76

Jerry Bagger no había dejado de telefonear desde que hablara con Paddy Conroy. El magnate de los casinos había pasado muchas horas pensando y al final había tomado una decisión. En circunstancias normales, la técnica de Bagger consistía en devolver cada golpe hasta que él o su contrincante desfallecían. Esta vez no iba a hacerlo, por diversos motivos. Uno de los más importantes era que había visto a Annabelle en acción. Sabía lo buena y convincente que podía ser. Y una vocecilla interior le recordaba a Bagger que un golpe corto era la preparación para un gancho de izquierda, puñetazo directo que había derribado a muchos contrincantes. No tenía intención de ser el blanco de esa clase de golpes demoledores.

Sin embargo, no podía dejar escapar aquella oportunidad de oro para tener en sus manos a Annabelle, si es que Paddy estaba jugando limpio. Tenía que ir a por todas. Pero siempre hay que tener un plan B, porque el plan A casi nunca sale perfecto, y a veces incluso se tuerce tanto que uno no está seguro de poder despertarse al día siguiente. Annabelle le había dado una lección valiosa al desplumarlo: la fuerza de lo imprevisible.

Primero llamó a su director financiero para ordenarle que depositara una buena suma en un paraíso fiscal seguro al que Bagger pudiera acceder al instante. El dinero lo puede todo. Mandó que su jet privado volara a Atlantic City para recoger algunas cosas, entre ellas el pasaporte, y luego aterrizara en un aeropuerto privado de Maryland.

A continuación, telefoneó a otro de sus socios, un colega de mucha confianza dotado de un talento especial para los explosivos. Bagger le dijo lo que quería y el hombre respondió que podía tenerlo listo en dos horas, entregado en casa. Bagger añadió una propina de cinco mil dólares al precio del artilugio. «Debes de estar muy necesitado», comentó el artificiero.

Era verdad, Bagger necesitaba aquella bomba desesperadamente. Lo irónico del caso era que esos dispositivos casi siempre mataban a mucha gente. Pero en este caso quizá sirviera para dejar con vida a una sola persona.

«A mí», pensó.

—Bueno —dijo Annabelle a Alex y a su padre—, tenéis que meterme en esa furgoneta.

Paddy se levantó y meneó la cabeza.

—Me temo que no, Annie.

—¿Qué quieres decir? —repuso ella mirando con severidad a Alex. Él parecía tan sorprendido como ella.

—Tú no irás en esa furgoneta. Iré yo —afirmó Paddy.

—Eso no forma parte del plan. Jerry me quiere a mí, no a ti.

—Le diré que me has tomado el pelo. Se lo creerá. Sabe perfectamente lo buena que eres.

—Paddy, no voy a permitir que Jerry se te acerque.

—Tú tienes toda la vida por delante, Annie. Si algo sale mal y yo pago el pato, ¿qué más da?

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Porque sabía que no lo aceptarías, por eso. Ahora hemos llegado demasiado lejos para echarnos atrás.

—Alex, habla con él.

—Bueno, lo que dice tiene sentido, Annabelle.

—Metedme en la furgoneta —continuó Paddy—. Ganaré algo de tiempo contándole a Jerry cómo me engañaste, pero le diré que todavía puedo pescarte si me da otra oportunidad.

—Papá, te matará en cuanto te vea.

—Conozco a Jerry desde hace mucho más tiempo que tú. Sé cómo camelármelo. Confía en mí.

—No voy a permitir que…

—Tengo que hacerlo. Por muchos motivos.

Annabelle miró a Alex y otra vez a Paddy.

—¿Y si algo sale mal?

—Pues habrá salido mal —repuso Paddy—. Ahora que empiece el espectáculo. No tengo tiempo que perder. —Señaló a Alex con un dedo—. Pero una cosa: que no aparezca la caballería hasta que el cabrón reconozca que mató a Tammy.

La llamada se produjo a las once y proporcionó la dirección. A medianoche los hombres de Bagger entraron en el parking y encontraron la furgoneta blanca en la segunda planta. En la parte trasera, bien envuelta en una alfombra enrollada, había una persona.

—¡Mierda! —exclamó Mike Manson cuando dirigió su linterna a la cabeza de la persona—. ¡Es un viejo!

