73

Finn, Lesya y Stone se quedaron mirando mutuamente durante un buen rato. Luego ella soltó un improperio y se levantó despacio del asiento. Cogió una pequeña caja de madera de la mesita de noche y pareció dispuesta a lanzársela a Stone a la cabeza.

—John Carr, maldito seas —le espetó—. ¿Y te atreves a venir aquí? ¡Asesino!

Stone se dirigió a Finn.

—Un hombre os estaba escuchando a hurtadillas. A juzgar por su expresión, ha comprendido lo que oía. Se ha ido corriendo. He visto en qué habitación estaba y he ido a mirar «por equivocación». Hay otro hombre vigilando a un paciente.

Finn ni se había inmutado.

—¿Quiénes son esos hombres?

—En la CIA solíamos llamarles «guardas de cripta». Los agentes con una lesión cerebral grave que podrían revelar secretos están bajo vigilancia constante hasta que mueren o se recuperan. Creo que se trata de eso.

—¿La CIA está aquí? —susurró Lesya con expresión incrédula.

—Así que el que nos ha oído había acabado su turno y se marchaba. Así pues, nos ha oído por casualidad, pero ¿ha entendido lo que decíamos? —preguntó Finn lentamente.

—El idioma que hablabais supone una buena tapadera. Casi nadie es capaz de entenderlo.

—¿Y tú sí? —preguntó Finn.

Stone asintió.

—Los conocimientos lingüísticos son parte del trabajo. Y por eso tenemos que marcharnos. Ya mismo.

Finn miró a su madre, que seguía observando a Stone con cara de odio.

—¿Y por qué deberíamos confiar en ti? Quizá nos estés conduciendo a una trampa.

—Es verdad —convino Lesya—. Una trampa. Igual que le hicieron a tu padre.

—Si esa hubiera sido mi intención, habría esperado a que te marcharas —dijo Stone a Finn— y te habría disparado camino del aeropuerto. Por el camino hay una arboleda que resulta muy apropiada. Con respecto a tu madre, este sitio no está bien vigilado. Una puerta sin llave, una almohada, un poco de forcejeo y se acabó. —Se encogió de hombros—. Y si trabajara para la CIA no habría venido a advertiros. Habría dejado que os pillaran.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Finn.

—Te he seguido desde Washington. Esta mañana te he visto rondar las oficinas del senador Simpson. Tu aspecto me ha parecido sospechoso.

—No pensaba que resultara tan obvio.

—No lo era. Pero es que me han enseñado a mirar.

—¿Y por qué estabas en las oficinas de Simpson?

—Porque alguien me dijo que el asunto de Rayfield Solomon había vuelto a convertirse en una prioridad para la CIA.

—¿Y a qué se debe? —preguntó Finn con recelo.

Stone lo estudió con la mirada y se llevó una impresión clara. «Me recuerda a mí, hace muchos años».

—Si matas para vengarte, quieres que la víctima sepa por qué. Por tanto, o le mandas algo con antelación o se lo das justo antes de apretar el gatillo. Creo que eso es lo que pasó con Cincetti, Bingham y Cole. Y también se hizo con Carter Gray. Y él se dio cuenta de que estaba relacionado con Rayfield Solomon. Lo que pasa es que Gray no murió.

—¿Cómo? —exclamó Lesya antes de lanzar una mirada acusadora a su hijo.

Finn ni siquiera parpadeó.

—¿Carter Gray está vivo? —inquirió.

Stone asintió.

—Y no hay duda de que el hombre que os escuchó a hurtadillas va…

—… a decírselo a Gray —se adelantó Finn. Cogió la maleta de su madre de debajo de la cama e introdujo rápidamente sus escasas pertenencias.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la anciana.

Finn la cogió por el brazo.

—Nos vamos.

—¿Adónde?

—Lejos de aquí —dijo Stone.

Finn lo miró.

—¿En avión?

Stone negó con la cabeza.

—Seguro que el aeropuerto ya está vigilado. Pero no están al corriente de mi presencia, al menos de momento. Alquilaré un coche en el aeropuerto. Os recogeré en la arboleda que he mencionado dentro de veinte minutos.

—¡No te fíes de él, Harry! Es un asesino. Mató a tu padre. —Lesya habló en ruso puro.

Stone le respondió en el mismo idioma:

—Todo lo que dices es cierto. Yo iba al frente del equipo que mató a tu marido. Ahora sé que era inocente. Perdí a mi mujer y a mi hija en circunstancias violentas por haber cumplido con mi deber hacia mi país. He pasado los últimos treinta años intentando enmendar mis errores. Dudo que me queden suficientes años para saldar mi deuda. Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero os juro que sacrificaré mi vida para salvaros a los dos.

—¿Por qué? ¿Por qué ibas a hacer una cosa así? —repuso Lesya, ya más sosegada y en inglés.

—Porque me limité a cumplir órdenes sin cuestionarlas. Porque le quité la vida a otro ser humano y no tenía derecho a hacerlo. Y porque ya habéis sufrido lo suficiente.

Al cabo de cinco minutos, salieron de la residencia por una puerta trasera. Aunque llevaba un bastón, Lesya consiguió ir a buen paso. No estaba tan incapacitada como había hecho creer a los demás.

Stone los dejó escondidos en la arboleda, corrió al aeropuerto y alquiló un coche con la tarjeta de crédito que Annabelle le había dado. Ya advertía una sutil actividad a su alrededor que no presagiaba nada bueno para la huida. Se marchó en el coche, recogió a la pareja y, mientras Finn consultaba el mapa y guiaba, tomaron varias carreteras secundarias que conducían a la interestatal.

—¿Adónde vamos ahora? —preguntó Finn.

—A Washington —repuso Stone.