Pia lo rodeó con los brazos y lo estrujó con fuerza. A continuación, se apartó y empezó a dar vueltas en círculo. Corrió hacia él y volvió a abrazarle. Dragos se rio, la agarró por las caderas y la fijó en el sitio.

—¿Me has oído cuando he dicho que no prometía nada?

—Sí, claro —respondió ella, distraída. Se concentró en él con cara seria. Si funcionaba, la perseguirían durante el resto de su existencia. Pero su vida se estaba descontrolando de forma vertiginosa, así que la perseguirían de todas maneras.

—Pues muy bien. —Dragos hizo una pausa—. Piénsatelo. Hazme saber lo que hayas decidido.

Pia asintió. Él la besó y le acarició la mejilla. Después fue hacia la puerta y la abrió. Diversas personas que hablaban en grupos en el pasillo se pusieron en posición de firmes.

—¿Quién tiene que estar aquí? —dijo Dragos.

La mayoría de los presentes se dispersaron como perdigones. Se quedaron algunos de los centinelas, entre ellos Rune y Graydon. Pia se limpió la cara con las mangas en un vano intento de estar más presentable.

El hada relaciones públicas de Cuelebre Enterprises se deslizó por el lado de Dragos y entró en la sala de reuniones mientras él hablaba con los otros. Radiante, se plantó ante Pia de un salto.

—¡Hola! Vaya, vaya, pues encantada de conocerte.

Desconcertada, Pia estrechó la manita que el hada extendió bajo su nariz.

—Hola, gracias. Eres Thistle Periwinkle, ¿verdad?

—Oh, por favor —se quejó el hada—. Este es mi ridículo nombre de la televisión. No me llames así. Llámame Tricks, como los demás.

—Vale… Tricks. Yo soy Pia. —Sonrió. Pese a que nunca le había importado mucho el aspecto del hada en la tele, costaba no sonreír ante ese compacto paquete de vivacidad.

—Escucha, sé que no disponemos de demasiado tiempo. —Tricks agitaba las manos—. Yo estoy ocupada, tú estás ocupada, todo el mundo está ocupado. Pero hay un montón de cosas que quiero contarte.

—Muy bien —le dijo Pia—. Venga, adelante.

—Primero, lamento mucho lo que os hizo mi tío Urien. Lo odio. Mató a mi familia, y vamos a cortarle la cabeza, y luego yo seré reina, pero antes de que pase eso vamos a almorzar, ¿no?

Pia tuvo la sensación de que el hada le había saltado a la cabeza y había empezado a bailar claqué.

—¿Hablas en serio?

—Pues claro —dijo Tricks—. Y debo añadir que con el señor y la señora Tengo-La-Dignidad-Pegada-Al-Culo tuviste una actuación memorable. De veras.

Pia soltó una carcajada.

—Estás hablando de los elfos.

Tricks parpadeó y arrugó la pecosa nariz.

—Desde luego. ¿Quieres un empleo?

—¿Qué?

—Con el inminente magnicidio y la subida al trono y todo eso, tengo que encontrar a alguien para mi puesto de relaciones públicas, y creo que serías ideal. Bueno, tranquila, ahora mismo no tenemos tiempo de hablar de esto. Lo comentamos en el almuerzo. —El hada miró hacia atrás. Hizo una uve con los dos primeros dedos de ambas manos como hiciera el presidente Nixon y dijo adiós a todos—. Otras dos cosas muy rápido. Una, solo para que lo sepas, no a todo el mundo le gusta tu presencia aquí. Hay un montón de tíos fabulosos, ya me entiendes, al estilo wyr, pero también hay algunos personajes que a mi juicio son desagradables y peligrosos. No estoy hablando de nada concreto, solo que… aquí trabajan muchos depredadores. Lo cual significa que hay exaltados y a veces las cosas explotan sin previo aviso, así que te conviene andar con cuidado.

—Depredadores, exaltados —repitió Pia mirando fascinada al hada—. Vale. Creo que sí quiero almorzar contigo.

—¡Pues claro! —exclamó Tricks, que bajó la voz hasta convertirla en susurro—. Y una última cosa pero no por ello menos importante: Dragos. Oh, Dios mío, ¡está perdidamente enamorado de ti! —Soltó una risita—. He vivido doscientos años en la Corte de los wyr y jamás lo había visto así. Todo el mundo flipa porque nadie había visto nada igual, ni siquiera tíos mucho mayores que yo. Bien, ya sabes, es hombre y dragón y tal, y sé que eso conlleva problemas de comunicación, pero cariño, por Dios, si de tan caliente que es saca humo sin que nadie lo encienda, ya me entiendes… formas de ser, ¡madre mía! —El hada soltó otra risita y extendió la mano para entrechocar los puños—. Bien, esto es lo que quería decir. —Miró a Pia sonriendo encantada—. Almorzamos a la una, ¿vale?