Desenrollaron la alfombra y allí estaba Paddy Conroy. Parecía tan débil que tuvieron que ayudarlo a levantarse.

Manson le puso la pistola contra una mejilla sudorosa.

—¿Qué coño pasa aquí? ¿Quién cono eres?

—La cabrona de mi hija me ha engañado —masculló Paddy.

Manson esbozó una sonrisa.

—¿Eres Paddy Conroy?

—No, soy el rey de Irlanda, imbécil.

Manson lo llevó a empujones por el lado de la furgoneta, pero Paddy se golpeó con el flanco y se cayó. Manson telefoneó a Bagger para informarlo.

El magnate de los casinos se alegró de echarle el guante a su vieja bestia negra, pero receló de ese cambio tan drástico. No, no le gustaba en absoluto, porque eso significaba que Annabelle estaba suelta por ahí.

—Traedle —ordenó a Mike.

Manson colgó.

—Ahora nos vamos de excursión. Pero antes…

Los dos hombres cachearon a Paddy hábilmente para ver si llevaba algún dispositivo de vigilancia.

Al cabo de unos instantes la furgoneta blanca salió del parking, giró a la izquierda bruscamente, bajó por un callejón, dobló a la derecha y se paró derrapando detrás de tres monovolúmenes negros aparcados en fila.

Mike Manson introdujo a Paddy sin miramientos en el del medio. Los tres vehículos se pusieron en marcha y salieron a toda prisa del callejón. Uno giró a la izquierda, otro a la derecha y el tercero continuó recto.

Los vehículos llegaron a calles concurridas y el plan de Bagger enseguida resultó evidente. Por todas partes había monovolúmenes negros que transportaban a los asistentes al congreso del Banco Mundial a los distintos actos. Los tres monovolúmenes de Bagger se fundieron rápidamente en aquella aglomeración de dignatarios y burócratas.

A las diez y media de la noche Bagger salió del hotel con sus hombres. Fueron hasta un almacén abandonado que los hombres de Bagger habían localizado en una decadente zona industrial de Virginia. Esperaron allí hasta que el monovolumen negro con Paddy Conroy y Mike Manson llegó.

En cuanto Bagger vio a Paddy, se acercó a él y le dio un buen bofetón en la boca. Paddy cayó hacia atrás contra el vehículo, pero se rehízo y trató de atacar a Bagger, aunque los esbirros lo sujetaron.

—Por los diez mil dólares que me birlaste. Llevo mucho tiempo esperando vengarme por eso.

Paddy escupió sangre por la boca.

—Los mejores diez mil pavos que he birlado en mi vida.

—Ya veremos qué piensas al respecto dentro de un rato. ¿Sabes?, el hecho de que Annabelle no esté aquí significa que mi promesa de olvidarme de ti es nula y sin valor, como dicen los picapleitos. —Observó las facciones cenicientas y demacradas de Paddy y su ropa raída—. Parece que la vida te ha tratado muy bien. ¿Estás enfermo, eres pobre o ambas cosas?

—¿A ti qué más te da?

—Me siento insultado. Tú ni siquiera cuando estás en plenas facultades eres suficientemente bueno. ¿Te parece inteligente venir a por mí vestido con harapos y con cara de muerto viviente?

Paddy miró a los hombres armados que lo rodeaban.

—Pues ahora mismo no me parece inteligente, no.

Bagger se sentó en un cajón de embalaje sin apartar la mirada de Paddy.

—¿Así que Annabelle ha sido más astuta que tú? ¿Cómo se lo montó, Paddy?

—Como te he dicho, supongo que le enseñé demasiado bien.

—¿Estás seguro?

—¿Qué quieres decir?

—A lo mejor padre e hija se aliaron para joderme. ¿Qué te parece esa teoría?

—Mi hija me odia.

—Eso dices tú.

—Si no te lo crees, ¿por qué aceptaste el trato?

—Ya sabes por qué. Pero ahora estás tú aquí. ¿Dónde está ella?

—No tengo ni idea.

Bagger se levantó lentamente.

—Me parece que podrías esforzarte un poco más. Así que tú y yo vamos a charlar un poco.

—No me apetece charlar.

Bagger sacó una navaja dentada del bolsillo de la americana y se enfundó un guante de plástico.

