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Stone y Alex Ford se reunieron en el Lafayette Park, un lugar conocido para ambos enfrente de la Casa Blanca. Ahí era donde Alex, un hombre de casi metro noventa, había custodiado al inquilino del Despacho Oval durante varios años y Stone había protestado respetuosamente contra ese mismo inquilino, igual que contra quienes le precedieron en el cargo, desde el otro lado de la calle. Se sentaron en un banco cerca de la estatua de un general polaco que había pasado a la historia por ser un firme aliado de los americanos en la guerra de Independencia. De todos modos, no sería erróneo conjeturar que ningún estadounidense vivo en la actualidad le conocía o le concedía la menor importancia.

—¿Qué tienes para mí? —preguntó Stone dirigiendo la mirada a la carpeta de papel manila que Alex extrajo de un maletín de cuero negro bien conservado.

—No estaba muy seguro de lo que buscas, así que he abarcado todo lo posible.

—Perfecto, Alex, gracias.

Mientras Stone echaba una ojeada al informe, Alex le observó.

—Como te dije por teléfono, hace tiempo que el Departamento de Justicia anda detrás de Bagger, pero no ha sido capaz de pillarle en falta. Hablé con Kate al respecto. Me dijo que Justicia no se ha rendido, pero que si al final no logran acusarle de nada tendrán que dejarlo correr. Incluso los recursos del Tío Sam son limitados.

—¿Qué tal está Kate? —preguntó Stone refiriéndose a Kate Adams, la abogada del Departamento de Justicia que fuera novia de Alex.

—La cosa no cuajó. Está saliendo con otro.

—Lo lamento. Es una mujer maravillosa —dijo Stone.

—Sí, es verdad, pero no parecemos hechos el uno para el otro. Y hablando de mujeres, ¿dónde está Adelphia?

Adelphia, una excéntrica mujer de origen incierto y acento curioso, era la única manifestante que quedaba en Lafayette Park aparte de Stone. Hacía mucho que Alex sospechaba que estaba colada por su amigo.

—Hace tiempo que no la veo —repuso Stone—. Incluso se llevó su pancarta.

—Era un bicho raro.

—Todos somos bichos raros. —Cerró la carpeta y se levantó—. Muchas gracias por esto. Será de gran ayuda.

—Jerry Bagger, dueño de un casino en Jersey. ¿Estás pensando en ir a jugar?

—Tal vez, sólo que probablemente no del modo que imaginas.

—Por lo que me han dicho, Bagger es un verdadero psicópata con una vena malvada. Mejor no meterse con él.

—No tengo intención de hacerlo.

Alex también se levantó.

—Aun así, ¿he de esperar otra llamada a las tantas de la noche pidiendo la ayuda de la caballería?

—Esperemos que no.

—Vi a nuestro querido amigo Carter Gray cuando recibió la Medalla de la Libertad. Tuve que esforzarme para no llamar a ese capullo y mandarlo a la mierda.

—Pues está claro que yo no tengo tanta fuerza de voluntad como tú. —Acto seguido Stone le explicó lo que había hecho.

A Alex se le iluminó el semblante.

—¡No me lo creo!

—Pues sí. Y encima Gray me ha pedido que vaya a verle a su casa esta noche.

—¿Vas a ir?

—No me lo perdería por nada del mundo.

—¿Por qué? ¿Acaso puede decirte algo que te interese?

—Tengo un par de preguntas que hacerle sobre mi hija.

Alex suavizó la expresión y dio una palmadita en el hombro a Stone.

—Lo siento mucho.

—La vida es así, Alex. Hay que aceptarla tal como viene porque no queda otro remedio.