos hombres. Puso las manos en esa cara terrible y extraña y le tocó las mejillas.

Su Poder era un infierno. Pia intentó algo que no había hecho nunca: rozó su energía más suave y fría con la de él.

—Eh, oye —dijo. Dulce, tranquilizadora. Inspiró hondo de forma lenta y controlada—. Dragos, mírame, por favor. Ayer se me olvidó contarte mi última parte del día. Envié a mi comprador personal a alimentar Nueva York. El estado, claro, no la ciudad. Así que pronto recibirás una buena factura de comestibles. Lo lamento… aunque, bueno, en realidad no.

El dragón parpadeó. La miró. Pia no había visto jamás nada tan espléndido.

Ella le sonrió y le alisó el oscuro pelo mientras seguía con las caricias.

—Ahora que lo pienso, me parece que vas a recibir un montón de facturas como esa. No creo que Stanford sea capaz de conseguir tanta comida solo de un proveedor. Stanford es el comprador. Es un visón-wyr. Y mi nuevo salto de cama es precioso. De satén negro, muy suave y elegante. Esta mañana me lo he puesto y he pensado en ti mientras me duchaba. —Le puso una mano en los rígidos músculos del brazo al tiempo que se inclinaba sobre su pecho—. Bájate de la cornisa. Suelta a tu amigo. Le aprecias. Pronto recordarás esto y te sabrá mal haberle hecho daño. Además quiero que me des un beso, así te doy las gracias como es debido por el salto de cama… y por la pócima que me has dejado esta mañana en la almohada. Ha sido muy amable de tu parte.

Los ojos del dragón se entrecerraron. Su Poder cambió para convertirse en una invisible capa de calor alrededor de Pia.

—Aún no estoy bien de la cabeza —le susurró ella. En los ojos dorados del raptor llameó la sexualidad. Pia deslizó la punta del dedo entre los labios de Dragos y frotó el interior de un muslo en la pierna de él—. Vamos, grandullón, sabes que quieres.

Dragos la rodeó con un brazo, le cogió la barbilla con una garra larga y sangrienta y le alzó la cabeza con un cuidado infinito. Pia se puso de puntillas, cerró los ojos y le ofreció la cara con toda la confianza. La dura boca de Dragos rozó la de ella.

Pia alcanzó a notar el rápido movimiento a su espalda cuando Graydon se llevó a Rune. El grifo tenía arcadas y tosía. Acto seguido, el mundo se desvaneció cuando Dragos intensificó su beso. Pia le echó los brazos al cuello. Notó que el cuerpo de él cambiaba y recuperaba contornos reconocibles.

Dragos deslizó la boca por la curva del cuello de Pia hasta la clavícula y allí hundió la cara.

Pia miró a un lado de reojo. Los serios grifos se habían colocado alrededor. Bayne se apoyaba de espaldas en una pared cerca de Constantine, sentado en el suelo con una botella de agua. Rune se hallaba más lejos, cerca de las pesas, y se secaba el cuello con una toalla. Las heridas ya se le estaban curando.

Graydon se hallaba apenas a un metro, con los brazos cruzados, mirándola con expresión ansiosa. Vale, quizá demasiado cerca estando ella ocupada en el beso de Dragos. Ella lo ahuyentó con los dedos.

Él meneó la cabeza. «Pero ¿qué coño pasa?», articuló con los labios.

Pia abrió los ojos de par en par y articuló a su vez: «No lo sé».

El grifo era terco como una mula. Se aclaró la garganta y dijo en voz alta:

—Jefe, sabed que no le hemos hecho ningún daño. Solo estábamos practicando algunos movimientos de defensa propia. Ella ha demostrado ser buena de narices y hemos empezado a divertirnos, nada más.

Dragos levantó la cabeza. Agarró a Pia por la nuca con la mano ahuecada y la atrajo más hacia sí mientras se apartaba de los grifos colocando su cuerpo entre ellos y ella.

De repente quedó todo claro. No estaba siendo protector. Casi había matado a su Primero movido por los celos.

Pia le plantó las manos en el pecho y le empujó. Él la soltó. Ella lo miró airada, pero al ver la tensión en aquel semblante oscuro, su llamarada de ira se disipó. Quizá no entendía lo que estaba pasando. Quizá no lo entendería nunca.

Se sintió desfallecer.

—¿Hay algo más que pueda hacer?

