17

Stone caminó cerca de los escombros de la casa de Carter Gray con uno de los agentes del FBI y con Alex Ford.

—¿Una explosión de gas? —preguntó Alex al agente.

—Eso es lo que parece, pero no sé cómo pudo ser. La casa no era demasiado vieja. Y disponía de las medidas de seguridad más modernas.

Stone observó lo que quedaba de la casa en que había estado la noche anterior.

—¿Dónde encontraron el cadáver?

—Lo siento, no puedo decirlo. En el dormitorio encontramos los restos de un cuerpo.

—¿Lo han identificado?

—Basta con decir que lo consideramos una investigación por homicidio del ocupante de la casa.

—¿Habéis encontrado al chófer para que confirme la versión de Oliver?

El agente negó con la cabeza.

—El hombre ha desaparecido. Era de la CIA. No sé qué pintaba en todo esto. Por supuesto, eso significa que sólo contamos con su palabra de que le llevó a casa —añadió, repasando a Stone de arriba abajo.

—Si hubiera querido deshacerme de Gray, no le habría contado a nadie que iría a verle, mucho menos a un agente del Servicio Secreto. Y, por descontado, no lo habría hecho la misma noche que fui a verle.

—Lo que te convierte en sospechoso es el hecho de que la casa saltara por los aires justo después de que se reuniera contigo —aseveró el agente.

—Y también es el motivo por el que estoy aquí. Porque, cuanto antes encontréis al verdadero asesino, antes me borraréis de la lista.

—¿Había alguien más por aquí? —preguntó Alex.

El agente asintió sin apartar la mirada de Stone.

—Un guardia. Salió de aquella casa de invitados, le alcanzaron parte de los escombros y de hecho empezó a arder. Dice recordar que alguien lo tiró al suelo y sofocó las llamas. Se desmayó y lo siguiente que recuerda es que lo metieron en la ambulancia. Está en la unidad de quemaduras de un hospital de Annapolis. Se recuperará.

—O sea que anoche aquí había alguien más —dijo Alex.

El agente seguía observando a Stone, que levantó las manos para decir:

—Si quieres, puedes comprobar si tengo quemaduras.

—¿No sería el otro tipo, el chófer? —preguntó Alex rápidamente mientras dedicaba a Stone una mirada de «déjalo correr».

—El guardia estaba tan maltrecho que sólo vio que era un hombre —reconoció el agente—. Pero si fue el chófer, ¿por qué iba a marcharse corriendo?

—Sería lo normal si tuvo algo que ver con la explosión —comentó Stone—. ¿Y el hecho de que haya desaparecido? No es que quiera deciros cómo llevar la investigación, pero da que pensar.

—Ya lo hemos pensado —repuso el agente secamente.

—¿Han encontrado algo útil en la casa? —preguntó Stone.

—Si hubiéramos encontrado algo, no estarías en la lista de personas a las que informar.

Stone sonrió, se giró y lo vio.

—Bueno, como no pinto nada seguro que no os importa que vaya a dar un paseo por el acantilado —dijo pausadamente—. No me perdáis de vista por si se me ocurre huir corriendo.

Mientras se alejaba, el agente preguntó a Alex:

—Oye, de agente a agente, ¿quién cono es este tío?

—Una persona en la que tengo plena confianza. Un hombre en quien confío a ciegas.

—¿Podrías explicarte un poco mejor?

—No; es un asunto de seguridad nacional. De todos modos, nunca me creerías.

El agente observó al desaliñado Stone.

—¡Seguridad nacional! ¡Pero si el tío parece un sin techo!

—De hecho trabaja en un cementerio —dijo Alex tratando de dar información útil.

El agente se limitó a negar con la cabeza y luego siguió a Stone, que estaba cerca del acantilado.

Lo que había llamado la atención de Stone era la caseta del regulador del gas. Mientras se dirigía a ella, el mismo agente le dijo en voz alta:

—Ya la hemos comprobado. Era obvio.

—¿Y?

—Y funciona bien y la entrada no está forzada.

—No habría indicios de entrada forzada si la persona supiera qué está haciendo. Pero ¿desde aquí puede manipularse la presión del gas?

—Se supone. Pero hemos comprobado la caja y la presión no ha cambiado.

Stone recordó el ventanal de la casa de Gray con vistas al acantilado. Ese recuerdo tenía algo que le atormentaba. Se volvió hacia el agente.

