Harry Finn trabajó duro el día siguiente y por la noche visitó un complejo de apartamentos de Arlington. Las plazas de aparcamiento estaban numeradas, así que le resultó fácil localizar la correcta. Dejó la furgoneta en una plaza libre, se acercó al Lincoln Navigator negro y presionó un dispositivo electrónico contra el guardabarros trasero. La luz roja parpadeante de la alarma del salpicadero del monovolumen se apagó. Finn sacó la herramienta para reventar cerraduras del bolsillo de la chaqueta y en cuestión de segundos abrió la portezuela. Extrajo la acreditación especial del retrovisor, donde el imbécil dueño del Lincoln siempre la guardaba, y la sustituyó por otra idéntica pero que no funcionaba. No llevaba grabados los códigos de encriptación, códigos que Finn era incapaz de copiar, por eso cometía ese robo. El propietario pensaría que se había estropeado y pediría que le expidieran otra. Sin embargo, esa agencia federal en concreto era conocida por no cancelar las acreditaciones antiguas. Acreditación vieja, acreditación nueva, no parecía importar ir hinchando la burocracia. No obstante, para Finn era muy importante.
Colocó la cerradura en su sitio, cerró la puerta debidamente, presionó su dispositivo contra el guardabarros y la alarma volvió a activarse. No había dejado rastro alguno. Si la gente supiera la de aparatos que existían para desplumarles… aunque mejor que no, que siguieran considerándose seguros ya salvo.
Camino a casa, Finn miró la acreditación robada. Afortunadamente en el fondo no era mala persona, ya que amañando un poco aquel trozo de plástico podría derribar toda la rama legislativa del Gobierno de una sola vez, a los 535 miembros. Pero sólo quería a uno. Sólo a uno.
Stone, Annabelle y Caleb iban en la parte trasera de una furgoneta. Mike Manson, uno de los hombres de Bagger, estaba sentado a su lado. Él había abierto la puerta de Caleb, apuntándoles directamente con una pistola. Stone no pensó que seguirían a Caleb, un error de cálculo que al parecer les costaría la vida.
—¿Qué tal está Jerry? —preguntó Annabelle tan tranquila—. ¿Ha sido víctima de algún timo últimamente?
—No sé a qué te refieres —repuso Mike.
—Dudo que vayamos al hotel donde se aloja —dijo Stone—. Habría demasiados testigos. Mike no dijo nada.
Caleb, angustiado, tenía la cara pegada a la ventanilla y parecía concentrado en no desmayarse.
—Supongo que un soborno no servirá de nada, ¿verdad? —sugirió Annabelle.
Caleb apartó el rostro de la ventanilla.
—¿Eres consciente de que podrías ir a la cárcel por esto?
Mike le encañonó la cabeza.
—¡Cierra el puto pico!
La furgoneta se desplazó bruscamente hacia un lado cuando otro vehículo le cortó el paso. Mientras el conductor intentaba dominarla, Mike apartó la vista de Stone un instante, pero fue suficiente.
—Qué cono… —balbuceó Mike antes de desplomarse contra la puerta. Su pistola cayó al suelo y Stone la recogió para apuntarle a la cabeza. A Mike le palpitaba la sien izquierda, pues Stone le había presionado con el dedo un punto cerca de la caja torácica—. Vale ya, viejo, dame la pistola antes de que te hagas daño —dijo Mike con una mueca de dolor.
Stone apretó el gatillo y la bala le destrozó el lóbulo de una oreja. Luego apuntó a la cabeza del conductor.
—Para en el arcén ahora mismo o te perforo el cerebro.
La furgoneta se detuvo bruscamente en el arcén de tierra.
Stone miró al atónito y ensangrentado Mike.
—La próxima vez que secuestres a alguien, chaval, átalo. Eso te evitará quedar como un idiota.
—¿Quién coño eres? —chilló Mike.
—Te conviene no saberlo.
Ataron a Mike y al conductor con correas y cuerdas que había en la furgoneta y luego los dejaron en una zanja próxima a la carretera. Los registraron en busca de sus documentos de identidad, pero no encontraron nada.
Stone se puso al volante y los tres se marcharon en el vehículo.
Annabelle miró a Caleb.
—¿Te encuentras bien?
Él la miró ceñudo.
—Estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo? En menos de una hora han allanado mi casa, me han secuestrado y casi me matan. Y ahora ese monstruo de Bagger sabe que le mentí, y también sabe dónde vivo y dónde trabajo. Oh, qué bien, qué contento estoy.
—Bueno, no estamos muertos, algo es algo —comentó Stone.
—¡No estamos muertos todavía! —exclamó Caleb.
Stone le pasó el teléfono a Caleb.
—Llama a Alex Ford a su casa. Su número está en marcación rápida. Cuéntale lo ocurrido y dónde encontrará a los hombres de Bagger. —Miró a Annabelle—. Jerry ha cometido un grave error. Y ahora contamos con algo para acusarlo, y Paddy y tú ya no tendréis que ir a por él.
Caleb realizó la llamada mientras seguían avanzando por la carretera. Al tomar una curva, un coche salió repentinamente de un camino lateral. Stone intentó esquivarlo y frenó en seco.
—¡Es mi padre! ¡Y Reuben! —gritó Annabelle.
Paddy Conroy iba al volante, con Reuben de copiloto. Paddy situó el coche al lado de la furgoneta y bajó la ventanilla.
Annabelle se inclinó por encima de Stone.
—¿Qué demonios hacéis vosotros dos aquí?
—Cuando os fuisteis caímos en la cuenta de que Bagger había ido a ver a Caleb al trabajo y de que quizá sus hombres le habían seguido hasta su casa —contestó Reuben—. Así que decidimos cubriros un poco.
—Hemos ido a casa de vuestro amigo —añadió Paddy— a tiempo de verlos salir con vosotros. Por lo que Reuben me ha contado, tú —señaló a Stone— sólo necesitabas un momento de despiste para hacerte cargo de la situación. Y supongo que tenía razón. —Miró a Annabelle—. Ya veo por qué mi hija confía tanto en ti.
Stone lanzó una mirada a Reuben.
—Paddy y yo hemos mantenido una agradable conversación por el camino. —Dio una palmada en la espalda al irlandés—. Por cierto, ¡hay que ver cómo conduce el tío!
—Empecé mi carrera como conductor militar —explicó el aludido.
Reanudaron la marcha, seguidos por Paddy y Reuben. Todos estaban muy animados por haber pillado a Bagger y a sus hombres, pero el júbilo duraría poco.
Alex envió unos agentes a detener a los hombres de Bagger, pero ya habían desaparecido. Después de eso, las noticias no mejoraron. La pistola que Stone le había quitado a Mike no estaba registrada y no tenía huellas; la furgoneta era robada. Los secuestradores no habían mencionado el nombre de Bagger, por tanto no había nada que los relacionara con el propietario del casino. Así pues, no había pruebas suficientes para interrogarlo. A las autoridades no les gustaba quedarse con las manos vacías. Al menos quedó muy claro que en el futuro la caballería acudiría rápidamente cuando se la llamara.
Todo apuntaba a que volvían a la casilla de salida en su carrera contra Bagger.
Oliver Stone era el que estaba más preocupado. ¿Arma sin huellas, furgoneta robada, ningún documento de identidad, hombres maniatados que desaparecen sin dejar rastro? ¿Y si no habían sido hombres de Bagger quienes los habían secuestrado? ¿Y si en realidad no iban por Annabelle sino por él?