Pia y Tricks se despidieron de Dragos y abandonaron el despacho. En el pasillo, Graydon y Rune estaban hablando con Tiago. Tricks no hizo caso del trío al pasar por su lado. Tiago la fulminó con la mirada. El apuesto hombre sonriente que Pia había vislumbrado fugazmente había sido de nuevo reemplazado por el asesino esculpido a golpes de hacha. Pia se ajustó al paso más corto del hada y mantuvo una expresión escrupulosamente neutra.

Tricks la llevó a Manhattan Cat, el restaurante de la planta baja.

—Es de una zorra-wyr, Lyssa Renard —explicó el hada mientras cruzaban el abarrotado vestíbulo—. Lyssa es una bruja un poco esnob, pero sabe de comida.

—He oído hablar del restaurante —dijo Pia, que veía a Rune y Graydon a pocos metros, barriendo continuamente la multitud con los ojos—. Ha tenido buenas reseñas.

—Eres vegetariana, ¿verdad? —Tricks abrió la puerta del restaurante—. En el menú hay montones de animales y peces muertos, desde luego, pero también buenas ensaladas y platos de tofu. Pero lo mejor de todo es un Piesporter de 2004 que me vuelve loca. ¿Te gusta el vino blanco?

—Y tanto.

—Eres de las mías. —Tricks se volvió cuando la camarera, una joven gata-wyr delgada y morena con ojos rasgados, se acercaba con los menús y una sonrisa—. Hola, Elise. Nos hemos retrasado, disculpa.

—No pasa nada, Tricks —dijo la anfitriona.

La decoración del restaurante era sencilla y de líneas elegantes, con madera oscura, manteles de hilo blanco y flores naturales. Estaban todas las mesas llenas y, aunque una o dos personas saludaron a Tricks, la mayoría de los clientes no les prestaron atención. El ruido de las conversaciones y la cubertería las acompañó mientras la gata-wyr las conducía a una pequeña estancia privada de la parte de atrás, que, según explicó Tricks, estaba casi siempre reservada para ejecutivos de Cuelebre.

En la vacía sala había tres mesas. Tras dejar que Pia pasara delante, Tricks se detuvo en el umbral y se dirigió a Elise.

—Queremos dos de tofu salteado, una botella de Piesporter, y que no entre ningún hombre. —Esto iba por los dos grifos que les pisaban los talones. Elise asintió con una sonrisa y se escabulló.

—Oh, vamos, Tricks —dijo Graydon.

—No —dijo el hada—. Sabes cómo es la sala. Sabes que se entra y se sale solo por un sitio. Y sabes que está conmigo. Esto es lo que hay.

Tricks les cerró la puerta en las narices. Pia se echó a reír.

—Ahí fuera no hay donde sentarse.

—Lo sé. Aún estoy enfadada con ellos. Además, estas paredes están insonorizadas. A ver, audición wyr supersensible, secretos comerciales, almuerzos de negocios de carácter confidencial y todo eso. —Tricks sonrió con gesto pícaro—. Y tú y yo tenemos que hablar de cosas de chicas.

Pia no se engañaba con respecto a lo que había presenciado. La confianza en sí misma y la audacia del hada con los centinelas wyr se basaban en doscientos años de convivencia con ellos. Se trataba de hombres peligrosos, poderosos, y Pia debería lidiar con ellos. Con todo, era alentador ver que tenían un lado amable.

La comida no tardó mucho. El camarero dejó la puerta abierta mientras las servía. Justo enfrente, Rune estaba apoyado en una mampara. Se relamía los dientes y las observó con los ojos entrecerrados hasta que el camarero salió y cerró a su espalda.

—Están preocupados por ti —dijo Pia movida por un impulso—. Van a echarte de menos, sin duda.

La sonrisa de Tricks se esfumó.

—Yo también los echaré de menos a ellos.

¿Se apreciaba un brillo húmedo en aquellos bonitos y enormes ojos grises de fae? Pia apartó la mirada al tomar asiento.

—Lo siento —dijo—. Es algo muy personal. No tenía que haber dicho nada.

Tricks se deslizó en una silla al lado.

—No te preocupes. Tienes razón.

Pia vio de reojo que el hada flexionaba unas manos delicadas y se las miraba.

—Son muy buenos tipos, Pia. Incluso esa montaña rezongona de Tiago. Hasta el último de ellos se tragaría una lluvia de balas por ti.

—Bueno —contestó Pia con voz suave—, quizá sería por ti por quien se tragarían una lluvia de balas.

—Oh, no. —Tricks la miró con los ojos muy abiertos—. Quiero decir, sí, claro, por mí también. Sin lugar a dudas. Pero lo harían por ti simplemente porque Dragos quiere que no te pase nada.

Maldita sea, la tristeza del hada hacía que ahora a ella le escocieran los ojos.

