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Dos de los hombres de Bagger descubrieron que Milton había estado en el hotel situado frente al Pompeii. Hablaron con el recepcionista y también con Helen, la masajista cuyos servicios había utilizado Milton. Ante los duros esbirros de Bagger, ninguno de los dos ocultó nada. Y Milton no era poli ni federal. A continuación informaron a Bagger.

—Cogedlo a él y su amigo, descubrid qué traman y luego los matáis —fue la decisión del jefe—. Luego os aseguráis de que Dolores se entere. Si así no calla para siempre, le ajustaremos las tuercas definitivamente.

Los hombres se dirigieron en coche al motel donde se alojaban Milton y Reuben, descubierto por los hombres de Bagger, lejos de la zona de los casinos.

Pararon el coche delante y bajaron. Milton y Reuben estaban en la segunda planta, habitación 214.

Entraron sin miramientos. Milton estaba recogiendo sus cosas.

—Bueno, pedazo de… —dijo un esbirro de Bagger. No pudo continuar porque el puño de Reuben le partió la mandíbula. Cayó en la moqueta, conmocionado.

Reuben agarró al otro hombre, lo levantó y lo estampó contra la pared. Sin darle tiempo de rehacerse, le propinó un codazo en la nuca y lo dejó caer inerte al suelo.

Luego les registró los bolsillos rápidamente, les quitó la munición de las pistolas y las llaves del coche. Echó un vistazo a sus documentos. Casino Pompeii. Eran matones de Bagger. Los había visto llegar en un Hummer, se había escondido tras la puerta y luego todo había sido coser y cantar.

—¿Cómo sabías que vendrían aquí? —le preguntó Milton observando a los dos hombres inconscientes.

—Imaginé que, si habían matado a la tal Cindy, probablemente vigilarían a la madre. Debieron de verte anoche hablando con ella, te siguieron el rastro y descubrieron que estabas interesado en Robby Thomas. Bagger debió de ordenarles que te honraran con una visita.

—Buena deducción.

—No pasé diez años en la inteligencia militar para nada. Vamos.

Cargaron el equipaje en el vehículo de Reuben. Al cabo de cinco minutos se dirigían hacia el sur al máximo de velocidad que daba el coche de Reuben, teniendo en cuenta sus diez años de antigüedad.

—Reuben, tengo miedo —reconoció Milton en cuanto llegaron a la interestatal.

—No me extraña. Yo me estoy cagando en los pantalones.