Pia cayó en un sueño irregular e intermitente, descansando la cabeza en un brazo mientras se apoyaba en la curva garra. Si lo pensaba un poco, era como intentar echar una cabezada en un asiento de avión. La despertó el cambio de altura. Se enderezó con una mueca y miró alrededor. Nueva York se extendía a un lado y a otro. La salpicadura panorámica de luces en el anochecer creciente le apuñaló los ojos. Se estremeció y se frotó la cara para acabar de despertarse.

Dragos se ladeó y trazó un gran círculo. Luego fueron derechos a uno de los rascacielos más altos. Pia gruñó al sentir una sacudida en el estómago. Llegaron por fin a la pista de aterrizaje situada en el tejado de la Torre de Cuelebre.

Pia miraba a todas partes, aturdida, y Dragos la ayudó a mantenerse en pie sin tambalearse. El tejado era una extensión enorme, más que suficiente para alguien del tamaño de Dragos, con espacio para despegues y aterrizajes simultáneos de otras criaturas.

Había un grupo de personas esperando junto a unas puertas dobles. Al frente, un hombre de pelo pardo rojizo con los pies separados y los brazos cruzados. A su lado se hallaba una bella mujer de mirada salvaje con las manos en las caderas. Algo apartado, un hombre con aspecto de indio americano con un chaleco negro de piel y tejanos negros, el pelo negro corto con espirales afeitadas y musculosos brazos tatuados.

Todos y cada uno iban cargados de armas. Todos medían al menos metro ochenta. Nadie querría tropezarse en un callejón con gente así.

El aire tras Pia rielaba de Poder. Miró por encima de su hombro y vio a Dragos cambiar de forma, cada onza de la fuerza y la energía del dragón compactada en la alta y fornida silueta del hombre. Gracias a algún truco de magia, Dragos seguía llevando solo los estropeados y mugrientos pantalones y las botas. Pia paseó la mirada desde el pecho desnudo hasta la cara cortada a cuchillo y los ojos de ave rapaz, y volvió a quedarse sin respiración.

Dragos la cogió del brazo y se dirigieron ambos al grupo que esperaba junto a las puertas. Pia notó que se acaloraba mientras la evaluaban unos ojos curiosos y hostiles.

—Ya era hora de que aparecierais —dijo el hombre del pelo pardo rojizo. Señaló al indio con el mentón—. Mandé aviso a Sudamérica para que vinieran Tiago y parte de la caballería. ¿Estáis bien?

—Sí —contestó Dragos. Dos de los hombres aguantaban abiertas las puertas. Dragos hizo caso omiso del ascensor y tomó las escaleras. Pia no tenía otra opción que trotar a su lado. Los otros seguían detrás—. Reunión dentro de diez minutos. ¿Está preparada la habitación?

¿Qué habitación? ¿La de ella? Pia lo miró de reojo al llegar al descansillo de la quinta planta.

—Sí —contestó el hombre del pelo rojizo justo detrás de ella. Casi todos los demás habían ido abandonando el grupo para dirigirse a la sala de reuniones.

Recorrieron un amplio vestíbulo, giraron y cruzaron otro. Los pasillos tenían lujosos suelos de mármol. Colgaban obras de arte originales en paredes con luces empotradas. Pia estiró el cuello. Espera… ¿no era un Chagall?

Dragos se paró frente a una puerta de madera clara. Abrió de un empujón e hizo entrar a Pia. El del pelo rojizo y otros dos se quedaron en el pasillo.

Pia miró alrededor. Tuvo la vaga impresión de que aquel cuarto era mayor que una casa pequeña. Sus roñosas zapatillas se hundían en la blanca alfombra de pelo. En un extremo se veía una chimenea independiente y, en un nivel inferior, una zona de uso privado con sofás de cuero pálido y sillones. En el otro extremo, había una cama con bastidor de hierro forjado negro del tamaño de una embarcación, con edredones y almohadas. En una pared, una inmensa pantalla de plasma y una barra de bar-encimera metida en una hornacina. Otra pared era solo una ventana de vidrio cilindrado del techo al suelo. Unas puertas abiertas daban a varios vestidores y un cuarto de baño.

Dragos la hizo volverse para tenerla cara a cara y le alzó la barbilla. Ella lo miraba cautelosa y con los ojos muy abiertos.

—Sé lo cansada que estás —dijo con voz sosegada—. Quiero que te quedes aquí, tomes un baño caliente y descanses. Aquí está todo lo que necesitas, ropa, bebidas, y ahora mandaré que te traigan algo de comer. ¿De acuerdo?

En cierto modo, ese paisaje actual era más extraño que el de la Otra tierra. La maraña en el interior de Pia se enredó más aún. Volvía a tener miedo de Dragos, pero al mismo tiempo no quería que él se fuera. Se mordió los labios, apretó los puños para no extender las manos hacia él y no parecer necesitada desde el punto de vista emocional. Asintió con una breve sacudida.

Dragos le puso la mano en la nuca, un brazo fuerte y cálido, la cara tensa. Habló como si ella se hubiera quejado.

—Cuando nos acercábamos a la ciudad he hablado con Rune. Hemos estado fuera una semana. He de informarles sobre lo sucedido.

—Tendrás un millón de cosas que hacer —dijo ella, que se zafó de él, cruzó los brazos y se apartó—. Escapa a mi imaginación.

Dragos se quedó con la mano suspendida en el aire, mirándola con cara de pocos amigos. Pia alcanzó a ver el pasillo, donde estaba el macho de pelo pardo rojizo, que sería Rune, junto con otros dos machos descomunales. Los tres miraban a Dragos como si no lo reconocieran.

Dragos giró sobre sus talones y salió a zancadas.