—Creo saber algo de lo que te va a pasar ahora —dijo Pia—. No me refiero al rollo de ser reina. Eso está lejos de mi estratosfera. No, lo otro.

—¿Te refieres al fin de la vida tal como la conocemos?

—Sí, eso.

Tricks soltó una súbita risita.

—¿Cómo no vamos a estar deprimidas? Si ni siquiera nos hemos terminado la primera copa de vino. —A continuación cogió la copa y la entrechocó con la de Pia—. Salut, nueva amiga.

Pia cogió su copa.

Salut.

Tricks se tomó el vino de un trago.

—Ahora vamos con el rollo bueno. ¡El chismorreo! Tienes que saber quién está mintiendo, engañando, criticando con deslealtad, buscando venganza, haciendo daño porque sí o solo jugando fuerte para ir tirando. Estoy aquí para darte el mapa de carreteras que todas las chicas han de tener antes de comenzar a trabajar en este manicomio.

Hambrienta, Pia se metió en la boca un poco de tofu.

—Parece que necesito un diagrama.

El hada dio un grito ahogado.

—Oh, no. Necesito un boli.

Pia la vio palparse los bolsillos del traje de seda, y luego trotar hasta la puerta y parar a una camarera que pasaba. Tricks regresó con aire triunfal. Se puso a garabatear en el mantel blanco, dibujando círculos y flechas entre nombres sin dejar de parlotear. Terminaron de almorzar. Entró el camarero, que se fue con los platos. Corrió el vino.

Al rato, Pia se frotó la nariz. Miró su copa vacía y luego las botellas vacías de la mesa contigua. Miró con ojos entrecerrados a su nueva amiga, que se escoraba a un lado en su silla.

—¿Me dices otra vez cómo te llamas?

El hada se rio por lo bajo.

—Ha de estar en este gráfico. Seguro que lo he escrito en algún sitio.

Pia miró los apretados garabatos que cubrían el mantel.

—Íbamos a hablar de algo, ¿no?

—Pues claro. Tú vas a ocupar mi puesto de relaciones públicas.

—De acuerdo. —Pia asintió. Era la solución perfecta. Sin duda.

Pero un momento. Había algo que debía recordar sobre eso. Dudas, otras consideraciones, buenísimas razones para no aceptar. Había algo…

Algo que danzaba en el aire, un Poder femenino tan ligero, delicado y efervescente que ella solo empezó a percibir tras horas de empaparse del mismo.

Su amiga estaba anotando algo. T-r-i-c-k-s. El hada dibujaba corazones y flores alrededor de la palabra mientras canturreaba para sí misma.

—Tricks —dijo Pia.

Tricks miró desde los garabatos con la lengua entre los dientes.

Pia puso un codo sobre la mesa, apoyó el mentón en la mano y sonrió a la otra mujer.

—A propósito, ¿está tu Poder relacionado con los hechizos o el carisma?

Tricks se rascó la punta de una oreja.

—Y si así es, ¿qué?

—No creo que deba decir que sí a cualquier cosa que me pidas mientras estemos juntas en la misma estancia y yo esté borracha, eso es todo —dijo Pia.

Uno de los párpados de Tricks bajó a media asta revelando una mirada astuta e impenitente. Acto seguido, el hada sonrió, y el sol y la alegría irrumpieron en la habitación.

—¡Oh, bah! —soltó.

La tarde fue dando paso a la noche. Dragos, Kristoff y Tiago veían el noticiario vespertino en el despacho del primero. Kristoff tenía un brazo sobre el estómago y una mano tras la nuca. Tiago estaba de pie con las piernas separadas y los brazos cruzados. Cuando apretaba los bíceps, se movían los tatuajes de alambre de espino.

Dragos estaba sentado frente a su escritorio. Se golpeteaba la boca con los larguiruchos dedos mientras veía que en la cadena nacional se arremetía frontalmente contra Cuelebre Enterprises.

En la pantalla aparecieron dos personas atractivas. Una era una reportera humana. La otra, el rey de los fae oscuros.

Por primera vez en muchas décadas, Dragos observó el rostro de su enemigo. Urien tenía los colores y rasgos típicos de los fae oscuros: enormes ojos grises, pómulos altos, piel blanca y pelo negro que le caía sobre los hombros y llevaba recogido atrás, lo que dejaba al descubierto unas orejas largas y puntiagudas.

«… desde luego, abandonar el proyecto es un duro golpe económico para la gente de esta comunidad y para el estado de Illinois», decía Urien con una encantadora sonrisa de pesar. «Y no solo por los potenciales empleos no creados. Hemos perdido una valiosa fuente de energía limpia y barata que habría sido producida por una nueva central nuclear, y eso por culpa de Cuelebre Enterprises. Como saben todos, el país afronta el reto de reducir las emisiones de dióxido de carbono. Y la única manera de conseguirlo es desarrollando eficiencia energética y tecnologías limpias, como las energías eólica y solar. La nuclear ha de formar parte de esta mezcla…».

