David Finn, aún afectado por lo ocurrido la noche anterior, agradeció la oportunidad de salir de la habitación del motel para ir al supermercado. La habitación en que se alojaban disponía de cocina americana, y su madre preparaba allí la comida.
Cuando estaba en la cola de la caja, se dio cuenta de que no llevaba suficiente dinero para pagar y sacó la tarjeta de débito que su madre le había dado para que guardara, aunque le había advertido que no la utilizara. Pero ¿qué más daba?, pensó el muchacho.
Pues mucho más de lo que imaginaba.
En cuanto la tarjeta pasó por el receptor, una señal de alerta fue recibida electrónicamente en una sala situada a tres mil kilómetros de distancia. De allí pasó a la central de la CIA y casi de forma inmediata a Carter Gray. Al cabo de dos minutos, cuatro hombres fueron enviados al lugar en que se había utilizado la tarjeta.
David estaba a medio camino del motel cuando el coche se le acercó y se apearon dos hombres. El alto muchacho fue flanqueado por los dos gorilas, quienes le introdujeron en el coche a la fuerza, todo ello en menos de cinco segundos. Al cabo de media hora estaba a treinta kilómetros de distancia en una habitación oscura y maniatado en una silla. El corazón le latía tan rápido que apenas podía moverse.
—Papá, por favor, ven a ayudarme. Por favor… —suplicaba con un hilo de voz.
Entonces surgió una voz de la oscuridad.
—Papá no va a venir, David. Papá nunca volverá.
Stone, Finn, Lesya y los miembros del Camel Club, junto con Alex y Annabelle, estaban reunidos en el sótano. Stone hizo las presentaciones pertinentes y, de pie en el centro, contó toda la historia. Ellos se reclinaron en sus asientos, como un público embelesado. Algunos de ellos miraban de vez en cuando a Lesya o a Finn.
—Mi equipo y yo matamos a Rayfield Solomon —concluyó Stone—. Matamos a un hombre inocente.
—Tú no lo sabías, Oliver —protestó Milton, opinión que compartieron Reuben y Caleb.
Stone había advertido que sus colegas del Camel Club no se habían asombrado demasiado cuando reconoció haber sido un ejecutor del Gobierno vinculado a la División Triple Seis de la CIA.
—Ya sabíamos que no eras un bibliotecario jubilado, Oliver —señaló Caleb—. A esos los huelo a una legua.
—¿Por qué te llaman Oliver? —preguntó Lesya—. Te llamas John Carr.
Milton, Reuben y Caleb intercambiaron miradas de curiosidad. Stone miró a la rusa antes de replicar:
—¿Has mantenido tu verdadero nombre todos estos años? —Ella negó con la cabeza—. Vale, pues yo tampoco. Por motivos obvios.
Acto seguido, Stone miró a Alex Ford.
—Alex, tú eres el único agente de la ley entre nosotros. Y dado que lo que voy a proponer no es exactamente legal, puedes desentenderte si así lo prefieres.
Alex se encogió de hombros.
—La verdad me importa tanto como a los demás. —Dedicó una mirada a Lesya—. Pero dejadme que haga de abogado del diablo un momento: ¿cómo sabemos que su historia es cierta? Sólo tenemos su palabra de que sucedió todo eso. ¿Y si Solomon era realmente un espía? ¿Y si ella no se pasó al bando americano? Resulta que he oído hablar de Rayfield Solomon, y parece que sí era culpable.
Todas las miradas se posaron en Lesya.
—Tengo motivos para creerla —dijo Stone—, incluyendo a alguien de la CIA que lo sabe.
—De acuerdo —cedió Alex—. Pero nos estamos jugando el pellejo. Así que me gustaría saber que es por la causa correcta. Creo que, si fue una gran espía, debe de mentir realmente bien.
Stone fue a replicar, pero Lesya levantó una mano y se puso en pie.
—Me defenderé yo sola. De hecho me sorprende que esta pregunta no haya salido hasta ahora. —Se agarró al bastón, desatornilló la empuñadura y del interior del tubo sacó dos papeles enrollados.
—Estas son las órdenes escritas que recibimos de la CIA. Insistimos en ello dada la magnitud de lo que se nos pedía.
Todos leyeron los documentos. Llevaban el membrete de la CIA e iban dirigidos a Lesya y Rayfield Solomon. En el primero se les ordenaba que perpetraran el asesinato de Yuri Andropov; en el segundo, el de su sucesor, Konstantin Chernenko. Ambos documentos estaban firmados al pie por Roger Simpson. Todos se quedaron de piedra.
—Supongo que no confiabais en Simpson —apuntó Stone.
—Sólo confiábamos el uno en el otro —repuso ella.
—Es la firma original de Simpson —dijo Stone—. La conozco bien.
—¿No está el refrendo del presidente? —preguntó Alex con incredulidad—. ¿Me está diciendo que usted mató a dos jefes de Estado de la Unión Soviética por orden de un… un jefe de misión de poca monta?
—¿Crees que el presidente de Estados Unidos estamparía su firma en una orden como esta? —repuso Lesya—. Nosotros trabajábamos con nuestra cadena de mando. Si procedía de esa cadena, teníamos que confiar en que arriba lo habían aprobado. Sin confiar en eso no podríamos haber hecho nuestro trabajo.