—Bayne, Con, quedaos aquí. Traedle lo que os pida.

—De acuerdo —dijo uno de los hombres.

Dragos intercambió una mirada con el otro.

—Lo que os pida.

Dragos desapareció con Rune dejándola sola en la inmensa y preciosa habitación con los dos hombres en la puerta.

Guardias armados. Por lo visto ya tenía la respuesta a una pregunta. Estaba prisionera.

Uno de ellos asió el pomo de la puerta y le hizo un gesto con el curtido e inexpresivo semblante.

—Cuando llegue la comida llamaremos —le dijo—. ¿Necesitáis algo ahora mismo?

—No, gracias —contestó ella con la garganta seca—. Estoy bien.

El guardia cerró la puerta y la dejó sola.

Pia se dio la vuelta tratando de asimilarlo todo. Con la llegada de la noche, la vacía habitación se iba cubriendo de sombras cada vez más profundas. Sin la vitalidad de la presencia de Dragos, el lujo del extraño ático parecía más frío y hueco. Pia se frotó los brazos y tuvo un escalofrío.

Se quitó las asquerosas zapatillas y las dejó en el suelo embaldosado del cuarto de baño, de mayores dimensiones que su apartamento. A continuación se acercó a la hornacina que albergaba la encimera.

Aunque pequeño, el bar estaba provisto de un buen surtido de bebidas alcohólicas, todas de primerísima calidad, por supuesto. Aquello la distrajo e hizo una pausa. Siempre había querido probar el Johnnie Walker etiqueta azul. En la encimera había también una máquina de café y un fregadero. Debajo, una nevera pequeña. Miró dentro. Botellas de agua Evian y Perrier, cerveza y lager, zumos diversos, vino blanco y champán.

Cogió dos botellas de agua. Se tomó la Evian de un trago. Acto seguido, con la sed un tanto saciada, abrió la Perrier, que se bebió más despacio.

La chimenea era de verdad, no a gas. Estaba inmaculada y contaba con un pulcro montón de leña, lista para arder. En una mesita frente a dos de los sofás se veía una caja de cerillas largas junto al mando de la tele. Cedió a la tentación y encendió el fuego. El amarillo parpadeo de las llamas ayudó a disipar parte del frio vacío de la estancia.

Después entró en un vestidor. Un lado estaba lleno de ropa masculina. En el otro estaba su ropa.

De su apartamento.

Se abrió paso entre las perchas y abrió los cajones del tocador. Ropa interior, calcetines, camisetas, pantalones cortos, todo impecable, todo planchado y plegado.

Sostuvo en alto unas bragas blancas hechas un pequeño bulto. ¿Un desconocido había lavado su ropa interior… y la había planchado?

Y con la ropa de las perchas, lo mismo. Sus zapatos ya no estaban amontonados, sino lustrados y colocados en orden. En otro cajón encontró su pequeño joyero de cedro. Lo abrió y se le llenaron los ojos de lágrimas al ver el viejo collar de su madre. Lo acarició, cerró el joyero con cuidado y se apoyó en el tocador.

Por una parte era escalofriante y por otra… daba que pensar. Las cosas familiares la reconfortaban y al mismo tiempo le metían el miedo en el cuerpo.

¿Cuándo había dado él la orden de ir a recoger sus cosas? ¿En la casa de la playa, cuando llamó a Rune? Al parecer, le había dicho que buscara un cocinero vegetariano. ¿Cuándo había decidido Dragos trasladar sus cosas a esta habitación?

Pia agarró una camiseta, unas bragas y un sujetador y unos pantalones cortos de franela. Entró en el cuarto de baño. Habría podido pasarse ahí una semana de vacaciones. Había una bañera del tamaño de una pequeña piscina, con escalones y asientos, así como botellas sin abrir de gel de baño con aroma a Chanel. Sus artículos de tocador y maquillaje estaban colocados en la encimera de mármol, junto al lavabo. En el compartimento de la ducha había botellas nuevas de champú y acondicionador de su marca preferida.

Por lo visto, alguien había pensado en todo, hasta la cosa más inusitada, salvo en preguntarle a ella su opinión sobre algo. Vaya jaula de oro.

Aunque Dragos la había animado a tomar un baño caliente, Pia se sentía demasiado vulnerable y desconcertada para relajarse. Como ya hiciera en la casa de la playa, cerró la puerta antes de desnudarse.

La ducha medía varios metros y tenía un banco y varias alcachofas. Tras averiguar cómo abrir el agua, se quedó de pie bajo múltiples chorros con los ojos cerrados hasta que el calor le empapó las piernas de arriba abajo. Se sentó en el banco mientras se enjabonaba y se acondicionaba el pelo y se restregaba el cuerpo hasta tener la sensación de haberse quitado una capa de piel. Tras enjuagarse, se envolvió el pelo con una toalla, se secó y se vistió. Fuera razonable o no, en cuanto se hubo puesto la ropa limpia se sintió mejor.

Al salir del cuarto de baño, vio que cerca de las ventanas habían dejado una mesa-carrito portátil y una silla. La mesa tenía un grueso mantel blanco de hilo y cubiertos y platos sencillos pero elegantes y tapas de plata. Una pequeña botella de vino blanco estaba puesta a enfriar en un cubo con hielo. Muerta de hambre, destapó los platos.

Apareció un delicado risotto de espárragos y limón y trozos de almendras esparcidos, una ensalada de hoja verde variada, trozos de pera y arándanos secos, pan recién hecho y paquetes individuales de margarina de soja, y de postre crumble de moras. Se lanzó sobre la comida y devoró con fruición hasta el último bocado.

