—Hace años que los representantes de Human Rights Watch y de Amnistía Internacional, entre otros, intentan entrar en Blue Spruce —dijo Caleb tras haberles dado detalles sobre el funcionamiento de la prisión. Habían vuelto todos a casa de Tyree, su centro de operaciones.
»La lista de supuestas violaciones de los derechos humanos es interminable —continuó—. Pero la prisión ha denegado todas las peticiones de visita de Amnistía y otras organizaciones. Cielos, hasta en Rusia han dado permiso a esa gente para visitar las prisiones. Y cuando en Blue Spruce varios reclusos fueron víctimas de disparos de pistolas paralizantes, entraron en coma y murieron. Se presentaron más peticiones para entrar en la cárcel, pero fueron denegadas.
Alex miró a Tyree.
—Ya sé que es su hermano, pero ¿todo esto pasa en sus narices y nunca ha hecho nada al respecto?
—Es otro de los motivos por los que Howard y yo no nos llevamos bien. ¿Quién cree que envió a Amnistía Internacional a ese sitio?
—¿Usted? —preguntó Caleb.
—Una vez trasladé allí a un preso y fisgoneé un poco. Supongo que mi hermano me consideraba un tipo fiable. No se imaginan lo que vi y oí. Sí, los llamé. Howard se enteró más tarde. Aquello supuso el fin oficial de nuestra relación fraternal y desde entonces no ha vuelto a invitarme a Blue Spruce.
—¡Llamemos al sitio por su nombre! ¿Vale? —exigió Annabelle con dureza—. ¡Dead Rock!
—Teniendo en cuenta todo esto, ¿cómo es que el Departamento de Justicia o la sección de Derechos Civiles no han abierto una investigación? —preguntó Harry—. ¿O, por lo menos, el departamento de correccionales de Virginia?
Caleb consultó sus notas.
—Al parecer, las administraciones estatales y federales actuales no tienen como prioridad los derechos de los reclusos. Se habló de una investigación a nivel estatal, pero quedó en agua de borrajas, y el Departamento de Justicia no tiene nada pendiente. Además, durante los últimos dos años, la cárcel ha estado más o menos cerrada a las visitas. Lo cual significa que los presos no pueden hacer oír su voz en el exterior. Básicamente no existen.
—O sea que Howard Tyree tiene su pequeño feudo personal y hace lo que le viene en gana. Venta de drogas incluida —masculló Reuben—. Y retención de hombres inocentes.
—Eso parece —convino Caleb.
—¿Qué me dices del pozo de la mina? —preguntó Annabelle.
—He encontrado algo de información al respecto —respondió Caleb mientras sacaba unas páginas que había impreso en la biblioteca—. Se practicó en paralelo al pozo en que los mineros quedaron atrapados. Leí un par de artículos de prensa sobre el tema y luego los cotejé con los documentos relativos a la construcción de la cárcel. De todos modos, no lo sé a ciencia cierta, ya que no van a colgar en internet los planos de una prisión de máxima seguridad. Pero me pareció que el pozo de rescate discurría hasta lo alto de esa cresta, que es donde quedaron atrapados los mineros. Cuando se produjo la explosión, se hundió el túnel en el que estaban esos pobres diablos, pero el túnel de rescate sobrevivió. Lo sé porque los otros mineros pudieron salir. La entrada de la mina quedó cerrada, pero no se dice nada sobre la entrada del pozo de rescate.
—Pero si se construye una prisión de máxima seguridad encima de una mina y se sabe que hay un pozo subterráneo, seguro que lo taponan.
—Taponar sí, pero quizá de una forma que permita destaponarlo —repuso Annabelle mientras se paseaba por la habitación, pensativa.
—Howard colaboró en el trazado de los planos de construcción, eso lo sé —dijo Tyree—. Sería propio de él permitirse cierta flexibilidad.
—Pero ¿por qué hacer tal cosa? —preguntó Alex—. Los presos podrían escapar por ahí.
Annabelle se giró para mirarlo.
—Por lo que Caleb nos ha contado de Blue Spruce, todos los presos están separados, llevan grilletes y los registran cuando tienen que ir al lavabo; hay casi tantos guardias como reclusos, sólo salen de la celda una hora al día, así que las posibilidades de fuga son prácticamente nulas. Pero ¿y si se dedican al tráfico de drogas y eso exige que algunos hombres salgan de la prisión habitualmente a las tantas de la noche?
—Pero si algunos guardias están implicados, ¿no podrían salir desde su propia casa? —objetó Caleb.
—Al parecer, Howard Tyree es un obseso del control. Seguro que quiere tener a todos sus hombres dominados.
—No le quepa duda —convino Tyree.
—Si estos envíos llegan periódicamente al juzgado y algunas cajas se desvían por el camino, ¿adónde cree que van a parar? —preguntó Alex.
—A la cárcel —respondió Tyree—. Es bastante fácil. Las cárceles reciben paquetes de comida, suministros, etc., todos los días. Y los archivos con registros del juzgado son una gran tapadera para enviar la droga. Las autoridades los dejan pasar sin ningún control.
—O sea que pegan el cambiazo en algún punto intermedio —concluyó Annabelle— y las cajas desviadas van a la prisión hasta que están preparadas para ser despachadas a través de los mineros adictos. Lo cual me lleva de nuevo a mi suposición: no sería inteligente que un puñado de guardias saliera por la puerta principal todas las noches con cajas de sustancias ilegales. Y tampoco van a coger cada noche el helicóptero, porque si no la gente empezaría a olerse algo raro.
—O sea que salen por la puerta de atrás —concluyó Harry.
—Exactamente —dijo Annabelle—. Y creo que esa puerta es el pozo de la mina.
Alex la miró con expresión incrédula.
—¿O sea que vamos a encontrar la entrada del pozo de esa mina, entrar como sea, aunque la hayan sellado, y luego salir de ella ilesos? ¿Y luego irrumpiremos de incógnito en una prisión de máxima seguridad vigilada por guardias armados hasta los dientes y que, encima, son narcotraficantes?
—Pues a mí me parece un buen plan —dijo Reuben con impaciencia.
—Y a mí, un suicidio —replicó Alex.
—En realidad —dijo Annabelle—, los dos estáis equivocados.