—Vale —dijo Pia con voz aturdida mientras tocaba la manita extendida. ¿Dragos enamorado de ella? ¿De veras enamorado? ¿No era solo un escarceo sexual? ¿Un arrebato de posesividad?

Dios santo, eso espero. ¿No? ¿Sí o no? Se mordisqueó el labio.

—Me las piro. —Tricks le hizo un guiño y pegó un salto justo cuando entraban Dragos, Rune y Graydon. El hada dio a Rune unos golpecitos en el brazo—. Asegúrate de que Pia esté en mi despacho a la una, ¿me oyes?

—¿Tengo pinta de secretaria? —soltó Rune.

Tricks entrecerró los ojos, y el buen humor que había mostrado ante Pia se desvaneció como si nunca hubiera existido. Se señaló su propia cara.

—¿Tengo pinta de que ahora mismo eso me importe? Antes de irme tengo miles de cosas que hacer, así que no me provoques.

Rune se echó a reír y la rodeó amistosamente con un brazo.

—Lo siento, mequetrefe. Sé que estás teniendo una semana movida.

Tricks modificó la orientación de su dedo y señaló a Rune.

—Sí, bueno, pero no me obligues a venir por ti. —Y se marchó con aire enérgico, los diminutos tacones resonando por el pasillo.

—Pareces traumatizada por un bombardeo, querida —dijo Dragos a Pia con una sonrisa perezosa. Luego cruzó despreocupadamente la estancia para darle un beso—. Tricks suele causar ese efecto en la gente.

—Me imagino. —La sonrisa de Pia era vacilante.

—Cuando se halla en la fase maníaca, es un poco como probar el crack por primera vez —dijo Rune. Pestañeó y con voz insustancial añadió—: Pero bueno, no es que yo sepa nada de eso.

—Bien… —dijo Dragos con brío—, tengo cosas que hacer, hablar con Tiago, planificar una decapitación… —Miró a Pia—. ¿Estás bien?

Ahora Pia lo miró con más seguridad.

—Sí.

—Bien. —Dragos se paró un momento—. Gracias por lo que has hecho en la teleconferencia.

—De nada.

Dragos miró a Rune y Graydon.

—Que tenga todo lo que necesite, ¿entendido?

Graydon se miraba los pies con semblante resignado y se frotaba la nuca. Rune frunció los labios y dijo: —Dragos, esto puede requerir… muchas consideraciones tácticas. ¿No sería más sensato restringir sus movimientos?

—¿Por qué están hablando de ella en tercera persona si está aquí mismo en la sala? —masculló Pia resentida. Los ojos dorados de Dragos se cruzaron con los suyos. ¿Era imaginación suya, o Dragos apretaba los labios por cierta emoción contenida?

De pronto, él se volvió y dirigió a Rune su sonrisa tenebrosa.

—Vete a la mierda —le soltó—. No soy su jefe.

Y salió a zancadas. Al faltar su presencia nuclear, la sala de reuniones se oscureció y dilató. Entonces Pia miró a sus dos enormes guardias de expresión imperturbable. La leche.

—Señora Giovanni —dijo Rune con voz tranquila, mientras miraba más allá del hombro izquierdo de Pia—. Para vuestro gusto y comodidad, hoy Dragos ha mandado llamar a un comprador personal con el fin de ayudaros. Está al llegar.

Pia miró al grifo. Se volvió, retiró la silla del extremo de la sala de reuniones y se desplomó en ella. Puso las manos planas sobre la pulida superficie. Se oyó frufrú de ropa cuando alguien se movió a su espalda.

Muy bien. Asintió. Muy bien.

—¿Queréis sentaros, por favor? —dijo Pia.

Al cabo de unos instantes, Rune tomó asiento a la derecha de Pia y estiró sus largos miembros. Graydon se sentó a la izquierda. Los dos hombres intercambiaron una mirada. Pia supuso que estaban preguntándose qué haría a continuación. Ella se preguntaba más o menos lo mismo.

Se le habían estropeado las uñas. Se frotó el borde irregular del índice derecho. Siempre falta tiempo.

—Bien —dijo con calma mirándose las manos—, ¿esa actitud melosa pasivo-agresiva te funciona, listillo? Pues déjame decirte que a mí no. En la última semana y media o así, me han chantajeado, perseguido, amenazado, en un accidente de coche habría acabado convertida en hamburguesa si no es por vuestro jefe, me han secuestrado, pegado una paliza y perseguido otra vez. Estuve en un enfrentamiento con un ejército de goblins y el rey de los fae y cuarenta o cincuenta de los suyos, y de mi vida anterior no queda nada.

Oyó a Rune tomar aire.