Tras haberse lavado, puesto cómoda y llenado el estómago, Pia no tenía margen para sentirse alarmada ni ofendida. Ni siquiera podía mantener los ojos abiertos. Consiguió lavarse los dientes antes de arrastrarse hasta las sábanas de la inmensa cama. En lo que a cárceles se refería, esta no tenía rival. Bostezó, renunció a seguir pensando y se durmió.

• • •

En el piso de abajo, Dragos entró a zancadas en la sala de reuniones seguido por Rune. Situado oportunamente cerca de sus oficinas pasillo abajo, era un gran salón de juntas, con asientos de cuero negro, una mesa extensible de roble pulido y lo último en equipos de teleconferencias.

Estaban presentes todos sus centinelas a excepción de los dos grifos, Bayne y Constantine, que montaban guardia frente a la puerta de Pia. Rune se sentó junto al cuarto grifo, Graydon, e inclinó la silla hacia atrás. Tiago, presencia oscura e inquietante, se apoyaba en la pared más alejada. Aryal se despatarró y empezó a tamborilear con los dedos sobre la mesa; solo lograba quedarse inmóvil cuando iba de caza. La gárgola Grym torció la silla para poder ver a Aryal.

Tricks, conocida como el hada barbie Thistle Periwinkle, relaciones públicas de Cuelebre, se sentaba con las piernas y los brazos cruzados en el otro extremo de la mesa. Llevaba alborotado el esponjoso peinado de lavanda de cuatrocientos dólares. Sacudía un pie diminuto y fumaba un cigarrillo tras otro.

Dragos, no se sentó, como Tiago, sino que se apoyó de espaldas en el mostrador de roble que había en la cabecera del salón. Colocó un pie sobre otro y cruzó los brazos, hundió el mentón en el pecho y se quedó rumiando de cara al suelo.

No le gustaba sentirse así. No le gustaba una mierda. Se sentía nervioso y agitado por haber dejado sola a Pia. La sensación había ido aumentando a medida que se alejaba de ella y a cada minuto que pasaba. Parecía muy perdida y desamparada en aquella habitación tan grande y vacía.

Tampoco le había gustado el modo en que ella lo había mirado, como si él fuera un rompecabezas imprevisible que no supiera resolver. O una bomba que fuera a explotarle en la cara. Lo había mirado con incertidumbre, desconfianza. Con algo muy parecido al miedo otra vez.

Se había apartado de él. Algo inaceptable. Pero ahora no podía ir y ocuparse de lo que estuviera tramándose en aquella cabecita. Primero tenía que hacer esto.

Alzó la mirada y observó a los presentes en la sala. Todos le miraban y esperaban.

—Por cierto, Tricks —dijo a la fumadora empedernida—, tu tío Urien te manda saludos.

Tricks empezó a maldecir, contraídos los rasgos de pilluela. Apagó de golpe un cigarrillo a medias en el cenicero.

—¿Qué ha hecho ese cabrón ahora?

—Todo el mundo sabe qué pasó hasta el momento en que llamasteis desde Carolina del Sur —dijo Rune—. Hemos estado ocupándonos de la pelea con los elfos. Ellos invocan un embargo comercial a cualquier cosa relacionada con Cuelebre Enterprises, además de otros conocidos negocios de los wyr. También juran que os acompañaron hasta la frontera. Insisten en saber qué le pasó a la mujer.

—Querrá decir, aparte de alojar a la criminal en una suite y contratar un chef para ella. Sí, se trata de un castigo cruel y poco habitual —susurró Aryal a Grym, pero el agudo oído de Dragos lo captó igualmente. Prefirió no hacer caso de momento.

—Efectivamente nos acompañaron hasta la frontera, pero nada más —dijo Dragos. Les explicó el resto, omitiendo lo ocurrido en privado entre él y Pia y quitando importancia a cualquier cosa relacionada con los secretos de ella. Pia era un misterio suyo, de Dragos. De nadie más. Intentaría resolverlo por sí mismo.

El ambiente de la sala se caldeó al describir Dragos el enfrentamiento en la llanura de la Otra tierra.

Cuando hubo terminado, Tiago se mostraba agitado. En su forma de ave fénix, era tan grande como cualquiera de los grifos.

—Entonces, es la guerra. Ya era hora —dijo. En sus ojos de obsidiana se reflejaba una sombría satisfacción.

Dragos asintió.

—Es la guerra. Y no pararemos hasta que Urien esté muerto. —Miró a Tricks—. Eso significa que serás al fin la reina de los fae oscuros.

—Oh, no, por Dios —gruñó el hada—. Detesto la Corte de los fae oscuros, joder.

—Bueno, tendrás que aguantarte, Tricks. Has evitado esto mucho tiempo. Y esta vez Urien ha llegado demasiado lejos.

Doscientos años atrás, contando el tiempo en términos humanos, Urien se había apoderado de la corona de los fae oscuros en un golpe sangriento. Había matado a su hermano, el rey, a su esposa y a quien tuviera derecho al trono, pero se olvidó de una persona aparentemente insignificante, la hija mayor del rey. Tricks.

En esa época, con solo diecisiete años, cuando consiguió escapar Tricks era poco menos que un bebé. Había ido directamente a Dragos, la única entidad capaz de hacer frente a su tío sin miedo, y le había pedido asilo. Estaba con él desde entonces.

—Ha sido un divertido juego de Vete a la Mierda, ¿verdad? Logramos mantenerlo un tiempo, pero sabías que algún día iba a terminar —le dijo Dragos. Ella asintió con aire abatido.

»Bien, vamos a hacer lo siguiente —prosiguió—. Tiago, manda algunos de los soldados que has traído contigo a registrar esa fortaleza de los goblins. Sabrán qué hacerle a cualquiera que sea lo bastante estúpido para seguir allí.