—Debo hablar con mis hombres —dijo Dragos.

Pia asintió con una inclinación de cabeza. Paseó la mirada por el gimnasio vacío.

—Muy bien. Me gustaría tomar una ducha.

Dragos la dejó ir.

—Iremos arriba.

Mientras él hablaba con sus hombres, ella enfiló hacia la puerta.

En el pasillo había una mujer alta y fuerte, mirándolos. Armada y vestida de cuero, exhibía una belleza extraña, con unos músculos enjutos, el pelo negro enmarañado y unos tempestuosos ojos grises. Pia tardó unos instantes en reconocerla. Era una de las centinelas del tejado de la Torre. Aryal, la arpía.

La mujer se volvió, pero no sin que antes Pia viera la mirada despiadada y el blanco rostro, frío y calculador.

Pia, Dragos y los cuatro grifos subieron al ático. Pia cogió la caja de Saks de la cama y desapareció en el cuarto de baño sin decir palabra. Al cabo de unos minutos, comenzó a ducharse.

Los grifos asaltaron el bar en busca de botellas de Heinecken. Dragos abrió las cristaleras. Se quedó en el vano mientras entraban ráfagas de brisa cortante y confortadora.

Rune se colocó a su lado con una actitud informal y relajada, las manos en las caderas mientras contemplaba también la ciudad.

—Creo que te debo una disculpa —dijo a su Primero en voz baja.

El grifo le escrutó la cara.

—No pasa nada, mi señor. Me imagino lo que parecía aquello. Ya nos avisasteis de que tuviéramos cuidado con ella.

—No —contestó Dragos—. Sí que pasa. Salta a la vista que pierdo el control. Soy muy consciente de que no estoy actuando ni pensando de manera normal ni racional.

La mirada de Rune era atenta, tanto que Dragos no se sentía del todo cómodo.

—Dragos —dijo Rune—, todos hemos visto actuar a algún wyr de esa manera alguna vez. A quien no habíamos visto actuar así es a vos.

Dragos ladeó la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

—Vamos, pensemos un poco —dijo el grifo, a quien una sonrisa le arrugaba el curtido rostro—. ¿Cuándo habéis visto a un wyr tan movido por los celos, obsesionado y posesivo? ¿Tan voluble? ¿Tan irracional?

Dragos torció la boca.

—Siempre he tenido mal genio.

—Bueno, sí, podéis ser un cascarrabias hijo de puta, sobre todo cuando el viento no sopla a favor. Pero, en fin, si perdéis los estribos hay un motivo. También hay un motivo para todo esto.

Los pensamientos de Dragos iniciaron un tira y afloja. Pensó en el drama que se representaba cuando se desataban las pasiones wyr.

—Crees que estoy apareándome.

Su Primero se encogió de hombros.

—Se me ha ocurrido la posibilidad. Ahora mismo también están pasando muchas cosas. Habéis estado sometido a una gran tensión. No es normal que corráis peligro de ser asesinado.

Dragos aspiró hondo y asintió.

Apareándose. Hum.

Era una criatura solitaria por naturaleza. Interaccionaba con los demás, pero por dentro había estado siempre solo. Contrarrestaba el estrés de la constante socialización en la vida moderna escapando de vez en cuando a realizar largos vuelos en los que se ensimismaba acompañado del viento y el sol.

Esta era la yuxtaposición que lo desconcertaba. En vez de notar alivio al librarse de la presencia de Pia unas horas antes, cuando la dejara durmiendo en la cama, había sentido su ausencia como una pérdida.

La había… echado de menos.

—Me parece que tengo muchas cosas en que pensar —dijo. Era curioso que acabara de pronunciar precisamente esa frase, muy poco después de que le fastidiara como refrán preferido de Pia. Se frotó el mentón y se puso a andar de un lado a otro en la enorme habitación—. De momento… que nadie de vosotros la toque. Primero debo aclararme.

Rune fue a reunirse con los otros en los sofás de alrededor de la chimenea y aceptó una botella de cerveza que le ofreció Bayne.

—Entendido. A menos, claro está, que su vida dependa de ello.

Dragos exploró unos instantes el extraño paisaje de su interior y asintió en señal de consentimiento. A renglón seguido, cambió de tema.

