A Finn se le cayó el alma a los pies cuando vio aparecer a Milton escoltado por dos hombres de Gray.
Detrás del murete de cemento de la galería, Stone aflojó el dedo del gatillo. Podía cargarse a los dos hombres antes de que le hicieran daño a Milton, pero no sabía dónde estaba el resto del equipo de asalto de Gray. Necesitaba hacerlos salir.
—Creo que esto concluye el intercambio —dijo Finn.
Gray negó con la cabeza.
—No ha hecho más que empezar, muchacho.
Asintió hacia sus hombres mientras se retiraba con Simpson. Cuando estuvieron a salvo, detrás de una pared de ladrillos a medio levantar, Simpson dijo en voz alta:
—Por cierto, John Carr, fui yo quien ordenó tu eliminación. Nadie deja la Triple Seis de forma voluntaria. Lo único que lamento es que no acabáramos contigo entonces. Pero la paciencia tiene recompensa.
Stone escuchó las palabras del senador y por un instante se quedó desconcertado, pero al punto se recuperó. Tenía una misión que cumplir y no le afectaría nada de lo que Simpson dijera. Corrió hasta un gran cabrestante eléctrico que había preparado con anterioridad.
Al recibir la señal acordada, Finn agarró a su hijo y lo tumbó en el suelo al tiempo que sacaba una pistola de la cinturilla y lo protegía con el cuerpo. Al cabo de un instante un objeto enorme cayó del techo. Se trataba de una enorme viga de hormigón que habían alzado con anterioridad. Stone la había soltado antes de regresar a su posición de francotirador.
La viga alcanzó su objetivo cayendo a pocos centímetros de Finn y su hijo, que de inmediato se refugiaron detrás de ella.
Los dos hombres de Gray apuntaron a Milton, el blanco más fácil. Antes de que tuvieran tiempo de apretar el gatillo, Stone los abatió con dos disparos certeros.
Stone tenía a mano un mando eléctrico múltiple conectado a un largo cable eléctrico. Pulsó un botón y la sala quedó a oscuras. Entonces bajó corriendo desde la galería. Había memorizado el número de escalones y giros, por lo que la oscuridad no le entorpeció el descenso. Alcanzó una especie de patinete que habían encontrado en un trastero, del tipo que los mecánicos utilizan para deslizarse bajo un coche, y se tumbó encima. Se deslizó por el suelo del Gran Salón, en dirección a Milton. El plan original había sido sacar de allí a Finn y a su hijo de ese modo. Pero Milton era quien más peligro inmediato corría.
—¡Finn! ¡Cúbreme! —pidió.
Finn empezó a disparar.
Mientras rodaba, Stone parpadeaba con rapidez para acostumbrar los ojos a la oscuridad. Chocó contra un cadáver y le arrancó las gafas de visión nocturna del cinturón.
—¡Milton! —llamó en cuanto se las puso.
—Aquí —respondió Milton con un hilo de voz.
Stone miró a su derecha. Milton estaba allí, tumbado con las manos encima de la cabeza. El otro agente muerto le había caído encima.
—¿Estás herido? —preguntó Stone.
—No.
Stone apartó el cadáver y, encaramados los dos al patinete, se deslizaron por la sala hacia las escaleras que conducían a la galería mientras Finn vaciaba dos cargadores para cubrirles la retirada.
—Voy a llevarte con Annabelle —le dijo Stone a Milton—. Saldréis por un conducto que lleva al Capitolio. Es muy estrecho pero cabrás.
—Oliver, no puedo ir por ahí.
—¿Por qué no?
—Padezco claustrofobia.
Stone resopló.
—Bueno, entonces te marchas conmigo.
—Que no sea estrecho —rogó Milton con nerviosismo.
—Aquí todos los sitios son estrechos —espetó Stone mientras se parapetaban tras el murete de la galería—. ¿Has contado cuántos hombres traía Gray consigo?
—Una docena.
—Entonces le quedan diez.
Stone sabía que en la siguiente fase de la huida tendrían que correr por un espacio abierto. Sin duda los hombres de Gray les seguirían el rastro con las gafas de visión nocturna. De hecho, Stone contaba con ello. Esa clase de gafas eran de gran utilidad pero tenían un inconveniente.