Tiago sonrió.

—Descuidad.

—Aryal —continuó—, investiga la conexión con los elfos. Quiero saber quién pasó información a Urien. —La arpía hizo un gesto de asentimiento. Dragos dirigió su atención a la gárgola—. Grym, quiero que ayudes a Tricks a esbozar el trazado del palacio y el terreno de los fae oscuros a efectos de posibles planes de ataque. Tengo algunas ideas, pero quiero saber qué se os ocurre. Tricks, sé que vas a estar muy ocupada, pero te agradecería que encontrases un sustituto tuyo antes de irte, o que al menos hicieras una lista de sugerencias. Necesitaremos a otra persona para las relaciones públicas.

—Lo haré, desde luego —contestó Tricks—. Os debo eso y más.

—No va a ser lo mismo —dijo Graydon con voz lastimera—. Contemplar esa carita bonita en la televisión y saber lo que le rechinaban los dientes a Urien cada vez que la veía. —Todos se rieron. Incluso Tricks se las arregló para sonreír.

Rune y Graydon estaban mirándole. Dragos les habló.

—Hasta nueva orden, vosotros dos, junto con Bayne y Con, tendréis una tarea especial. Que los lugartenientes asuman vuestras funciones. Vosotros cuatro vais a vigilar a Pia siempre que yo no esté con ella. Os vais turnando por parejas, veinticuatro horas, siete días. No hay que dejarla sola nunca. ¿Entendido?

La silla de Rune bajó al suelo de golpe. El apuesto macho miraba muy alerta. El semblante de Graydon era la viva imagen de una incredulidad que recorría la sala de un lado a otro. Trick alzó las cejas y frunció los labios.

—¿Vais a poner a cuatro de los guerreros más poderosos a hacer de canguros de una ladrona? —preguntó Aryal—. ¿En un momento así?

Dragos la miró con las cejas arrugadas. Grym posó la mano en el brazo de Aryal.

—Si no hay nada más —le dijo la gárgola—, vamos a ponernos a trabajar, mi señor. Hay mucho que hacer.

Dragos observó a la arpía durante unos instantes más, el dragón despierto y penetrando en sus pensamientos. Aryal bajó la mirada e inclinó la cabeza en una postura sumisa.

—Ya podéis iros —dijo.

Se dispersaron. Rune y Graydon lo siguieron escaleras arriba. Dragos caminaba por el pasillo sin dejar de rumiar flanqueado por los otros dos. Llegó a la puerta de Pia, donde Bayne y Constantine estaban junto a la pared sin hacer nada especial, hablando. Al ver al grupo que se acercaba, los dos se enderezaron.

—Ponlos al corriente —le indicó a Rune, que asintió. El dragón, aún agitado, los observaba a todos. Los grifos lo miraban con el rostro atento y tranquilo.

—Dejemos esto bien claro —dijo—. Para que nadie se equivoque. Llevamos trabajando juntos casi cien años. Todos habéis llegado a significar mucho para mí. Valoro vuestros servicios, y la lealtad que me mostráis es un bien preciado por encima de todos. —Miró a Rune—. A ti te considero mi mejor amigo.

Mientras hablaba, todos permanecían erguidos. Dragos señaló la puerta.

—Ladrona o no, es mía y me la voy a quedar. Si alguien le toca un pelo de la cabeza, cuando os encuentre a vosotros cuatro, cabrones, os haré trizas.

Rune cruzó su firme mirada con la de Dragos.

—Descuidad, mi señor —dijo el grifo—. La protegeremos con nuestra vida. Lo juro.

• • •

Pese a lo cómoda que era la cama y a lo cansada que estaba, Pia no paraba de dar vueltas, incapaz de sumirse en un sueño profundo. Soñaba que la perseguían. Las escenas cambiaban continuamente. Primero se arrastraba por pasadizos secretos de una enorme casa en busca de un lugar donde esconderse. Después serpenteaba por una calle de una ciudad desconocida mientras la seguía alguien amenazador. No llegaba a ver del todo el rostro de su perseguidor, pero estaba muerta de miedo.

De pronto, alguien levantó la colcha. Un gran macho húmedo y desnudo se deslizó a su lado. Pia se despertó sobresaltada con una brusca sacudida.

—Chis, soy yo —susurró Dragos—. No pretendía despertarte.

—Ah… vale —murmuró ella—. Tampoco me gustaba ese sueño.

Había una razón por la cual no era una buena idea que él estuviera en su cama. ¿O estaba ella en la de él? Pia no se sentía lo bastante despierta para entender nada. Solo lo justo para sentir una ráfaga de placer y alivio.

Dragos la rodeó con los brazos. Ella emitió un ruido y se le acurrucó en el costado. El calor y la energía de él la envolvían. Pia le puso la mejilla en el hombro, contra la piel húmeda y con olor a limpio que cubría unos músculos duros, gruesos y sedosos, y apoyó la mano en el pecho.

—¿Te ha gustado la cena? —preguntó él.

—Ha sido fabulosa.

—Bien. —La besó en la frente—. Quítate el hechizo.

—Tengo sueño —se quejó ella.

Dragos le acarició el pelo.

—Por favor.

Pia refunfuñó, buscó a tientas el hechizo apagador y lo liberó.

El enorme pecho de Dragos se hinchó en un profundo suspiro.

—Esto está mejor.

—Chis —le riñó ella, que se puso de lado.

Él la abrazó con todo el cuerpo. La mejilla de Pia descansaba en un abultado bíceps mientras él le pasaba el otro brazo alrededor del torso. Dragos le inmovilizó las piernas con un fuerte muslo. Pia lanzó una mirada somnolienta a sus cuerpos entrelazados. El pálido resplandor de su forma estaba enjaulado en un macho posesivo de oscura piel broncínea. Era un abrazo celoso, asfixiante. Ella quería soltarse. Exhaló un suspiro. En su interior algo muy profundo encajó en su sitio, y ella cerró los ojos, satisfecha.