—Aún no he terminado. Estoy hasta el gorro de conductas machistas y autocráticas, y Dragos en eso por fin me apoya. A ver si me entendéis cuando digo que mi paciencia anda por los suelos. Entiendo que no queréis hacer de canguro. Lo habéis dejado muy claro. Yo tampoco quiero, pero esto es lo que hay. Entonces, ¿lo hacemos por las buenas o por las malas? Estoy intentando ser agradable, pero no tengo ningún problema en poner las cosas difíciles si eso es realmente lo que queréis.

Pia miró a los dos hombres. Graydon había puesto los codos sobre la mesa. La estaba observando. Por primera vez se fijó ella en que tenía unos bonitos ojos gris pizarra. En aquel rostro de facciones marcadas no percibía aceptación, pero al menos ya no había rechazo frontal.

Rune tenía los brazos cruzados y la miraba con ojos entrecerrados.

—Listillo —dijo Graydon—. Te ha pillado, ¿eh, colega?

—Vete a la mierda —dijo Rune.

—Lo creáis o no —le dijo Graydon a Pia—, él es el diplomático de la pandilla. Dragos le encarga toda clase de rollos lisonjeros.

Rune se inclinó hacia delante e hincó los codos en la mesa.

—Cierra el pico, capullo.

Pia se mordió el labio y reprimió una sonrisa. Rune la miró.

—Bien, señora Giovanni, vamos a intentarlo. A ver qué tal resulta.

—Llámame Pia.

Él asintió.

—Pero antes una cosa. Si traicionáis a Dragos, os destriparé yo mismo.

Pia abrió los ojos de par en par.

—Vaya, listillo, eso nos convierte en amigos para siempre, ¿eh?

Graydon no pudo aguantarse la risa. Al cabo de un momento, Rune también sonrió burlón.

—Muy bien, Pia —dijo—. ¿Qué os gustaría hacer hoy?

Ella lo miró un rato.

—He quedado con Tricks para almorzar. ¿Qué creéis que debo hacer?

Seguramente había dicho lo correcto, pues ambos hombres se relajaron.

—Bueno, ahora que lo decís —dijo Rune—, lo más seguro para vos sería quedaros en el ático. —Pia emitió un suspiro. Él prosiguió—: Pero ya veo que la propuesta va a caer en saco roto. La siguiente cosa más conveniente es permanecer en la Torre. Obedeceremos órdenes y os llevaremos afuera si es esto lo que de veras queréis, pero ahora mismo no me parece una buena idea, y para ser sincero, creo que para Dragos tampoco lo sería.

Pia se quedó pensativa. El breve forcejeo de Dragos con algo no había sido solo imaginación suya. Él había refrenado sus propios impulsos y opiniones para permitirle a ella al menos cierta libertad de elección. Rune siguió hablando.

—Hoy también me gustaría encontrar un momento para ir al gimnasio y revisar juntos algunas sugerencias de seguridad.

Pia volvió a fijarse en él y asintió.

—Vale. He tomado algunas clases que serán de ayuda.

—Sé algo de estas clases. Cardio kickboxing —dijo Graydon—. Turbo dance. Veo publirreportajes.

—Eso no sirve de mucho, Gilligan —soltó Rune.

Pia sonrió.

—Se me ha ocurrido algo. Si no os importa, me gustaría dar una vuelta por la Torre. —Ambos asintieron—. También me tomaría un café con leche de soja y vainilla del Starbucks si no es mucha molestia. Tiene que haber una cafetería cerca. Y necesito unas zapatillas nuevas. Las viejas están para el arrastre. Si puedo acceder a ella, en mi cuenta corriente tengo unos mil doscientos dólares. Luego podemos ir al gimnasio, quizá después de almorzar con Tricks.

Rune se metió la mano en el bolsillo y sacó una tarjeta. La dejó sobre la mesa y la empujó hacia Pia sin decir palabra.

Pia miró. Y miró.

Una American Express Black Centurion. Con su nombre impreso.

En Pia se entrecruzaron a gran velocidad media docena de emociones. Primero la ofensa. ¿Estaba intentando comprarla, como si fuera una puta? ¿Era para que el minúsculo yo de Pia estuviera entretenido mientras él se ocupaba de sus asuntos, hasta que se cansara y se deshiciera de ella? Se agarró las temblorosas manos e hizo profundas y acompasadas inspiraciones hasta recuperar un poco el autocontrol.

Mientras se calmaba recordó lo que había dicho Tricks. Dragos era hombre y dragón a la vez, lo que conllevaba problemas de comunicación.

La última emoción en pasar por la estación fue la del regocijo. Dio un frenazo y se quedó. Dragos no estaba tratándola como a una puta, sino dándole un gusto.

Los grifos la miraban con su rostro impasible.