Dragos quitó el volumen. Miró a Tiago y a su patético ayudante.

—Urien es hombre muerto —dijo Tiago.

—Y que lo digas —gruñó Dragos.

—Increíble, vaya hipócrita de mierda —soltó Kristoff con amargura—. Está hablando de energía limpia y reducción de emisiones cuando él no para de cargarse montañas y tiene una de las empresas más contaminantes del planeta. Nuestro contacto en Medio Ambiente, Peter Hines, rechazó la solicitud de RYVN, tal como le pedimos. Hoy ha sido despedido. Y esta tarde los medios afines a Urien se han apresurado a bombardear. Han bajado las acciones en seis de nuestras empresas.

—Las que tienen la sede central en Illinois —añadió Dragos.

—Ajá.

—Vamos, levanta el ánimo, Kris —soltó Tiago, impaciente—. ¿Creías que Urien iba a perder su proyecto favorito sin presentar batalla? Al menos tienes la satisfacción de saber que realmente lo has cabreado. Por lo general, él no tiene nada que ver con los medios de comunicación humanos.

Kris se mordía una uña.

—Ya sé lo que va a pasar ahora. RYVN va a presentar de nuevo la solicitud al sustituto de Hines. Después de esto, la opinión pública estará de su parte.

—Se la van a aceptar sobre mi cadáver —soltó Dragos—. Dije que se hiciera lo que fuera necesario para destruir la sociedad RYVN y lo dije en serio. —Se puso en pie y golpeó la mesa con las manos. Tiago estaba en silencio y Kris se miraba los pies mientras Dragos controlaba su cólera. Al rato, este prosiguió con una apariencia de calma—: Localiza a Hines y ofrécele un empleo. Es un burócrata… será capaz de hacer algo que nos interese.

—Quizá pueda incorporarse a nuestro equipo de lobbies de Washington.

—Adelante. —Kris se fue pitando. Dragos dirigió su sulfurada mirada a Tiago—. Y por el amor de Dios, encuentra a ese escurridizo hijo de puta para que yo pueda hacerlo pedazos.

—Estoy trabajando en ello —dijo Tiago—. Quizá se me escape, pero no podrá ocultarse siempre. Lo cogeremos, Dragos.

El centinela se marchó a zancadas, y Dragos persistió en su mirada feroz. Encontrar a Urien estaba costando. Soltó un gruñido y se obligó a levantar las manos y a controlar su mal genio. No puedo seguir rompiendo muebles. Tenemos mucho que hacer, maldita sea. No hay tiempo para más reformas y reparaciones.

Pasó a pensar en Pia. Miró por la ventana y torció el gesto ante última la luz de la tarde. Salió del despacho y subió corriendo las escaleras hasta el silencioso ático. Recorrió las habitaciones. Se oía el eco del vacío.

Aquello no le gustaba. El ceño fruncido se convirtió en ademán hostil. Pero ¿qué esperaba? ¿Creía que Pia estaría ahí esperándole por si él decidía mirarla… como si fuera una empleada o una sirvienta? Mierda.

Rune, dijo por telepatía.

Todavía están almorzando, dijo Rune.

¿Almorzando todavía? Dragos dio media vuelta y puso rumbo al ascensor. Al cabo de unos minutos, entró en el Manhattan Cat y cruzó el restaurante en dirección al comedor de ejecutivos.

Rune y Graydon estaban a uno y otro lado de la puerta cerrada. Graydon dando saltitos. Rune apoyado en la pared con las piernas y los brazos cruzados. Dragos los miró con las manos en las caderas.

—Tofu salteado a la una y media —dijo Rune—. Cuatro botellas de vino. El camarero ha traído una bandeja de postres de chocolate y una botella de coñac hace unos cuarenta y cinco minutos. La última vez que se ha abierto la puerta estaban cantando I Will Survive.

—¿Y qué es eso? —preguntó Dragos.

Graydon sonrió burlón.

—Es un éxito de los setenta de Gloria Gaynor. Creo que se referían a «cierta vinculación afectiva femenina con exnovios malos».

Dragos se irguió sobresaltado. Tuvo uno de los pensamientos más alarmantes e inoportunos del último siglo.

¿Soy un exnovio?

Masculló algo y abrió la puerta de golpe.

Pia y Tricks estaban a cuatro patas por el suelo, riéndose entre arrebatos y resoplidos. Habían arrimado las mesas y las sillas a la pared. Pia plegaba un mantel blanco lleno de caracteres negros.

—Dame un minuto —decía Pia—. Te juro que acabo de verlo. Si doblas el diagrama bien… mira, los nombres coinciden. Todas esas personas también se acostaron juntas.

Tricks rio entre dientes.

—¿Cómo te has dado cuenta? Esto es como lo de La búsqueda o El código Da Vinci. Hemos de conseguir unas gafas antiguas y raras con lentes especiales y quizás así podamos ver algo. Espera. Allá vamos… —Soltó un eructo largo y sonoro.

