A Amelia nunca dejaba de sorprenderla cómo podía ser que un hombre tan vibrante e imposible de ignorar como Christopher St. John pudiera pasar desapercibido siempre que quería. Por eso, apenas advirtió que estaba sentado junto a Maria mientras viajaban hacia Bristol. El pirata guardó absoluto silencio mientras ella vaciaba su corazón con su hermana y la joven le agradeció mucho que lo hiciera. Pocas personas creerían que el famoso criminal fuera capaz de aguantar horas y horas escuchando los lamentos de una mujer con problemas amorosos, pero lo hizo muy bien.
—¿Le has dicho que no quieres volver a verlo? —le preguntó Maria con delicadeza.
—Ésa era mi intención hasta que Ware lo ha desafiado —respondió Amelia por detrás del pañuelo con que se secaba los ojos. El día anterior, se había negado a decir ni una palabra de camino a Swindon. Sin embargo, esa mañana ya se sentía capaz de hablar de Colin sin llorar demasiado al hacerlo—. Seremos más felices por separado.
—Pues tú no lo pareces.
—Lo seré en el futuro, igual que Colin. —Suspiró—. Nadie puede ser feliz fingiendo día tras día ser alguien que no es.
—Quizá no esté fingiendo —le sugirió Maria con cautela.
—Es igual. El nuevo Colin tiene las mismas dudas que el antiguo. A pesar de todo lo que ha conseguido, sigue creyendo que Ware era la mejor alternativa para mí hasta hace sólo unos días. Sigue tomando decisiones sobre mi bienestar sin consultarme. Ya tuve suficiente trato de ese estilo durante mi infancia.
—Estás dejando que tu pasado contamine tu presente.
—¿Acaso justificas sus acciones? —preguntó Amelia, con los ojos abiertos como platos—. ¿Cómo puedes? Yo no soy capaz de encontrar ni una sola cosa positiva en lo que ha hecho. Es rico, sí, es evidente, pero considerar que eso compensa mi luto y mi tristeza de estos años sería estar poniendo precio a mi amor, y no puedo tolerarlo.
—Yo no justifico sus acciones —murmuró Maria—, pero estoy convencida de que te ama y de que siempre ha actuado pensando en tus intereses. Y también creo que le quieres. ¿Estás segura de que no le ves nada positivo a su comportamiento?
Amelia se alisó la falda y miró por la ventana. Detrás de ellos, Colin los seguía en su carruaje junto con Jacques, el señor Quinn y mademoiselle Rosseau. Ware abría el camino en su propio vehículo. Estaba atrapada entre los dos, tanto en sentido figurado como en el literal.
—Me he dado cuenta de que la pasión no es como pretenden hacernos creer los poetas —dijo.
Entonces se oyó un escéptico sonido procedente del otro extremo del asiento, pero cuando Amelia le lanzó a St. John una mirada entornada, el rostro de éste seguía impasible.
—Hablo muy en serio —prosiguió ella—. Antes de estas últimas semanas, mi vida era ordenada y cómoda. Mi armonía estaba intacta. Ware estaba contento y vosotros también. Colin también llevaba una existencia en la que iba progresando a su manera. Y ahora todas nuestras vidas son un caos. No tienes ni idea de lo mucho que me duele darme cuenta de que mi parecido con lord Welton va más allá de la mera apariencia física.
—Amelia, eso es una auténtica tontería —replicó Maria, tajante.
—¿Ah sí? ¿No crees que he hecho exactamente lo mismo que habría hecho él? —Negó con la cabeza—. Prefiero ser una mujer que vive por y para sus obligaciones que una que se abandona a la indulgencia. Por lo menos sería una mujer honrada.
La preocupación asomó a los ojos oscuros de Maria.
—Estás muy alterada. Ha sido un viaje muy largo y la posada de Swindon no ha ayudado mucho, pero ya casi hemos llegado a Bristol y podrás descansar uno o dos días.
—¿Antes o después del duelo? —preguntó ella, malhumorada.