Stone se quitó las que llevaba, cogió el mando eléctrico y volvió a pulsar un botón. La luz inundó todos los rincones. Al punto se oyeron gritos de dolor: los hombres de Gray. Cuando se encendían luces brillantes, quienes llevaban gafas de visión nocturna no veían más que estrellitas durante al menos un minuto.
Stone y Milton echaron a correr para ponerse a cubierto. Apenas se recuperaron, los hombres de Gray abrieron fuego sin miramientos. Stone dejó a Milton y bajó de nuevo a la sala. Finn y su hijo seguían detrás de la gran viga, atrapados por el tiroteo. Stone cogió la carretilla eléctrica cargada con material de calefacción y aire acondicionado y se acercó a Finn y a su hijo. Las balas que disparaban los hombres de Gray rebotaban contra los aparatos de metal.
Con ese escudo alcanzaron una posición relativamente segura y Milton bajó para reunirse con ellos. Corrieron pasillo abajo y atravesaron varias puertas hasta lograr entregarle a Annabelle un aterrorizado David.
Ella vio a Milton.
—Dios mío, ¿qué estás haciendo tú aquí?
—Es una larga historia y ahora no tenemos tiempo —dijo Stone—. Tú y David saldréis por los conductos. Milton vendrá con nosotros.
Finn abrazó a su lloroso hijo, que se aferraba a su padre.
Al final Finn se separó de su hijo y le dijo que fuera con Annabelle.
—Tienes que ayudar a tu madre —le recordó—. Me reuniré con vosotros apenas pueda.
—Papá, van a hacerte mucho daño…
—Descuida. He salido bien parado de otras situaciones peores —repuso Finn esbozando una sonrisa.
Annabelle miró a Stone, le cogió la mano y se la apretó.
—No dejes que te maten, Oliver. Por favor.
Ayudaron a la chica y al niño a entrar en el conducto. Luego Finn condujo a Stone y a Milton hasta otro túnel que discurría en paralelo al anterior. Se había construido en previsión de que los obreros tuvieran que evacuar el lugar y por algún motivo la salida normal no fuera transitable.
Se detuvieron ante una puerta de seguridad. Stone hizo saltar la cerradura de un disparo y Finn abrió la puerta, que daba a un largo pasillo.
—Por aquí se llega al edificio Jefferson —indicó Finn.
Stone asintió.
—Caleb me contó cómo salir del Jefferson sin ser vistos. Harry, ve tú primero, Milton en medio y yo detrás.
Milton se asomó al pasillo largo y oscuro.
—¿Seguro que estaremos a salvo?
—Tan a salvo como…
Stone no supo de dónde salió el disparo; apenas lo oyó. Tampoco vio que Finn alzaba la pistola y disparaba, ni que el francotirador se desplomaba. Lo único que vio fue la expresión de Milton, que ensanchó los ojos ligeramente, como sorprendido. Luego cayó de rodillas sin apartar la mirada de Stone. Empezó a sangrar por la boca. Sólo pronunció una palabra: «¿Oliver?».
Acto seguido, Milton Farb cayó de bruces sobre el suelo, se retorció una vez y luego se quedó inmóvil mientras el gran orificio que tenía en el centro de la espalda rezumaba sangre.
Stone había visto muchas heridas como esa, todas mortales.
Milton estaba muerto.
Finn contempló el cadáver.
—Dios mío.
Stone se arrodilló para levantar el cuerpo de su amigo y lo llevó a un rincón, donde lo depositó con suavidad. Le cerró los ojos inertes y le colocó las manos pequeñas y finas sobre el pecho. A continuación se levantó, empuñó su arma y pasó junto a Finn sin mediar palabra. No se dirigía a un lugar seguro, sino que volvía al Centro de Visitantes.
Harry Finn miró la puerta que llevaba al edificio Jefferson y a la libertad. Su hijo estaba a salvo. Podría reunirse con él en breve si se marchaba en ese momento. Aquella ya no era su batalla. John Carr había matado a su padre. ¿Qué le debía a aquel hombre?
«Todo. Me salvó a mí, a mi madre y a mi hijo. Se lo debo todo».
Cogió el arma y corrió tras Oliver Stone.