Tras un impasse, Pia saltó de la cama, agarró el costurero y entró bruscamente en el vestidor.
—No puedo creer que me pidas eso.
Dragos la siguió y apoyó un hombro en la jamba de la puerta. Se había puesto unos pantalones negros de seda. Le brillaban los ojos dorados.
—Salta a la vista que me curaste con tu sangre. Por eso estabas tan impaciente por destruirla. Tu sangre dice algo importante de ti. No puedes dejar ningún resto atrás.
Pia captó la relajada figura y apartó la vista con determinación. Sí, no había palabras para definir su atractivo. Pero también era absolutamente insufrible y no tenía un gramo de vergüenza a su nombre.
—Supongo que cuando prometiste no preguntarme al respecto, querías decir que no preguntarías si no te apetecía —dijo Pia con dureza. Metió el costurero en un cajón y pasó por su lado rozándolo.
—Por supuesto. —Él se volvió y la siguió—. Aprendí eso de alguien a quien conoces. Ya sabes, alguien que prometió no discutir si no quería hacerlo —dijo levantando las cejas—. A ver, ¿quién podría ser?
Pia se le acercó furiosa y le levantó un dedo frente a la nariz.
—Aquello era diferente.
—¿Y eso?
—Nos encontrábamos en una situación delicada. A veces me reservo el derecho a saber mejor que tú lo que hay que hacer. Así que discutiré contigo siempre que tenga ganas de discutir, grandullón.
A Dragos se le quedó la boca plana. Cruzó los brazos. Estaba claro que el dedo y la actitud de Pia no le habían impresionado.
—¿Como en el coche con los goblins mirando?
Pia frunció el ceño.
—Fue un error, ya lo he reconocido y he pedido disculpas. También quiero aclarar que si hubiera sido una buena chica y hubiera obedecido todas las órdenes que dabas sin parar, seguramente seguiría en mi celda. Mi iniciativa te salvó el pellejo.
—Yo también he reconocido eso —dijo Dragos con los ojos entrecerrados. Acercó su nariz a la de ella—. Estás desviándote del tema. No quieres hablar realmente de esto, ¿verdad?
Pia retrocedió y abrió los ojos de par en par.
—¿Qué parte de «no preguntar al respecto» te ha dado esa idea?
Dragos siguió al acecho, moviendo el cuerpo con elegancia liquida.
—Veamos, ¿qué sabemos? No se te resiste ninguna cerradura, eres herbívora, tienes que llevar un hechizo apagador para parecer humana y los elfos veneraban a tu madre.
—Basta —susurró Pia. Daba la sensación de que él estaba despellejándola viva, dejándolo todo al descubierto. En aquella mirada de depredador no había piedad.
—Mira, noté el Poder de tu sangre cuando te limpié en el coche. Después, en la llanura, cuando me tocaste con la mano, pensé que ibas a tirarme al suelo. Sin embargo, no estabas segura de que pudiera funcionar. Es porque eres mestiza, ¿no? Todas estas facultades proceden de tu sangre wyrkind. Te las transmitió tu madre.
Pia apartó la vista y miró la habitación. Parecía mucho más pequeña que antes. Se dirigió a las cristaleras, las abrió y se precipitó al exterior, desesperada por intentar respirar aire fresco.
Eso fue justo antes de ver que no había baranda ni pared, sino solo un alféizar recto y plano. Le cardaban el pelo ráfagas de viento bruscas y sibilantes. Alrededor todo empezó a dar vueltas y a ladearse. Unos brazos fuertes la agarraron y sujetaron al punto.
—Mierda —soltó ella, temblando agarrada al brazo de Dragos—. No hay baranda.
—En el vuelo lo hiciste muy bien. Creía que no tenías miedo a las alturas —dijo él. La hizo entrar con un brazo alrededor de la cintura y cerró las puertas. Torció el gesto—. Estás blanca como la cera.
—No tengo ningún problema con las alturas… ¡Cuando hay una baranda! ¡O una pared, o una barrera de algún tipo! —Señaló hacia la ventana—. Hay una caída de ochenta plantas en línea recta. No está mal para alguien sin alas o sin paracaídas.
—Pia, ahora el borde está a unos buenos seis metros. —La mano de Dragos era suave mientras le frotaba el brazo.