—Esta tarjeta está tan fuera de lugar que ni siquiera quiero comentar nada. En cierto modo me hace gracia, pero no la quiero. —Como si pudiera explotarle en la cara, puso un dedo en una esquina de la tarjeta y la empujó hacia Rune—. Mira, lo único que quiero es un par de cientos de dólares de mi dinero, un café con leche y unas zapatillas. ¿Entendido?

Esta vez Rune sonrió de verdad al tiempo que él y Graydon se relajaban aún más.

—¿Qué tal si os presto algo de dinero hasta que podamos acceder a vuestra cuenta? Hay un Starbucks en la planta baja, y también otras tiendas, una farmacia CVS y un restaurante bastante decente.

—De acuerdo, gracias.

En ese preciso momento, un hombre delgado y de pelo oscuro irrumpió parloteando en la sala de reuniones. Se trataba del comprador personal, un visón-wyr llamado Stanford.

—Hola, amiga, encantado de conoceros. Mirad lo que os traigo. Un salto de cama de satén de Dolce & Gabbana, oh, os va a quedar estupendo con el pelo y el tono. —Dejó delante de Pia una caja de Saks de la Quinta Avenida, la abrió, y con un teatrero tironcito de la muñeca sacó la prenda agitándola—. Vamos, tocadlo, cariño. Es divino.

Pia escuchaba la incesante cháchara del wyr. Miró la prenda. De Saks. Se apretó con los dedos la piel de encima de la ceja derecha, donde empezaba a notar dolor de cabeza.

—Hola, encantada de conocerte yo también, Stanford. ¿Cuánto te ha costado esto?

El hombre la miró como si a Pia le hubieran salido cuernos.

—¿Costado?

—¿Y por qué lo has comprado? Ya tengo un salto de cama que está muy bien.

Graydon se aclaró la garganta y le dio unos golpecitos en el brazo. Pia se inclinó y él susurró:

—Me parece que el jefe quiere que llevéis algo más que un trapito rosa que apenas os tapa el culo. Pero no me entendáis mal. Es un culo precioso.

Pia dio una sacudida hacia atrás y miró fijamente al grifo.

—¿Perdón?

Al hombretón se le ensombreció el rostro. Alzó un dedo.

—No he querido decir esto, ni avisar de nada ni nada. Joder. Quiero decir, entiendo lo de la tarjeta, pero, en mi opinión, deberíais dejar que el jefe os compre esa prenda. No sé, es que a veces pasan cosas, y nosotros vamos por ahí sin avisar demasiado. Y no le va a gustar que os veamos envuelta en este pañuelito rosa tan mono.

A Pia le rechinaban los dientes. Transcurridos unos instantes, se dirigió a Stanford.

—Gracias por el salto de cama. Es precioso.

El visón-wyr estaba radiante.

—Esto es una chica, ahora nos entendemos. Vamos a cosas más serias, solo nosotros dos cariño. ¡Pareceréis una reina!

—Stanford —dijo Pia mirando al hombrecito—. ¿Vas a comisión o te pagan por horas?

Stanford notó picor en las ventanas de la nariz y negó con la cabeza.

—Oh, nada de comisión, cariño. Nada.

Pia se volvió hacia Rune.

—¿Puedo pedirte prestado algo de efectivo ahora mismo? —Rune sacó la cartera y le dio un billete de cien dólares—. ¿Me devuelves también la tarjeta? —Rune levantó una ceja pardo rojiza y le entregó la Centurion.

Pia se dirigió a Stanford y le dio el billete y la tarjeta.

—Quiero dos cosas, por favor. Primero, coges el dinero, me compras un par de zapatillas deportivas New Balance del número 37 y me devuelves el cambio. Después cogerás la tarjeta y harás un gasto importante en todos los bancos de alimentos de Nueva York.

El hombrecito estaba pálido.

—¿Todos los bancos de alimentos? ¿De la ciudad o de todo el estado?

Pia se quedó con la boca abierta.

—No lo había pensado. Que sean todos los del estado. ¿Cuándo tendré aquí las zapatillas?

—Esta misma tarde —contestó Stanford con semblante apesadumbrado.

—Gracias. —Pia miró a Rune con la lengua entre los dientes—. Ha dicho lo que pidiera, ¿no?

El grifo sonrió burlón.

—Así es.

Después de que Stanford se marchara cabizbajo, los dos grifos la acompañaron a hacer una visita a la Torre tal como habían quedado. Se habían relajado lo bastante para charlar, con lo que todo se tornó más llevadero. Pia se hizo enseguida una idea de la distribución general.

La planta del ático albergaba las dependencias privadas de Dragos. El cuadro que le había llamado la atención la otra noche era efectivamente un Chagall, y colgaba en el vestíbulo frente a un Kandinsky. Aparte del dormitorio que habían ocupado la noche anterior, había otras dos suites, una de las cuales se veía cubierta de pesadas lonas de plástico, pues en ella estaban realizándose arreglos bajo la atenta supervisión de los guardias de seguridad. La cocina del ático parecía sacada de una revista para profesionales. Se hallaba junto a un comedor capaz de alojar cómodamente a doce wyr de buen tamaño. Había una amplia biblioteca con dos claraboyas, envejecidos y confortables sillones de cuero y más de veinte mil volúmenes sobre una gran variedad de temas. También una vitrina de cristal en la que se guardaban los libros más viejos y frágiles.