—Aún no sabemos dónde está Urien —les dijo—. Los goblins que sobrevivieron se han dispersado. El alcalde está quejándose, el gobernador de Illinois quiere tunelarme el culo, los elfos están manipulando, y… —Se calló y meneó la cabeza—. No ha dicho que estaba alimentando al estado, ¿verdad?

Graydon se rascó la cara, se tapó la boca con una mano y dijo con apagada:

—Vaya que sí.

Rune y los otros no eran tan circunspectos. Estallaron en risas.

—Dijo al comprador que hiciera un gasto importante en todos los bancos de alimentos del estado —explicó Rune—. Si he de ser sincero, creo que con la tarjeta de crédito alucinó un poco. Quizás es más de flores y bombones.

Al ver que Dragos ponía mala cara, Graydon añadió:

—Pero el salto de cama le ha gustado. Ha dicho que era muy bonito.

—Vale, da igual —dijo rechazando el asunto con un gesto de la mano—. Seguramente está claro para todos que si ahora mismo estoy rodeado de mucha gente puedo arrancarle la cabeza a alguien.

Bayne soltó un gruñido.

—Ha de ser difícil pedir disculpas después de que la conversación haya degenerado hasta llegar a ese punto.

Dragos les dirigió una sonrisa lúgubre. Terminó un circuito de la habitación y empezó otro.

—No va a haber otro día como este. Voy a vender algunos de los negocios y a simplificar la vida.

—Tal vez sería mejor ir a pasar unas semanas a Carthage —sugirió Constantine con cautela. Se refería a la finca de 250 acres de Dragos al norte de Nueva York—. No sé, podéis ir a volar de vez en cuando por las Adirondacks, decidir qué queréis hacer y aclararos la cabeza.

—Ir al norte una temporada no es mala idea —dijo—, pero en este preciso momento debo resolver algunas cosas. Aparte de que Urien tiene que morir, quiero hacer recortes en mi vida y deshacerme de algunos parásitos e interferencias. Y ya que hablamos de esto, tíos, quiero que me ayudéis a decidir qué hacer con toda la mierda que tengo en la azotea.

• • •

Bajo la ducha, Pia se sentó en el banco con la cabeza entre las manos. Sintió un subidón de miedo y adrenalina, y lloró hasta que le dolió la garganta y se le tapó la nariz y ya no pudo llorar más.

Los dos últimos días habían estado tan llenos de situaciones extremas, que le daba la impresión de estar sufriendo algún tipo de trauma psíquico. Todo era extraño, rebosaba de corrientes y matices, con períodos de intensa alegría y súbitos ataques de ansiedad y soledad. La realidad había llegado a ser un caleidoscopio que no paraba de romperse y rehacerse.

Durante un tiempo, cuando todo era un desastre, Dragos había sido su centro, su único punto de apoyo. Resultaba curioso, pero pese al peligro y la incertidumbre que les rodeaban, Pia se encontraba a gusto. Dragos estaba integrado en todo lo demás: era imprevisible y desconocido.

Pia tuvo instantes de claridad al sentirse conectada con él de un modo cada vez más profundo de lo que uno u otro alcanzaban a comprender. Le daba la sensación de entenderle mejor de lo que él se entendía a sí mismo.

Después, toda esa certeza se vino abajo y ella se quedó agarrada al aire. Cuando pasó eso, se sintió agrietada por dentro. Quizás el caleidoscopio era ella, rompiéndose y rehaciéndose. Acaso estuviera integrada en todo lo demás: imprevisible y desconocida.

Dragos era maravilloso. Hacía que a Pia se le cortara la respiración y se le acelerase el ritmo cardíaco, que le explotara el genio y se le agudizase el sentido del humor. Que su sexualidad bailara de alegría.

Dragos quería que ella confiase en él. Pero ¿cómo iba Pia a confiar en alguien tan enigmático?

¿Cómo podía amar a alguien que admitía no saber qué era el amor, que la reclamaba como posesión suya y que era capaz de matar a su mejor y más leal amigo y aliado?

Un momento. ¿Pensaba ella solo eso?

Vale, no. Pia estaba sufriendo un síndrome de Estocolmo de talla extragrande. Reconocería que se derretía por él, no iba a negarlo a esas alturas. Pero no reconocería la palabra «amor».

Oh, Dios mío.

Quería irse a casa, pero no tenía casa. Su apartamento ya no era suyo. Quizá ya lo ocupaba otro. De todos modos, aunque no fuera así, si era capaz de regresar a ese espacio temía encontrárselo abarrotado y demasiado pequeño, algo tan ajeno como el resto de las cosas que conformaban ahora su vida.