—Peque…
Entonces se oyó un grito en la lejanía y el carruaje se detuvo. Amelia se inclinó hacia adelante para mirar por la ventana y vio un largo camino muy bien cuidado que desembocaba en una plaza circular adornada por una enorme fuente central. La espléndida mansión era impresionante, con elegantes columnas y un pórtico enorme, flanqueado por abundantes y alegres arriates llenos de flores.
Cuando la procesión de carruajes se detuvo ante los escalones de entrada, se abrió la puerta principal y de la casa salió un verdadero enjambre de sirvientes, ataviados con una librea gris y negra. St. John fue el primero en bajar del coche. Luego ayudó a Maria y a Amelia.
—Bienvenidos —dijo Ware, reuniéndose con ellos.
Esbozó una media sonrisa al llevarse la mano enguantada de Amelia a los labios. Estaba arrebatador con sus calzones de azul pálido y una casaca del mismo color de sus ojos. La cansada sonrisa que le dedicó Amelia dejó entrever una verdadera apreciación de su encanto.
—Tiene una casa preciosa, milord —comentó Maria.
—Gracias. Espero que le parezca aún más bonita cuando estemos dentro.
Luego se volvieron todos juntos en dirección al carruaje de Colin. Amelia se preparó interiormente para su aparición, suponiendo que la miraría de la misma forma que lo había hecho durante todo el día anterior, con una expresión de súplica en sus ojos oscuros.
Por desgracia, no había preparación suficiente que pudiera mitigar el efecto que tuvo sobre ella cuando se bajó del carruaje y se acercó derrochando sensualidad. Maldito hombre. Siempre se había movido con una elegancia animal que le provocaba un hormigueo por todo el cuerpo. Y ahora que sabía lo bien que trasladaba a la cama esa latente sexualidad, la respuesta de su cuerpo era aún peor.
Apartó la vista en un esfuerzo por esconder la irresistible atracción que sentía por él.
—Milord —dijo Colin, con su suave voz teñida de un evidente disgusto—, si alguien me puede indicar la dirección de la posada más cercana, partiré enseguida. El señor Quinn volverá luego para concretar los preparativos.
—Me gustaría que se quedara aquí —confesó Ware, sorprendiéndolos a todos.
Amelia lo miró boquiabierta.
—Eso es imposible —contestó Colin.
—¿Por qué? —lo desafió el conde, con ambas cejas arqueadas.
Él apretó los dientes.
—Tengo mis motivos.
—Y ¿cuáles son? —preguntó St. John, con un tono de voz que puso a Amelia en alerta. Por lo visto, su cuñado estaba viendo algo en aquel intercambio que a ella se le estaba pasando por alto—. Permítame ayudarle.
—Eso no será necesario —respondió Colin con sequedad—. Cuide de la señorita Benbridge. Ésa es toda la ayuda que necesito.
—Si está en peligro —intervino Maria—, preferiría que estuviera cerca. Si se va, quizá nosotros también debamos quedarnos en la posada.
—Por favor —intervino Ware con su habitual deje despreocupado y con más serenidad que nunca—. Todo el mundo estará más seguro aquí que en un lugar público con un tráfico constante.
—St. John —dijo Colin—, si me permite un segundo…
El pirata asintió y se excusó con los demás. Los dos hombres se alejaron un poco y hablaron en un tono de voz demasiado bajo para que nadie pudiera oírlos. De repente, empezaron a animarse y pareció que estuvieran discutiendo.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Amelia a Maria.
—Ojalá lo supiera —le contestó su hermana.
—Permitid que la señora Barney os acompañe a vuestras habitaciones —les indicó Ware, señalando en dirección al ama de llaves que los esperaba en el primer escalón con una agradable sonrisa en los labios.
—Quiero saber lo que está pasando —replicó Amelia.
—Ya lo sé —admitió Ware, posándole la mano en la espalda y guiándola en dirección a la mansión—. Y prometo contártelo todo en cuanto lo averigüe.
—¿De verdad?
Lo miró por debajo del ala de su sombrero.
—Pues claro. ¿Te he mentido alguna vez?