La zona de uso privado era como el dormitorio. En las ventanas del techo al suelo de una pared se abrían unas cristaleras. Había dos pantallas de plasma de cincuenta pulgadas en cada extremo de la estancia, así como varias zonas de lectura con sillas y sofás y un bar casi del tamaño del Elfie’s. Solo podía acceder al ático personal seleccionado de cocina, seguridad y limpieza.

En la siguiente planta estaban las grandes áreas comunes para trabajadores clave, como el comedor para ejecutivos, la sala de teleconferencias, el gimnasio y la zona de entrenamiento, las oficinas personales de Dragos y un gran vestíbulo para asambleas. Abajo había habitaciones para los centinelas, determinados ejecutivos y funcionarios de la Corte e invitados de otros territorios de las Razas Viejas.

El resto de la Torre estaba ocupado por oficinas comerciales encargadas de asuntos empresariales internacionales, nacionales, de los wyrkind y las Razas Viejas. En dos plantas se alojaban oficinas jurídicas. Un bufete entero de abogados trabajaba para Cuelebre Enterprises en toda clase de cuestiones, desde derecho internacional a relaciones entre las Razas Viejas y los seres humanos, o problemas que pudieran surgir entre las comunidades, como las sanciones comerciales impuestas por los elfos en el territorio de los wyrkind. Los abogados no litigaban ante las Naciones Unidas de los seres humanos, sino ante un tribunal de las Razas Viejas compuesto por representantes de los siete territorios, que atendía y resolvía las disputas legales.

La suntuosidad, la extravagancia de la Torre, con suelos de mármol turco veteado de oro, reluciente cristal esmerilado y pulidos complementos de bronce, era una inmensa proclamación arquitectónica del dinero y el poder de Cuelebre. Pia pensó en la Ciudad Prohibida, en Versalles, en templos erigidos a dioses egipcios. No tan alto como el Empire State Building, con sus 102 plantas, ese edificio era igualmente un palacio en una ciudad que adoraba al dios del comercio.

En mitad del vestíbulo de la planta baja de la Torre había una escultura del siglo III que se elevaba sobre la cabeza de quienes pasaban. Hermana intacta de la deteriorada Victoria alada de Samotracia, expuesta en el Louvre, la escultura representaba a una bella y poderosa diosa de rostro severo. Iba cubierta con una túnica larga y suelta, y las grandes alas surcaban el aire a su espalda. Blandía una espada en una mano, mientras con la otra hacía bocina al lanzar un grito de batalla a unas tropas invisibles. La estatua procedía de la antigua Grecia, pero la inscripción en el moderno pedestal estaba en latín. Y era muy simple: REGNARE. «Reinar».

Para cuando llegaron a la planta baja, Pia estaba sobrecargada, y se sintió más que contenta con su leche de soja y el subidón de cafeína. Graydon tomó un mocha grande y Rune un café con hielo. También pidieron una docena de pastas y varios bocadillos. Luego escogieron una mesa de un rincón. Aunque su actitud era relajada e informal, giraron un poco las sillas para vigilar el resto del Starbucks. También podían ver por las ventanas el tráfico general en la planta baja.

Pia movía distraídamente un pie mientras se bebía la leche. Intentaba no mirar demasiado lo rápido que desaparecía la montaña de comida entre los dos hombres.

—La gente usa palabras como «imperio» —dijo—, pero es imposible de entender a menos que tengas la posibilidad de verlo todo en persona.

—Dragos es quien lo hizo —dijo Rune mientras se zampaba un trozo de pastel de zanahoria—. Hace unos mil quinientos años, se dio cuenta de que los wyr debían unirse y constituir su propia sociedad. Era la única manera de proteger nuestra identidad y nuestros intereses mientras se desarrollaban las sociedades humanas y otras Razas Viejas.

—Sí, ese dragón es un grandísimo hijo de puta —soltó Graydon entre risitas—. Nadie más habría podido hacerlo. Unió a los inmortales y a los mortales, nos hizo tragar sus leyes a la fuerza, y nos pateó duro y fuerte el culo de depredador hasta que empezamos a comportarnos. O eso o morir. Al principio, algunos años fueron jodidos.

—Parece algo espantosamente feudal —dijo Pia, que pasó el dedo por el borde de la tapa de su café.

