Pia se levantó al punto y cogió la manta y el cepillo con manos temblorosas. Procedió a meterlos en la bolsa.

Basta de goblins. Por favor, Dios mío. Seré buena y me lo comeré todo.

—Olvídate de eso. Déjalo. —Dragos se abalanzó sobre sus armas—. Vete.

Había una cosa que ella sabía hacer bien. Lo soltó todo, dio media vuelta y echó a correr.

En su interior todo se puso en alerta roja, los sistemas destellaban. Se puso a cien de adrenalina. Agudizó la visión, el olfato y el oído. Determinó cuál era el mejor camino a seguir a la vez que se esforzaba por oír cualquier atisbo de persecución.

Nada, ningún sonido. Solo el viento bailando entre los árboles. El ruido de su propia respiración, irregular debido al miedo, y de Dragos corriendo tras ella. Pero Pia volvió a captar tufillo a goblin. El corazón le dio un respingo.

—Lo más rápido que puedas, Pia —decía Dragos a su espalda con voz tranquila.

Muy bien. Pia hundió la barbilla, buscó y encontró su zancada, y salió de estampida.

Dragos se apresuró detrás mientras el cielo se iluminaba con la salida del sol. Pia parecía haberse vuelto ingrávida. Maldita sea, corría como un guepardo. O más. Un espectáculo digno de ver. Salvaba obstáculos como rocas y troncos caídos, haciendo que los saltos parecieran naturales, como si decidiera levantar los pies y volar sin más. Dragos aún pudo anotar otra sorpresa al descubrir que se quedaba rezagado.

Buena chica. Si tenía tanto aguante como velocidad, saldrían de esa.

Pia dejó la mente en blanco. Vivía el presente. No existía nada más allá del profundo ritmo de su respiración, de las atléticas flexiones de músculos y huesos, del sonido de Dragos corriendo a su espalda. Se habían adentrado mucho en el bosque, de modo que la infinita cúpula del cielo acabó tapada por el espeso ramaje, aunque la luz matutina fue haciéndose más brillante y el día cada vez más cálido hasta que ella tuvo la piel cubierta de sudor.

El bosque estaba silencioso a su alrededor, viejos troncos retorcidos llenos de secretos y aprisionados por serpenteantes enredaderas. Pia reparó en que, desde que el día anterior los goblins los habían llevado allí, no había oído a ninguna otra criatura cerca, nada de crujidos, trinos ni gorjeos. Quizás era porque estaba en presencia del máximo depredador. O acaso fuera porque los goblins se propagaban por el bosque como una enfermedad terminal. O ambas cosas.

No culpo a nadie, pensó. En vuestro lugar, yo tampoco emitiría gorjeos, trinos ni crujidos.

De pronto, como una bruma surgida de la tierra, la invadió una sensación de Poder frio, que le lamió la caldeada piel y se le aferró al cuerpo, estrujándola como una boa constrictor alrededor de su presa.

El asco y el miedo le cerraron los músculos de la garganta, o quizá lo hiciera la constricción del Poder. Se tambaleó hasta pararse y por instinto se llevó la mano a la garganta.

Dragos giró sobre sus talones y quedó encarado hacia el camino por el que venían. Cuando Pia miró hacia atrás, él soltó un bramido. Le sobresalían los tendones del cuello, y los enormes músculos del pecho y los brazos estaban tensados por la furia. En comparación con ese ruido apocalíptico, el recuerdo de lo sucedido en Nueva York se desvaneció en la intrascendencia. Estando tan cerca como estaba de él, incluso en su forma humana el Poder del rugido desgarró la tela del mundo.

A Pia se le levantó el pelo de la nuca. Se desbocó el pavor a través de su cuerpo desde un lugar atávico más profundo que la elección consciente.

El sonido hizo trizas la opresión en su cuello. La fría constricción del Poder se desvaneció. De pronto fue capaz de volver a respirar. Tomó aire.

Dragos se volvió, los feroces huesos del sombrío rostro transformados por el odio y la rabia. Sus cálidos ojos dorados eran dos soles gemelos, y las pupilas se habían convertido en sendas rendijas.

—Ahora lo sabemos seguro —gruñó—. Urien está aquí, intentando entorpecer nuestra marcha. Corre.

