Cuando Annabelle regresó al hotel, Paddy la esperaba en su habitación.
Ella olisqueó la habitación.
—No has fumado.
—Tiré el paquete a la basura.
—¿Porqué?
—Tengo que estar en forma para cuando nos enfrentemos a Bagger.
Parecía tan resuelto y a la vez tan frágil, como un niño tozudo empeñado en plantarle cara a un matón, que por un instante Annabelle se enterneció. Sin darse cuenta, alargó la mano y le apretó el hombro. Pero enseguida se le pasó y la retiró.
Sí, se estaba muriendo. Sí, estrictamente no había dejado morir a su madre. Pero tampoco se había convertido en el mejor padre del mundo de repente. Y en seis meses estaría muerto. Ella no iba a permitirse sufrir por ello. Había llorado la muerte de su madre durante mucho tiempo. No pensaba hacer lo mismo por él.
—¿Has tenido suerte en lo de conseguir ayuda? —preguntó él.
—A lo mejor.
—A ver, dime.
—Un agente del Servicio Secreto, Alex Ford. Oliver le pidió que interviniera.
—Menudos contactos tiene ese tal Oliver. ¿Quién cono es? Y encima vive en un cementerio, vaya.
—No sé muy bien quién es —respondió Annabelle con sinceridad.
—Pero dijiste que confiabas en él.
—Es verdad.
Paddy se mostró esperanzado.
—Servicio Secreto, no está mal. A lo mejor puede intervenir el FBI.
Annabelle se quitó las sandalias y se sentó en una silla.
—Nunca pensé que te emocionarías ante la perspectiva de rodearte de agentes federales.
—Las circunstancias cambian. Ahora mismo, aceptaría ir hombro con hombro con todos los polis del país.
—Con Bagger quizá nos haga falta. Así pues, si consigo la caballería, ¿cómo lo hacemos? Necesito detalles, no generalidades. ¿Cómo conseguimos que confiese?
—Tú lo desplumaste a lo grande.
—Vale, ¿y qué?
—Pues que debes de tener su número de teléfono.
—Sí, ¿y qué?
—Voy a llamarlo para proponerle un trato que no rechazará. Voy a venderte, Annabelle. Ofrecerá dinero, muchísimo dinero. Pero le diré que no es eso lo que quiero.
—¿Cuál se supone que es tu motivación?
—Tú hablaste mal de mí en el mundillo de los timadores después de la muerte de tu madre. Hace años que no he hecho un trabajo que valiera la pena.
—Tendrías que hacérselo creer a pies juntillas.
Paddy la miró fijamente.
—Teniendo en cuenta que es verdad, me será fácil.
—O sea que me vendes, y luego, ¿qué?
—Ahí es donde interviene la caballería. Obviamente es una parte del plan decisiva.
Ella lo miró con suspicacia.
—Tengo planificada la entrega.
Annabelle se encorvó hacia delante.
—Cuéntame los detalles para que pueda decirte que nunca funcionará.
—No olvides que yo también he dado un par de golpes importantes.
Cuando Paddy terminó, ella se recostó en el asiento, impresionada. Tenía defectos, igual que todos los planes iniciales, pero nada que no pudiera ajustarse adecuadamente. De hecho, era un plan muy bueno.
—Tengo algunas ideas que añadir —dijo Annabelle—, pero la idea general es factible.
—Me siento halagado.
—Jerry se asegurará de que cuando se marchen del lugar de la entrega nadie los siga.
—Lo sé.
—Dado que soy el cebo, tengo motivos muy válidos para asegurarme de que sí podamos seguirle.
—Mandará a sus chicos a hacer la recogida. Él no estará allí por si se trata de una emboscada —señaló Paddy.
—Lo sé. Y esa será nuestra vía de entrada.
—¿Qué piensas hacer?
—Iremos antes a por Jerry. —Annabelle sonrió por su rápida respuesta.
—¿Cómo se supone que lo haremos? —preguntó su padre.
—Tú lo harás.
—¿Yo? —Paddy pensó un momento y luego chasqueó los dedos—. ¿A través de la llamada de teléfono?
—Eureka.
—Pero seguiremos necesitando a la caballería o todo fracasará, ¿no? —añadió él.
Annabelle se calzó las sandalias y recogió las llaves del coche.
—Entonces voy a conseguirla.