—No solo parece feudal —señaló Rune—. Es feudal. Pero no creo que haya otro modo de llevar las cosas. Muchos wyr son criaturas pacíficas, como Stanford, que no tiene ningún problema en mezclarse con la sociedad humana. Muchos más necesitan saber que si no obedecen las reglas se les va a acabar el cuento. En el mundo actual ya no cabe otra cosa.

—De esto es de lo que os encargáis vosotros dos, ¿eh, tíos? Cuando no hacéis de canguro, claro.

—Cada uno de los cuatro grifos está al mando de fuerzas wyr que patrullan un cuadrante del territorio —explicó Graydon—. Somos una especie de jefes de policía. Pero ya nos han pillado otras veces para hacer de niñera. —Le dio un golpecito con el hombro—. No sois tan especial, cariño.

Pia se recostó con una sonrisa burlona.

—Gracias, ahora me siento mucho mejor.

En aquel preciso instante a Rune le pitó el reloj de pulsera. Pulsó un botón para hacerlo callar.

—Vuestra hora de almorzar. Ya podemos subir a la oficina de Tricks —dijo poniéndose en pie.

Mientras subían en el ascensor, los hombres charlaban con la soltura que correspondía a una larga amistad. Pia se quedó callada mientras pensaba en su inminente almuerzo con Tricks. Se volvió para mirarse en el espejo de la cabina. Sus tejanos eran de Target, como el salto de cama rosa, y se había recortado el pelo ella misma.

El traje pantalón de seda de Tricks tenía las líneas clásicas de un diseñador famoso, como Ralph Lauren o Dior, y sus elegantes sandalias estilo gladiador seguramente costaban más que un buen coche de segunda mano. Vaya locura esa de hablar con el hada sobre un empleo público conocidísimo. Aunque le ofrecieran el puesto, no podía aceptarlo. Era curioso que no hubiera advertido cosas como esa antes, cuando estaba hablando con Tricks. Cohibida, tiró de la cintura de los tejanos y se alisó el pelo hacia atrás mientras intentaba pensar en formas dignas de dar la talla en la conversación que se avecinaba.

Cuando se acercaban a la planta setenta y nueve, Pia se volvió para mirar otra vez al frente junto a los dos grifos. Se abrieron las puertas para dejar ver a Tricks corriendo hacia ellos, con los pequeños puños cerrados y la dulce cara de duendecillo transformada por la furia. El hada dobló la esquina de un salto y se quedó con la espalda pegada a la pared y la atención claramente centrada en el pasillo de detrás.

Pia observó vacilante primero a Rune y luego a Graydon. Los dos grifos intercambiaron una mirada. En un movimiento aparentemente fortuito, Rune la tomó del brazo, instándola en silencio a situarse en un rincón de la cabina mientras mantenía pulsado el botón de apertura de la puerta. Graydon se llevó una mano al arma de la pistolera.

Pisando los talones del hada apareció de repente el gigantesco indio americano que Pia había visto en el grupo de centinelas que dieran la bienvenida a Dragos tras su regreso a Nueva York. Con su metro noventa, sus cien kilos, sus tatuajes de alambre de espino rodeando gruesos bíceps y su recortado pelo negro, el macho wyr era una imagen no menos aterradora a plena luz del día que de noche. Daba la impresión de que le habían tallado el rostro a hachazos.

Retumbó un trueno a lo lejos. Graydon alzó las cejas. Bien porque no se diese cuenta, bien porque no le importase su presencia, el macho dobló la esquina embistiendo. Desde detrás, Tricks le golpeó el cogote con la mano plana.

El indio giró al punto sobre sus talones. Agarró a Tricks por los hombros y la levantó hasta quedar ambas narices frente a frente.

Pia emitió un ruido involuntario. Movida por el instinto, intentó avanzar, hacer algo para ayudar a la frágil hada. La mano de Rune le apretó el brazo y la retuvo en el sitio.

—No cuando hay un trueno en el aire —le susurró.

¿Qué demonios quería decir eso?

Tricks gritó a quemarropa al iracundo rostro del macho wyr.

—¡Estoy hasta el moño de tus gilipolleces y de tu mala leche, Tiago! Haz el favor de recordar que no me llamo «condenada Tricks» ni «maldita sea, Tricks». En lo sucesivo, esas expresiones serán ilegales… ¡cuando vuelvas a chillarme con esa boca mejor que digas «maldita sea, señora»!

Se miraron uno a otro durante unos instantes de tensión. Acto seguido, la furia en la cara de Tiago se hizo añicos.

—¿En lo sucesivo? —dijo; y soltó una risita—. Estás de broma, ¿no?

Ella le dio un puntapié en la espinilla.

—¡Ni se te ocurra reírte de mí!

Entonces el indio se rio con más fuerza, y el implacable asesino de la cara esculpida a hachazos se convirtió en un hombre guapo.

—Cuando te pones así estás monísima. Fíjate. Se te ha vuelto rosa las puntas de las orejas.