Ella comprendió el mensaje: «Yo no soy Mitchell —le estaba diciendo—. Yo siempre he sido sincero contigo». Amelia le ofreció una agradable y agradecida sonrisa. Luego Maria se unió a ella y juntas siguieron a la señora Barney hacia el interior de la casa.
Colin vio cómo lord Ware se llevaba a Amelia hacia la casa y luchó contra la necesidad de apartarla de él. Le resultaba insoportable verla con otro hombre. La imagen lo corroía como el ácido: lo quemaba, le escocía y dejaba un enorme agujero a su paso.
—Creo que debería quedarse —dijo St. John, distrayendo su atención.
—Usted no lo entiende —le explicó Colin—. Nos vienen siguiendo desde que salimos de Reading. Si me alejo de la señorita Benbridge, alejaré también el peligro.
El pirata se puso muy serio.
—A menos que a ella se le ocurra volver a seguirlo —apuntó—. En ese caso, sería mucho más vulnerable en una posada que aquí.
—Maldita sea. No había pensado en eso. —Colin se llevó la mano a la nuca y se la frotó—. Aunque dado su estado de ánimo actual, dudo mucho que hiciera algo así.
—Pero no puede estar seguro, ni yo tampoco. Por tanto, creo que es mejor pecar de precavidos.
—¿No puede encontrar la forma de impedírselo? —le preguntó Colin—. No puedo dejar que Cartland se acerque a ella. Si llega a sospechar lo mucho que Amelia significa para mí, lo utilizará.
—¿Acaso usted consiguió impedírselo? No espere milagros de mí. —St. John sonrió—. Mi esposa está considerada como la mujer más mortífera de toda Inglaterra y le ha enseñado a su hermana todo lo que sabe. Amelia puede medirse con el mejor de los espadachines y lanza los cuchillos como nadie… Lo hace incluso mejor que yo. Si decide seguirlo, le aseguro que encontrará la forma de hacerlo.
Colin parpadeó y suspiró resignado.
—Por extraño que parezca, estas revelaciones no me sorprenden.
—Me habría encantado conocer a su madre —comentó Christopher—. Debió de ser una mujer extraordinaria.
—No tengo tiempo para hablar —lo interrumpió Colin—. Tengo que ser el cazador o la presa, y el papel de presa no me va nada.
St. John asintió.
—Lo comprendo.
—Me gustaría que mademoiselle Rousseau se creyera el testimonio de Jacques sobre lo que pasó la noche en que seguí a Cartland, pero se niega. No comprendo por qué. ¿Por qué lo habrá descartado tan rápido? ¿Cómo puede confiar en la palabra de Cartland?
—No sé qué busca esa mujer, pero le ofrezco todo el apoyo que necesite. Esta noche no hay mucho más que pueda hacer. Deje que sean mis hombres los que investiguen por la ciudad. Usted puede seguir mañana. Creo que una noche de descanso bastará para evitar que Amelia salga corriendo detrás de usted.
La idea de pasar una velada íntima en compañía de Amelia y lord Ware le parecía a Colin un tormento insoportable.
—¿Se queda? —le preguntó el conde, acercándose a ellos—. Ya están preparando las habitaciones.
—Gracias. —Eso fue todo lo que Colin fue capaz de decir—. Se lo comunicaré a los demás.
Y dando media vuelta, se alejó.
St. John lo observó irse. Vio la tensión que lo atenazaba y la evidente rabia que desprendían sus pasos.
—Está enamorado de ella.
—Así es.
St. John volvió la cabeza y vio que el conde estaba observando también a Mitchell con los ojos entrecerrados.
—Yo sé por qué creo que debería quedarse, pero no comprendo cuáles son sus motivos —reconoció Christopher.
—Nuestras diferencias serán más evidentes si Amelia tiene la ocasión de compararnos de cerca. —Ware lo miró a los ojos—. Yo soy la mejor elección para ella. Si dudara de que es así, me apartaría. Lo que más deseo es que sea feliz y no creo que él sea capaz de conseguirlo.
—Es un gran oponente. Mitchell lleva mucho tiempo viviendo de su buen juicio y de su espada.
—A pesar de mi civilizado aprendizaje, yo tampoco carezco de habilidad —respondió el conde con sencillez.