Pia retrocedió unos pasos sin dejar de observarle. Él frunció el entrecejo y ladeó la cabeza, la típica imagen de la exasperación masculina. Pues muy bien. Pia levantó las manos en un gesto de vale-ya-me-voy, giró sobre sus talones y echó a correr como alma que lleva el diablo.

No mucho después, llegó al linde del bosque y titubeó al encontrarse con una amplia llanura. Para criaturas de su tamaño, no había donde guarecerse. Miró hacia atrás, inquieta, mientras él la alcanzaba.

Dragos llevaba de nuevo el hacha y la espada sujetas con correas a la espalda. En su cara de halcón había menguado la furia, pero sus ojos aún ardían como ascuas.

—¿Puedes cambiar de forma? —le preguntó ella.

—No del todo. Antes, en el bosque, ya lo he intentado. —Dragos hizo un gesto hacia la llanura—. Saben que estamos aquí, no hay duda.

Pia saltó hacia delante, y Dragos tuvo la oportunidad de admirar lo rápido que podía ella correr sin el impedimento de los árboles y la maleza.

Para no malgastar aire, ella se comunicó con él por telepatía. Yo todavía no los oigo, ¿y tú?

No, creo que Urien ha estado cubriéndolos, le explicó él. De lo contrario los habría oído mucho antes. No se habrían acercado tanto.

Eso, y que Dragos se había distraído con la sensualidad de Pia. Maldita sea, sabía que estaban entreteniéndose demasiado, pero en fin. Era culpa de él que Pia volviera a correr peligro. Ella le trastocaba la cabeza, y sus viejos y afinados instintos hacían cortocircuito. Dragos jamás volvería a mostrarse impaciente con sus hombres cuando se enamorasen de una cara bonita.

¿Están persiguiéndonos aun creyendo que puedes convertirte en un dragón? Pese a ser telepático, el tono mental de Pia daba a entender lo suicida que le parecía esa idea.

A menos que sepan la verdad, dijo él. Quizá por eso son tan agresivos. Tal vez saben que el veneno de los elfos pronto perderá su efecto.

Pia tropezó y casi se cae. Dragos dio un salto y la agarró del brazo. Ella le dirigió una mirada horrorizada. Pero eso querría decir que los elfos —Ferion— sabían que seríamos atacados.

O querría decir que al menos uno de los elfos pasó cierta información a una parte interesada, admitió él, que la animó a seguir corriendo. Y en honor a la verdad, a Ferion le constaba que tú hiciste lo que dijiste que harías: llevarme a la frontera y dejarme allí.

Pues vaya verdad de mierda, soltó Pia. Si vuelvo a ver a ese elfo, le haré una cara nueva.

Dragos no pudo reprimir una sonrisa burlona. Quiero estar presente.

Pia se rezagó para trotar al lado de Dragos. Al ver que él torcía el gesto, ella dijo: No te preocupes por mí, grandullón. Puedo llevar cualquier ritmo que pongas.

Dragos se rio a carcajadas. No tengo ninguna duda, amor mío.

Pia echó la cabeza hacia atrás. Empiezo a hartarme de refregártelo por las narices.

Pese a las bromas, ambos sabían que su situación era cada vez más desesperada. Él miraba todo el rato a su espalda, hasta que de pronto vio a una horda de globlins saliendo del bosque. Junto a ellos apareció una veintena de jinetes armados.

Pia también miró. Los goblins no montan a caballo, dijo. Incluso yo lo sé. Los caballos no los aguantan.

Serán sus aliados, los fae oscuros, dijo Dragos, reparando en que su visión de ave rapaz era mucho mejor que la de Pia. Distinguió perfectamente los jinetes fae.

Por primera vez durante la huida, el rostro de Pia reveló tensión. Llevan arcos.

Arriba ese ánimo, chica melindrosa. Le dirigió su sonrisa tenebrosa. Las cosas empiezan a ponerse interesantes.

Dragos aumentó la velocidad, y Pia, fiel a su alarde, mantuvo el ritmo, la melena rubia ondeando al viento, las largas piernas de gacela sin tocar el suelo. Por todos los demonios, Dragos estaba orgulloso de ella.

