Simpson habló lentamente por el teléfono. Seguía un guión. Si le entraban ganas de desviarse del guión, Stone le apuntaba con una pistola en la cabeza para disuadirle.
—Quieren que nos reunamos, Carter —dijo con voz tensa.
—No sé de qué estás hablando. ¿A quién te refieres?
—¡Ya sabes a quién!
—Pues diles, sean quienes sean, que si están grabando esta conversación, les deseo suerte cuando intenten usarla contra alguien.
—¡Joder, Carter, me han secuestrado!
—Puedo llamar al 911 si quieres. ¿Tienes idea de dónde estás retenido?
—Tienen algo que te interesa.
—¿Ah, sí?
—Saben lo de David.
—Insisto en que no sé de qué estás hablando.
—Tienen las órdenes que firmé, ya sabes cuáles.
—No, la verdad es que no.
—¡Tú autorizaste esa orden, Carter! —estalló Simpson.
—Aunque no sé de qué estás hablando, estoy abierto a un intercambio.
—Yo a cambio del chico.
—No; a cambio de las órdenes.
—¿Y yo qué?
—¿Y tú qué, Roger?
—Me matarán.
—No sabes cuánto lo siento. Pero has vivido muchos años y muy buenos. ¿Dónde quieren hacer el intercambio?
—¡Eres un hijo de puta!
Stone cogió el teléfono.
—Te llamaremos para decirte el lugar y la hora. Y te entregaremos a Simpson a cambio de nada. No tengo ningunas ganas de quedármelo.
—John, me alegra oír tu voz. ¿Sabes cuán difícil me pones las cosas?
—Parece que es para lo único que me sirve seguir vivo.
—Y por supuesto no pretenderás tenderme una emboscada, ¿verdad?
—Tendrás que jugártela, igual que yo.
—¿Y si no aparezco?
—Entonces enviaremos las órdenes de asesinar a Andropov y a Chernenko a cinco personas de Washington que no son precisamente amigos tuyos. Y luego podemos dejar que el distinguido senador te traicione para salvarse él. Creo que quedaría muy bien como testigo.
—¿Después de tantos años crees que a alguien le importará realmente?
—Vale, si crees que no importa, no te tomes la molestia de venir. Las enviaremos y que sea lo que Dios quiera. Cuídate, Carter.
—¡Un momento!
Hubo unos instantes de silencio.
—No oigo nada —dijo Stone.
—¿De dónde has sacado esas órdenes? ¿Lesya?
—No hace falta que lo sepas. Roger las ha visto. Y a juzgar por lo mucho que palideció, yo diría que él cree que importa mucho.
—Siempre fue un poco impresionable. No como tú o yo. Muy bien, John, pero si de verdad quieres negociar, tendrás que mejorar tu oferta. Quiero la grabación original que hiciste en Murder Mountain.
—Eso no es negociable.
—Oh, sí que lo es. Me costó mi carrera. Quiero recuperarla. Y no intentes hacer copias. Disponemos de tecnología que lo averigua.
—¿Y si no acepto?
—No hace falta que te diga las consecuencias, ¿verdad?
Stone miró a Finn.
—De acuerdo. Te llamaré para indicarte la hora y el lugar. Y tienes que venir en persona o no hay trato.
—Entonces prefiero elegir yo el sitio.
—Ya lo sé, por eso lo elijo yo. Una cosa más. Si le ocurre algo a David Finn, no saldrás de esta con vida.
—Ya no eres como antes, John. Dispongo de cincuenta hombres tan buenos como fuiste tú.
—Déjalo en cuarenta y nueve. Me encontré con uno de tus mejores hombres hace un mes, un ex Triple Seis reconvertido en espía.
Gray colgó y se secó un reguero de sudor que le caía por la cara.