St. John asintió y siguió los rápidos pasos de Ware en dirección a la casa. Tim estaba supervisando a los sirvientes mientras bajaban los equipajes del carruaje de carga y Mitchell fruncía el cejo en dirección a Quinn, que estaba ayudando a una sonriente mademoiselle Rousseau a descender del carruaje.
St. John se preguntó si todos los hombres pasarían por las mismas dificultades cuando trataran de casarse con una hermana pequeña. Negó con la cabeza, subió la escalera y se dirigió a la habitación que le habían asignado y donde sabía que encontraría a su mujer. Juntos planificarían la estrategia a seguir durante los próximos días.
Y al pensarlo esbozó una sonrisa.
Después de bañarse y vestirse y a pesar de que se sentía temblorosa, Amelia salió de su habitación y se apresuró por el largo pasillo. Maria le había dicho que durmiera una siesta antes de bajar a tomar el té, pero no podía dormir. Lo que necesitaba era mover las piernas, respirar aire fresco y aclararse las ideas. Ya desde niña, sabía que un buen paseo era capaz de aliviar muchos males y sentía una intensa necesidad de tranquilizarse en ese momento.
—Amelia.
Se detuvo al oír su nombre. Lord Ware estaba saliendo de una habitación que quedaba a pocas puertas de la suya. Le hizo una reverencia.
—Milord.
Él lanzó una intencionada mirada en dirección a sus botas.
—¿Puedo acompañarte?
Ella pensó por un momento en la posibilidad de contestarle con una amable negativa, pero luego cambió de idea. Por muchas ganas que tuviera de estar a solas con sus pensamientos, Ware merecía una explicación y la oportunidad de reprenderla si lo deseaba.
—Sería un honor.
Él esbozó su encantadora y luminosa sonrisa y se acercó. Iba vestido como un caballero de campo y ese aspecto más informal que de costumbre le sentaba muy bien. Amelia recordó la vez que fueron a Lincolnshire y le devolvió una genuina sonrisa.
—Estás encantadora cuando sonríes con los ojos —dijo él.
—Es porque estás muy guapo —le contestó Amelia.
Ware se llevó la mano de ella a los labios y levantó la vista por encima de su hombro. Mitchell estaba al final del pasillo, fulminándolo con la mirada. Posó la mano de Amelia sobre su brazo y se la llevó en dirección a la escalera que daba al piso inferior y a los jardines traseros.
Sintió la mirada de su rival clavada en su espalda.
Colin observó con cuánta confianza Ware trataba a Amelia y sintió una furia salvaje que lo asustó.
No podía soportarlo.
—Deberías buscar algo en lo que ocupar el tiempo, mon ami —aconsejó Jacques, sorprendiéndolo con su repentina y silenciosa presencia—. No conseguirás controlarte si no dejas de pensar en ella.
—Nunca he dejado de pensar en ella —replicó—. No conozco otra forma de vivir.
—La muchacha necesita tiempo. Admiro la fortaleza que demuestras al dárselo.
Colin apretó los puños.
—No es fortaleza. Lo que pasa es que no quiero matar a nadie delante de ella.
—Alors… deberías salir. Distraerte un poco.
Él inspiró con fuerza y asintió. En realidad, era lo que se disponía a hacer cuando vio a Amelia con Ware. Se obligó a apartar la vista del lugar por donde se habían ido hacía sólo un momento.
—Ésa era mi intención. Te estaba buscando.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó el francés, con su acostumbrada expresión de seriedad.
—No puedo ir a la ciudad. A St. John le preocupa que la señorita Benbridge pudiera seguirme, y aunque lo considero bastante improbable, la preocupación me parece sensata, así que de momento debería quedarme por aquí.
—Lo comprendo.
—St. John ha enviado alguien a reunirse con sus hombres de Bristol. Ve con ellos y dirige la búsqueda. Diles lo que tienen que buscar y qué pueden esperar. Si encuentras algo importante, envía alguien a buscarme.
Jacques asintió y partió de inmediato. Bajó por la escalinata principal, mientras que Colin utilizó la del servicio. Cuando llegó a la cocina, ignoró las sorprendidas miradas de los sirvientes mientras salía por la puerta en dirección a los establos.