Delante de ellos, el terreno cambiaba. En el horizonte, se elevaba un risco. Habrían corrido otro kilómetro cuando en lo alto apareció una docena de jinetes fae oscuros.

No montaban caballos.

Montaban a horcajadas criaturas fae que parecían libélulas gigantes. Enormes alas transparentes veteadas de negro brillaban con tonalidades de arcoíris.

Al verlos, Pia aflojó el ritmo y se paró. A su lado, Dragos hizo lo mismo. Llevó una mano al costado y se dio la vuelta. Estaban atrapados.

Pia se sentó en el suelo y apoyó la cabeza en las manos. Dragos se arrodilló a su lado y le pasó un brazo alrededor de los hombros. No dijo nada; ella tampoco. No había nada que decir.

En cuanto se hubieron detenido, sus perseguidos redujeron la marcha y se acercaron con más cautela. Los goblins se desplegaron en formación de semicírculo, los jinetes fae oscuros intercalados entre ellos. Los fae oscuros del risco se quedaron donde estaban, montados en las libélulas gigantes mientras observaban la escena que se desarrollaba abajo.

Pia los miró protegiéndose los ojos del sol. El tercero de la izquierda irradiaba un Poder frio diferente del de cualquiera de los otros. Tragó saliva para intentar aliviar la sequedad de su garganta.

—Allí —dijo—. El rey de los fae está en el peñasco, ¿verdad?

Dragos se sentó tras ella y la atrajo hacia su pecho.

—Sí. Espera por si hace falta su intervención.

—Aún nada de cambios de forma —dijo ella. No era una pregunta.

Dragos negó con la cabeza.

—Necesito algo más de tiempo.

Necesitaba un tiempo que no tenían. Pia se fijó en la piel de Dragos caldeada por el sol, en su respiración lenta y sosegada. Esa tranquilidad la maravillaba.

Pia no estaba tranquila. Le daba vueltas a la cabeza como enloquecida, el corazón siguiendo con su danza saltarina. Pensaba en la paliza que le habían dado los goblins. Pensaba en Keith y su corredor de apuestas, ambos muertos. Pensaba en la navaja automática que guardaba en el bolsillo de las mallas.

Dragos la soltó, se incorporó de rodillas y desató las correas de las armas. Depositó a un lado el hacha y la espada. A continuación, cogió la espada corta que llevaba sujeta a la cintura y la dejó en el suelo junto a lo demás. Con los ojos entrecerrados, miró a las huestes que se aproximaban.

—Si no lucho, quizá pueda negociar con ellos para que te dejen ir —dijo a Pia.

—No puedes rendirte y ya está —dijo ella—. ¡Van a matarte!

—Seguramente no enseguida. —Su semblante era brutalidad y ángulos marcados en grado sumo—. Si me rindo, puedo ganar tiempo. Si consigo que te suelten, puedes intentar llegar hasta mi gente de Nueva York y contarles lo sucedido. Allí estarás a salvo.

Quería decir que no lo matarían enseguida porque antes lo torturarían. Pia se enfurecía por momentos.

Observó al rey de los fae oscuros en el risco. Nunca había odiado tanto a alguien, alguien a quien además no conocía.

Era otro de los Poderes principales, uno de los más antiguos de las Razas Viejas. Su conocimiento y memoria de las tradiciones y la historia de la Tierra eran enormes. Como había señalado Dragos, era imposible saber lo que había rajado Keith antes de que ella le parase los pies con el hechizo vinculante. Y Urien tenía conexiones con los elfos, si no con Ferion quizá con alguno de los que hubieran presenciado su charla con Ferion y hubieran oído lo bastante para hacer conjeturas.

—En todo caso no funcionará —dijo con tono rotundo—. No van a dejarme marchar.

Dragos la miró y no se tomó la molestia de discutir.

—Entonces lucharemos.

—No me apresarán —le dijo ella, que metió la mano en el bolsillo y sacó la navaja. Apretó el resorte y la hoja salió como un rayo.

Dragos le agarró la muñeca al punto con los ojos llameando.

—¿Qué coño estás haciendo? —le espetó—. ¿Que no te apresarán? Pues entonces lucharemos. No nos entregaremos.

