Roger Simpson estaba sentado al escritorio en su despacho del edificio Hart trabajando en el ordenador cuando la pantalla se quedó negra. Al cabo de un instante apareció una foto.
Simpson lanzó un grito ahogado. La imagen de Rayfield Solomon se había materializado en la pantalla.
«¿Cómo es posible?».
A continuación aparecieron unas palabras en la parte inferior: «Espero que reconozcas a tu viejo amigo».
—Pero ¿qué…? —dijo Simpson mirando alrededor—. ¿Qué coño es esto?
«¿Qué coño es esto?», dijo una voz que a punto estuvo de hacerlo caer de la silla. Procedía de la unidad inalámbrica que Finn había escondido cuando entró subrepticiamente en el despacho.
—¿Quién eres? ¿Dónde estás? —preguntó Simpson, atemorizado.
—Lo importante es que hay una bomba escondida en tu ordenador.
—¿Qué? —exclamó Simpson, levantándose a medias de la silla.
—Si intentas salir del despacho, explotará.
El senador volvió a sentarse.
—Pero si han registrado el despacho para ver si había alguna bomba.
—Desatornilla la parte trasera del ordenador. Hay un destornillador en el cajón del escritorio, lo comprobé cuando estuve allí.
—Pero yo…
—¡Obedece!
Con manos temblorosas, Simpson sacó el destornillador, quitó la tapa trasera y contempló el dispositivo colocado por Finn.
—Está diseñado para utilizar los componentes químicos y electrónicos de la CPU y provocar una reacción en cadena que desemboca en una gran explosión. Por cierto, también veo todo lo que haces, así que, si intentas desactivar la bomba, haré que explote, ¿comprendido?
Simpson asintió lentamente.
—No te limites a asentir, quiero oír como lo dices.
—Comprendido. Por el amor de Dios, lo he entendido.
—Dentro de un rato irá un hombre al despacho. Lo acompañarás sin oponer resistencia. Si intentas advertir a alguien, volaré la oficina. Cuando estés fuera, si intentas alguna jugarreta tu mujer morirá. ¿Lo has entendido?
—¿Tiene a Donna?
—La ex Miss Alabama está muy bien ahora mismo, situación que podría cambiar según tu nivel de cooperación. ¿Lo has entendido?
—Sí —repuso Simpson con voz derrotada.
—Bien. Ahora serénate y espera a tu visitante. Yo estaré escuchando y observando hasta que aparezca. Te dirá que te lleva a una reunión de urgencia a Langley para gestionar una repentina crisis, a la que asistirá el presidente del Comité de Inteligencia. Confirmarás a tu personal que es cierto. ¿Entendido?
—Sí.
Al cabo de unos minutos llamaron a la puerta. Poco después, el senador —pálido pero sereno— bajó en el ascensor junto con Stone, vestido con traje negro y gafas de sol. Subieron a un coche que conducía Reuben. Cuando el vehículo se puso en marcha, Stone se quitó las gafas y miró fijamente a Simpson.
—Hola, Roger, cuánto tiempo sin vernos.
—¿Le conoz…? —Se le cortó la respiración mientras Stone le taladraba con la mirada.
—Supongo que no he cambiado tanto —declaró Stone—. De hecho creo que cuando más envejecí fue cuando trabajaba para ti y Gray.
El senador empezó a balbucir:
—John, por favor, tienes que creerme, no tuve nada que ver con lo que os sucedió a ti y a tu esposa. Además, cuidamos de Jackie —añadió rápidamente—. La quisimos mucho.
Stone le propinó un fuerte codazo en las costillas.
—Mi hija se llamaba Elizabeth, no Jackie.
—Gray nos la entregó. No nos dijo que era tu hija. Hasta hace poco no lo sabía.
—¿Y quién ordenó que me liquidaran?
—Tengo mis sospechas —dijo Simpson.
—¿Gray?
—Podría ser. Dijo que querías dejar la Triple Seis. Eso no le gustó nada. Es la verdad.
—Al parecer no le gustó a muchas personas. Tú ordenaste la muerte de Andropov y Chernenko, ¿verdad?
Simpson estuvo a punto de atragantarse.
—¿Quién te ha dicho eso?
—¿La ordenaste o no?
—Es cosa del pasado. Pero si hice algo de tal envergadura, que no estoy diciendo que lo hiciera, habría estado debidamente autorizado por las más altas instancias.
—Seguro que te cubriste las espaldas. Hablé con Max Himmerling antes de que muriera.
A Simpson empezó a palpitarle la sien izquierda.
—¿Himmerling?
—Sí. Supongo que Gray ordenó matarle porque sabía que me lo contaría todo. Y Max sabía dónde estaban todos los trapos sucios.
—¿Qué te contó? —preguntó Simpson nervioso.
—Todo lo que necesitaba saber —repuso Stone con voz queda—. Como que fuisteis tú o Gray quienes ordenaron mi muerte.
El otro apenas podía articular palabra.
—¿Vas a matarme?
—Eso depende de ti. —Stone se puso las gafas de sol y se reclinó en el asiento—. ¿Hasta qué punto valora tu amistad Carter Gray? Si no muerde el anzuelo, no me sirves de nada.
—¡Bien podría ser el siguiente presidente! —espetó Simpson.
—Eso no me ayuda en nada.