Durante las dos horas siguientes, Stone y Finn coreografiaron lo que sucedería por la noche. Finn, especializado en tareas de esa índole, al final tuvo que reconocer que, en lo atinente a establecer la mejor posición para matar y sobrevivir, Stone le superaba con creces.
Llegó el momento de no retorno. Stone hizo la llamada a Gray y luego ocuparon sus posiciones y esperaron. Stone sabía que Gray enviaría una avanzadilla para hacer un reconocimiento del lugar. Y así fue. Al cabo de dos horas aparecieron unos hombres a husmear e inspeccionar, acompañados por los guardias de seguridad, oportunamente intimidados por las placas oficiales.
Luego apareció Gray en persona. Se le veía más corpulento de lo normal. Desde su posición de francotirador, Stone adivinó por qué: protección corporal antibalas. No le importó: como había dicho a Finn, siempre apuntaba a la cabeza. Nadie sobrevivía sin cerebro, aunque pareciera que en Washington más de uno lo conseguía sin problemas.
Al lado de Gray, un hombre empujaba una carretilla que transportaba una bolsa. Bajó la cremallera de la bolsa y ayudó a salir al chico. David Finn llevaba los ojos vendados y tapones en los oídos. Se colocó tambaleando al lado de Gray, quien recorrió con la mirada el enorme Gran Salón inacabado.
—Bueno —dijo al espacio vacío—. Aquí estamos.
Harry Finn entró en la sala con Simpson amordazado.
—Aquí lo tiene. ¡Ahora entrégueme a mi hijo!
Gray pareció ligeramente molesto por el hecho de que le hablaran de ese modo.
—Harry Finn, hijo de Lesya y Rayfield. Te pareces más a ella que a él.
—¡Devuélvame a mi hijo!
—¿Dónde están las órdenes? ¿Y dónde mi grabación?
Finn sacó unos papeles y un teléfono móvil del bolsillo de la chaqueta. Se los enseñó sin acercarse.
—Quiero a David a mi lado —dijo, y empujó a Simpson hacia Gray.
El senador se apresuró hacia Gray, quien ordenó que le quitaran la mordaza y las ataduras de la mano.
Entonces un hombre empujó a David hacia su padre. Finn abrazó a su hijo.
—Tranquilo, David, ya te tengo. —Le quitó la venda de los ojos y los tapones de los oídos.
—¡Papá! —dijo el muchacho con voz temblorosa, y lo abrazó con fuerza.
Gray estiró la mano.
—¡Dámelos ahora mismo!
Finn le lanzó lo que quería. Gray miró las órdenes.
—Cuesta creer que hayan sobrevivido todos estos años —comentó.
—Hay muchas cosas que han sobrevivido todos estos años, incluida mi madre —dijo Finn mientras colocaba a David detrás de él. Notó que los dedos de varios hombres se acercaban al gatillo de sus armas.
Gray escuchó la grabación en el teléfono móvil, luego se lo pasó a un subalterno, que lo conectó a un pequeño dispositivo electrónico y la reprodujo otra vez. Leyó el resultado que apareció en la pantalla del aparato.
—Es el original, se ha copiado una vez —informó.
Stone le había dado una copia a Gray con anterioridad.
Gray sonrió, se metió el móvil en el bolsillo y miró a Finn.
—¿Y qué tal está tu madre?
—Viuda, gracias a ti.
Gray miró alrededor.
—John, sé que estás ahí, quizás acompañado de tu variopinto regimiento. Pero para que sepas cuál es la situación del terreno de juego, te diré que el lugar está rodeado y completamente acordonado. Y la policía, el FBI, el Servicio Secreto y cualquier otra cosa que se te ocurra tienen prohibida la entrada. Seguro que sabes que ahora mismo se está realizando un simulacro de atentado terrorista ahí fuera. Probablemente por eso elegiste este sitio. Sin duda esperabas que te facilitaría la huida. Pero lo que hace es asegurar que, si se produce un tiroteo aquí dentro, no se oirá desde el exterior, y si se oye nadie se molestará en investigarlo.
En ese momento les llegaron los sonidos de las sirenas, disparos y explosiones, todo parte del simulacro.
Gray miró de nuevo a Finn.
—A lo mejor tendrías que darle las gracias a este joven, John. Mató a Bingham, a Cincetti y a Cole. Tú no lo sabes, claro, pero tus ex compañeros formaban parte del equipo enviado para matarte. Fallaron, por supuesto, pero pillaron a tu mujer. Cole se jactó de haber sido su ejecutor, pero Bingham se lo discutía. De hecho, se ofrecieron voluntarios para hacer el trabajo. Supongo que no les caías muy bien.
El silencio fue la única respuesta al dardo envenenado de Gray.
Gray esperó unos instantes antes de añadir:
—Quizá también te interese saber con quién me he encontrado mientras venía hacia aquí.