Stone corrió hacia Abby y la ayudó a incorporarse. Tenía cicatrices y moratones, pero estaba bien.
Alex y Harry Finn estaban haciéndole un torniquete a Tyree en la pierna con un palo y un trozo de la chaqueta de Finn. El alto sheriff se incorporó con una mueca de dolor.
Stone y Abby se acercaron a él y ella se arrodilló a su lado para cogerle la mano.
—Tyree, ¿estás bien?
Él se esforzó en disimular el dolor.
—Joder, yo no me altero por tan poco.
Un grito hizo que todos se volvieran hacia el bosque.
Caleb les hacía señas.
—¡Daos prisa, venid!
Lo siguieron, Stone y Reuben los primeros. Avanzaron con dificultad entre los matorrales y las vides.
Cuando Stone vio lo que Caleb señalaba, se estremeció. Corrió hasta el cuerpo caído.
—¡Danny! ¿Danny?
Danny Riker yacía boca arriba al lado de un rifle de caza, junto a unos matorrales. Stone no miraba el arma, sino la enorme mancha roja de su pecho.
Danny enfocó la mirada en él y esbozó una leve sonrisa.
—Creo que no me agaché a tiempo —dijo con un hilo de voz.
Stone miró por encima del hombro hacia donde yacía Manson. La primera ráfaga de la MP5 había ido a parar allí. Luego contó por lo menos tres orificios de bala en la camisa del muchacho, situados en puntos que Stone sabía que no permitían la supervivencia, ni siquiera pudiendo trasladarlo a un hospital en cuestión de minutos, lo cual era imposible. Había resucitado a Willie Coombs de entre los muertos utilizando la corriente de una batería. En el caso de Danny Riker no habría milagro.
Reuben se agachó al lado de su amigo y recogió el rifle.
—Ha sido él quien se ha cargado al alcaide —dijo.
—Así es —confirmó Danny con voz queda—. Él mató a Willie. Yo le había advertido lo que le pasaría si lo hacía. —Sus facciones endurecidas se suavizaron—. Cuidarás de mi madre, ¿verdad, Ben?
Stone notó más que oyó la presencia que tenía detrás. Se levantó y miró a Abby, que sólo tenía ojos para su hijo.
—Lo siento, Abby —dijo Stone—. Lo siento mucho.
A Danny le salía sangre por la boca.
—Mamá…
Ella se dejó caer de rodillas a su lado y le tomó la mano. Los sollozos brotaron de su interior con tanto dolor y desesperación que los demás, que habían rodeado con expresión sombría a madre e hijo, notaron cómo se les empañaban los ojos. Las facciones de Abby eran como las de una niña que huye de un monstruo en una pesadilla. Sin embargo, se serenó de repente, tal vez intuyendo que su hijo necesitaba de su entereza, que la visión de una madre abatida e histérica no debía marcar los últimos instantes de su hijo en la tierra.
—Lo lamento, mamá. Todo.
Stone cogió la otra mano del joven. Y notó cómo iba enfriándose.
—Te quiero, Danny —dijo ella—. Te he querido más que a nadie en el mundo.
—No tenía que haberme metido en eso de las drogas. Pero no quería trabajar en las minas. Y tampoco quería usar el dinero de la indemnización. ¿Me entiendes?
—Te entiendo, cielo. —Los dos estaban hechos un mar de lágrimas.
—Yo no maté a nadie. Sólo al cabrón del alcaide. —Sus pupilas empezaban a desenfocarse, dando paso al fondo blanco de los ojos, como Stone había visto en muchos hombres justo antes de morir.
—Te quiero, Danny.
Él miró hacia Stone. Habló con una voz tan débil que Stone tuvo que inclinarse para oírle.
—Willie y yo. En los campeonatos estatales… El tío pillaba todo lo que le lanzaba. Teníamos que haber jugado juntos en la Tech, ¿sabes?
—Ambos erais los mejores, Danny —dijo Stone, apretándole la mano fría—. Los mejores.
—Soñábamos con California, tío. —Se volvió hacia su madre—. Soñábamos con California…
Los ojos se le quedaron inertes, y los dedos con que sujetaba a su madre se desprendieron. Abby se inclinó y besó a su hijo antes de rodearlo con los brazos. Y se quedó allí abrazándolo.
Abrazándolo.