—Bueno, la presión se puede cambiar y luego dejarla en el valor inicial.

—Vale, ¿hay algo más que te parezca raro? —preguntó el hombre.

—Digamos que alguien aumenta considerablemente la presión del gas que entra en la casa, lo cual revienta los automatismos de seguridad. En cuestión de segundos, la casa se llena de gas.

—Pero hace falta algo para inflamar el gas.

—Bastaría con encender una lámpara para producir una chispa.

—Cierto. Van a traer los perros rastreadores de explosivos. A no ser que encuentren dinamita o C4, tendremos que investigar el tema del gas más detenidamente.

De repente Stone recordó lo que necesitaba. Dejó al agente y se reunió de nuevo con Alex.

—¿Se te ha ocurrido algo? —preguntó Alex.

—Llenas la casa de gas manipulando la presión. Una pequeña chispa inflamará el gas, pero si Gray está dormido no puedes contar con él. Y tampoco quieres que huela el gas y huya. Así que hay un hombre situado a unos cien metros de la parte trasera de la casa, cerca de esos acantilados. Dispara una bala incendiaria a la ventana. La bala atraviesa el cristal, se inflama por el impacto y provoca la explosión de gas. Si encuentran un trocito de metal de color en el interior podría ser la punta de la bala. Las balas incendiarias suelen ser de color para que la gente no las confunda.

Alex asintió pensativo.

—Pero ¿cómo se marchó? La parte delantera estaba bloqueada. A no ser que el guardia quemado perdiera el conocimiento y no viera al tipo que pasaba por su lado.

Stone y Alex se reunieron con el agente del FBI.

—¿Alguna prueba de que la persona se marchara por aquella zona boscosa? —le preguntó Stone.

El agente negó con la cabeza.

—Lo hemos examinado todo. Ningún rastro, y es imposible que no hubiera ninguno. Y desde allí tampoco es fácil volver a la carretera principal.

—Pero, en todo caso, ¿la persona podría haberse marchado directamente por la carretera principal?

—No creo. He olvidado decir que el guardia herido dijo que el tío que lo ayudó se fue corriendo por aquí, no hacia la carretera.

Stone se acercó al acantilado seguido de cerca por el agente.

—Entonces se marchó por aquí. Probablemente viniera por el mismo sitio.

El agente miró hacia abajo.

—Es todo roca lisa, por lo menos diez metros.

—No es lisa. Hay un montón de asideros, si uno sabe dónde mirar.

—Vale, escaló por aquí. ¿Y qué me dices de la bajada?

—Pues como no veo nada por aquí a lo que sujetar una cuerda, supongo que saltó.

El agente observó los remolinos de agua al pie del acantilado.

—Imposible.

—No tanto.

«De hecho, yo hice lo mismo hace treinta años. Sólo que desde una altura de quince metros y mientras me disparaban», pensó Stone.

Stone regresó a Washington D. C. con Alex.

—Ha sido una mañana productiva —dijo Alex agradecido.

—Saber cómo se hizo y encontrar al que lo hizo son dos cosas muy distintas. Carter Gray tenía muchos enemigos.

—No te lo discuto, pero ¿no se te ocurre nada? Me refiero a que seguro que quería que fueras a verle por algún motivo.

Stone vaciló. No le gustaba ocultarle cosas a Alex, pero a veces las revelaciones sinceras, aunque fueran por una buena causa, acababan siendo una mala decisión.

—No creo que guarde relación.

Notó que Alex no se lo tragaba, pero decidió no insistir.

Mientras iban en el coche, Stone miraba por la ventanilla. De repente tres hombres con los que había trabajado hacía décadas estaban muertos. Carter Gray lo había llamado para advertirle de esa curiosa concatenación de sucesos. Y la misma noche de la advertencia lo habían hecho saltar por los aires. Quienquiera que fuera había descubierto a tres ex asesinos muy bien preparados y encubiertos y los había matado. Y luego había conseguido acabar con Carter Gray, un experto en ser más listo que sus enemigos.

Cabía la posibilidad de que una persona lo suficientemente lista para hacer todo aquello descubriera la verdadera identidad de Oliver Stone. Y que decidiera matarlo también a él.

«A lo mejor me lo merecería», pensó. Porque lo único que tenía en común con los hombres muertos era que ellos también habían sido asesinos.