Cada paso que daba le resultaba más dificultoso y tenía el corazón encogido al pensar en el inminente encuentro con su tío, que no le dolería tanto como el que había tenido con Amelia.
Entró en el silencioso establo e inspiró con fuerza; el olor del heno y los caballos le resultaba familiar y tranquilizador a un tiempo. Los animales resoplaron y se movieron incómodos cuando el olor de Colin flotó por el aire, perturbando su tranquilidad. Miró a su alrededor en busca de los aposentos de los mozos, pero le fallaron las piernas cuando llegó a la entrada. Un hombre estaba apoyado en el quicio de la puerta, contemplándolo dolido y furioso.
Los años habían tratado bien a Pietro. Aparte del estómago un poco más prominente, el resto de su cuerpo seguía estando en forma y fuerte. Se le veían algunas finas hebras plateadas en las sienes y la barba, pero tenía la misma piel suave y sin arrugas.
—Hola, tío —lo saludó con un nudo en la garganta por el dolor y el afecto.
—El único sobrino que tengo está muerto —contestó Pietro con frialdad.
Colin se estremeció ante su rechazo.
—Te he añorado mucho.
—¡Mientes! ¡Dejaste que pensara que habías muerto!
—Me ofrecieron la opción de llevar otra vida. —Colin abrió las manos a modo de plegaria silenciosa en busca de comprensión—. Sólo tuve una ocasión para aceptar, no había segundas oportunidades.
—Y ¿qué hay de mí? —le preguntó Pietro, enderezándose—. ¿Qué hay de mi dolor? ¿Eso no significaba nada para ti?
—¿Crees que yo no lo pasé mal? —le espetó Colin, dolido por la condena de otra persona que amaba—. Debería haber muerto de verdad.
—¿Por qué lo hiciste? —Pietro se acercó a él—. He intentado comprender por qué querrías hacer algo así, pero no lo entiendo.
—No tenía nada que ofrecer. No tenía ninguna posibilidad de darles una vida confortable a aquellos a los que amaba.
—¿Confortable para qué? ¡La única incomodidad de mi vida ha sido lo mucho que te he llorado!
—Y ¿qué me dices de lo que supondría para ti dejar de trabajar? —lo desafió Colin—. ¿Qué me dices de una vida de viajes y descubrimientos? Ahora puedo ofrecerte esas cosas, pero antes no podía.
El dolor contrajo los atractivos rasgos de Pietro.
—Yo soy un hombre sencillo, Colin. Un techo sobre la cabeza, comida, familia. Eso es todo cuanto necesito para ser feliz.
—Ojalá mis necesidades fueran igual de sencillas. —Se acercó a la cuadra más cercana y se apoyó en la media puerta de madera—. Yo necesito a Amelia para ser feliz y ésa fue la única forma que encontré para conseguirla.
—Colin… —Oyó el suspiro de su tío—. Sigues amándola.
—No tengo ni idea de cómo podría dejar de hacerlo. El sentimiento forma parte de mí, tanto como el color de mi piel y de mi pelo.
Pietro se apoyó junto a él en la puerta de la cuadra.
—Debería haberte criado en el campamento. Así nunca habrías deseado cosas que están fuera de tu alcance.
Colin sonrió y lo miró de reojo.
—Amelia y yo nos habríamos encontrado igualmente.
—La que habla es tu sangre gitana.
—Así es.
Se hizo un largo silencio mientras los dos buscaban las palabras adecuadas.
—¿Cuánto tiempo llevas en Inglaterra? —preguntó Pietro por fin.
—Unas semanas.
—¿Llevas aquí unas semanas y no has venido a verme? —Negó con la cabeza—. Tengo la sensación de que no te conozco. El chico al que yo eduqué se preocupaba más por los sentimientos de los demás.
Colin, afligido por todo el dolor que había causado, alargó el brazo y posó una mano sobre el hombro de su tío.
—Si mi amor es un error, no es debido a la falta de afecto por ti, sino a lo mucho que la amo a ella. Habría hecho cualquier cosa, habría ido a cualquier parte para convertirme en un hombre digno de Amelia.