A medida que se desvanecía la cólera del macho wyr, el hada parecía comprimirse, incluso vibrar, aún con más furia.

—Te has equivocado, imbécil —le espetó. Armó el puño y se lo estampó en el ojo.

A la risa de Tiago le entró hipo.

—Ay. —Se puso la mano en el ojo y la fulminó con la mirada—. Ya puedes tener todas las rabietas que quieras… pero tú no te vas de Nueva York sin escolta wyr.

Tras una señal tácita que Pia no captó, Rune y Graydon se relajaron. La mano de Graydon se retiró de la pistolera al tiempo que Rune soltaba a Pia. Ella lo miró airada y se frotó el brazo, pese a que él había procurado no causarle molestias. Siguió a los grifos fuera del ascensor.

—Tiago —dijo Tricks, que sonaba muy harta—. En primer lugar, Urien aún no está muerto.

—Le doy una semana —dijo Tiago.

—Segundo —prosiguió el hada—, una vez esté muerto, Dragos y yo ya hemos decidido que no irá conmigo ningún wyr cuando yo me vaya. Los fae oscuros jamás aceptarían la presencia de una fuerza wyr, y si alguno de los otros territorios llega a sospechar siquiera que los wyr intentan controlar la sucesión de los fae oscuros, lo tendremos muy crudo.

—Es una verdadera locura —soltó Tiago con tono rotundo. Cruzó los brazos, lo que resaltó los gruesos músculos—. No va a ser posible.

—Tercero. —Tricks seguía hablando con los dientes apretados—. Voy a ser reina. Es el juego de piedra-papel-tijera. La reina gana al gilipollas señor de los wyr. Entiendo que estás acostumbrado a comandar tu propio ejército, dando vueltas por ahí y matando y haciendo lo que te sale de las narices. Pero esto no pasa en Nueva York ni a mi alrededor. Olvídate de todo o vete a casa. Si es que tienes casa. Si vives siquiera en una casa.

Tiago puso mala cara.

—Vivo en una casa cuando tengo tiempo.

Rune se acercó con gesto exigente.

—¿Cuándo habéis decidido Dragos y tú que te marcharías de Nueva York sin escolta wyr?

El hada le lanzó una mirada de fastidio.

—Lo hemos hablado esta mañana.

Graydon se sumó al trío.

—Cielo, creo que deberíamos reconsiderar esa decisión. Va a haber una conmoción de narices cuando reveles tu verdadera identidad. Casi todo el mundo cree que de tu familia no queda nadie. Habrá algunos fae oscuros que se sentirán tremendamente descolocados cuando sepan que eres la heredera de su trono.

Tricks se palmeó los oídos con las manos.

—No estamos hablando de esto. Yo no estoy hablando de esto.

Todavía de pie junto al ascensor, Pia observaba fascinada al enojado cuarteto. No entendía lo que había acabado de pasar, pero quedaba claro que los cuatro estaban unidos por algo mucho más fuerte que la política entre Razas Viejas. Se encontraban en medio de una pelea familiar demoledora, que venía de lejos.

Pia miró alrededor sintiéndose incómoda y en cierto modo intrusa. Sabía dónde estaban por el paseo anterior. Al final del pasillo había unas grandes puertas dobles de roble, ahora abiertas. Conducían a las oficinas de Dragos.

Vencida por la curiosidad, Pia bajó lentamente por el pasillo y miró en el sanctasanctórum para descubrir mobiliario aún más lujoso y un galopante despliegue de riqueza. Tomó aire. No reconoció un montón de obras de arte que había visto en el ático, pero estaba bastante segura de que contemplaba un cuadro de Jackson Pollock colgado justo enfrente de las puertas abiertas.

Dragos estaba ahí cerca, enfrascado en una conversación con un joven grandote y greñudo que parecía muy hecho polvo pese a lucir un traje caro. Dragos la vio y sonrió. La calidez de esa sonrisa la invadió. Pia sonrió también.

Un instante después, el rostro de Dragos se oscureció de rabia, una transformación tan rápida, inexplicable e inesperada que ella retrocedió. Él se le acercó y la atrajo a su lado de un tirón.

—No está sola. Estamos aquí, con ella —dijo Graydon desde la esquina, detrás de Pia. El grifo la había seguido. Se hallaba apenas a dos metros, relajado pero alerta, de espaldas a la pared.

Pia miró alrededor mientras inspeccionaba el pasillo. Rune estaba unos metros más allá. Seguía discutiendo con Tiago y Tricks, pero se había colocado entre ellos y Graydon y Pia.

El cuerpo de Dragos perdió su rigidez, y su semblante se relajó. Entonces Pia lo entendió. Se pellizcó el labio inferior entre el pulgar y el índice. La mirada furiosa de Dragos no había sido por ella, sino por sus guardaespaldas.