Pia miró a los goblins y a los fae oscuros. Eran muchos, formaban un pequeño ejército. Se hallaban casi al alcance de los arcos. Cubrió con su mano la de Dragos.

—Dragos, ¿confiarás en mí esta vez? ¿Me dejarás probar una cosa sin hacer preguntas?

La mano y la cara de Dragos se volvieron de piedra; se le agarrotó el cuerpo. Pia reprimió una creciente sensación de pánico y siguió hablando en voz baja.

—Por favor. No queda mucho tiempo.

Dragos aflojó los dedos. La soltó. Pia se incorporó de rodillas y se colocó frente a él. Él permaneció quieto y le miró la cara mientras ella le ponía la punta de la navaja en la blanca cicatriz del hombro. Pia se concentró en el bronce oscuro de la piel desnuda. Se mordió el labio y trató de mover la mano, pero solo pudo ponerse a temblar. Los nudillos se volvieron blancos.

—Maldita sea —dijo apretando los dientes—. No puedo cortarte.

Dragos le cubrió la mano. Esta vez para hacer un movimiento rápido y que la hoja mordiese la piel, justo encima de la cicatriz. Del corte empezó a manar sangre brillante y caliente. Pia tomó aire a duras penas y le dirigió un gesto de asentimiento. Él volvió a soltarla.

El segundo corte fue mucho más fácil. Pia pasó la hoja por la palma de su mano. Fue un buen corte y bastante profundo. Surgió el dolor, y la sangre empezó a gotear hacia la muñeca.

El ejército había avanzado y cruzado la delimitación del alcance de los arcos; estaba tan cerca que ella podía oír a los goblins reír y llamarse unos a otros.

Y luego hablan de esfuerzos desesperados. Ojalá supiera si va a funcionar o no. En todo caso, pronto lo sabremos.

—Ahí va eso, grandullón —murmuró Pia, que cruzó la mirada con la mirada de halcón de Dragos y unió su corte abierto al de él.

Durante unos segundos pareció no pasar nada. De repente, algo llameó y brotó de Pia, le atravesó la palma y entró en Dragos, cuya cabeza se echó hacia atrás. Dio un grito ahogado mientras se tambaleaba sobre las rodillas. Su Poder respondió con un bramido.

Pia vaciló, mareada por la transferencia. Acto seguido, Dragos titiló y se expandió tan deprisa que ella se cayó de espaldas. Luego forcejeó para apoyarse en los codos y observó boquiabierta el enorme dragón que se erguía delante.

Oh. Dios. Mío. Pia se había imaginado su aspecto. Había vislumbrado su sombra cuando volaba sobre la playa. Pero no estaba preparada para el impacto de la cosa real. Era del tamaño de un jet privado.

Dragos presentaba diversos tonos de bronce que bajo la luz del sol tenían un reflejo iridiscente. Su ancho pecho musculoso estaba justo arriba. La cabeza de Pia subía y bajaba mientras asimilaba las largas piernas plantadas a ambos lados. El color broncíneo se oscurecía hasta ser negro en los extremos de las piernas. Los pies tenían garras curvas largas como su antebrazo. El cuerpo se estrechaba formando unas caderas poderosas y una cola dilatada.

Pia miró por un momento la hendidura en la vaina de grueso pellejo entre las patas traseras que le cubría la región de los genitales. Por lo visto, no tenía ninguna parte vulnerable.

Por el suelo se desplegaron sombras enormes. Dragos había abierto las alas, extendidas ahora como las de un águila.

El cuerpo de Pia aprendió de nuevo a moverse. Se arrastró hacia atrás sobre manos y pies, escabulléndose como un cangrejo.

Dragos arqueó el largo cuello serpentino. Inclinó hacia abajo una cabeza triangular astada que medía como el cuerpo de Pia, para así poder mirarla con unos ojos que eran grandes estanques de lava fundida. Agitaba la cola de un lado a otro con un sonido que cortaba el aire.

—Esta es mi larga cola escamosa de reptil. Mayor que ninguna otra —dijo Dragos con una voz más fuerte, más profunda, pero aún reconocible como suya. Un enorme párpado se cerró en un guiño inconfundible.

Pia se entregó a una risa histérica.

—Quédate aquí —le dijo el dragón, que, como un Behemot elegante y sinuoso, bajó la cabeza al volverse hacia el risco. Enseñó los dientes en un desafío fiero.