—Pues parece que has conseguido lo que te propusiste —contestó Pietro con tranquilidad—. Tienes una ropa y un carruaje muy elegantes.
—Ahora todo me parece absurdo. Ella está tan enfadada conmigo como tú. No sé si me perdonará y, si no lo hace, todo habrá sido en vano.
—No todo. Siempre me tendrás a mí.
Las lágrimas asomaron a los ojos de Colin y las reprimió moviendo la cabeza. Su tío lo miró un momento y luego lo abrazó.
—En ti sigue habitando parte del viejo Colin —le dijo con voz ronca.
—Siento mucho todo el dolor que he causado —susurró él, con la garganta demasiado dolorida como para hablar más alto—. Sólo pensé en el fin, no en el proceso. Lo quería todo y ahora no tengo nada.
Pietro negó con la cabeza y dio un paso atrás.
—No te rindas todavía. Te has esforzado mucho para llegar hasta aquí.
—¿Podrás perdonarme?
Si conseguía recuperar el afecto de su tío, quizá también lograra el amor de Amelia.
—Es posible. —Esbozó una pícara sonrisa—. Tengo que cepillar seis caballos.
Colin se la devolvió.
—Estoy a tu servicio.
—Vamos. —Pietro le pasó un brazo por los hombros y lo acompañó hacia los aposentos de los mozos—. Tendrás que cambiarte de ropa.
—Puedo comprarme más si ésta se echa a perder.
—Hum… —Su tío lo miró con curiosidad—. ¿Eres muy rico?
—Exageradamente rico.
Pietro silbó.
—Cuéntame cómo lo hiciste.
—Claro. —Colin sonrió—. Tenemos tiempo.
La tarde estaba muy avanzada. El sol estaba empezando a ponerse por el oeste y ya habían comenzado a preparar la cena. Aquella noche, los invitados de Ware cenarían más pronto de lo acostumbrado y luego pasarían la velada en el salón, tratando de ignorar la tensión latente entre las distintas partes. No cabía duda de que sería incómodo, y Ware lo comprendía. Por su parte, se preocupaba por Amelia y creía que era la mejor candidata para él y sus necesidades. Eso era lo único que lo vinculaba al resto.
—Mitchell se ha quedado —le dijo a ella, mientras paseaban por el jardín trasero.
—Oh —exclamó Amelia, sin dejar de mirar al frente.
Ware suspiró y se detuvo, cosa que la obligó a ella a hacer lo mismo.
—Háblame, Amelia. Ésa siempre ha sido la principal base de nuestra amistad.
Ella esbozó una temblorosa sonrisa y se volvió para mirarlo de frente.
—Lamento haberte hecho esto —dijo con remordimiento—. Si pudiera volver atrás y cambiar lo que ha ocurrido la última semana, lo haría. En realidad, retrocedería varios años; tendría que haberme casado contigo hace ya mucho tiempo.
—¿Eso harías?
La acercó más a él y le posó las manos en las caderas con delicadeza. Por detrás de Amelia, una profusión de rosales trepadores se retorcían por el arco que daba acceso al estanque. Las semillas de diente de león flotaban en el aire y creaban un encantador telón de fondo para una mujer igual de encantadora.
—Sí. Todos estos años he estado llorándolo y ahora resulta que él estaba prosperando. —Se le escapó un delicioso sonido muy parecido a un gruñido—. Le ha resultado muy fácil darme de lado. Y estoy harta de que no me tengan en cuenta. Primero mi padre y luego Colin.
Se apartó de él y echó a andar con ágil y decidida elegancia.
—Yo nunca te he dejado —aseveró Ware, señalando la que sabía que era su mejor baza—. Disfruto demasiado de tu compañía. Hay muy pocas personas en este mundo con las que me sienta igual.
—Ya lo sé. Eres un encanto. Y te quiero por eso. —Consiguió esbozar una leve sonrisa—. Eso es lo que ha hecho que me decida. Tú siempre te mantendrás firme y me apoyarás. No intentas ser alguien que no eres. Me inspiras decoro y me ayudas a comportarme como una dama. Y los dos encajamos muy bien.