Esta vez, al quedarse dormida no hubo más sueños.

• • •

Tras un buen descanso, algo la sacó de la inconsciencia profunda. Pia fue a la deriva un rato en un estado nebuloso. Una mano grande jugueteaba en la parte delantera de su torso. Unos dedos suaves se arrastraban desde el plano estómago hasta la caja torácica para rodear primero un pecho y luego el otro.

Pia suspiró y se desperezó. Se tendía de espaldas mientras se arqueaba ante ese contacto placentero y errático. Unos labios le rozaban el hombro desnudo, le acariciaban la elegante curva del cuello. Unos dientes le rascaban la piel sensible y le mordisqueaban el lóbulo de la oreja.

¿Hombro desnudo? Pia abrió los ojos. Era escandaloso yacer otra vez desnuda a su lado. Frotó el pie en la pierna de Dragos, el vello duro le hacía cosquillas en los dedos. Fuera, la primera luz del amanecer introducía en la habitación un gris claro. Él apoyaba el peso en un brazo, inclinado sobre ella. Tenía el grave rostro concentrado mientras la examinaba con ojos entrecerrados. La irregular línea de su boca se curvaba en una sonrisa perezosa y sensual.

Dragos era tan alucinante que a Pia empezó a palpitarle todo el cuerpo. Supo que él se había dado cuenta al notar que se le ensanchaban las afinadas fosas nasales.

Pia se humedeció los labios. Dragos bajó la mirada y miró el movimiento.

—Estoy segura de que cuando me he acostado llevaba la ropa puesta —murmuró ella.

—Así es —dijo él con tono lánguido. Rodeó la aureola de un pecho. Ella lo vio tragar saliva cuando se arrugó el pezón—. Yo la he visto.

—¿Me has desvestido mientras dormía? —Pia tuvo un escalofrío cuando él le rodeó con el dedo la aureola del otro pecho—. Debía de estar totalmente adormilada.

—Te he echado una mano. —Pia arqueó una ceja—. Ha sido sin malicia. Tenías que descansar.

—Sin ropa. —Ahí estaba él, liándola otra vez. Escribió una nota mental: hablarían de que ella no era una barbie personal a la que pudiera vestir y desvestir cada vez que le diera la gana.

—Yo también necesitaba descansar —dijo Dragos con voz neutra—. Y me han fastidiado.

Pia soltó una risotada. Quién se iba a imaginar que ese macho exótico y espeluznante sería tan divertido. Lo amaba, amaba las sorpresas que encerraba.

Acto seguido, Dragos le pasó el dedo por los labios. Pia tenía la sensación de estar siendo acosada sin haber salido nunca de la cama.

Pia se metió el dedo de Dragos en la boca y lo chupó, y esto lo puso a cien.

Dragos sacó el dedo. Sus ensombrecidos ojos dorados destellaban con un calor voraz. Bajó la cabeza con fuerza. La empujó a la almohada a la vez que le introducía en la boca una lengua dura y hambrienta. Al mismo tiempo, le metió la mano entre las piernas, exploró su sexo húmedo y le insertó dos dedos hasta lo más hondo.

Pia gimió y le agarró el brazo. La agresividad de Dragos provocó en ella una respuesta de impotencia. Se hinchó y se volvió líquida, empapándole los dedos. Él gruñó e introdujo en ella la lengua y los dedos en una penetración simultánea. Las caderas de Pia se rebelaban.

Pia apartó la boca y habló entre jadeos.

—Espera… no quiero…

Dragos se mantuvo unos centímetros por encima de ella, el ave rapaz a la espera de caer en picado mientras con el pulgar encontraba y le frotaba el clítoris. Pia gimoteó y atrajo la mano con fuerza hacia ella.

—¿No quieres…? —musitó él con una sonrisa inflexible.

Pia encontró el duro pene y lo agarró. Dragos bufó y empujó contra la mano, latiendo en la palma.

—Quiero explorarte antes de que vuelvas a dejarme hecha polvo. —Le miró a los ojos, insegura. Él era demasiado dominante. Pia no tenía pista alguna de lo que a Dragos le apetecería—. ¿Te gustaría?

Él hizo una pausa, y ella le observó forcejear con impulsos opuestos. Luego le apartó la mano y se la puso sobre la cabeza.

—Me encantaría —le susurró al oído—. Pero primero tendrás un pequeño orgasmo.

Dragos hundió a fondo aquellos largos y hábiles dedos y frotó en ella el pulpejo de su palma, justo en el sitio adecuado. Pia dio una sacudida y se resistió, empujando contra la presión, tratando de liberarse.

—Penétrame —dijo con tono persuasivo.

—No —le ronroneó él al oído, apurando todas las respuestas—. Todavía no. Te vas a correr así, cariño.

—¡Maldita sea! —Dragos era perverso. Aumentó la presión; sus dedos eran agradables al acariciar el interior… ¡Por Dios!… pero ella lo quería grueso y duro e hinchado dentro. Se volvió y le mordió el hombro.

Dragos se rio, un sonido ronco y excitante. Se inclinó para chuparle uno de los pezones y tirar y juguetear con él.

Y ahí estaba, un orgasmo creciente en su interior como una cerilla que se prende. Pia se arqueó y le transmitió sus sonidos de placer. Dragos dejó el pezón para rozarle la boca con la suya mientras ella gemía y se contraían sus músculos internos.

—Así, venga —le susurraba de nuevo Dragos en los labios. Dejó de frotarla con el pulpejo de la mano y la hizo bajar con cuidado—. Guapísima.