—Ya lo sé. ¿He dicho acaso que estuviera siendo razonable? —soltó ella. La vergüenza y el miedo la volvían aún más irritable. Recuperó el equilibrio y se estiró zafándose de él. Sonó un golpe brusco en la puerta. Entraron Rune y Graydon. Pia levantó las manos y espetó—: Pero ¿es que en este lugar nadie espera que le den permiso para entrar?
Los dos hombres se quedaron paralizados. Miraron a Pia, con el pelo rubio alborotado y la cara furiosa, un salto de cama rosa largo hasta el muslo y unas piernas delicadamente torneadas hasta unos dedos con las uñas pintadas de rojo. Luego miraron a Dragos, con sus pantalones de pijama de seda, el pecho desnudo y una trenza de pelo rubio en una muñeca oscura.
Pia entró en el baño como un vendaval y Dragos la siguió. Ella cerró de un portazo. Él se puso las manos en las caderas y le habló a través de la hoja.
—No hemos terminado de discutir esto.
La puerta del baño se abrió.
—¡Y mi madre no es asunto tuyo! —le soltó Pia, que volvió a cerrar de golpe.
Dragos se volvió y miró a los dos hombres. Graydon, el más musculoso de los grifos, había empezado a menear la cabeza y a retirarse de la habitación. Rune solo miraba.
—¿Qué? —dijo Dragos.
—¿Quién sois y qué habéis hecho con Dragos? —preguntó Rune.
Dragos les dirigió su sonrisa tenebrosa.
—No tenía ni idea de que esto podía ser tan divertido.
—Pensábamos que estaríais listo para acometer las tareas del día. Hay una lista de asuntos que reclaman vuestra atención —dijo Rune.
—Nos vamos y ya volveremos bastante más tarde —terció Graydon.
—No, no hace falta que os toméis la molestia. —Se acercó al carrito y se puso a examinar el contenido bajo las tapas de plata. En un plato había copos de avena con nueces y manzanas. Lo cubrió otra vez. El otro tenía una libra de bacon frito y media docena de huevos revueltos. Cogió un tenedor.
—Prepara un poco de café —le dijo a Graydon. Hizo una pausa y se quedó pensativo—. Por favor.
Graydon volvió la cabeza y miró a Rune abriendo los ojos de par en par.
—Si, mi señor —dijo.
Dragos se sentó en un sofá, cogió el mando a distancia y puso la CNN. Desayunaba a base de mordiscos rápidos y eficientes. Rune se despatarró en otro sofá. Graydon llevó tres tazas de café desde el bar-encimera.
Con los ojos en los titulares matutinos, Dragos dijo:
—Se acabó lo de entrar sin llamar.
—Nunca más —dijo Graydon. Al grifo se le notaba fervor en la voz—. Transmitiremos la orden.
—El hada del desayuno sin duda ya lo ha hecho —comentó Dragos en torno a un bocado de bacon—. Y vosotros dos, payasos, no habéis hecho caso.
—El hada del desayuno. —Rune se pellizcó la nariz y tosió. Unos divertidos ojos dorados se cruzaron con los suyos; a renglón seguido, volvió a fijarse en la cinta de teleimpresora de la pantalla.
—¿Qué asuntos hemos de tratar?
Terminó de comer mientras escuchaba. Repasaron una lista de cosas, una gran variedad de cuestiones domésticas, administrativas, empresariales y militares. Dragos habló de todo con su acostumbrada contundencia. Los dos grifos se pusieron a comunicar las órdenes telepáticamente a las personas pertinentes.
Se abrió la puerta del baño, y el olor a Chanel flotó por toda la estancia. Los hombres se quedaron en silencio. Salió Pia llevando su corto salto de cama rosa. Entró en el vestidor y cerró la puerta. Dragos frunció el ceño.
—Consigue un comprador personal para Pia. Y que en la lista haya un salto de cama más largo.
—Muy bien. —Graydon parecía estar siendo sometido a tortura.
—¿Los albañiles han arreglado ya el otro dormitorio?
—Casi —contestó Rune—. Se produjo cierto daño estructural cuando, eh, disteis un puñetazo a la pared. Están procurando ser lo más silenciosos posible. Como está en el otro lado del edificio, el ruido no es excesivo. Ya saben que de vez en cuando deben parar, y están listos para trabajar en función de vuestro horario cuando haga falta.
Dragos miró por la ventana y se frotó la barbilla.