—Puedo resultar muy convincente. —Miró a sus hombres y asintió.

Al cabo de un momento, Paddy estaba sin pantalones ni calzoncillos y Bagger le estaba calibrando las partes pudendas para cortárselas.

—Utilicé esta técnica con un capullo llamado Tony Wallace en Portugal después de «charlar» con el personal que había contratado para ocuparse de su mansión con mi dinero. ¿Y sabes qué? Habló largo y tendido justo antes de que le machacáramos el cerebro. De hecho, así fue como le seguí el rastro a tu hija. Y ahora tú vas a hacer lo mismo, viejo. Sabes dónde está Annabelle y vas a decírmelo. Y cuando me lo digas, te mataré rápido y sin dolor. ¿Y si no me lo dices? Pues seguro que esa opción no te gustará, créeme.

Paddy forcejeó con sus captores, pero eran demasiado fuertes. Mientras la navaja se acercaba cada vez más al lugar en que ningún hombre desea un instrumento afilado, Paddy exclamó:

—¡Por el amor de Dios, no sigas! ¡Pégame un tiro y ya está!

—Dime dónde está Annabelle y prometo que te mataré rápido. Es el único trato posible en este momento. Si realmente odias a tu hija, no debería suponerte ningún problema decirme dónde está, ¿verdad?

—Si lo supiera, ¿crees que estaría aquí, imbécil?

Bagger le cruzó la cara de un bofetón.

—Un poco de respeto.

—Aquí tienes mi respeto. —Paddy le escupió en la cara—. Esto es por Tammy.

—Cierto, la mujercita que dejaste para mí.

—La noche que la mataste estaba en la cárcel, hijoputa. De lo contrario habrías tenido que pasar sobre mi cadáver. Ella fue lo único que quise en toda mi vida. Y juro por Dios que planeaba pegarte un tiro en la cabeza, igual que le hiciste a ella.

—¿Antes o después de que matara a tu hija?

—Estaba dispuesto a pagar cualquier precio con tal de pescarte —replicó Paddy.

—Pero Annabelle te fastidió, ¿verdad? ¿Verdad que sí, viejo?

—No la culpo por volverse contra mí.

—Dado que planeabas trincarme por haber matado a tu mujer, ¿quieres que te informe sobre sus últimos instantes de vida? ¿Te gustaría?

—Encontraré la forma de matarte, Jerry. Te lo juro.

—Lo tomo como un sí. Le destrozamos la casa y ella me reconoció. ¿Y sabes qué dijo? Dijo: «¿Por qué haces esto, Jerry? ¿Por qué vas a matarme? Yo no te he hecho nada». ¿Y sabes qué le dije? Le dije: «Porque el gallina de tu marido me timó y te dejó pagar el pato. Eso demuestra lo mucho que te quiere, tontorrona». Y entonces le pegué un tiro en la cabeza. Bueno, ¿quieres saber algo más antes de que empiece a descuartizarte?

—Ya es suficiente —dijo una voz femenina.

Todos se volvieron para ver aparecer a Annabelle y Alex por detrás de una pila de cajas de embalaje. Alex apuntaba con una pistola a Bagger, mientras que los hombres de este les encañonaron con ocho pistolas.

—¿Cómo cono habéis entrado aquí? —preguntó Bagger.

—He venido con el FBI —respondió Annabelle.

—Nadie ha podido seguir a mis chicos.

—No les hemos seguido. Te hemos seguido a ti. Este sitio está rodeado, Jerry. No tienes escapatoria.

—¿Ah, sí? ¿Ahora trabajas para el FBI? Mira, nena, me timaste una vez, debería darte vergüenza, pero si me timas dos veces, a quien se le caerá la cara de vergüenza será a mí. —Bagger habló con voz segura aunque su expresión no lo era tanto.

—Dice la verdad, gilipollas —dijo Alex—. Así que diles a tus hombres que suelten las armas antes de que sea demasiado tarde.

—Matadlos —ordenó Bagger.

En ese mismo instante todas las puertas del almacén se abrieron abruptamente y dos docenas de hombres con chalecos antibalas irrumpieron armados con ametralladoras.

—¡FBI, soltad las armas!

