Era temprano. Jerry Bagger estaba sentado en su suite del lujoso hotel pensando seriamente que debía subir el precio de las habitaciones del Pompeii. Para él las vistas a la Casa Blanca no valían mil dólares la noche.
Mientras miraba por la ventana la residencia del presidente, Mike, un miembro de su equipo de seguridad, entró en la habitación.
—Anoche muy tarde recibimos una llamada del casino, pero no quisimos despertarle. Un tío estuvo hablando con Dolores.
Bagger se giró.
—¿Hablando con Dolores de qué?
—Por lo poco que oyó, el nombre de la hija salió un par de veces.
—La buena de Cindy —dijo Bagger lentamente—. Supongo que Dolores sigue sufriendo por la pérdida de su hija. ¿Quién era el tipo? ¿Un poli? ¿Del FBI?
—Estamos investigándolo. Iba acompañado de un tío muy fornido. Les estamos siguiendo. Se alojan en un hotelucho lejos de la primera línea de mar.
—Pues investigad rápido.
—¿Y si es poli?
—Me informáis y ya veremos. Matar a un poli no es moco de pavo. Si te cargas a uno, aparecen muchos más, lo mismo con los del FBI. Seguid en ello. Comprobad en qué otros sitios ha estado ese tío. —Bagger se sentó mientras Mike se disponía a marcharse—. Espera un momento. ¿Ha llamado ese idiota republicano y amish?
—No, señor.
—Lo que me contó parecía cierto, pero tengo la impresión de que mentía como un bellaco.
—Usted es la persona con el mejor instinto que conozco, señor Bagger.
«Pero no basta —pensó Bagger—. Annabelle Conroy me pilló por los huevos y me los apretó hasta dejarme seco». —¿Quiere que mantengamos una charla con él?
Bagger negó con la cabeza.
—Ahora mismo no. Pero seguidle. Quiero saber adónde va esa rata de biblioteca por la noche.
—Entonces, ¿nos quedaremos en la ciudad unos días?
Bagger miró por la ventana.
—¿Por qué no? Este sitio empieza a gustarme. —Señaló la Casa Blanca—. Mira ahí, Mike. Ahí vive el presidente, el hijo de puta más poderoso del mundo. Un simple movimiento de su cabeza y se carga un país entero. Si suelta un pedo raro, la bolsa cae mil puntos. Está rodeado de un ejército de cojones. Si quiere algo, lo consigue. —Bagger chasqueó los dedos—. Así. Una mamada en el Despacho Oval, reducciones fiscales para los ricos, invadir otros países, pellizcarles el culo a las reinas, cualquier cosa. Porque él es quien manda. Lo respeto. El tío sólo gana cuatrocientos mil dólares al año, pero tiene un montón de privilegios y viaja gratis en un jet mucho mayor que el mío. Y a pesar de todo eso, ¿sabes qué, Mike?
—¿Qué, señor Bagger?
—Cuando deja el cargo, es un don nadie. Pero yo sigo siendo Jerry Bagger.