—Cuando hayan terminado, que levanten un muro en el balcón. Que rodee la mitad del edificio y que tenga puertas en los extremos. Aún quedará mucho alféizar descubierto.
Pia salió luciendo unos tejanos de tiro bajo y una ceñida camiseta azul de manga larga que dejaba ver el ombligo. Bajo un brazo llevaba un bolso de tela con cremallera. Hizo una pausa y con expresión vacilante desplazó la mirada desde los tres hombres al carrito del desayuno y la cama por hacer. Parecía mucho más tranquila.
Dragos se levantó del sofá y caminó hasta el carrito.
—Ven y desayuna con nosotros —dijo. Dejó su plato vacío y cogió el cuenco de avena y una cuchara—. ¿Te apetece café?
Pia asintió y lo siguió hasta los sofás. Graydon se puso en pie.
Dragos dejó la avena y la cuchara en un extremo de la mesa, junto al sofá donde estaba él sentado.
—Te traigo una taza —le dijo. Graydon se quedó a medio camino en su acción de sentarse.
Pia miró a Dragos con recelo.
—¿Estás haciéndome la pelota?
—Por supuesto. —Dragos se inclinó para darle un beso rápido. Las mejillas de Pia adquirieron un tono moreno. Él le tocó un pómulo alto y delicado.
Pia miró de reojo a los otros dos hombres. Iban con tejanos y camiseta. Las cazadoras de cuero colgaban del respaldo del sofá; cada uno llevaba una pistolera y un arma. Ella sospechó que tenían otras armas ocultas.
Graydon parecía estar viendo un choque de trenes. Rune seguía despatarrado, las largas piernas extendidas, el semblante indescifrable. Pia se acurrucó en un extremo del sofá, dio a Dragos las gracias por el café mientras este se sentaba a su lado y se concentró en mantener la cabeza gacha y comerse el desayuno mientras ellos hablaban. Volvía a tener tanta hambre que casi inhalaba la avena.
Sacó del bolso una botellita de quitaesmalte, bolitas de algodón y un frasco de esmalte de uñas Dusky Rose. Se limpió el desprendido barniz rojo, metió bolitas entre los delgados dedos y procedió a pintarse las uñas.
Por la descripción de Dragos, la Torre de Cuelebre era una pequeña ciudad. Escuchando a los hombres, Pia no alcanzaba siquiera a imaginar las dimensiones y la complejidad de Cuelebre Enterprises. Venía a ser la corporación global.
Hubo una pausa en la conversación. Pia alzó la vista. Dragos se había girado hacia ella, una larga pierna enganchada en los cojines, un brazo por detrás del respaldo. Ladeaba la cabeza mientras le observaba los pies. Ella miró a los otros dos hombres. De esa dirección aún no llegaba demasiada simpatía. Bajó los ojos a sus dedos a medio pintar y se ruborizó.
—Voy al cuarto de baño —dijo.
—No —dijo Dragos—. Tienes que estar cómoda aquí.
Pia suspiró y habló entre dientes:
—No puedes dictar cosas así, grandullón.
—Yo puedo dictar lo que me dé la gana —replicó él.
Ella puso los ojos en blanco. Decidió no hacer caso de los otros dos y siguió pintándose las uñas. Terminó con un pie y comenzó con el otro.
—¿Algo más? —preguntó Dragos a los grifos.
—Una última cosa —dijo Rune—. El gran señor de los elfos exige una teleconferencia y pruebas del buen estado de Pia. Ella se ha convertido en una especie de problema. —La inexpresiva mirada del grifo pardo rojizo saltó a Pia. Acto seguido la desvió. Dentro de Pia prendió un enfado súbito.
—No soy ningún problema —anunció. Acabó de pintarse el dedo meñique—. Soy una «consideración táctica».
Dragos le puso la mano en el hombro, que estrujó ligeramente. Ella lo miró de soslayo. Él le sonrió. A continuación se dirigió a Rune:
—Que el gran señor de los elfos se vaya a la mierda. Puedes decírselo tal cual.
—Señora Giovanni —dijo Rune—. Perdonadme. No quería decir que fueseis un problema. Quería decir que los elfos están convirtiendo vuestro asunto en un problema.
Con el mentón apoyado en una rodilla levantada, Pia miró al grifo. La disculpa sonaba demasiado facilona, el atractivo rostro demasiado tranquilo.
Muy ladino, pero no creo que hayas querido decir eso. Lo miró con dureza para asegurarse de que lo captaba.