Estuvieron tendidos un rato en silencio, respirando al unísono.

De repente, Pia se revolvió y le dirigió una sonrisa perversa.

—Querías saber por qué yo no estaba bien de la cabeza.

Dragos levantó una comisura de la boca.

—Si, así es.

Pia paseó sus dedos por el pecho de Dragos.

—Tengo fantasías sexuales contigo en momentos inapropiados.

—¿Como cuándo? —preguntó él, acariciándole la cadera y el muslo. Pasó los dedos por la maraña de rizos blancos y dorados entre las piernas, el tacto delicado y sutil. Parecía muy interesado.

Pia suspiró de placer. ¿Cómo es que él conocía tantas maneras de excitarla?

—Como cuando bajaste del cielo y te sentaste sobre mí. Parecías la ira de Dios, y casi me muero de miedo. Entonces solo pienso en ese condenado sueño y en lo caliente que estabas. No es normal tener miedo y estar cachonda al mismo tiempo.

—Yo también solo pienso eso. —Le levantó la mano y le besó la costra de la palma—. Con ese sueño quería tenderte una trampa. Y en la trampa caí yo.

—Y además —susurró ella con los ojos centelleantes—, ¿recuerdas cuando estabas encadenado en la fortaleza de los goblins?

—No es algo fácil de olvidar —contestó él mordaz.

—Fue tremendo —dijo ella—. Me sentía fatal, la celda estaba mugrienta y yo tenía miedo. Y allí estabas tú, encadenado y extendido como para un banquete de gourmets. Pues a pesar de todo, por un instante ante esa imagen tuya se me hizo la boca agua.

El interés de Dragos se agudizó, se electrizó.

—Tengo que acordarme de poner grilletes en todos los dormitorios.

Pia soltó una risita y se acurrucó más contra él.

—Fue solo una fantasía. La realidad era de veras perturbadora.

—Fantaseemos, pues. —Dragos rodó sobre sí mismo y se agarró a las barandillas de la cama por encima de su cabeza. La postura le estiraba los músculos de los brazos y el pecho, le hacía resaltar la caja torácica y le ahuecaba el abdomen.

Pia lo miraba con los ojos medio cerrados y un hormigueo de arriba abajo. En la mirada de Dragos humeaba una sensualidad segura de sí misma. Su rostro y su excitado cuerpo eran las cosas más excitantes que Pia hubiera visto jamás. Aún más excitante fue que ese macho peligroso se mostrase suplicante ante ella.

Pia se deslizó sobre él hasta que ambos torsos estuvieron pegados, los senos de ella presionados contra el pecho de Dragos. Pia inclinó la cabeza y lo recorrió todo con los labios abiertos. Lo lamio y besó y mordisqueó. La respiración de él se volvió áspera. Dragos la pellizcó intentando acostarla para besarla con más fuerza, pero ella se soltó y se deslizó hacia abajo.

Pia pasó la boca abierta por los bultos y huecos del pecho de Dragos, besando su esternón y restregando la nariz en la rociada de vello oscuro y crespo que bajaba como una flecha por el largo cuerpo hasta la ingle. Dragos se movía debajo de ella, estirándose como un gato. Pia jugueteó con sus planos pezones hasta endurecerlos.

Ella estaba excitándose tanto como él. Alargó la mano y le cogió el pene. Dragos bufó y empujó las caderas hacia arriba. Pia se miró la pálida y resplandeciente mano, notó su respiración irregular. Él tenía unas curvas hermosas, su erección era grande y gruesa, suaves la piel de la verga y el bulbo de terciopelo. Debajo, los testículos estaban subidos y apretados. Pia los masajeó. Eran globos redondos, pesados y voluptuosos.

Dragos levantó la cabeza para verla acariciarlo, los ojos titilantes. Era todo ángulos y bordes duros. Agitaba los músculos de los brazos. Pia le miró las manos, los puños cerrados en las barandillas de la cama. Con los nudillos blancos.

—Ahora este es mi juego. No dejarte ir —avisó Pia, que le aguantó la fiera mirada mientras bajaba por su cuerpo. Cualesquiera que fueran los problemas y las cuestiones importantes todavía no resueltos entre ellos, cuando llegaban a ese punto generaban una magia inflamable.

Pia se agachó sobre él, le alzó el pene, se lo metió en la boca y lo chupó. Dragos emitió un grito agudo y breve, golpeando las almohadas con la cabeza. Empujó en la boca de ella, y sus caderas se separaron de la cama.

Pia le cogió el pene por la base con una mano, agarró la bolsa escrotal y se dio un festín. El sabor y el tacto de Dragos eran embriagadores. Ella ronroneaba mientras chupaba cada vez más a fondo, abriendo los músculos de la garganta todo lo que podía, retirándose despacio y empujando de nuevo con fuerza. La avidez se disparó y descontroló, ardiente y salvaje.

Olvidado el juego, Dragos la cogió del pelo y descargó en su boca. Le metió la otra mano entre las piernas, exploró y acarició los húmedos pliegues de seda.

Acto seguido, le tiró del pelo obligándola a retirar la cabeza. Pia soltó un ruido de queja cuando la polla de Dragos se le salió de la boca. Él la incorporó para darle un beso devorador, con la boca abierta. Dragos temblaba de arriba abajo, y esto la volvía loca. Se la puso encima, y ella abrió las piernas para sentarse a horcajadas, enroscándose y frotándose el sexo con la erección mientras él seguía sujetándola del pelo, encarcelada ahora Pia por aquella actitud agresiva.