Se abrió el compartimento de la ducha. Pia se encogió cubriéndose los pechos en un gesto reflejo mientras Dragos entraba vestido de arriba abajo.

Se arrodilló delante, agarrando el banco a ambos lados de los muslos de Pia. Las marcadas líneas de la cara y el musculoso cuerpo quedaron empapados enseguida, ensombrecido el dorado de los ojos. Pia tiró del cuello de la mojada camiseta y emitió un suspiro.

—¿Qué haces aquí?

—Has estado llorando otra vez —dijo él—. ¿Por qué?

Ella rio entre dientes, un leve sonido apagado.

—Ha sido un día duro, supongo.

—No cambies de tema —dijo él—. Dime por qué.

—¿Y qué pasa si no quiero? —espetó ella.

—Pues mala suerte —replicó él, que la tomó de los hombros y la atrajo hacia sí—. Pero deberías decírmelo para saber qué es lo que he hecho mal y no volver a hacerlo.

Maldita sea. ¿Cómo es que Dragos acababa siempre diciendo lo que más necesitaba oír?

—¿Y por qué va a tener que ver contigo? Ya te lo dije, todo me afecta. —Hundió la cara en el cuello de Dragos y se acurrucó, deleitándose en su cálida y húmeda piel.

—Sigues desviándote del tema —insistió él, que alcanzó un frasco de gel de hierbas, se echó un poco en una palma y empezó a masajearle el cuello y los hombros—. Te lo estabas pasando bien con los grifos. Ha sido culpa mía.

—No siempre lo pasamos bien —refunfuñó ella, que reprimió un gemido ante el placer producido por las manos de Dragos al hundirse en sus cansados músculos—. Estos días he tenido que utilizar en ellos buenas dosis de mi hechizo.

El pecho de Dragos se movió en una risita silenciosa. Sus dedos deambularon por la pálida forma de violín de la espalda de Pia, arrastrando espuma. Hizo una pausa y dijo con tono sombrío:

—En el hombro tienes un cardenal de narices.

—Deja eso ya —dijo ella, que estaba frotándole la espalda—. Después de mi duro trabajo, hemos acabado muy amigos. Que sepas que lo estaba pasando de maravilla limpiando el suelo con ellos antes de que tú interrumpieses la fiesta.

Dragos se echó atrás y se quitó la mojada ropa, que tiró a un rincón. Pia miraba las líneas pulcras y elegantes del cuerpo desnudo y el corazón empezó a latirle acelerado. En ese preciso instante no sabía qué hacer con la fuerza de su reacción. Apartó la mirada.

Él se sentó en el banco y la abrazó. Pia trató de soltarse.

—No, Dragos. No puedo.

—Chis. Confía en mí.

Se la colocó en el regazo y le hizo dar la vuelta hasta tenerla enfrente. Luego se apoyó en la pared, la rodeó con los brazos, bajó la cabeza al hombro de ella y simplemente se quedó así. Pia también apoyó su cabeza en el otro hombro, y él la meció.

—Quítatelo —dijo él.

—Eres un tocapelotas. —Pia suspiró y se quitó el hechizo apagador.

—Lo sé. —Dragos le estampó un beso en la clavícula.

La erección les apretaba a ambos, pero él no hizo ningún movimiento sexual. Pia gimoteó cuando la calidez y el deleite le penetraron hasta los miembros.

—Soy una cobardica.

—Así habla la joven dama que, según Rune, ha sacudido a mis luchadores más duros como si fueran almohadas —soltó Dragos, que le echó un poco de champú en la cabeza y le enjabonó el pelo—. He vuelto a asustarte, ¿verdad?

—No. Sí. No lo sé. —Pia se enderezó y lo miró. El agua se le escurría por los pronunciados planos del rostro y los negros párpados—. ¿Cómo has podido hacerle eso? Es tu lugarteniente. Os conocéis desde… desde hace tanto tiempo que no se me alcanza. Si has llegado a hacerle esto a él, ¿de qué más serías capaz?

—Ahora mismo podría hacérselo a cualquiera menos a ti. —La bajó del regazo, se levantó y se enjabonó. Se lavó las ingles y los genitales. Manejaba su pene erecto con enérgico sentido práctico, pero Pia aún tenía que apartar la mirada de tan deseable que lo encontraba. Acabó de enjuagarse el pelo cuando él hizo correr el agua. Cerraron la llave.