VAMOS, A QUÉ ESPERAS, HIJO DE PUTA.

Uno a uno, los jinetes fae oscuros se elevaron en el aire en sus caballitos del diablo. Volvieron grupas y se marcharon.

Era imposible verlo, pero Pia notó que el depredador dentro de Dragos vibraba con el instinto de dar caza. Sin embargo, se contuvo, y ella sabía por qué. No podía dejarla desprotegida con el ejército goblin-fae tan cerca.

Pia se incorporó sobre un codo para mirar hacia sus perseguidores. Los goblins y los jinetes fae habían dado media vuelta. Estaban en franca retirada.

El sonido del suelo desgarrándose la hizo volverse hacia el dragón, que hundía las garras en la tierra mientras gruñía a los enemigos en su repliegue.

—Dragos —dijo ella. Él la miró. Pia hizo un gesto hacia el ejército en retirada—. Ve.

Fue aliento suficiente para Dragos. Se agachó y echó a volar de un salto. Un rugido surcó el cielo como un trueno. Los goblins se pusieron a chillar cuando empezó la matanza. Pia se sentía violenta y vengativamente feliz.

No fue tanto una batalla como un exterminio. Tras la primera y espectacular arremetida de Dragos cuando voló bajo sobre sus cabezas y arrojó fuego, Pia no vio nada más. Se tendió boca abajo, se cubrió con las manos y aguardó a que terminara todo.

La peste a goblin quedó disimulada por el olor a humo grasiento. No tardó mucho en hacerse el silencio en la llanura. No se podía hacer recuento de víctimas porque no había nadie. Ninguno de los enemigos había llegado con vida a la llanura.

• • •

Pia hundió más la nariz en la fragante y alta hierba. El sol estaba alto en el cielo. Sentía calientes la espalda y los hombros. Notó acercarse un susurro tranquilo. Le cayó una sombra encima. Algo muy ligero le hizo cosquillas en los antebrazos, que le cubrían la nuca. Y le sopló en el pelo.

Pia se rascó el brazo.

—¿Has matado los caballos de los fae?

Cesaron los soplidos.

—¿Ha estado mal hecho? —dijo Dragos con voz cautelosa.

Ella se encogió de hombros.

—No tenían ninguna culpa.

—Por si sirve de algo, tenía hambre y me he comido uno. —Otro soplido.

Pia no pudo menos que soltar una risita.

—Supongo que sirve de algo.

Rodó sobre si misma. Él se había estirado al lado, su enorme cuerpo entre Pia y los restos del ejército goblin-fae. Sus alas, una espectacular extensión de bronce oscureciéndose hasta el negro en las puntas, estaban plegadas. La piel relucía al sol.

Pia levantó la cabeza y miró hacia unos penachos de humo. La cabeza triangular descendió hasta quedar frente a ella, penetrantes los dorados ojos.

—No tienes por qué mirar hacia allá —dijo con voz suave.

Pia se sentó derecha y se apoyó en el hocico del dragón. Luego pegó la mejilla al cuerpo. De cerca, veía en la piel un vago patrón de escamas. Acarició la ancha curva de una fosa nasal. Parecía algo más suave que el resto. Él se mantenía muy quieto, la respiración rápida y superficial.

—¿Qué tal te sienta? —le preguntó.

—Bien. —Dragos exhaló un suspiro, una fuerte ráfaga de viento, y pareció relajarse—. Gracias por salvarme otra vez la vida, Pia Alessandra Giovanni. —Hizo que las sílabas de su nombre humano sonaran musicales.

—Lo mismo digo, grandullón —susurró ella.

Al cabo de unos instantes, él se apartó concediéndole a ella todo el tiempo para enderezarse. Pia alzó la vista, hasta la larga cabeza triangular silueteada en el sol de la tarde.

—Tienes dos opciones —dijo él.

—Las opciones son buenas. —Pia se puso en pie, repentinamente cansada y dolorida de nuevo—. Son mejores las opciones que las órdenes.

—O me montas —le dijo— o te llevo yo.

—¿Montar? Pero ¿qué dices? —Se protegió los ojos del sol para ver la enorme mole—. Ahora mismo puede ser más emocionante de la cuenta. No veo cinturones de seguridad.