—Si alguna vez te hago enfadar… otra vez… dame la oportunidad de disculparme, ¿de acuerdo?

Él le cogió la mano, la llevó hasta la boca y se apresuró a besársela.

—No me harás enfadar nunca más.

Pia fue perfectamente consciente de la fascinada mirada del greñudo joven. Se le oscurecieron los pómulos. Dio unas palmaditas a Dragos en el brazo y susurró:

—Será así si tú te lo crees, grandullón.

Dragos se volvió tirando de ella.

—Pia, te presento a uno de mis ayudantes. Kristoff.

Pia cruzó su mirada con la del peludo wyr, iluminada de reconocimiento. El joven le dedicó una sonrisa tímida.

—Hola.

A Pia esto la animó. No desagradaba a todo el mundo a primera vista.

—Encantada de conocerte —contestó.

—Tómate diez minutos —dijo Dragos a Kristoff. Hizo pasar a Pia al despacho.

Se alzaron unas persianas de las dos paredes exteriores, y la brillante y caliente luz del sol de primera hora de la tarde llenó el enorme despacho. Pia parpadeó deslumbrada. Hizo un gesto hacia la puerta y dijo: —No era mi intención interrumpir. Estaban ocupados hablando y se me ha ocurrido echar un vistazo…

—Son ellos quienes han interrumpido. Con el ruido que hacen despertarían a los muertos —dijo Dragos, que pulsó un botón de la pared. Con un ronroneo casi inaudible, las persianas se cerraron a medias sobre las ventanas, lo que daba algo de sombra.

—Tu llegada ha sido de lo más oportuna.

La atención de Pia regresó a las ventanas y al cielo azul despejado.

—¿Se ha oído un trueno?

Dragos exhaló un suspiro.

—La forma wyr de Tiago es el ave fénix. Cuando la pierde, se oyen rayos y truenos. En combate es algo digno de ver. Por lo general su carácter es mucho más mesurado, pero es que ahora mismo todos tienen los nervios a flor de piel.

Pia vio los dos cuadros de la pared.

—Son maravillosos —exclamó. Se acercó.

El efecto de paisaje aéreo había sido creado mediante una combinación de medios, con pintura, tela, purpurina y abalorios. En el diurno se veía un río que cruzaba el lienzo. El nocturno transmitía la impresión de ciudades desperdigadas por un mosaico de tierra. Eran de lo más apropiados para él. Pia se lo figuraba sentado a la mesa y mirándolos e imaginando que los sobrevolaba y contemplaba las partes constitutivas del todo. Se volvió para sonreírle encantada.

—Más patrones.

La expresión de Dragos se iluminó con una mezcla de sorpresa y placer.

—Sí.

Se volvieron ambos al oír unos golpecitos. Tricks lucía una sonrisa avergonzada en el umbral. Se dirigió a Pia.

—Lamento que hayas tenido que presenciar lo sucedido en el pasillo.

—«Maldita sea, señora» —dijo Dragos al hada con una sonrisa burlona.

Tricks se sonrojó.

—¿Qué pasa? ¿Nunca habéis dicho nada estúpido en un ataque de mal genio?

—Nunca —respondió Dragos, que agarró a Pia de la muñeca y la atrajo hacia sí mientras se apoyaba en el escritorio. Colocada a su lado, él le trazaba ligeros círculos en la espalda.

Pia tosió. Dragos la miró.

—¿Y el bramido de la semana pasada? —masculló ella tras su mano.

Los dedos de Dragos se deslizaron bajo el dobladillo de la blusa, y la pellizcó. Pia se irguió de golpe y puso cara de enojo.

Absorta en sus propias quejas, Trick no advertía la otra escena.

—Dragos —dijo—, esto no puede ser. Tiago me hace la vida imposible.

—Desde luego —contestó Dragos.

Tricks frunció el entrecejo.

—Tengo buena amistad con todos los demás centinelas —dijo a Pia—, pero a este casi no le conozco. Siempre anda por ahí peleando. En los últimos doscientos años, siempre que le han mandado llamar a Nueva York, habremos tenido una docena de conversaciones. De repente se enfurece, empieza a liarla y cree que puede decirme qué debo hacer. —El hada se volvió hacia Dragos—. Es un perro callejero. Debería tener vetado su acceso a la casa. ¿Por qué no lo mandáis de vuelta a Sudamérica?

—El contrato de Sudamérica no tiene importancia. Lo he anulado hace media hora —explicó Dragos—. Estamos haciendo venir al resto de las tropas.

A Tricks se le combaron los delgados hombros. Era como si hubiese visto hacerse añicos su vida alrededor. Pia hizo un mohín de compasión con la boca. Sabía muy bien cómo se sentía el hada.

Tricks le dirigió una sonrisa tétrica.

—¿Qué tal un poco de alcohol en el almuerzo?

—A mí me parece bien —dijo Pia.