Pia se envolvió el pelo con una toalla y se secó con otra, mientras Dragos se frotaba el cuerpo y la cabeza con la suya. Lo hogareño de la escena era a la vez extraño y seductor. Pia se esforzaba por no ceder ante la sensación de pertenencia. Era una ilusión. Se puso el salto de cama Dolce & Gabbana y vio que los ojos de Dragos se iluminaban en señal de aprobación.

—¿Por qué cualquiera menos yo? —preguntó—. ¿Por qué solo yo estoy segura?

¿Cómo puedo confiar en ti?, quería preguntar, pero la tensión en el semblante de Dragos se había aliviado, y ella no quería alterar la paz que había ocupado sigilosamente su sitio. Se quitó la toalla del pelo y empezó a pasarse el cepillo.

Él estaba detrás, con una toalla sujeta a las caderas, y le cogió el cepillo de las manos. Se puso a alisarle el pelo mientras ella lo miraba en el espejo. La trenza mojada de la muñeca tenía la tonalidad oscura de la miel.

Tras un rato de ademán pensativo, Dragos dijo:

—No sabes mucho sobre cómo es la vida en una sociedad wyr, ¿verdad?

Pia negó con la cabeza.

—Me olvidaba de lo aislada que has estado. —La besó en la nuca—. Todo quedará claro a su debido tiempo. Lo prometo. Pero créeme cuando digo que no solo no voy a hacerte nunca daño, sino que te protegeré contra quien quiera hacértelo.

Pia le creía. Eso encajaba en el modo en que él reaccionó cuando ella intentó calmarlo, con todo lo que le había contado y con todas sus acciones. Todo cuadraba.

—Muy bien —dijo ella—. Pero ¿cuál es entonces la garantía de que no haces daño a los otros? Son leales, Dragos.

—Ya lo sé. Son hombres buenos. Te doy mi palabra de que han entendido lo sucedido antes, quizás incluso mejor que yo mismo. Hoy todos hemos sido un poco negligentes. No volverá a pasar.

—¿Podrías ser un poco menos enigmático? —soltó ella. La irritación dio pie al sarcasmo en toda regla—. Aunque algunas de las frases tengan sentido, no te creas. ¿Qué es lo que no volverá a pasar?

Dragos sonrió.

—¿Tienes hambre? Vamos a cenar. Ya debería estar servida la cena en el comedor.

En cuanto él mencionó la comida, Pia advirtió lo hambrienta que estaba. De repente se sintió hueca y temblorosa.

—Me muero de hambre. Para almorzar solo he comido una ensalada.

Dragos fue al vestidor con el ceño fruncido.

—Has de comer más. Para mantener cualquier masa corporal hacen falta montones de lechugas y zanahorias.

—Muy gracioso.

Dragos ladeó la cabeza.

—No era consciente de estar bromeando.

Pia le siguió y escogió una camiseta roja sin mangas y una falda blanca a juego con grandes poinsetias rojas. Se puso unas bragas con encaje, pero pasó de zapatos. Los ojos de Dragos brillaban en señal de aprobación. Él se había vestido también con sencillez: otra camisa Armani blanca de seda con las mangas subidas y pantalones negros.

Caminaron hasta el comedor. A Pia le gruñía el estómago ante el apetitoso olor a carne asada, ajo y pan recién hecho.

Olor apetitoso… carne asada…

La invadió una vertiginosa oleada de náuseas. ¿Qué demonios? Se detuvo de golpe, apoyó una mano en la pared y se apretó la otra en el estómago mientras le salía saliva por la boca.

Dragos acudió al punto y la sujetó por la cintura con un brazo.

—¿Qué ocurre?

Pia levantó una mano mientras se concentraba en respirar hondo. Al cabo de unos instantes pasó el mareo. Se enderezó.

—Nada.

—Vas a volver al dormitorio —dijo él, muy marcadas ahora las arrugas de la cara—. Mandaré llamar a nuestro médico wyr.

—Ni una cosa ni la otra —le dijo ella, que quería desasirse, pero él no la soltaba—. Dragos, por favor, basta ya. Estoy bien. Hoy no he comido gran cosa y… tengo más hambre de lo que creía. Si todos los buenos olores están por ahí, ¿cómo vamos a ir en la otra dirección? No seas malo.