Pia iba contando por encima del eructo:

—… dos diez mil, tres diez mil, cuatro… Huy, ganas tú. —Miró sobrecogida a la pequeña hada—. ¿Dónde has puesto todo ese aire?

—Es un regalo —dijo Tricks.

El mal humor de Dragos se disipó como una burbuja de jabón pinchada. Sonrió burlón. La rubia cola de caballo de Pia se había aflojado y le caía sobre una oreja. Tricks se había quitado las sandalias y se había subido los pantalones de seda de diseño hasta las rodillas. Parecía una refugiada de Pucci’s, en la Quinta Avenida. Dragos se apoyó en la puerta y aguardó a ver cuál era la primera en advertir su presencia.

Fue Pia, que se sentó sobre los talones sorprendida. El regocijo le iluminó la cara.

—Hola.

Sorpresa y regocijo, todo envuelto en papel de regalo. Dragos le sonrió.

—Estás como una cuba.

Ebria y a cámara lenta, Tricks reparó en él y en los dos grifos de detrás. Emitió un chillido y extendió los brazos sobre el mantel.

—¡Nadie puede ver esto!

Rune se deslizó alrededor de Dragos con la cabeza torcida por la curiosidad.

—¿Por qué, qué es, secretos de estado?

—¡Más o menos! —Tricks se puso a enrollar el mantel.

Rune agarró un extremo y tiró de él. Ella se echó encima.

—Nooo.

Dragos no les hizo caso. Se agachó frente a Pia y le colocó un mechón detrás de la oreja con una mano delicada. Pia tenía la pálida piel enrojecida, y sus centelleantes ojos no enfocaban bien.

—Por la mañana vas a tener un resacón de cuidado.

—Solo pensábamos… —dijo ella, pero la frase se fue apagando. Lo miró estupefacta—. Eres el hombre más guapo que he visto en mi vida. Lo diría también si estuviese sobria. —Luego le dirigió una sonrisa descuidada y sensiblera al tiempo que meneaba la cabeza—. No, no lo haría. Me daría corte.

La furia y la frustración de antes se deslizaron en el pasado como si no hubieran existido, una transmutación alquímica provocada por aquella hechicera achispada. Con una risotada, le puso las manos bajo los codos y la levantó con cuidado.

—¿Estás lo bastante borracha para decirme algo más?

Pia se inclinó hacia delante y se tambaleó mientras le confiaba entre susurros:

—Eres el tío más sexy que he conocido. Mira, tu larga y escamosa cola de reptil es mayor que ninguna otra. No es que haya estado con muchos. Ni que sea como lo de comparar antes de comprar ni nada de eso. —Le entró hipo y lo miró preocupada mientras él soltaba una carcajada—. ¿Me he metido en un charco?

—Más o menos —dijo Dragos, que la rodeó con un brazo y la guio dejando a Rune y Tricks peleándose por el mantel—. No pasa nada, cariño. He venido al rescate. Entonces, ¿con cuántos tipos has estado?

Pia alzó dos dedos que miró con un ojo cerrado.

—Uno ya no cuenta porque está muerto. —Se hincó ambos dedos en la mejilla—. No me noto la cara. ¿Cómo te ha ido el día?

—Bien —dijo él, que le cogió la mano, dobló un dedo y plantó un beso en el otro mientras salían del restaurante—. Ha ido bien.

La tarde siguiente, Pia se puso ropa de gimnasia y las nuevas zapatillas. Luego se recogió el pelo en una apretada cola en el cogote.

Tenía un recuerdo borroso de la noche anterior. Se recordaba hablando y coqueteando, sintiéndose brillante y guapa y ocurrente, mientras Dragos le tomaba el pelo, el oscuro rostro arrugado por la risa. Recordó haberse caído en la cama, chillando y dándole puntapiés mientras él le hacía cosquillas sin piedad. Recordó haberse quedado dormida, enroscada en él, las manos de Dragos apretándole la cascada de su cabellera.

Estaba sola en la cama cuando a la mañana siguiente, ya tarde, la resaca le trituraba la conciencia. Se había alejado de las ventanas con un gemido para descubrir un vial sobre la almohada. Tintineaba de magia. Llevaba una nota atada al cuello. Bébeme, ponía.

Esa poción le había salvado la vida. Esperaba que alguien hubiera sido lo bastante amable para darle uno también a Tricks. Aun con ayuda de la poción, tardó todavía un rato en ser capaz de meterse algo en el estómago. Después de un almuerzo ligero, que había tomado con cuidado, Rune, Graydon y ella irían por fin al gimnasio tal como habían planeado.

Abrió la puerta. En el pasillo, los dos grifos interrumpieron su conversación. Su expresión era totalmente anodina. Pia frunció el entrecejo.

—¿Ayer dije o hice algo por lo que deba pedir disculpas?

