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Carter Gray estaba informando al actual director de la CIA sobre el asunto de Rayfield Solomon.

—Creo que se trata de alguien cercano a Solomon —le dijo—. La foto que mandaron indica que querían que supiera por qué me mataban.

—¿Solomon tenía familia? —preguntó el director—. Conozco el caso, claro, pero fue antes de que ocupara el cargo.

—Solomon se lio con una rusa. Ese fue el detonante de todo. Sólo sabemos su nombre de pila: Lesya.

—¿Y qué pasó tras la muerte de Solomon?

—Ella desapareció. De hecho, desapareció antes de que muriera. Creemos que estaba preparado de antemano. Sabían que íbamos por ellos. Lo pillamos a él pero no a ella.

—¿Y cuánto hace de eso?

—Más de treinta años —dijo Gray.

—Eso significa que, si sigue viva, dudo que vaya por ahí matando gente.

—Ya. Pero eso no significa que no esté implicada. Siempre fue muy buena manipuladora.

—¿Sabes tanto de ella y no su apellido?

—De hecho, como es rusa, debería tener tres nombres: su nombre de pila o imia, un patronímico u otchestvo y un apellido o familia. —A juzgar por la expresión condescendiente de Gray, podría haber acabado la minilección con la palabra «idiota», pero tuvo el detalle de contenerse.

—El bagaje de la guerra fría —repuso el director—. Ya no es nuestra prioridad.

—Pues quizás os las tengáis que replantear. Mientras os dedicáis de pleno a los Mohamed, Putin, Chávez y Hu se están poniendo las botas. Y hacen que Al Qaeda parezca una guardería con respecto a su potencial para la destrucción masiva.

El director carraspeó.

—Sí, bueno. ¿Cómo es que entonces no intentasteis localizar a la tal Lesya?

—Teníamos otras prioridades. Solomon debía ser eliminado y Lesya había pasado a una absoluta clandestinidad. Se decidió que utilizar más medios para buscarla no valía la pena. Consideramos que, a todos los efectos, estaba fuera de servicio. Y lo ha estado durante más de tres décadas.

—Hasta ahora, al menos es lo que piensas. ¿Algún socio de Lesya que debamos tener en cuenta?

—Tenemos que averiguarlo.

—¿Qué sabes en concreto de la mujer?

—Era una de las mejores agentes de contraespionaje de la Unión Soviética. Nunca la he visto en persona, sólo en fotos. Alta y guapa, no encajaba mucho con la imagen de una espía, porque destacaba mucho. Pero demostró que eso no es más que un estereotipo. Tenía más agallas que cualquier otro sobre el terreno. De hecho, su nombre le hacía justicia porque Lesya significa «valentía» en ruso. No trabajaba directamente para el KGB. Estaba por encima. Siempre creímos que su cadena de mando llegaba directamente al líder soviético. Trabajó en nuestro país durante una temporada, luego en Inglaterra, Francia, Japón, China y otras misiones de alto nivel. Su especialidad era entregar a otros. Reclutó a Solomon, se casaron en secreto y lo puso en contra de su país. América pagó un alto precio por su traición.

—¿Cómo sabes que se casaron?

—Rectifico. Creemos que se casaron. Nos basamos en hechos descubiertos entonces. Circunstanciales en gran medida, pero, analizados de forma conjunta, apuntan a que acabaron en el altar.

—¿Y él se suicidó?

—Eso dice el expediente, sí. Creo que fue por un sentimiento de culpabilidad porque su conducta había perjudicado a su país y también por el hecho de que íbamos por él.

—Pero antes has dicho «lo pillamos». Así pues, ¿lo matamos nosotros y el suicidio fue una fachada? ¿O de verdad se suicidó?

—No importa si fuimos nosotros o se mató él; en todo caso habría sido ejecutado por traición. —Por el tono de Gray quedaba claro que no pensaba añadir nada más sobre ese punto, ni siquiera al director de la CIA.

—He mirado el expediente. Parece que hay algunas lagunas.

—Por aquel entonces no teníamos ordenadores fiables. Y es sabido que los archivos en papel de esa época están incompletos —repuso Gray.

Al parecer, el director se dio por vencido. Años atrás había estado a las órdenes de Gray y no era ni de lejos tan astuto como él y lo sabía.

—De acuerdo, Carter. ¿Y has advertido al senador Simpson?

—Por supuesto. Está bien preparado.

—¿Alguien más?

—Había otro hombre que formaba parte del equipo, un tal John Carr, pero hace tiempo que murió.

Dieron por concluido el encuentro. Astuto, Gray no había dicho toda la verdad, considerando que eso era lo más recomendable porque, de todos modos, nadie quería saber toda la verdad. El país tenía demasiados problemas en la actualidad como para preocuparse de qué le había ocurrido realmente a un hombre recordado tan sólo como traidor hacía más de treinta años.

Personalmente, Gray odiaba lo que le había pasado a Solomon, pero no podía hacer nada para cambiarlo. Tenía que mirar hacia delante, no hacia atrás. Debía encontrar al asesino antes de que volviera a actuar. Y, por último, había que acabar con Lesya.

Como consecuencia de la reunión de Gray con el director, ahora había un regimiento de agentes sobre el terreno «investigando el asunto». Aunque sonara inocente, significaba que estaban haciendo todo lo posible por encontrar al asesino de ex agentes de la CIA. Y una vez encontrado, la orden era eliminarlo. Nadie quería ventilar el asunto en un juicio. Querían un cadáver, eso era todo.