Pero ahora no era el momento de tener otro enfrentamiento. En vez de ello, dijo:
—Si están convirtiendo mi asunto en un problema, ¿por qué no arreglamos esto de una vez? —Se volvió hacia Dragos y le indicó—: Prepara la teleconferencia y déjame estar presente.
Los blancos dientes de Dragos fueron muy reveladores mientras enunciaba lo siguiente:
—No tengo intención alguna de acceder a las exigencias de ese hijo de puta.
Pia dejó a un lado el esmalte de uñas y posó su mano sobre la de Dragos.
—¿Tan importante es? —le dijo. Él la miró desde la oscura raja de sus cejas, contumaces los ojos dorados. Ella le frotó el dorso de la mano con el pulgar—. ¿No sería mejor que los elfos se callaran y se fueran y ya está? Imagina que ya no les da un ataque cuando te vean pasar por su patio trasero. Porque no es que te comas sus tulipanes o caves hoyos en su terreno. No te measte en ningún árbol mientras yo no miraba, ¿verdad?
Se disipó el nubarrón que había oscurecido el rostro de Dragos, que se echó a reír.
—Si lo pienso, lo hago.
Rune sonrió burlón. Graydon soltó un resoplido y se tapó la sonrisa con una mano grande como una bandeja.
Pia agachó la cabeza y se sacó las bolitas de algodón de entre los dedos. No era señal de aceptación. Pero al menos era algo.
Mientras Dragos se duchaba y se vestía, Pia cedió al impulso que la carcomía desde que Rune y Graydon entraran en la habitación, e hizo la cama con rápida eficiencia. Tan pronto hubo terminado se sintió mejor, menos desprotegida, aunque estaba más claro que el agua que ella y Dragos habían compartido esa cama la noche anterior. Evitó las miradas disimuladas de los grifos mientras en un segundo plano la CNN seguía dando las noticias.
Dragos salió con botas, uniforme de faena y una camisa negra que se amoldaba al musculado torso. A Pia no se le escapó el simbolismo del atuendo. Él conservaba una actitud combativa. Ella pasó agachada por su lado para ponerse unas sandalias. Escogió unas negras con correas cubiertas de lentejuelas plateadas y tacones bajos. Añoraba sus zapatillas. Habían sido un verdadero derroche, hechas a medida, pero dudaba de que se pudiera quitar la mugre y la sangre seca en grado suficiente para volver a sentirse cómoda con ellas.
Dragos encabezó la comitiva hasta la planta de abajo. Pia tenía que trotar para seguir el paso. Rune y Graydon se quedaban atrás. Ella miraba alrededor captando todo lo posible sobre la marcha. Se sintió desorientada. No conocía la distribución del ático, y no se hacía una idea de la distribución de esa planta. Pasaron frente a un enorme gimnasio con salas de aerobic, musculación y entrenamiento con armas. Miró por las ventanas a cuatro wyr que practicaban un ejercicio con espadas y casi se estampa contra la pared. Dragos alargó la mano de inmediato y le enderezó el rumbo.
La presencia de Dragos era un ariete que despejaba el camino. Al verlos acercarse, todos cedían el paso y saludaban a Dragos con un surtido de gestos, inclinaciones y otros signos de respeto. Pia procuró no fijarse en ninguna de las innumerables caras desconocidas y miradas curiosas.
Llegaron a una sala de reuniones, con un hermoso acabado y construida a la misma escala inmensa que lo demás. Ya había allí un par de personas. El hada relaciones públicas de Cuelebre Enterprises, Thistle Periwinkle, adoptaba una postura formal, con las manos agarradas a la altura de la cintura. Lucía un traje chaqueta de seda azul claro y sandalias estilo gladiador. Con apenas metro cincuenta de altura, parecía aún más diminuta al estar rodeada por wyr descomunales. El hada miraba hacia una pared y hablaba en elfo. Ya había comenzado la teleconferencia.
Dragos tomó a Pia de la mano y avanzó a zancadas. Mirando a Pia con curiosidad, el hada se apartó. Dragos se dio la vuelta para quedar frente a la gran pantalla. Rune y Graydon tomaron posiciones a su espalda.