—Vos no, bombón —respondió Graydon—. Pero al parecer muchas otras personas de la Torre sí. Rune opina que deberíamos cambiarle el nombre y llamarla Melrose Place. A mí parece que Peyton Place le daría un toque más clásico, ¿verdad?

—Oh, no… —exclamó ella—. Le quitasteis el mantel a Tricks.

Rune sonrió con una mueca.

—Después de que esa mierdecilla me mordiera.

Tomaron las escaleras. En el gimnasio habría alrededor de veinte personas. Unas trabajaban en máquinas y otras practicaban boxeo en dos grandes áreas de ejercicios. Una tenía suelo de maderas nobles muy usadas pero aún en buen estado, y la otra estaba cubierta de colchonetas.

Rune se apropió del espacio de las colchonetas mientras Graydon iba al vestuario a cambiarse. Luego fue Rune a hacer lo propio. Al volver, hizo una señal a Pia y Graydon para que se acercaran al centro. Ambos hombres llevaban una camiseta sin mangas y unos pantalones de algodón negros, todo muy ceñido. Estando Pia entre los dos, parecían más enormes que nunca: un total de más de doscientos kilos de sólido músculo wyr.

Los desplazados por Rune se quedaron en el borde de la sala, mirando. Pia respiraba hondo, intentando disipar el canguelo que se le había metido en el estómago, muy consciente de las miradas curiosas, no del todo amistosas, que le dirigía la gente. Mantuvo el equilibrio sobre la parte anterior de las plantas de los pies, agitó los brazos y estiró el cuello.

—Muy bien —dijo Rune—, vamos a repasar algunas técnicas básicas de autodefensa. Pia, lo primero a tener en cuenta es que nosotros somos los guardaespaldas y sabemos de qué va esto. Tenéis que hacer lo que os digamos y cuando lo digamos. Si digo que os agachéis, haréis bien en agacharos. Si Gray os dice que al suelo, al suelo de cabeza. Lo más peliagudo es que un ataque casi siempre se produce sin previo aviso, así que es absolutamente esencial obedecer las órdenes sin vacilar ni discutir.

—En otras palabras —agregó Graydon—, si digo que os agachéis, no levantéis la cabeza y miréis alrededor diciendo «¿eh?». El instinto quizás os impulse a ello, pero si decís «eh», corréis peligro de quedaros sin cabeza.

—De acuerdo… —dijo Pia, paseando la mirada de uno a otro—. Nada de «ehs».

—Ponte detrás de Pia, Gray —le indicó Rune—. Tú serás el atacante. Pia, Gray se acercará por detrás y os agarrará como si fuera a arrastraros. Quiero que prestéis atención al modo en que él os coge y a la posición de los cuerpos. Vamos a ver formas de desasirse, ¿vale?

—Vale —dijo ella.

Graydon se acercó por detrás. Pese a ser un hombre tan grande, no hacía ruido alguno al andar. Pia tenía la vista fija en el suelo y seguía respirando hondo a medida que recuperaba sus enseñanzas.

Permanece firme pero flexible, clavada pero elástica.

Pia alargó la mano hacia atrás con su conciencia y… helo ahí. Le hizo una llave, más fuerte que nunca. Alcanzaba a oírle respirar, a notar el desplazamiento del peso revelando sus intenciones. El oído de Pia, su visión, su sensación de todo lo que la rodeaba eran… superiores a lo que hubieran sido jamás.

Graydon se le echó encima, inhumanamente rápido.

Fluye como el agua.

Pia se movió a un lado, doblándose por la cintura, y notó que la mano de él le arañaba el brazo. Un giro, y Pia encontró el equilibrio sobre un pie, vio que Graydon se extendía, y esa fue su palanca.

Graydon cayó de espaldas con un impacto que hizo temblar el suelo. En el gimnasio se fue haciendo el silencio a medida que las máquinas de musculación aflojaban el ritmo y se paraban. Los dos grifos la miraban.

Con la cabeza en la colchoneta, Graydon juraba en arameo.

—¿Qué coño habéis hecho? Esto no era un movimiento de Turbo Dance.

Rune se echó a reír con las manos en las caderas.

—Te ha derribado, tal como suena.

—Lo siento, ¿he hecho algo mal? —dijo ella, cada vez más ansiosa al ver que seguían mirándola—. No he seguido las órdenes, ¿verdad? ¿Debía dejar que me agarrase?

—No, no. Creo que lo habéis hecho muy bien —dijo Rune, que ofreció una mano a Graydon y tiró de él para que se pusiera en pie.

Graydon la fulminó con la mirada.

—Muy bien. Estaba despistado. Culpa mía. Dijisteis que habíais tomado clases, y teníamos que haber escuchado. Pero vamos a hacerlo otra vez, bombón, y esta vez no me pillaréis por sorpresa.

Pia asintió.

—De acuerdo.