Embargada de deseo, Pia se irguió y lo colocó de tal modo que su ancha y gruesa polla la penetrara. A continuación, Dragos tomó el mando, la cogió de las caderas y empujó hasta la raíz. Apretó todo el cuerpo y soltó un grito.

Pia también hacía ruido, sonidos apremiantes de animal, estremeciéndose mientras su cuerpo se ajustaba a la fuerte presencia invasora. Dragos encontró un ritmo, empujando con urgencia creciente, los dedos hundidos en la suave carne blanca.

Pia intentó prepararse para cualquier cosa, los codos apoyados en el pecho de Dragos, cuya cabeza estaba levantada de modo que tenía la nariz frente a la de Pia, en el rostro pintada la agresividad sexual, la tenue y feroz mirada fija en la de ella. Le enseñó los dientes.

La belleza salvaje de Dragos la derretía. Pia extendió los brazos y se apoyó en las almohadas con las manos abiertas, los labios separados, llegando, llegando, y de súbito se vio arrollada por una intensísima descarga de placer mientras él la atravesaba, y se retorció en el orgasmo.

Dragos se unió a ella con un gruñido áspero, empujando más y más hacia arriba al tiempo que su clímax se vertía en ella. Se mantuvieron tensos durante un largo instante. Pia trataba de encontrar aire.

Su maldito pelo estaba por todas partes. Se lo apartó de los ojos a tiempo para alcanzar a verle la cara. Dragos parecía desesperado, fuera de control. Meneó la cabeza.

—No es suficiente —murmuró. Acto seguido, con un brazo la retuvo por las caderas para seguir unidos, y luego se dio la vuelta de modo que ella quedó de espaldas en el colchón y él encima. Aún tenía la polla dura. Empezó a moverse de nuevo, entrando y saliendo de su vaina estrecha y jugosa.

—Dios mío, vas a matarme —gimió ella. Él hizo una pausa y le buscó los ojos. Pia le echó los brazos al cuello y susurró—: Mejor que no pares hasta que hayas terminado. Recuerda, puedo llevar cualquier ritmo que pongas, grandullón.

La cara de Dragos se iluminó con una sonrisa feroz. Luego perdió la sonrisa, perdió las palabras, lo perdió todo ante la incontenible pasión que los arrastró a ambos. Dragos no se detuvo hasta haber gastado todo lo que tenía.

Hecha polvo. La había dejado hecha polvo otra vez. Dragos la llevaba tan lejos y tan fuera de sí, que Pia volvía cambiada hasta el punto de no entender nada. Con él hacia ruidos y cosas que no había hecho nunca, que no había siquiera concebido. Pia no sabía que el acto sexual puede ser un abandono total de la conducta civilizada. Dragos la ponía frente a frente con el animal que vivía en su interior. A ella no le quedaba nada a lo que aferrarse, dentro de si misma o fuera, en los cambios que habían invadido su vida. Estaba solo Dragos, el destructor de su mundo, y ella se agarraba a él con todas sus fuerzas.

Permanecieron echados juntos en una maraña de miembros, la cabeza de él en el hombro de ella, mientras la luz de la mañana avanzaba por el techo. Pia dormitaba un poco. Había perdido la cuenta de sus orgasmos, no digamos de los de Dragos. Este le dio un beso en el pecho.

—He vuelto a dejarte marcas —dijo.

Pia bostezó y trató de imaginar cómo sonaba Dragos. La palabra era «complejo», la voz impregnada tanto de lamento como de satisfacción.

—Tú también tienes algunos mordiscos y arañazos que antes no tenías, grandullón.

Él sonrió pegado a la piel de Pia. El lamento desapareció y quedó solo la pura satisfacción masculina de la victoria en el campo de batalla. «Yo he hecho esto».

Sonó un golpecito en la puerta. Entró un hada que empujaba un carrito de comida.

—Buenos días —dijo con voz de pito.

Como un rayo, Dragos tiró de la sábana para tapar a Pia. Rugió mirando hacia atrás.

—¡Qué estás haciendo!

Pia se echó encima el hechizo apagador lo más deprisa que pudo. Dragos tenía una mirada asesina. Pia le puso la mano en la mejilla, le dio un beso y miró más allá de su hombro.

La pobre hada se había quedado lívida y parecía a punto de desmayarse. Habló entre balbuceos.

—Yo siempre… Siempre daba igual.

Pia habló con voz suave.

—Lo que él quería decir es «Muchas gracias por el desayuno». No has hecho nada malo. No está furioso contigo. Solo se ha llevado una sorpresa. —Bajo las sábanas, lo pellizcó con fuerza. Él le agarró la mano, pero no la contradijo—. Ahora las cosas son un poco diferentes, así que a partir de ahora quizá sea buena idea llamar y esperar a que alguien te diga que puedes pasar.

El hada inclinó la cabeza en una serie de reverencias frenéticas.

—¡Desde luego, desde luego! Gracias, mi señora. Yo… —Salió por la puerta y cerró.

Pia miró a Dragos desconcertada. Acababan de pasar muchas cosas. No sabía cómo interpretar aquello ni qué decir. Le acarició la cara y esperó a que se calmase.

—Me ha llamado «mi señora» —le dijo con voz quejumbrosa—. No sé quién es. Yo no soy una señora.

La furia de Dragos desapareció y fue sustituida por un brillo repentino. Miró por debajo de las sábanas.

—Doy fe de ello.

—¡Oh! —Ella le dio un manotazo el hombro.

Se miraron uno a otro y se echaron a reír.

Dragos amontonó las almohadas, se reclinó y la atrajo a su lado. Pia apoyó la cabeza en su hombro e intentó encontrar su anterior sensación errática de paz. Pero resultó un sentimiento fugitivo que empezaba a esfumarse.

Dragos le pasó los dedos por el pelo.