Dragos consintió con obvia reticencia. Ella alzó las manos y se encogió de hombros. Retomaron el camino al comedor, pero él no le quitó ojo.

Había cubiertos para dos y varios platos tapados en un extremo de la larga mesa de caoba pulida junto a la ventana. También velas encendidas y un ramo de grandes rosas blancas en un jarrón de cristal acanalado. El skyline de la ciudad era el telón de fondo del escenario.

Pia rebosaba placer.

—Precioso. Me encantan las rosas.

Dragos sonrió.

—Bien. Esperaba que así fuera. —Le ofreció la silla y luego se sentó él.

Junto al codo de Dragos había una fuente con tajadas de algún tipo de carne asada acompañadas de salsa y patatas. Alterada por la imagen y un tanto confusa, apartó la mirada. Al lado había un plato de pasta de lacitos con pimientos rojos y brócoli y una salsa de ajo rematada con «queso» vegano rallado y una ensalada de espinacas con trozos de mango y pacanas. En medio, una cesta con panecillos de pan blanco e integral. Cerca, una botella abierta de Pinot Noir.

El estómago revuelto le dio otra sacudida, pero tenía tanta hambre que se obligó a tomar un bocado de pasta. Las náuseas desaparecieron como si no hubieran existido.

—Delicioso —dijo.

—Si eres golosa, quizá quieras dejar sitio para el postre —dijo él—. Hay fresas con chocolate.

Pia suspiró.

—Entonces ya estaré en el séptimo cielo.

Se hizo el silencio mientras se concentraban en la comida. Pia volvió a notar esa sensación de extrañeza al compartir con él una sencilla escena doméstica como la de cenar. Dominada por el hambre compulsiva, Pia comía como si fuera a acabarse el mundo. Luego se relajó y otra vez fue capaz de pensar.

Indecisa, preguntó a Dragos qué tal el día, y se quedó sorprendida y halagada al ver que él respondía dando la sensación de franqueza total. Le habló de la desaparición de Urien, del conflicto empresarial, del alcalde y de los elfos. Pia se mordía el labio a medida que la inquietud iba tomando posiciones.

—Eso no va a tener una solución fácil ni rápida, ¿verdad?

Dragos la miró desde debajo de unas cejas arrugadas mientras tomaba un sorbo de vino.

—Eso parece. Tal vez sería una buena idea que nosotros pasáramos un tiempo en mi finca del norte. No es solo un lugar más tranquilo y privado, sino también defendible.

Nosotros. Su ropa en el dormitorio de él. Dormir en la cama de él. Pensó en el enfrentamiento con el rey de los fae en la llanura y en que Dragos había reprimido su instinto de perseguirlo para protegerla.

—Dragos, ¿qué está pasando aquí?

—¿Qué quieres decir?

Pia dejó el tenedor sobre la mesa. Él la miró, los pensamientos cambiaban en su ensombrecida mirada dorada. Transcurridos unos instantes, dijo:

—Si no te importa, me gustaría preguntarte varias cosas.

Dragos dejó también el tenedor y el cuchillo y apoyó los codos en la mesa, las manos agarradas sin apretar, los largos índices contra la boca.

—Adelante.

Pia comenzó a plisar el borde de la servilleta de hilo.

—¿Estarías persiguiendo a Urien si no estuviera yo aquí?

—Sí —contestó sin vacilar.

Pia se quedó un instante sin respiración. Las repercusiones se le colaban en la mente. Las rehuyó y se centró en otra pregunta.

—¿Qué ha pasado con mi apartamento?

—Supongo que estará donde lo dejaste —dijo él—. ¿Por qué? ¿Necesitas alguna cosa de allí?

Pia se apretó las manos.

—¿Y si quisiera irme? ¿Y si quisiera regresar allí?

—Prometiste que no lo harías. —La voz de Dragos era firme, inflexible.

Pues sí. Pia reanudó el plisado de la servilleta.

—¿Y si quisiera tener mi propia habitación?

Silencio.

Pia se esforzó por seguir.

—¿Y si quisiera ir a ver a mis amigos? ¿Y si quisiera recuperar mi empleo de antes?

Silencio. Pia alzó los ojos y se encontró con la mirada del dragón. Dragos no había cambiado de posición, pero ahora se agarraba las manos con fuerza. Sus dedos eran más largos y estaban rematados con afiladísimas garras.