Se colocaron en sus posiciones anteriores, y ella volvió a mantener el equilibrio sobre la parte anterior de las plantas de los pies, la cabeza inclinada y fija en el suelo. Esta vez, intrigada por sus sentidos acentuados, hizo la llave a los dos grifos, cuyo Poder y energía física hacían que fuera más fácil mantener en mente sus posiciones.

Graydon inició el ataque, el cuerpo letal afinado por innumerables siglos de combates. Pia fluyó y se hizo a un lado. Esta vez él se movió con ella, y estiró un brazo poderoso para asirla por la cintura.

Pero Pia no estaba allí. Se desplazó y contraatacó, notando la energía que él ponía en el brazo y cómo lanzaba su cuerpo hacia delante, y esa fue su palanca. El suelo retumbó. De nuevo en el suelo, Graydon golpeó la colchoneta.

—¡Carajo!

Rune se moría de risa.

Graydon se puso en pie de un salto. Para un hombre tan grandote, era una extraordinaria demostración de fuerza, agilidad y velocidad, y Pia retrocedió. Luego él se dirigió a Rune con un gruñido.

—Sí, ríete, gilipollas. Pero ahora te toca a ti.

—Deja de lloriquear —soltó Rune, que se acercó a Pia, el depredador interior despierto y exhibiendo su sonrisa amenazadora—. ¿Preparada?

Chutándose adrenalina, Pia encogió los hombros en un gesto rápido.

—A ver lo que tienes, listillo.

Rune embistió, valiéndose tanto de la astucia como de la rapidez, y Pia tuvo claro que iría por ella, sin aguantarse las ganas. Pia cayó hacia atrás trazando una curva elegante cuando él la alcanzó, y la energía de esa inercia fue su palanca. Ella golpeó la colchoneta, y al ir hacia atrás usó los pies y una mano para impulsarlo sobre su cabeza. Por unos breves instantes, Rune fue un objeto volador. Al final se estrelló en la colchoneta al tiempo que ella completaba ágilmente su voltereta y aterrizaba de pie.

Rune se puso a toser, el gesto congelado en el rostro. Alguien silbó y gritó. Distraída, Pia miró hacia el ruido. El público estaba aplaudiendo.

—¡Ha sido un número de ballet, joder! —bramó Graydon, que le aporreó el hombro empujándola a un lado. Pia refunfuñó y tropezó, y él la agarró—. Oh, mierda, bombón, lo siento. No era mi intención. ¿Os he hecho daño?

Graydon parecía tan preocupado mientras la ayudaba a recuperar el equilibrio que ella no tuvo valor para quejarse. Se frotó el punto donde él le había dado, y Graydon le apartó la mano para girarle el brazo y examinarle los músculos del hombro con dedos cuidadosos.

—Estoy bien —le dijo ella—. No pasa nada.

Rune se puso en pie.

—Ve a buscar a Bayne y Con —dijo a uno de los mirones, que se fue volando. A renglón seguido, Rune se acercó a Pia y la miró entrecerrando los ojos—: ¿Qué habéis estudiado?

—Wing chun, jiujitsu, algo de armas —contestó ella—. Cosas básicas, espadas y cuchillos. Sé cargar y disparar un arma o una ballesta. El arco me cuesta más.

Rune la observaba como si ella fuera el cubo de Rubik y no hubiera forma de resolverlo.

—Dragos dijo que no erais luchadora.

—Y no lo soy. —Graydon se negaba a soltarla. Pia renunció a apartarlo y permitió que le hiciera un masaje en los músculos del hombro—. Al menos no como vosotros. Si puedo evitarlo, prefiero no pelear. No tengo instinto asesino y no me gusta todo ese rollo de las armas.

—¿Podríais matar si tuvierais que hacerlo?

—Si no tuviera otra opción —contestó sin vacilar—. Creo que lo haría para sobrevivir. Pero, si no, toda mi preparación se concentra en escapar.

—Estupendo. Podemos trabajar con eso. ¿Cuál de las disciplinas que habéis practicado os gusta más?

Pia reflexionó unos momentos.

—Supongo que el wing chun. Me gustan los principios de eficiencia, utilidad y economía del movimiento, y la percepción de la energía en los movimientos del adversario. Es elegante. Según un profesor que tuve, el mejor modo de luchar era como un haiku, sobrio y simple, y el combate debía ser breve. El wing chun parece tener algo de esa filosofía.

Rune asintió.

—¿Cuál diríais que es vuestro punto fuerte?

—La velocidad. Admitámoslo, tíos, si estuvierais cabreados y me pusierais las manos encima, estaría bien jodida.

—Muy bien. ¿Y vuestro punto débil?

Pia inclinó la cabeza, se frotó la nuca y confesó:

—Obedecer órdenes. Antes nunca lo había hecho. Hago lo que puedo, pero si uno de vosotros me dice a gritos que me agache, puedo acabar siendo esa idiota que levanta la cabeza y dice «¿eh?».