—Tiene razón —dijo Stone—. La Triple Seis funcionaba del mismo modo.
Observó la carta a contraluz. Miró a Lesya.
—Al lado de la marca de agua hay una línea en clave.
Ella asintió.
—Ese papel especial codificado sólo podían utilizarlo quienes estaban, por lo menos, un nivel por encima de Simpson.
—¿Carter Gray?
—Sí. Nos constaba que las órdenes habían llegado a través de Gray. Y por experiencia sabíamos que, si llegaban a través de él, venían desde arriba. No confiábamos demasiado en Simpson. Era un bala perdida.
—Pero es posible que Gray os utilizara tendenciosamente —señaló Stone—. Quizás el presidente no autorizó los asesinatos.
Lesya se encogió de hombros.
—Siempre cabe esa posibilidad. Lo siento, pero no tuve ocasión de ir a la Casa Blanca y preguntar personalmente al presidente si quería que matase a los dos líderes soviéticos —masculló.
—¿Por qué no llevó esa carta a las autoridades entonces? —preguntó Alex.
—No tuve motivo para pensar en ello hasta que Rayfield fue eliminado. No me enteré de que había sido asesinado por los americanos hasta mucho después. Luego intentaron matarme a mí cuando Harry era pequeño. En ese momento comprendí que nos habían traicionado. Tuvimos que ocultarnos. Dediqué décadas a descubrir la verdad, a los responsables. Pero aun así, ¿cómo podía utilizar esta prueba? Yo era una espía rusa. Sólo Rayfield, Simpson y Gray sabían mi condición de agente doble. Si hubiera salido del ostracismo incluso con esa prueba nadie me habría creído. Me habrían matado y ya está. —Hizo una pausa y los miró uno por uno mientras la observaban con cierta incredulidad—. ¿Os creéis que vuestra gente no habría hecho una cosa así? —Miró a Stone—. Preguntadle a él.
—Yo te creo, Lesya —afirmó Stone—. Sé que podría haber ocurrido así.
—Rayfield y yo nos casamos en la Unión Soviética. Yo ya estaba embarazada de Harry. No podíamos decirle a nadie que estábamos casados, ni a los soviéticos ni a los americanos. Adoptamos una doble vida, con nuevos nombres, y acabamos instalándonos en Estados Unidos. Rayfield pasaba el mayor tiempo posible con nosotros, pero cuando Harry era todavía pequeño cortó casi todo contacto con nosotros. Alguien iba tras él. Lo sabía. Su temor se confirmó en Sao Paulo. Seguía trabajando para los americanos, para su país. Y lo mataron.
—¿Hubo una investigación? —añadió Alex.
—¿Qué más me daban las investigaciones que no llevaban a ninguna parte? No quería encubrir la verdad, sólo quería venganza. —Cogió la mano de Finn—. Los dos la queríamos.
—Oliver, ¿no podríamos llevar ahora esta prueba a las autoridades? —preguntó Alex.
—Es lo que estaba pensando —añadió Annabelle.
Stone negó con la cabeza.
—No sabemos si la CIA y el presidente de entonces ordenaron esos asesinatos. Si los ordenaron, es posible que otras personas que todavía están en el Gobierno lo sepan.
—Y nosotros seremos los chivos expiatorios —dijo Alex lentamente.
—Y desaparecemos para siempre —dijo Lesya—. Mirad lo que le pasó a mi pobre esposo.
—Además, si saliera a la luz ahora podría desencadenar la Tercera Guerra Mundial —advirtió Stone—. Teniendo en cuenta la situación de la Rusia actual y la deteriorada imagen global de nuestro país, dudo que los rusos se tomaran a bien que nosotros hayamos matado a dos de sus líderes, aunque ello condujera al desmoronamiento de la Unión Soviética.
—¿Cuál es el plan entonces? —preguntó Alex.
—Tenemos que ponernos en contacto con Carter Gray, y creo que sé cómo hacerlo.
Stone acababa de empezar a presentar su plan cuando sonó el teléfono de Finn. Escuchó, colgó y miró a los demás. Palideció a ojos vista.
—Era Mandy. Mi hijo David no ha vuelto del supermercado.
—Carter Gray lo ha apresado. Como cebo —dijo Lesya con voz queda.
Finn se puso en pie.
—Entonces se acabó. Le pediré que me intercambie por mi hijo.
—Lo único que conseguirás es que muráis los dos —afirmó Stone—. Gray nunca permite que queden testigos sueltos.
—Debo recuperar a mi hijo —espetó Finn.
—Lo haremos, Harry. Te lo prometo —aseveró Stone.
—¿Cómo? —exclamó Lesya—. ¿Cómo lo harás si lo ha apresado Gray? Acabas de decir que no deja testigos con vida.
—Necesitamos a otra persona para el intercambio.
—¿Quién podría ser? —preguntó Reuben.
—Alguien a quien Gray no puede permitirse el lujo de perder.
—Roger Simpson —declaró Lesya al instante.
Finn se dio la vuelta rápidamente y miró a Stone.
—Y yo sé cómo pillar a ese hijo de puta.