Llenaban la pantalla tres delgados elfos. Se hallaban en una soleada oficina parecida a una sala de reuniones. Ferion estaba a la derecha. En la izquierda había una elegante mujer elfo de largo pelo negro y mirada iluminada por las estrellas. El elfo del centro tenía la misma belleza intemporal que los demás, pero el Poder de sus ojos era palpable aun en la distancia de la teleconferencia.
Cuando vieron a Dragos, todos adoptaron una expresión fría. La mirada del gran señor de los elfos emitía destellos. Dragos parecía indiferente, con una postura corporal agresiva. El rostro se le había vuelto peligroso, y sus ojos eran planos y perversos.
Pues muy bien. Quizá no había sido tan buena idea.
El gran señor de los elfos miró a Pia, y apareció la primavera en su elegante cara invernal.
—Vemos que Ferion no exageraba —dijo con una grave voz musical e inclinó la cabeza hacia ella—. Mi señora. Es un gran placer conoceros. Soy Calondir y ella es mi consorte, doña Beluviel.
Bajo la piel de Pia se instaló un temblor sutil. Regresó la sensación de desprotección, que esta vez era casi insoportable. En una larguísima serie de malas ideas, llevar a cabo esa teleconferencia delante de testigos era ya el colmo. Los dedos de Dragos le apretaron los suyos hasta hacerle daño.
Pia aspiró hondo. Ya era demasiado tarde para volverse atrás. Además, a lo mejor se le presentaba la posibilidad de volver a meter la pata.
—Yo también me siento muy honrada de conoceros —dijo—. Por favor, perdonadme. No conozco la etiqueta de la Corte.
La mujer elfo le dirigió una sonrisa.
—Esas cosas no valen nada al lado de un buen corazón.
—Queríais ver si ella estaba bien. Lo está. Hemos terminado —dijo Dragos.
—Esperad. Queremos oírlo de ella misma —dijo Calondir con tono glacial. El gran señor de los elfos miró a Pia—. Señora, ¿estáis bien?
Pia miró el perfil pétreo de Dragos y a los elfos nuevamente.
—Están tratándome con gran gentileza, mi señor —dijo sin pensarlo—. Aunque no quería hacerlo, la verdad es que cometí un crimen. Dragos ha oído las circunstancias de lo sucedido y lo que me impulsó. Ha decidido perdonarme. Yo os pediría con todo respeto que consideraseis la posibilidad de hacer lo mismo. Sus acciones no os han provocado daño alguno. Sin embargo, yo sí le causé mucho perjuicio, lo cual lamento profundamente.
En la sala de reuniones se notó cierto revuelo, un suspiro de movimiento. Dragos se volvió hacia ella. El gran señor la contempló serio un buen rato.
—Pensaremos en vuestras palabras —dijo al fin—. Si la Gran Bestia es capaz de perdonar, quizá nosotros no podamos ser menos.
Incómoda, Pia se inclinó ante el gran señor de los elfos.
—Gracias. Os lo agradezco de veras.
—Entretanto, os invitamos a que vengáis a visitarnos —dijo Beluviel, cuyos sonrientes ojos transmitían calidez—. Vuestra presencia nos dará un gran placer. Hablaríamos de… bueno, de cosas de hace mucho tiempo.
Pia dedujo de eso que Beluviel había conocido y querido a su madre. Se le empañaron los ojos y asintió.
Dragos dio un paso al frente y colocó a Pia a su espalda. El gesto era inequívocamente posesivo. Incluso con la limitada visión que tenía tras el hombro de Dragos, vio que los elfos se habían puesto tensos.
—¡Basta! ¡Qué te pasa! —le susurró. Dragos iba a deshacer todo lo que ella intentaba hacer por él. Le empujó el brazo. Era como tratar de mover una roca. Dragos se volvió y la fulminó con la mirada. Pia se inclinó a un lado para ver la pantalla.
»Hablaré con él —prometió a los elfos.
El gran señor de los elfos arqueó las cejas. La cara de Ferion era la viva imagen de la ofensa. Beluviel parecía desconcertada. La mujer elfo había empezado a sonreír cuando la pantalla quedó en blanco.
Dragos arremetió contra ella. Estaba furioso.
—¡No vas a visitar a los elfos!
—¿He dicho yo que iría a visitar a los elfos? —soltó ella—. ¡Estaba siendo educada! ¡Quizás alguna vez hayas visto esa palabra en un diccionario!
Dragos miró alrededor con gesto airado.
—Fuera.
