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A la mañana siguiente, Bagger se reunió con Joe, de la agencia de detectives privados. Era un hombre esbelto y tenía unos ojos grises que transmitían tranquilidad. Aunque hablaba con voz queda, Joe no se sentía nada intimidado por el magnate de los casinos. Era una de las cosas que a Bagger más le gustaban de él. Joe se sentó y abrió una carpeta.

—Hemos obtenido resultados rápidamente, señor Bagger. —Echó una ojeada a las páginas antes de alzar la vista—. Tengo un informe escrito para usted, pero voy a hacerle un resumen. —Le tendió una foto—. Uno de nuestros socios de Las Vegas fue a la capilla donde Conroy y DeHaven se casaron. Es uno de los típicos negocios familiares; de hecho la sigue llevando la misma pareja. Tras un pequeño estímulo económico nos dejaron echar un vistazo al registro y de ahí obtuvimos la copia de esta foto. Según parece, hacen fotos de todas las parejas que casan y las cuelgan en la pared. A juzgar por su expresión, señor Bagger, supongo que esa es la chica.

Bagger sonrió mientras contemplaba la foto de una Annabelle Conroy mucho más joven y su flamante esposo, Jonathan DeHaven.

—Es mi amiguita. Buen trabajo, Joe. ¿Qué más tienes?

—Algo que podría facilitarnos el trabajo. Pero todavía no estoy seguro.

Bagger apartó la mirada de la foto.

—¿De qué se trata?

Joe le tendió un recorte de periódico.

—El apellido DeHaven me sonaba, pero en aquel momento no supe por qué. Pero investigué un poco y ¡bingo!

—¡Fue asesinado! —exclamó Bagger al leer el titular.

—Hace muy poco. Lo encontraron en una cámara de la Biblioteca del Congreso. Fue un asunto relacionado con una red de espionaje que operaba en la capital.

—¿Estamos seguros de que se trata del mismo DeHaven?

Joe le mostró otra foto de DeHaven de un artículo de periódico que explicaba los detalles de su muerte.

—Se ve que es la misma persona, pero mayor.

—¿O sea que el marido de Annabelle era espía y lo trincaron?

—Su ex marido. También descubrimos que el matrimonio se anuló al cabo de un año.

—¿Anuló? ¿Eso significa que no consumaron el matrimonio o algo así? ¿Durante un puto año? —Bagger se quedó mirando la foto de boda. La mujer era un bombón. Por supuesto que él la odiaba por haberle estafado, pero ¿cómo era posible que su marido no se hubiera abalanzado sobre ella en cuanto dijeron los «sí quiero»?—. ¿Este DeHaven era homosexual o algo así?

—Desconozco los detalles de la anulación, pero se decretó y quedó registrada en Washington D. C., adonde se supone que la pareja fue a vivir. Y DeHaven no formaba parte de la red de espionaje. Todavía no se saben todos los detalles y algunos se consideran de interés para la seguridad nacional, pero parece que era un hombre inocente que fue asesinado porque se topó con algo que no debía toparse.

Bagger se reclinó en el asiento con aire pensativo. Annabelle le había hecho creer que pertenecía a la CIA y que podía blanquear dinero en el extranjero; por eso él se lo había dado. Pero ¿y si realmente pertenecía a la CIA? ¿Y si era el Gobierno el que lo había desplumado? No se puede demandar al Gobierno. No se puede matar al Tío Sam.

Miró fijamente al detective privado.

—Buen trabajo, Joe. Sigue buscando y a ver qué encuentras.

Joe se levantó.

—Estamos en ello, señor Bagger.

Cuando Joe se marchó, Bagger observó la foto de la joven Annabelle. Se la veía feliz, aunque su nuevo maridito tenía pinta de… pues eso, de bibliotecario.

Se levantó y miró por la ventana hacia su imperio, que ocupaba casi una manzana entera del paseo marítimo. Tomó una decisión, cogió el teléfono y llamó a su jefe de seguridad.

—Prepara el jet. Nos vamos.

—¿Adónde, señor Bagger?

—A mi ciudad favorita: Washington D. C.