Alex Ford estaba sentado en su casa, preocupado. Había intentado contactar con Stone, pero este no contestaba al teléfono. La noticia de la tumba exhumada en Arlington no era de portada, pero había dado que hablar. Alex no sabía qué habían encontrado en ese ataúd, aunque sí sabía que no se trataba del cadáver de John Carr. Se había enterado de buena parte del pasado de Stone cuando los dos habían estado a punto de morir en un lugar llamado Murder Mountain, cerca de Washington. No obstante, Alex tenía la impresión de que había una parte de Oliver Stone/John Carr que ni él ni nadie conocería jamás.
Fue a llamar de nuevo a Stone y en ese momento empezó a sonar su teléfono. Respondió. Era él.
—Oliver, ¿qué demonios está pasando?
—No tengo mucho tiempo para hablar, Alex. ¿Te has enterado de lo de la tumba?
—Sí.
—Ha sido obra de Carter Gray.
—Pero si…
—No, no está muerto. Está vivo e intenta encasquetarme una serie de asesinatos relacionados con mi pasado.
—Oliver, pero ¿qué…?
—¡Escúchame! Sé cuidarme solo. Reuben y Milton están en lugares discretos, igual que Caleb. Pero necesito que me hagas un favor.
—¿De qué se trata?
—De mi amiga, Susan Hunter. ¿Te acuerdas de ella?
—Alta, piernas largas y deslenguada.
—Tiene problemas y me ofrecí a ayudarla, pero ahora no puedo. ¿Podrías intervenir por mí?
—¿Es ella el motivo por el que nos llamaron anoche?
—Fue culpa mía, no de ella. Pero si la ayudas has de prometerme una cosa.
—¿Qué? —dijo Alex con cautela.
—Su pasado no es precisamente perfecto. Pero es buena persona y tiene buenos motivos. No investigues demasiado en ese sentido.
—Oliver, si es una delincuente…
—Alex, tú y yo hemos pasado por muchas cosas juntos. Confío a ciegas en esa mujer. Espero que eso signifique algo para ti.
Alex se reclinó en el asiento y exhaló un largo suspiro.
—¿Qué quieres que haga?
—Ve a mi casa. En el escritorio hay varios papeles que te ayudarán a comprender mejor la situación. Te daré el número de teléfono de Susan. Puedes ponerte en contacto con ella y decirle que te he pedido que la ayudes.
—Esto es muy importante para ti, ¿verdad?
—No te pediría un favor tan grande si no lo fuera.
—De acuerdo, Oliver, lo haré.
—Te lo agradezco, Alex, más de lo que imaginas.
—¿Estás seguro de que no puedo ayudarte a ti?
—No. Tengo que enfrentarme a este asunto yo solo.
Alex fue en coche a casa de Stone. Parecía vacía pero aun así sacó la pistola antes de abrir la puerta con la llave que Stone le había dado en una ocasión. No tardó mucho en comprobar que no había nadie. Siguiendo las instrucciones de Stone, se sentó al escritorio y empezó a revisar los papeles, todos escritos con la letra meticulosa de Stone.
Había nombres: Jerry Bagger, Annabelle Conroy en un círculo, Paddy Conroy, Tammy Conroy y un tal Anthony Wallace. Y anotaciones sobre el viaje que Stone había hecho recientemente a Maine, junto con algunas frases que detallaban conversaciones con Reuben, Milton y Caleb. Al parecer, Milton y Reuben habían estado en Atlantic City, en el Pompeii Casino.
«El negocio de Bagger».
Alex se guardó las notas en el bolsillo, se levantó y estiró su cuerpo de casi dos metros al tiempo que se masajeaba la nuca con la mano. Se había roto el cuello en un accidente hacía varios años, cuando pertenecía al cuerpo de protección presidencial, y a veces la placa metálica que le habían injertado le daba pinchazos. El siguiente paso era contactar con la tal Susan Hunter, si es que ese era su verdadero nombre, lo cual dudaba mucho después de haber visto esas notas.
Al cabo de un instante dio un respingo y se quedó inmóvil. Había llegado alguien. Se ocultó tras la puerta del baño y esperó.
La persona entró, se acercó al escritorio y pareció disgustarse sobremanera al no encontrar nada.
Alex dio un paso adelante y le presionó la pistola contra la cabeza.
Fiel a su naturaleza imperturbable, Annabelle Conroy no chilló.
—Espero que tenga puesto el puto seguro.
Alex bajó la pistola y retrocedió. Annabelle vestía falda corta, sandalias y una chaqueta tejana; llevaba la melena rubia recogida en una coleta y parcialmente cubierta con una gorra de béisbol. Se quitó las gafas de sol y volvió la mirada hacia el alto agente federal.
—Eres del Servicio Secreto, ¿verdad?
Él asintió.
—Alex Ford. Y te conozco, estás…
—En el paro. —Miró alrededor—. ¿Él no está?
Alex reparó en la pequeña cicatriz en forma de gancho que Annabelle tenía bajo el ojo derecho. Disimuló y dijo:
—No, no está.
—¿Tienes idea de dónde puede estar?
—No.
—Pues entonces adiós.
Al verla encaminarse hacia la puerta, Alex exclamó:
—¡Annabelle!
Ella se giró bruscamente.
Él sonrió.
—Annabelle Conroy, encantado de conocerte. A ver si acierto: tu padre se llama Paddy y tu madre, o quizá tu hermana, Tammy. —Extrajo los papeles del bolsillo—. Y tengo la impresión de que has venido a buscar esto.
Annabelle miró los papeles.
—Pensaba que Oliver era un poco más discreto.
—Lo es. Lo he adivinado por mí mismo.
—Me alegro por ti. Bueno, ya me marcho.
—¿Quieres que le diga algo a Oliver si le veo?
—No. Creo que no tengo nada que decirle. Ya no, en todo caso.
—Pero has venido a verle, ¿no?
—¿Qué más da? ¿Por qué estás tú aquí? —preguntó ella.
—Porque soy su amigo y me preocupo por él.
—Sabe cuidarse sólito.
—¿Tienes idea de por qué ha desaparecido? —preguntó Alex, aunque sabía la respuesta.
—Porque exhumaron una tumba en el cementerio de Arlington. Se trata de su tumba, al parecer. —Observó a Alex para ver su reacción—. ¿He pasado el examen?
Él asintió.
—Oliver debe de confiar mucho en ti si te contó eso.
—Digámoslo así: pensé que confiaba en mí pero resulta que no —repuso ella.
—He oído decir que Bagger es bastante despiadado.
Si a Annabelle le sorprendió el comentario, lo disimuló muy bien.
—¿Quién es Bagger?
Él le tendió una tarjeta.
—Oliver me llamó y me dijo que te ayudara mientras él se encargaba de otros asuntos.
Esta noticia sí la sorprendió.
—¿Te pidió que me ayudaras?
—De hecho, insistió en que lo hiciera.
—¿Y haces todo lo que te dice? —preguntó ella.
—Me dijo que confiaba en ti a ciegas. No hay muchas personas de las que pueda decir eso. Resulta que yo soy una de ellas. Tendemos a cuidar el uno del otro.
Ella vaciló antes de guardarse la tarjeta en el bolso.
—Gracias.
Alex la observó en silencio mientras ella regresaba al coche.