La sala se quedó vacía. Thistle dirigió a Pia una jubilosa sonrisa de oreja a oreja, pulgar y meñique arriba a modo de teléfono. «Hablaremos», dijo solo moviendo los labios, y salió por la puerta de un brinco.
Pia tiraba con fuerza. Dragos se negaba a soltarle el brazo. Suspiró y se tapó los ojos con una mano mientras se le combaban los hombros.
—Cómo he llegado aquí y qué demonios estoy haciendo —masculló para sí.
A su lado, Dragos respiró hondo varias veces. Pia percibía que el aire en torno a él ardía de Poder. Estaba muy enfadado con ella, quizá por primera vez desde la playa. Le soltó el brazo y empezó a dar vueltas alrededor.
—Los elfos saben más de ti que yo —le gruñó al oído al pasar—. Es inaceptable. Saben quién era tu madre. También inaceptable. Quieren que vayas a vivir con ellos. Son enemigos míos.
La desprotección, la tensión constante, las incertidumbres de su situación presente… ya era demasiado.
—¡Lo único que quería era ayudarte! —gritó Pia de sopetón. Alzó los brazos por encima de la cabeza y se echó a llorar.
Dragos se puso a blasfemar, un torrente ininterrumpido de vitriolo. Le apoyó las manos en los hombros. Ella se echó hacia atrás y le dio la espalda. Él la rodeó con los brazos. La atrajo hacia sí, curvándose, apoyando la cabeza en la de ella.
—Chis —dijo, sonando todavía enfadado—. Basta. Cálmate.
Pia sollozó con más fuerza y encorvó los hombros, oponiendo resistencia.
A Dragos se le crispó el cuerpo.
—Pia, por favor, no te apartes de mí —dijo. Parecía tenso.
Esto atrajo su atención, por lo que le dejó darle la vuelta. Dragos se apoyó en la mesa de reuniones, le bajó los brazos y la mantuvo sujeta. Pia apoyó el cuerpo en él y descansó la cabeza en su hombro.
—No debía contarle a nadie nada sobre mí —dijo ella. Por las mejillas le corrían lágrimas que le empapaban la camiseta—. Tenía que vivir mi vida en secreto. Pero no quería estar sola. Todo lo que conté fue un puto secreto que cada vez me pesa más. Primero Keith, luego tú, después los elfos, los goblins, el rey de los fae, más elfos y toda la gente de esta sala mirando, y tú venga a meterte conmigo, y venga, hasta que ya no he podido más.
Dragos descansó la mejilla en la cabeza de Pia y le acarició la espalda.
—Estoy desahuciado, soy un caso terminal de curiosidad —dijo—. Soy celoso, egoísta, codicioso, territorial y posesivo. Tengo un mal genio tremendo, y sé que puedo ser un cruel hijo de puta. —Ladeó la cabeza—. En fin, antes comía personas.
Si quería sacudirla para que dejara de llorar, logró su propósito. De Pia brotó un resoplido.
—Esto es espantoso —dijo con la nariz atascada—. Espantoso, en serio. No tiene gracia. No estoy riendo.
Dragos emitió un suspiro.
—De eso hace mucho tiempo. Miles de años. En otro tiempo fui realmente la bestia que dicen los elfos.
Pia cerró los ojos, aspiró profundamente con un estremecimiento y pasó los dedos por la costura de la camiseta de Dragos.
—¿Y por qué paraste?
—Tuve una conversación con alguien. Fue una iluminación. —Su voz era compungida. Acunó a Pia—. Juré que en lo sucesivo no comería nada que pudiera hablar.
—Eh, esa es tu versión de volverse uno vegetariano, ¿no? —dijo ella.
Dragos se echó a reír.
—Supongo que sí. Todo esto es un largo rodeo para decir que lo siento. No siempre capto los matices emocionales de una situación y no quería hacerte llorar.
—Es todo, no solo tú. —Pia volvió la cabeza y pegó la cara al cuello de Dragos.
Él la abrazó con más fuerza.
—Quiero que confíes en mí más de lo que confiaste en ese tarado novio tuyo.
Pia suspiró.
—¿Por qué no dejas eso de una vez? Además es exnovio. Ex. Y en todo caso está muerto.
—Necesito que me digas quién y qué eres, no solo porque yo quiera saberlo, sino porque tú quieras decírmelo.
—¿Por qué? —susurró Pia.
—Porque eres mía —soltó él.
