Aunque no fuera habitual en él, Carter Gray gritó, incapaz de contener la rabia, cuando le dijeron que Alex Ford había huido.
Con una mirada de indignación hizo marchar a los hombres que tenía delante. Les habían perdido el rastro a Carr, a Lesya y a su hijo, ¡y ahora esto! Tanta incompetencia habría resultado inadmisible en los viejos tiempos, se dijo, cuando contaba con hombres como John Carr…
Después de respirar hondo tres veces, puso otra vez manos a la obra. Era un contratiempo, pero nada más. Hacía media hora había recibido más información importante. Con los años se había dado cuenta de que tendía a aparecer por rachas.
Habían identificado el rostro del hombre en una base de datos. El hombre que acompañaba a Carr y a Lesya se llamaba Harry Finn, ex SEAL de la Marina, y se dedicaba a labores de consultoría para el Departamento de Seguridad Interior como miembro de un equipo externo. O se había dedicado. Gray no creía que Finn continuara trabajando, ya que no cabía duda de que era el hijo de Lesya Solomon. Y eso significaba que era un asesino y debía morir incluso antes de ir a juicio.
Gray ya había enviado a un equipo a casa de Finn. Vivía en un lugar agradable en las afueras; tenía una mujer encantadora y tres hijos preciosos. Hacía de entrenador de fútbol en sus ratos libres y, a decir de todos, era un ciudadano modélico. Gray intuía que sus hombres encontrarían vacía la casa. La llamada que recibió al cabo de diez minutos lo confirmó.
Sin embargo, su equipo no se marchó con las manos vacías. En una caja fuerte del garaje encontraron ciertos detalles interesantes y la dirección de un trastero alquilado, donde hallaron documentación muy valiosa: los historiales de Bingham, Cole y Cincetti. Y de Carter Gray y Roger Simpson. Y por último el de John Carr. Aunque no encontraran ni la menor información sobre Rayfield y Lesya, quedó claro que Harry Finn era su hombre. Pero ¿dónde estaba? ¿Y su mujer y sus hijos? Escondidos, por supuesto. Y Carter Gray debía hacerlos salir a la luz.
Tenía la impresión de que la suerte le sonreiría. No era nada sensato pero, por algún motivo, Gray tenía la impresión de que Stone, Lesya y Harry Finn estaban muy cerca. Y si así era, cometerían un error en algún momento. No tenía por qué ser un error de ellos; cabía otro factor en la ecuación: la familia normal y corriente de Finn.
Cogió el teléfono.
—Sigue el rastro de todas las tarjetas de crédito y débito y todos los teléfonos a nombre de la familia Finn. Ya sabes dónde trabaja, así que vigila a sus compañeros y su oficina. También el colegio de los niños y el grupo de lectura de la madre. Si aparecen, detenlos. Remueve cielo y tierra, pero encuéntralos.