Pia no estaba segura de qué emoción la embargó ante aquella imagen. Dragos era una criatura demasiado peligrosa para la piedad. Se sintió realmente preocupada. Le tendió la mano y le dijo con voz suave:

—Solo son preguntas, grandullón.

Él contempló la mano posada en la mesa, los dedos doblados sobre la palma vacía. Durante unos instantes insoportables, Pia pensó que él iba a ignorar su gesto. De pronto, aquellas largas garras se cerraron en torno a los dedos de ella con extrema delicadeza.

—¿Qué quieres? —dijo inexpresivo.

En ese punto indefinido en el que estaban había algo en la cuerda floja. Pia eligió sus palabras con mucho cuidado.

—No estoy segura, aparte de que me gustaría saber que mis deseos importan. No quiero que se hable de mí en tercera persona cuando estoy presente ni que se me organice la vida sin consultarme. Me gustaría dotar de sentido a lo que estamos haciendo.

—Eso nos ayudaría a los dos —dijo Dragos. Unas arrugas le pusieron la boca entre paréntesis.

Pia lo estudió.

—Hace cinco días aproximadamente… al menos para nosotros… mi vida corría peligro y yo estaba huyendo de ti. Ahora mi ropa está en tu dormitorio, compartimos la cama, y me preocupa cómo encajo yo ahí. Eso aparte de todo lo demás, como Urien, los goblins o las relaciones con los elfos. Da la impresión de que mi pasado ya no existe. Aquí no tengo amigos. Tricks no cuenta, pues se marcha. El futuro no está definido, y es como si cualquier cosa que hagamos careciera de contexto o de fundamento.

—Tienes razón, tu pasado no existe —dijo él—. Si quieres, tendrás amigos aquí. En lo concerniente al futuro o a cualquier posible contexto o fundamento, deberás tomar algunas decisiones. Y mejor antes que después.

Hablaba con la misma mordacidad directa que utilizara para explicarle cómo sortear los peligros de su captura por los goblins. En vez de sentirse disuadida por esa actitud, Pia sintió que en su interior se instalaba un profundo sosiego. Le apretó la mano, y los dedos de Dragos devolvieron la presión.

—Muy bien, ¿qué clase de decisiones crees que debo tomar?

—Rune opina que quizás estoy apareándome contigo —dijo. Desde los ojos de Dragos seguía mirando el dragón—. Y creo que está en lo cierto.

Apareándose con ella. La estancia se quedó sin aire, y el mareo anterior volvió con fuerzas renovadas.

Pia tal vez no sabía mucho sobre las complejidades de la vida en una sociedad wyr plena, pero sabía que los wyr no siempre se apareaban. Y cuando lo hacían, era para toda la vida. Le había pasado a su madre, que había establecido vínculos afectivos con un hombre mortal. Al fallecer él, se había aferrado a la vida por su hija, pero cuando esta empezó a valerse por sí misma, la madre perdió las ganas de vivir y desapareció de este mundo.

—Oh, Dios mío. —Pia se sentía exangüe—. No puedes aparearte conmigo. Soy una mestiza mortal. Esto te matará.

—No me parece un factor relevante. —Sonaba sereno como nunca, pero le agarraba la mano con tanta fuerza que Pia no sentía sus dedos—. Además, no está muy claro lo que eres. ¿Tu madre era mortal?

—No hasta que se apareó con mi padre y este murió. —Se frotó la frente—. Ella aguantó un tiempo. Él murió antes de que yo fuera lo bastante mayor para recordarlo. Cuando era pequeña, no me enteraba de nada. Pero cuando hube crecido lo suficiente para cuidar de mí misma, notaba que ella iba desvaneciéndose. Ya no le interesaba vivir. Ver aquello fue tremendo.

—Si eres capaz de alcanzar del todo tus capacidades wyr, serás lo que era tu madre.

—Pero ¿y si no soy capaz? —susurró Pia, mirándolo con un horror que le oscurecía los ojos.

—Esto es lo que hay, Pia. —Dragos se mostraba más impávido que nunca—. Todo tiene un final. Incluso yo acabaré de una manera u otra. De momento eso no viene al caso. Si quieres abandonar mi dormitorio o mi vida, debes decidirlo ahora. Haré todo lo posible para dejarte ir. Si eso es realmente lo que necesitas. No puedo garantizarte nada. Va contra mis instintos, porque eres mía.