Ware frunció el cejo con aire pensativo.
—Amelia, me gustaría que habláramos con más detalle sobre eso del decoro y la buena conducta. Discúlpame, pero me resulta muy extraño que menciones esos rasgos como parte de mi atractivo. Pensaba que lo que más te gustaba era nuestra amistad y lo bien que nos llevamos.
Ella se detuvo y su falda verde pálido se balanceó contra sus piernas.
—Estos últimos días me he dado cuenta de una cosa, Ware. Tengo tendencia al comportamiento temerario, igual que mi padre. Y necesito vivir rodeada de cierto entorno para reprimir esos impulsos tan egoístas.
—Y yo te proporciono ese entorno.
Amelia le sonrió.
—Sí. Eso es.
—Hum… —Se frotó la mandíbula—. Y ¿Mitchell apela a tu naturaleza temeraria?
—Lo más exacto sería decir que la estimula, pero sí, eso hace.
—Ya veo. —El conde sonrió con ironía—. Su papel parece mucho más divertido que el mío.
—¡Ware!
Amelia parecía ofendida y eso lo hizo sonreír.
—Lo siento, cariño, pero debo ser franco contigo. Por un lado, dices que yo no pretendo ser quien no soy, al contrario, supongo, que Mitchell. Y por otro me dices que inhibo una parte de tu naturaleza de la que no estás orgullosa. ¿No crees que en cierto modo eso también es intentar ser alguien que no eres?
A Amelia le tembló el labio inferior, como siempre que estaba molesta. Se puso en jarras y le preguntó:
—¿Acaso quieres que me vaya con él? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—No. —Borró de su semblante cualquier rastro de humor y por fin se decidió a revelar los sentimientos que tenía tan bien escondidos—. No creo que él sea el hombre más indicado para ti. No creo que te merezca. No creo que te pueda proporcionar la vida que te haría feliz. Pero eso no significa que yo esté dispuesto a vivir con la mitad de tu persona.
Amelia parpadeó.
—Estás enfadado.
—Pero no contigo —puntualizó al instante, alargando los brazos hacia ella de nuevo. La cogió de los codos y la volvió a atraer hacia sí—. Y, sin embargo, podría llegar a ocurrir y no quiero que pase. Lo que sucede es que no quiero tener sólo una parte de ti. Si me eliges a mí, yo te haré feliz. La pregunta es si tú podrás hacerme feliz a mí si sigo esperando toda la vida a que vuelva aquella preciosa chica que un día me pidió que la besara.
—Ware…
Amelia le acarició la mejilla y él frotó la nariz contra su palma para inhalar el dulce aroma a madreselva que siempre desprendía.
—No te merezco —susurró ella.
—No es eso lo que te ha dicho Mitchell —repuso, apartándole la mano de la cara para abrazarla. Luego apoyó la mejilla en su sien y le añadió—: Ahora te voy a dejar sola. Tengo cosas que hacer y tú necesitas tiempo para pensar.
—No quiero que te enfrentes con él.
—Es demasiado tarde para cambiar eso, Amelia. Pero sólo pediré primera sangre, no te preocupes.
Ware sintió su alivio en la relajación de la tensión de su espalda.
—Gracias —le dijo Amelia.
Él le secó una lágrima que le resbalaba por la mejilla y dio un paso atrás.
—Estoy a tu disposición en todo momento. No dudes en venir a buscarme si necesitas cualquier cosa.
Ella asintió y observó cómo Ware se dirigía de nuevo hacia la mansión. Cuando desapareció de su vista, miró a su alrededor y se vio perdida y sola. Nadie sabía cómo se sentía y lo profundamente herida que estaba por la reaparición de Colin después de todos aquellos años.
Entonces se detuvo de repente y contuvo el aliento, abrumada por una repentina revelación.
Había una persona que quería tanto a Colin como lo había amado ella. Una persona que estaría igual de destrozada por su traición.
Amelia sabía que Pietro necesitaría tanto consuelo como ella, así que se recogió la falda y corrió en dirección a los establos.