—Pues sí los hay. —Dándole tiempo para acomodarse, la envolvió con las largas garras de una pata con tal precisión que no le provocó pinchazos ni arañazos. Cuando él inclinó la pata, Pia encontró un hueco de veras cómodo en el que colocarse. Dragos alzó la cabeza para poder mirarla—. ¿Todo bien?

—Me siento como Fay Wray en King Kong, pero por lo demás fantástico —contestó ella—. Si no fueras multimilmillonario, podrías ganarte bien la vida como ascensor.

Él soltó una risotada. De pronto, cuando saltó al aire, el mundo se desprendió. Cualquier cosa que dijera ella se perdería en el batir de las enormes alas, en su ensordecedor chillido.

Retiro lo dicho, le gritó telepáticamente. Ya no le quedaba aire de tanto chillar. Olvídate de fabricar Valium, o de la profesión de ascensorista o peluquero. Puedes ser la mejor montaña rusa del mundo. Eh, seguro que Six Flags te pagaría un pastón.

Veo que la loca que habita tu cuerpo está vivita y coleando, dijo él.

Se escoró y cambió de dirección al percibir un pasadizo de vuelta al mundo humano. Pia consiguió aspirar más aire para gritar otra vez. Hablo muy en serio… ¡No me veo capaz de lidiar con esto!

Mala suerte, replicó Dragos. No correré el riesgo de que nada más salga mal. Este es un vuelo directo a Nueva York. Gracias por volar con Cuelebre Airlines.

—¡No tiene ninguna gracia! —soltó ella a voz en grito. Las risas de Dragos le resonaban en la cabeza.

Pia se acurrucó en su agujero irrompible tapándose los ojos con las manos. Descubrió que no era un vuelo suave, sino que tenía un ritmo acompasado con el batir de las alas. También pensó que iba a congelarse. Tuvo otra sorpresa al ver que él la envolvía con una manta de terciopelo de Poder, que la protegía del viento y del frio de las alturas.

Pia percibió el incremento de magia que señalaba el pasadizo de regreso a la dimensión humana a medida que se acercaban. Espió a través de los dedos. Siguiendo un sentido direccional desconocido para ella, Dragos extendió las alas, y planearon hasta pasar a unos treinta metros de un pequeño cañón.

¿Ya eres capaz de abrir los ojos?, preguntó él.

Estoy mirando, respondió ella.

Muchos pasadizos a Otras tierras son como este. Se expresan en cierta fractura del paisaje físico, le explicó Dragos. Si volásemos solo tres o cuatro metros por encima, ya no estaríamos en él.

¿Entonces permaneceríamos en la Otra tierra?, preguntó Pia, cada vez más interesada en contra su voluntad.

Exacto. Es como seguir una corriente de aire específica. El pasadizo por el que nos llevaron los goblins era un tanto inusual, explicó él. En la tierra había una fractura, pero era de esas viejas, desgastadas por el tiempo. Apenas me resultaba visible.

En algún momento el sol cambió y se volvió más pálido. El cañón se encogió hasta convertirse en un simple barranco enmarañado de maleza. También era diferente la calidad del aire. Habían cruzado.

¿Sabes dónde estamos?, preguntó ella. Pia se había olvidado del miedo mientras observaba fascinada la tierra desplegándose abajo.

Al norte de donde estábamos antes. Estoy más familiarizado con el paisaje a lo largo de la costa. Reconoceré más cosas cuando lleguemos al Atlántico. Dragos le envió el equivalente a un encogimiento de hombros mental. Me interesa más saber qué día es y cuánto tiempo hemos pasado en la Otra tierra.

Pia se había olvidado de eso. Contemplaba los cambios en el paisaje mientras Dragos ponía rumbo al este. Al cabo de una media hora, apareció frente a ellos la línea azul del mar. Giraron hacia el norte, siguiendo la costa, subiendo hasta que el aire fue enrarecido para Pia. Las ciudades y los pueblos que sobrevolaban eran como de juguete.

Ya está, dijo Dragos. Ella alzó la vista para verle señalar a la izquierda. Eso es Virginia Beach. Aún nos quedan un par de horas de vuelo.