Su bramido hizo temblar el suelo.

Y también la hizo temblar a ella. Pia tiró de su mano, y al cabo de unos momentos él la soltó. Ella posó los brazos sobre su estómago y se quedó mirando fijamente el aceite de oliva y unos trocitos de ajo que se le enfriaban en el plato. El silencio entre ellos llegó a ser asfixiante, virulento.

En el pasillo se oyó el rápido ritmo de unas botas con tacones. Graydon dobló la esquina del comedor luciendo tejanos y una cazadora Harley Davidson.

—Eh, jefe. Tengo lo que queríais. —Se paró, y su mirada saltó desde la afligida cara de Pia al semblante ensombrecido de Dragos—. Acabo de volver…

—No. —Dragos se puso en pie con un movimiento súbito—. Dáselo a ella y quédate aquí. Voy a volar.

¿A volar, en un momento como este? Pia alzó la vista y dijo:

—Dragos, no.

La reacción de él fue inmediata. Se detuvo con una sacudida y la miró.

—El rey de los fae —dijo ella—. Aún puede localizarte. No es seguro.

Pia reparó en que aquello no era lo que él quería oír de ella. Recuperó la oscuridad en su rostro y habló con brutalidad intencionada:

—Estoy mucho más seguro solo.

Pia se estremeció y apartó la vista. Dragos miró a Graydon.

—Estaré dentro del radio telepático. —Y salió dando zancadas.

—¿Qué significa eso? —dijo Pia—. Radio telepático. Los que tienen esa capacidad solo pueden hablar así si están apenas a unos metros de distancia.

—Dragos tiene un alcance de más de ciento cincuenta kilómetros —le dijo Graydon.

Pia empujó el cubierto y escondió la cabeza en las manos. Graydon exhaló un suspiro y se sentó a su lado.

—Lo siento —dijo ella a través de las manos—. Sé que no quieres estar aquí.

—Callaos —soltó él—. Aquí estoy bien. Sería mejor que estuviera Dragos, solo eso.

Pia miró al grifo por encima de sus dedos. Él había cogido la botella de vino y estaba mirando el líquido que quedaba, contemplativos los curtidos rasgos. La botella estaba terciada. Graydon echó la cabeza hacia atrás y la apuró de un trago.

—¿Te sientes mejor? —preguntó ella.

—No —contestó él—. Haría falta una botella de whisky. O dos. Ha sido un mal día, me entiendes, ¿no?

Ella asintió. Sí, colega, te entiendo.

Graydon metió la mano en la cazadora y sacó un paquete envuelto en papel dorado. Lo puso delante de Pia con una mueca.

—No tenía que haber sido así, pero bueno. De parte del jefe.

Pia clavó la mirada en el fino paquete.

—¿Va a estallarme en la cara, como pasa hoy con todo?

—No lo sé. Tal vez, a juzgar por lo que me he encontrado al entrar. —Graydon apoyó las manos en la mesa y se puso en pie—. Ahora vuelvo.

Pia cogió el paquete y quitó el papel. La cajita negra llevaba grabado TIFFANY & COMPANY. La sensación de extrañeza regresó con más fuerza que nunca cuando abrió la tapa.

Un collar de cabujones de ópalo engastados en oro sobre terciopelo color marfil. Los ópalos eran mayores que sus uñas y tenían un brillo de tonalidades múltiples distinto del de cualesquiera otros que hubiera visto. Con las lágrimas picándole en la parte posterior de la nariz, dejó la caja en la mesa y sacó el collar. Se le derramó entre los dedos mientras las piedras destellaban con colores intensos a la luz de las velas.

Graydon apareció con una botella de whisky bajo el brazo. Llevaba otra abierta en la mano. Al ver el semblante de Pia, asintió y tomó un trago. Luego rodeó la mesa y volvió a sentarse a su lado. Le acercó la botella abierta.

Johnnie Walker etiqueta azul. Pues venga. Tomó un buen trago y miró la botella. La cosa esa era suave, joder. Ponerle hielo sería delito.

—Un dragón acaba de regalarme una joya —dijo Pia, que tomó otro trago y pasó la botella a Graydon—. ¿He sido añadida a su tesoro?

Graydon negó con la cabeza y también bebió.

—No, bombón —dijo—. Estoy casi seguro de que lo habéis sustituido.