—Bueno, podría no importar demasiado si fuerais lo bastante lenta para poder inmovilizaros —dijo Graydon—. Hemos de gritar lo de agacharse porque podríais sobresaltaros y saltar desde debajo de nosotros si intentásemos haceros un placaje, aunque fuera por vuestro propio bien.

Pia lo miró haciendo una mueca.

Mientras hablaban, se les habían sumado los otros dos grifos, Bayne y Constantine, hasta que Pia estuvo rodeada por un enorme muro de músculo sólido y gran atención masculina.

—Eh, tíos, tenéis que ver esto. Pia, ¿os apetece más?

Pia soltó un resoplido y meneó la cabeza.

—Aún no he empezado a sudar, listillo.

—¡Eso es una provocación, preciosa! —exclamó Graydon con regocijo. Luego se hizo crujir los nudillos.

Bayne y Constantine intentaron placarla por turnos. Los dos grifos besaron la lona. Tuvieron mejor fortuna cuando fueron tras ella ambos a la vez. La camiseta de Pia acabó húmeda de sudor. Ellos no eran solo formidables guerreros con siglos de experiencia, sino también buenos y motivados alumnos. Muy pronto tuvo Pia que redoblar su esfuerzo.

Puso una marcha rápida, sabiendo que debía aprender más de ellos que ellos de ella. Tenía toda la atención puesta en los cuatro wyr que estaban resueltos a derribarla. Aunque se reían y hacían muchas bromas, ahora Pia sabía que ellos no estaban participando en una simple clase de ejercicios, sino en algo que podía ser una cuestión de vida o muerte.

• • •

Dragos había disfrutado de una noche absolutamente cautivadora con Pia. Esa mañana había sostenido su suave forma dormida y visto la salida del sol, y había descubierto otra experiencia nueva y extraña: una sensación de absoluta satisfacción en la paz y la tranquilidad, un cierto conocimiento de que en su mundo todo marchaba bien.

Eso pertenecía todo al pasado. Ahora tenía un humor de mil demonios.

La fortaleza de los goblins había sido abandonada. No quedaba nadie a quien interrogar. Los grilletes encantados habían desaparecido sin dejar rastro. El bombardeo de los medios por Urien estaba pregrabado. Hacía tiempo que habían identificado a alguien a quien preguntar por el lugar de la entrevista, pero nadie sabía precisar el paradero del cabrón. Los que investigaban el rastro del exnovio de Pia y su corredor de apuestas habían llegado a un callejón sin salida. Y el valor de las acciones de las empresas con sede en Illinois seguía bajando.

También había que tener en cuenta algo de no poca enjundia. Si el rey de los fae había sido capaz de realizar un conjuro con el que encontrar su tesoro, entonces la ubicación corría peligro. Daba igual si el sortilegio solo había surtido efecto una vez y si solo Pia conocía la ubicación actual. Urien podía crear otro conjuro, ¿no? Y quizá Pia era ahora mismo la única persona capaz de moverse entre las cerraduras y los compartimentos estancos de Dragos; pero tan pronto algo había sido violado, alguien más descubriera el modo de hacerlo era solo cuestión de tiempo.

Tampoco había modo de saber en qué más podía funcionar un hechizo de localización de esa fuerza. Dragos pensó en informar a sus aliados Viejos sobre lo sucedido, pero eso equivaldría a admitir su propia vulnerabilidad. Aún no estaba dispuesto a llegar tan lejos.

Y para colmo, en cuanto hubo entrado en el despacho comenzó la tortura china del agua.

El alcalde de Nueva York exigía hablar con él. Qué osado. Sus electores insistían en que había que llegar a un acuerdo sobre control de ruidos para que lo de la semana anterior no volviera a ocurrir. Una gota.

El gobernador de Illinois le llamó personalmente para hablar de su persecución de la sociedad RYVN. Otra gota.

El tribunal de las Razas Viejas le citaba a una comparecencia para analizar su «acto de agresión» en territorio de los elfos y ciertas acusaciones de matanza masiva de fae en Otra tierra. Por lo visto habían decidido pasar por alto que él nunca acudía a comparecencias. Otra gota.

Había llegado un mensajero personal del gran señor de los elfos, con una invitación para que Pia los visitara en el solsticio de verano. Solo Pia, nadie más. Él no, desde luego. El gran señor estaría dispuesto a levantar el embargo comercial a los wyrkind en cuanto recibiera la aceptación de ella. Por escrito. Una puta gota tras otra.

Luego estaban las innumerables decisiones sobre todo lo demás. Aunque sus ayudantes y equipos de gestión y administración eran excelentes, todo lo que llegaba a su despacho requería realmente su atención directa. Como norma, se lo pasaba bien trabajando en todas las operaciones internacionales emprendidas por Cuelebre Enterprises. Era como jugar partidas simultáneas de ajedrez. Sin embargo, hoy se sentía como si llevase ropa ajustada sobre piel escoriada. Quería arrancárselo todo y arañar las paredes.