—No soy solo una posesión, como quien tiene una lámpara. —Se apartó y lo miró airada. Dragos tenía la expresión dura y ni asomo de arrepentimiento en los ojos. Ella exhaló un suspiro—. Supongo que esta es la parte posesiva y territorial, ¿no? En fin, no quiero discutir.
Como todo depredador eficiente, Dragos detectaba los puntos débiles y obraba en consecuencia.
—Pues entonces no lo hagas —dijo, y le dirigió una sonrisa persuasiva—. Solo dame todo lo que quiero.
Pia refunfuñó y dejó caer la cabeza hacia atrás. Se quedó mirando el techo. Debía tenerle un respeto. Al menos él estaba ahí en su integridad, sin ocultar nada. Era sincero sobre quién era y qué quería, y eso no le avergonzaba lo más mínimo. No era como ella.
—Me parece que tengo muchas cosas en que pensar —dijo Pia.
Aunque le miraba con placer la línea limpia y pura de la garganta, Dragos frunció el ceño. Eso no era lo que quería oír. Le agarró la parte posterior de la cabeza y la puso derecha para poder mirarla a los ojos. Estaban inundados de un violeta oscuro, más grandes y hermosos que nunca. Ella lo miró a su vez, a la espera de lo que haría él a continuación. Tampoco era eso lo que quería Dragos.
Y ahí estaba ella, dentro de su piel, cada vez más misteriosa para Dragos. Eso lo volvía loco. Era presa de la curiosidad, y sin caer en la cuenta de que estaba dando un paso trascendental dijo:
—¿Qué quieres?
La sorpresa iluminó la cara de Pia, que ladeó la cabeza y sonrió. ¿Tendría ella la misma valentía y diría sin más lo que quería en voz alta?
—Supongo que quiero lo mismo que mucha gente. Sentirme segura —contestó alzando un hombro—. Tener voz y voto en mi vida. Ser amada. No quiero vivir esta media vida de no ser ni humana ni wyr. Ojalá fuera una cosa o la otra. Quiero pertenecer a algún sitio.
Mientras la escuchaba, Dragos mostraba un semblante extraño, concentrado. Pia no había visto nunca a nadie con aquellos ojos tan abiertos y receptivos.
—No sé qué significa el amor —dijo él—. Pero tú perteneces a algún sitio. Tú perteneces a esto, tu sitio está aquí conmigo. Yo te protegeré. Y creo que eres más wyr de lo que imaginas.
Pia torció el gesto.
—¿Qué quieres decir?
—Desde que estuvimos en la Otra tierra eres más fuerte. Te lo noto. —Dragos entrecerró los ojos—. ¿No te has fijado?
—Bueno, sí, ahora que lo dices. —Pia soltó un amago de risa—. Creo que he estado demasiado ocupada para procesar todo lo sucedido, pero en efecto aún me siento como allí… no sé, más viva. Mi oído, mi vista, todo es… más.
—No estabas segura de poder curarme —continuó él—, y quizás un par de semanas antes no habrías podido. Recuerda que te lo dije. A los mestizos puede pasarles esto cuando se sumergen en magia de la Otra tierra. A veces la magia desencadena una reacción, y son capaces de asumir plenamente su naturaleza wyr.
Pia le agarró por la camiseta. ¿Sería verdad lo que decía Dragos?
Él le cubrió las manos con las suyas sin dejar de mirarla.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que intentaste cambiar de forma?
—Muchos años —susurró Pia con la mirada perdida mientras recordaba—. Después de la pubertad. Antes de que muriese mi madre. Creo que tenía dieciséis. Lo intentábamos cada seis meses o así. En cuanto fui adulta desde el punto de vista biológico, decidimos que ya no tenía sentido pasarlo mal. Ella era admirable, me amaba con independencia de todo. Pero para mí la incapacidad para cambiar de forma seguía siendo una frustración.
Dragos le tocó la nariz.
—Dieciséis años es demasiado pronto para abandonar. La mayoría de los wyr viven mucho más que los seres humanos, incluso los wyr mortales, y maduran más tarde.
Pia apenas se atrevía a respirar.
—No sé qué pensar.
—No puedo prometerte nada —le dijo él—, pero a lo largo del tiempo he ayudado a muchos wyrkind a efectuar un primer cambio que se resistía. Si quieres volver a intentarlo y confías en mí, haré todo lo que pueda.