Ah, muy bien. Aquello desanimó a Pia. Y aquí estoy yo, sin revistas ni novelas de bolsillo, ni dinero para una película a bordo.

Se quedaron en silencio. Al cabo del rato, ver pasar la costa entre sus pies colgando acabó siendo aburrido. Se examinó el corte en la palma de la mano, que se había cerrado en algún momento durante la curación de Dragos.

La costra parecía ya de una semana. La tocó con escaso interés, y acto seguido dirigió su atención a las largas y curvas garras negras que la rodeaban. Frotó una, a la que luego dio unos golpecitos con una uña. Brillaba como la obsidiana y sin duda era más dura que el diamante.

Tras esto, ya no le quedaba nada más que hacer salvo mover los pies distraídamente y obsesionarse con el desastre en que se había convertido su vida.

Después de todo lo sucedido, iba camino de Nueva York en las garras de la misma criatura de la que había estado huyendo. Con la cual, por cierto, también había echado un polvo alucinante.

Con esto último bastaba para que todo fuera insólito, aun sin tener en cuenta los demás desastres acaecidos. Pia levantó la vista hacia Dragos y la apartó de inmediato.

Los recuerdos de lo que habían hecho juntos eran tan intensos que cada vez que pensaba en ellos se quedaba sin respiración. Pero al mismo tiempo parecían surrealistas, como si le hubiesen pasado a otra persona. Y no podía conectar del todo a ese hombre que había sido su amante con esa espléndida y exótica criatura que la transportaba por el aire con tanto mimo.

Pia apoyó los codos en una garra y se cubrió el rostro con las manos. Por sus ojos interiores pasaron fogonazos de los últimos días. El enfrentamiento con los elfos. Los disparos sobre Dragos. El accidente de coche. La fortaleza de los goblins, la paliza. El hermoso sueño de su madre. El impasse en la llanura.

Pia no sabía qué pensar de aquello. Quería esconderse en una habitación oscura y tranquila hasta entenderlo todo. Lo que acaso lograría en diez años o así.

Y realmente no era una buena noticia haber llamado la atención del rey de los fae. De frente y de perfil. El rey no podía saber lo sucedido entre ella y Dragos. Pero habían escapado juntos. Y ahora el rey de los fae podría formular muchas preguntas sobre si ella tenía algo que ver con la transformación de Dragos, preguntas de las que querría pronta respuesta, al igual que de todas las que pudiera haber acumulado hasta la fecha.

Es imposible estar bajo el radar sin ser visto, gilipollas. Si antes a lo mejor él sabía algo y tenía cierto interés en ella, ahora todo estaba claro como el agua. Pia no tenía duda alguna de que figuraba en la lista de los Diez Más Buscados del Rey de los Faes. Seguro que mandarían fotos suyas a las oficinas de correos y a las comisarías de policía así como al FBI.

Siempre podía someterse a cirugía plástica y marcharse a vivir fuera del sistema en algún pueblo mexicano remoto. Tenía que recuperar las cosas de los tres alijos restantes y volver a salir de la ciudad. De todos modos, eso no impediría la detección mágica. Dragos ya le había advertido de que, si intentaba escapar, la encontraría.

¿Qué era ella, entonces? No lo sabía. Cuando estuvieran de regreso en Nueva York, ¿sería su prisionera? ¿Hablaba él en serio cuando la consideraba propiedad suya o se trataba de una broma? Era difícil saberlo, pues a veces Dragos tenía un sentido del humor peculiar.

«Dime solo lo que quiero saber y te dejaré ir.» Ja. Pia puso los ojos en blanco. No podía creer que se hubiera enamorado de alguien así.

Sí creía que él la había perdonado por lo del robo. Cabía suponer que había sido un verdadero milagro, pues no mucho tiempo atrás había estado convencida de que la iba a hacer trizas. Y Pia le había prometido que no intentaría escapar. En ese momento lo había dicho en serio.

Pia no sabía si mantendría su promesa. La vida se había vuelto tan imprevisible que ahora no estaba dispuesta a fiarse de nada ni de nadie, menos aún de sí misma.

Lo único seguro era que seguía enfrentándose a un futuro peligroso e incierto.

Y que estaba… otra vez sola. Peor que nunca.