Bagger soltó el cuchillo y sus hombres dejaron las pistolas ante aquel impresionante despliegue de agentes federales.

La mirada de Bagger pasó de Annabelle a Paddy.

—¿Dos estafadores colaborando con los federales?

—Uno hace lo que tiene que hacer, Jerry —dijo Paddy mientras se vestía rápidamente.

Bagger miró a uno de los agentes del FBI y recuperó la arrogancia.

—Esa zorra me robó cuarenta millones. ¿Se ha molestado en contároslo mientras hacía de chivata?

—No es asunto mío.

—Oh, vaya, entonces, ¿de qué se me acusa exactamente?

—Aparte de secuestro y agresión, de los asesinatos de Tammy Conroy, tres personas en Portugal y Tony Wallace, que murió ayer.

Bagger soltó un bufido.

—Tengo una docena de testigos oculares que testificarán que no estaba presente cuando murieron esas personas.

Annabelle enseñó una videocámara.

—Tu confesión está aquí, Jerry. Tengo que reconocer que hablas muy claro. —Entregó el aparato al oficial al mando.

Bagger miró a los hombres del FBI y luego se dirigió a Annabelle.

—Bueno, entonces supongo que se acabó —dijo. Se introdujo la mano en el bolsillo.

—Quieto —ordenó un agente—. Saca esa mano lentamente.

Bagger obedeció, aunque escondía algo en la mano.

—Esto es un detonador, amigos. Si retiro el pulgar de aquí, tengo un trozo de C4 en el monovolumen que está a mis espaldas que hará saltar por los aires todo y a todos en un radio de cien metros a la redonda. —Se dirigió al oficial al mando—: Compruébalo tú mismo si no te lo crees.

El oficial asintió hacia uno de sus hombres. Este miró en la parte trasera del vehículo. La expresión con que miró a su superior lo dijo todo.

—Ahora vamos a hacer lo siguiente —dijo Bagger. Con la mano libre señaló a Paddy y a Annabelle—. Ellos vienen conmigo.

—No vamos a permitir que salgas del edificio —dijo el oficial al mando.

—Entonces pasaremos todos a mejor vida.

—No me lo creo —dijo el oficial.

—Mi mayor esperanza es una inyección letal, ¿no? Pues no moriré solo. Así que, si crees que no soy capaz, es que no conoces a Jerry Bagger. —Miró a dos francotiradores que le habían colocado dos puntos rojos en la frente—. Si tus chicos me disparan, mi pulgar se moverá sin remedio.

El oficial miró con inquietud a Alex y luego a Annabelle.

Ella dio un paso adelante.

—De acuerdo, Jerry, tú ganas. Vamos.

Alex también dio un paso adelante.

—Yo también voy.

—No, tú no, Alex —espetó ella.

Bagger sonrió maliciosamente.

—¿Alex? ¿Te llamas Alex? Parece que por fin has encontrado a un amigo, Annabelle. Y no quiero privarte de tus amigos. —Miró a Alex—. Felicidades, capullo, tú también vienes.

Bagger miró al oficial.

—Quiero que sepas que soy un tío justo, así que puedes llevarte a algunos de mis chicos para que no quedes tan mal. —Señaló a Mike—. Incluyendo a ese.

—¡Señor Bagger! —protestó Mike.

—Cállate —espetó Bagger antes de dirigirse a Annabelle y a los demás—. Subid al monovolumen. —Cuatro de sus hombres recogieron sus armas y todos subieron al vehículo.

Alex, Annabelle y Paddy se colocaron en los asientos del centro. Bagger y uno de sus hombres subieron delante y tres más detrás.

Bagger bajó la ventanilla.

—Si veo un coche u oigo un helicóptero que nos sigue, empiezo a cargarme a la gente, ¿entendido? —Se despidió con la mano de los agentes del FBI cuando el vehículo salió del almacén.

—¿Adónde vamos, señor Bagger? —preguntó el chófer.

—Al aeropuerto privado del oeste de Maryland, adonde les dije que llevaran el jet. Ya supuse que quizá tendría que largarme sin previo aviso. Voy a llamar ahora mismo para decirles que vayan calentando motores. —Miró a Annabelle—. Siento decirte que vosotros tres no venís con nosotros.