Oliver Stone no asistió al funeral de Milton, aunque los demás acudieron muy afligidos. Caleb estaba tan afectado por la muerte de su amigo que Alex y Annabelle tenían que mantenerlo en pie. Harry Finn había expresado su deseo de asistir, pero seguía oculto con su familia.
Alex se había presentado ante su supervisor y había comprobado que todos sus problemas se habían esfumado.
—No sé de qué coño iba todo eso —reconoció el supervisor—, y me parece que no quiero saberlo.
Al cabo de una semana se reunieron todos en el apartamento de Caleb para honrar la memoria de Milton. En esa ocasión Finn acudió con Lesya.
—Me cuesta creer que Oliver se perdiera el funeral de Milton —dijo Reuben, bajando la mirada hacia su cerveza—. No me lo puedo creer —añadió con los ojos enrojecidos.
Annabelle miró a Alex.
—¿No ha habido noticias de él?
El agente secreto meneó la cabeza.
—Harry, tú fuiste la última persona que lo vio. ¿Dijo adónde iría o qué haría?
Finn negó con la cabeza.
—Sé que se siente culpable de la muerte de Milton.
Caleb intervino con enfado:
—En el periódico pone que Carter Gray volverá a ser el jefe de la comunidad de inteligencia. Qué mundo maravilloso.
—Todos sabemos lo que ha hecho pero, claro, no disponemos de pruebas. —Se dejó caer en una silla y contempló una foto de Milton que había colocado en un estante bien visible. Las lágrimas le resbalaron por las mejillas regordetas.
—Mi familia y yo tendremos que marcharnos al extranjero. Gray no parará hasta que nos atrape.
—No lo creo. Ha llegado el momento de ponerle punto final a toda esta locura.
Todas las miradas se volvieron hacia Lesya, sentada en un rincón.
Sacó algo del bolso, un objeto muy inusual para una mujer anciana: un osito de peluche.
—El querido osito de mi nieta. El osito de mi preciosa Susie, el que le regalé cuando era pequeñita.
Todos siguieron mirándola, preguntándose si acababa de perder el juicio.
—Esto lo hago con el permiso de Susie. —Extrajo una pequeña navaja del bolso y cortó las costuras del peluche. Abrió la unión, introdujo la mano y sacó una cajita.
—Un artesano de Rusia me la hizo expresamente. —Sacó una llave diminuta, abrió la caja y extrajo un dispositivo electrónico minúsculo provisto de una conexión para USB—. ¿Alguien tiene un ordenador aquí?
En la pantalla del ordenador apareció una habitación muy espartana. Había cuatro personas sentadas alrededor de una mesa de madera. En uno de los lados estaban Solomon y una joven Lesya. Al otro lado se hallaba un joven Roger Simpson, y junto a este un hombre que no había cambiado tanto desde entonces.
—Carter Gray —dijo Alex.
Lesya asintió.
—Fue idea de Rayfield grabar esto en secreto. Es que la misión era de tal envergadura…
Observaron las imágenes en que los cuatro hablaban del asesinato. Parecía que Andropov ya había sido asesinado, y que ahora se centraban en Chernenko por considerarlo el único hombre que se interponía en el ascenso al poder de Gorbachov.
«Lo hicisteis de maravilla la primera vez, Ray y Lesya —decía Gray—. Todo el mundo creyó que Andropov murió por causas naturales».
«Ciertos venenos no dejan rastro —comentó ella—. Y en la URSS hay unos cuantos peces gordos que no lamentaron la muerte del pobre Yuri».
«Quizás ocurra lo mismo con Chernenko —apuntó Simpson—, ahora que lo han nombrado secretario general».
«Esperad un poco —intervino Gray—. Al menos un año. Así tendremos tiempo de allanar el camino en casa y acallar las sospechas. Todo apunta a que Gorbachov asumirá el poder cuando Chernenko muera».
«Si esperamos, Konstantin podría complacernos sin necesidad de veneno. No goza de buena salud», señaló Solomon.
«Pues démosle un año —repitió Gray—. Pasado ese tiempo, si sigue con vida, tú y Lesya aseguraos de que no viva mucho más».
«¿Y el director y el presidente también están de acuerdo con esto?», preguntó Solomon.
«Totalmente —respondió Simpson—. Lo consideran esencial para la paz mundial y la destrucción de la URSS. Como ya sabéis, hay muchas personas del lado soviético que también lo quieren».
Gray estaba exultante.
«Os convertiréis en héroes —dijo. Se dirigió a Lesya—. El hecho de que te pasaras a nuestro bando ha sido de vital importancia. Si reina la paz entre Estados Unidos y lo que queda de la Unión Soviética, será en gran medida gracias a ti. Y aunque nunca se haga público, te habrás ganado el agradecimiento eterno de tu nación adoptiva. Tú y Ray habéis arriesgado la vida infinidad de veces por este país, y de parte del presidente os digo que os da su más sincero agradecimiento por todo lo que habéis hecho por América».
La grabación continuaba varios minutos más y luego acababa.
—Nunca he visto a nadie que mintiese tan bien como Carter Gray y Roger Simpson —dijo Lesya—. A su lado, yo era una aficionada.
—¿Por qué demonios no nos enseñaste esto antes? —preguntó Alex.
—Por ejemplo, cuando nos diste las órdenes escritas —añadió Finn.
—Hay que ser tonto para entregar todo lo que uno tiene a la primera. Siempre hay que guardarse un as en la manga. Conservé la película y la coloqué en este dispositivo antes de introducirlo en el osito que le regalé a Susie.
—Dios mío, ha muerto gente, Milton ha muerto —susurró Caleb.
—Yo no pude hacer nada al respecto —se limitó a decir Lesya—. Si les hubiéramos dado también esto, ¿habría cambiado algo? Seguiría habiendo gente muerta. Tu amigo seguiría muerto. Y no tendríamos nada.
—Pero ¿qué hacemos con esto? —preguntó Alex.
—Quiero reunirme con Carter Gray.
—¿Qué? —exclamó Finn.
—Gray y yo tenemos que sentarnos cara a cara.
—¿Y si no quiere? —preguntó Alex.
Lesya sonrió.
—Deja que hable con él por teléfono. Entonces seguro que querrá verme.