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Alex y Annabelle se habían marchado en un taxi. Él había decidido no esperar la llegada del resto de los agentes federales. En todo caso, el vehículo carbonizado y los cadáveres flotantes hablarían por sí solos.

Llamó al oficial del FBI y le informó de lo ocurrido y de que él y Annabelle eran los únicos supervivientes.

—Si nos necesitas, estaremos en mi casa —le dijo—. Salgo en la guía telefónica.

El oficial protestó, pero Alex lo cortó:

—Ya hemos tenido suficiente por hoy. Ve a recoger los restos y ya hablaremos más tarde. Ya no tendrás que llevar a Bagger a juicio. Rendirá cuentas ante un juez de mayor categoría.

El taxi los dejó en la casa de Alex en Manassas, una casa tipo rancho de una sola planta, con garaje anexo para un coche, al final de un sendero de grava. En el garaje estaba el Corvette rojo fuego del 69 perfectamente restaurado, el único lujo que el agente del Servicio Secreto se había permitido en su vida. Su coche oficial se hallaba aparcado delante.

—¿Tienes hambre? —preguntó a Annabelle, que se limitó a negar con la cabeza—. Supongo que preguntarte ahora si estás bien es de tontos.

—Lo superaré.

—Lo siento, Annabelle.

Ella se sentó en una silla.

—Durante todos estos años he odiado a mi padre porque pensé que había dejado morir a mi madre. Luego descubro que no y… —No pudo terminar.

—Y ahora lo pierdes también a él, ya. Pero al menos lo supiste antes de que muriera, Annabelle. Y él supo que tú lo sabías.

—Podría haberse lanzado del coche. Ahora mismo podría estar vivo.

—¿Para acabar consumido por el cáncer en seis meses?

Ella lo miró.

—Para pasar seis meses conmigo. Yo le habría cuidado. Supongo que pensó que saltar por los aires era mejor alternativa.

—No, quizá tenía más ganas que tú de que Bagger pagara por lo que hizo. Quizás estaba dispuesto a morir para vengar la muerte de su esposa, tu madre. Al menos tienes que reconocerle la valentía.

—Se la reconozco. Pero eso no cambia que desee que no lo hubiera hecho.

—Y te dejó esa cicatriz. No es que fuera el mejor padre del mundo.

—Pero era mi padre —dijo ella con voz queda.

—Y un delincuente.

—Alex, yo soy una delincuente.

—No, para mí no lo eres. —Se produjo una pausa incómoda antes de que él añadiera—: Has dicho que no tenías hambre, pero voy a preparar un poco de café. Y cuando estés dispuesta a hablar, hablamos. ¿De acuerdo?

—¿Te importa si me ducho antes? Me siento realmente sucia.

Él la acompañó al cuarto de baño contiguo a su dormitorio y luego fue a la cocina, lavó los platos, puso la cafetera al fuego y se adecentó un poco. Para cuando hubo terminado, ella ya había salido de la ducha. Entró en la cocina enfundada en uno de sus albornoces.

—No te importa, ¿verdad? —dijo ella. Tenía el pelo húmedo, y la melena se le había quedado lisa.

—¿Mejor después de la ducha?

—No demasiado.

Tomaron el café prácticamente en silencio. Acto seguido, Alex preparó un fuego en la chimenea del salón, y Annabelle se sentó en el suelo delante de esta extendiendo las manos hacia las llamas.

—Supongo que el FBI tendrá que hacerme muchas preguntas —dijo en voz baja.

—Unas cuantas. Si quieres puedo ayudarte a lidiar con ellas.

—Gracias por tu ayuda.

—Tú también has puesto tu vida en juego.

Annabelle alzó la vista hacia él.

—¿Puedes sentarte conmigo? ¿Sólo un ratito?

Alex se acomodó en el suelo y permanecieron en silencio mientras las llamas perdían fuerza lentamente.

Carter Gray estaba rumiando. No habían localizado a ningún amigo de Carr. Entonces se le ocurrió otra posibilidad: el agente Alex Ford. Él y Stone eran íntimos. Habían estado juntos en Murder Mountain. Él estaba al corriente de lo que Gray había hecho, igual que Stone. Si pillaba a Ford, ¿podría usarlo como cebo? Sería un poco complicado. El hombre era agente federal. No podía secuestrarlo así como así. O quizá sí si lograba desacreditarlo antes. Aquella era una de las tácticas preferidas de Gray: arruinar primero la reputación de una víctima —de hecho, hacerle parecer un criminal— y luego arrestarle cuando más vulnerable fuera. Resultaba mucho más fácil de lo que la gente pensaba. Y para cuando se supiera todo, ya sería demasiado tarde. Gray hizo un par de llamadas y puso en marcha la operación.

Enseguida recibió una llamada de un topo que tenía en el FBI. El hombre le dio noticias interesantes y le detalló lo ocurrido esa noche con Ford y Jerry Bagger. Y también que Ford estaba con una mujer, una mujer de pasado turbio, al parecer. Se habían marchado después de una explosión en Washington. Ford había dicho al FBI que hablaría con ellos por la mañana. Supuestamente se había marchado a casa con la mujer.

Gray le dio las gracias y colgó.

Aquella información cambiaba las cosas considerablemente.

La carrera de Alex Ford estaba a punto de dar un vuelco fatal.