Iba de un lado a otro. No dejaba de pensar en Pia. Ahí estaba ella, ocupándolo todo, impidiéndole centrarse en otra cosa. Dragos no quería trabajar en aquella mierda. Los negocios eran aburridos. Qué más daba si las acciones de seis empresas de Illinois se venían abajo durante un tiempo. Además él no necesitaba el dinero. Todas las entidades que clamaban por su atención eran como una manada de chihuahuas dando ladridos y mordisqueándole los talones. La idea de encontrar otra localización secreta y trasladar todo su tesoro era insoportable.

¿Y por qué no le mandaba alguien por correo un paquete con la cabeza de Urien?

Contempló su ciudad con las manos apoyadas en la ventana. Cuando la noche anterior había preguntado a Pia si le interesaba el empleo de relaciones públicas de Tricks, la cautela había robado el brillo de su hermosa mirada como si fuera una ladrona.

Tengo que pensarlo, había dicho ella. Otra vez. Como el otro día: Me parece que tengo muchas cosas en que pensar.

¿En qué coño tenía que pensar?

Pia lo miraba embargada de deseo con esos preciosos ojos del color de la medianoche. Dragos juraría que ella lo abrazaba con afecto sincero. Era generosa y entregada, y físicamente no se guardaba nada. Se volvía loco solo de pensar en la sensación de estar dentro de ella, en lo maravillosa que era cuando llegaba al orgasmo. Al recordar los sonidos de Pia cuando hacían el amor se le puso dura.

A Dragos le asombraba lo fácil que era hablar con ella, lo mucho que quería hablar con ella, y discutir con ella era lo más divertido de la vida. La había visto hacía apenas unas horas y ya se moría de ganas de pelearse otra vez con ella, de hablar y escuchar la próxima cosa ridícula que dijera, de hacerle arrumacos y reírse juntos, de inmovilizarla y penetrarla de nuevo hasta que no le quedara nada dentro, hasta que dentro de ella no quedara nada salvo el nombre de Dragos.

Ella era de él. ¿Por qué no lo reconocía?

Cada vez que llegaban a ese punto, cada vez que Dragos pensaba que la tenía bien agarrada, era como en el sueño de la seducción, cuando Pia se había transformado en humo y se le había escapado entre los dedos.

Aquellos hechizos protectores en la mente de Pia. Era ahí adonde ella se iba. Se retiraba a esa elegante ciudadela. Y Dragos no podía alcanzarla a menos que derribara la barrera y se introdujera en su mente.

Frunció el ceño. Descubriría alguna manera de entrar en esa ciudadela. La tendría. Aunque tuviera que dedicar a ello el resto de su larga vida. Pia sería toda suya.

Cualquier otra cosa era inadmisible.

Resuelto a sacudirse todo aquello de encima y centrarse en algo útil, abrió la puerta y salió a zancadas del despacho para ver si Kris tenía alguna novedad.

En las oficinas exteriores no había nadie. Entonces percibió el alboroto. Apretó el paso a medida que avanzaba por el pasillo. Dobló la esquina.

Todos se habían congregado en el vestíbulo contiguo al gimnasio. Miraban por las ventanas. Mientras se acercaba, se oyó un grito. La gente de dentro vitoreaba y aplaudía.

Entró en el gimnasio apartando gente, y vio a Graydon y Bayne en el borde de las colchonetas. Los grifos estaban de pie con los brazos cruzados. Miraban algo en el suelo y reían.

Graydon vio a Dragos aproximarse por encima de las cabezas de los espectadores y rio burlón.

—Eh, jefe. Gracias por el nuevo juguete.

—¿De qué estás hablando? —quiso saber Dragos.

—Estamos jugando a la gallinita ciega con la herbívora. Ninguno se explica qué demonios pasa, pero es rápida de cojones. De momento el equipo de los grifos va perdiendo. Si la engrasáramos, no podríamos sujetarla ni de coña.

Dragos se acercó al borde de la colchoneta y bajó la vista.

Constantine estaba agachado, con los brazos extendidos, concentrado en la pelea que se desarrollada frente a él.

—Cógela… cógela…

Rune y Pia estaban en la colchoneta, hechos una maraña de miembros. El grifo tenía el poderoso cuerpo estirado al máximo mientras forcejeaba para cubrir el de ella. La forma más pequeña de Pia se retorcía y fluía debajo con el rostro fiero y enrojecido. Los dos jadeaban y estaban resbaladizos por el sudor. Para zafarse de Rune, Pia flexionaba los delgados y pálidos músculos. El grifo blasfemaba mientras se movía con ella, hasta estar en una posición muy parecida a la de Dragos la mañana del día anterior, cuando la había penetrado por detrás.

El dragón explotó.