—Me debes un mechón de pelo —dijo.

Pia cerró los ojos y trató de pasar por alto las realidades de la mañana.

—¿Cuánto quieres? —preguntó.

—Mucho —dijo él, sosteniendo en alto algunos cabellos que destellaban en la luz. Luego frunció el entrecejo—. No demasiado.

Pia esbozó una sonrisa.

—Decídete. Si quieres, me lo puedo dejar corto y así lo tienes casi todo.

—Ni se te ocurra. Solo quiero lo suficiente.

—Vaya, eso tiene más sentido. —Pia levantó la cabeza para echarle una mirada burlona. Él ponía mala cara. Ella exhaló un suspiro—. Espera un momento.

Pia anduvo desnuda hasta el vestidor, sacó de una percha el salto de cama rosa largo hasta el muslo, se lo puso y se lo abrochó. Buscó en los cajones del tocador que contenían sus cosas, encontró su costurero portátil y volvió al dormitorio. Se sentó en la cama frente a Dragos con las piernas cruzadas. Él se cogió las manos por detrás de la cabeza y la observó con interés.

Pia sacó las tijeras del costurero, separó un poco de pelo cerca del cuero cabelludo de la parte posterior de la cabeza, donde quedaría disimulado, y cortó. Alzó el mechón para que él lo examinara. Era un trozo de buen tamaño, ancho como el meñique de Pia y largo como la cabellera.

—Perfecto —dijo él con ojos radiantes de satisfacción.

—¿Deuda saldada? —preguntó ella.

—Deuda saldada. —Dragos frotaba los extremos entre los dedos.

—¿Qué vas a hacer con eso? —inquirió Pia.

Dragos volvió a torcer el gesto.

—No lo sé.

—Ven, te lo trenzaré; si no, lo perderás por todas partes.

Dragos la observó fascinado cortar dos trozos de hilo dorado casi del mismo color que su pelo. Casi. Era lo más parecido que había podido encontrar en el costurero y de lejos no se notaría, pero el hilo no tenía la misma luminosidad.

Pia cogió un trozo de hilo con los dientes. Enrolló el otro varias veces alrededor de un extremo del pelo y lo ató. Se valió de un imperdible para prender ese extremo a una almohada y con gran destreza trenzó el mechón.

—Con esto no me vas a hacer algún tipo de conjuro ni de magia negra, ¿verdad?

—Ah, no —dijo él, la mirada fija en los dedos de Pia—. Es por el color.

Ella sonrió para sus adentros, a la vez reconfortada y perpleja ante el modo en que actuaban uno con otro. Parecía lo natural, lo correcto. Había muchas razones por las que no debía ser así. Pia cogió el segundo trozo de hilo para atar el extremo de la trenza.

Cierto impulso estúpido la empujó a sugerir algo.

—Si quieres, puedo anudártelo a la muñeca.

Pia pensaba que él le diría que no fuera estúpida. Pero, con gran sorpresa suya, Dragos alzó las cejas y dijo:

—Me gustaría.

Dragos alzó la muñeca derecha. Ella enroscó la trenza. A pesar del grosor de la muñeca, la trenza era lo bastante larga para dar casi dos vueltas. Pia cogió más hilo y se puso a pegar la trenza. Tan pronto la tuvo asegurada, cortó los extremos del hilo.

Dragos levantó la muñeca y admiró el resplandor dorado pálido. Se pasó un dedo alrededor, notando los suaves bultos de la trenza. El bronce oscuro de su piel parecía dar más brillo al pelo de Pia.

—Dragos, ¿soy una prisionera? —preguntó Pia. Tras haberle dado vueltas al problema la noche anterior, la pregunta surgió sin dificultad.

Dragos la miró entrecerrando los ojos. Pia seguía captando su atención mientras guardaba las cosas en el costurero y deseaba con todas sus fuerzas que no le temblasen los dedos.

—No —contestó él después de pensarlo un momento—. ¿Por qué lo preguntas?

—Por los guardias de anoche. —Aliviada, le dirigió una sonrisa insegura.

—Los guardias están aquí por tu seguridad. Si no estoy contigo, estarán ellos. —Pia iba a abrir la boca, pero Dragos la interrumpió—: Eso es innegociable.

—Pero…

El rostro de él se endureció.

—No discutas, Pia —dijo—. Ahora estoy en guerra. Hasta que no acabe con Urien, este seguirá siendo un peligro serio. Ya no caben dudas sobre si antes él sabía sobre ti o no. Tras lo sucedido en la llanura, te has convertido para Urien en un objetivo prioritario.

—Pero ¿guardias también aquí? —Pia tuvo la sensación de que se le escapaba entre los dedos la esperanza siquiera de una ilusión de libertad.

—En el edificio trabajan cada día unas dos mil personas. Y vienen de visita varios miles más. Si, hay un servicio de seguridad y áreas de acceso restringido, pero no hay ningún lugar seguro al cien por cien, ni cuando está el Poder involucrado. Recuerda cómo llegué a ti en el sueño. ¿Y si se produce un ataque mágico? Habrá guardias hasta que haya terminado todo. No se hable más.

Pia apretó los labios. La lógica de Dragos era irrefutable y su actitud autocrática casi intolerable. Cuando creyó tener su genio bajo control, asintió apenas. No es que discrepase de él uno vez hubo explicado las cosas. Pero lamentaba no tener voz ni voto en lo que pasaría con su vida.

Dragos se recostó en las almohadas y volvió a cogerse las manos detrás de la cabeza. Dirigió a Pia una sonrisa relajada, firme.

—Ahora que ha salido el tema y podemos tener esta conversación largo tiempo aplazada, ¿por qué no me hablas de tu madre y de cómo me curaste?