67

Cuando Reuben y Caleb se reencontraron con Annabelle más tarde aquel día en la zona de acampada, el grandullón no tenía gran cosa que informar. Pero sí tenía un comentario que hacer.

—Comparado con los pueblecitos de por aquí, Divine es distinto.

—¿Distinto en qué? —preguntó Caleb.

—Aquí hay dinero. Negocios prósperos, coches nuevos, edificios rehabilitados, juzgado y cárcel. He ido a la iglesia, incluso he rezado un poco. He hablado con el padre y me ha dicho que todo se ha hecho en los últimos años.

—¿Qué tapadera estás utilizando? —preguntó Annabelle.

—Soy un escritor que pretende ambientar una novela en un pequeño pueblo de montaña. Todo el mundo lo ha aceptado bien. Supongo que tengo pinta de escritor —añadió dándose aires.

Caleb observó a su enorme amigo de pelo largo, negro y rizado y barba entrecana.

—Yo diría que tienes una pinta más bien bohemia, pero probablemente será que le busco tres pies al gato. De todos modos, entiendo lo que dices. La biblioteca es muy bonita. El bibliotecario me ha dicho que la habían reformado recientemente. Cuenta con un centro de información nuevecito, ordenadores, de todo.

—¿Y cómo te has presentado? —preguntó Reuben con sequedad.

—Un bibliófilo viajero. Creo que encajo bastante bien con esa descripción.

—¿De verdad has dicho eso? —preguntó Annabelle.

—No, sólo bromeaba. He dicho que estaba buscando trabajo como pinche de cocina y quería ver las demandas por esta zona. Por algún motivo se lo ha tragado sin rechistar, aunque no tengo pinta de cocinero —añadió con rigidez.

—Y que lo jures. ¿Y tú qué has descubierto, Annabelle? —preguntó Reuben.

Les contó la conversación mantenida con Shirley y el juez Mosley.

—La mujer sabe algo, eso está claro. Creo que deberíamos seguirla y ver si descubrimos algo más.

—Me parece bien.

—¿Cuándo llegará Alex? —quiso saber Caleb.

—Pronto, al menos eso espero.

—Echas de menos al agente de la ley, ¿eh? —dijo Reuben.

—No, es que estoy cansada de ser la única que piensa.

—Bueno, aquí tienes algo más para pensar. ¿Dónde vamos a pernoctar?

—En el pueblo no —dijo ella—. ¿Qué os parece si dormimos en la furgoneta aquí fuera?

—¿En la furgoneta? —refunfuñó Caleb—. ¿Sin baño?

Annabelle señaló hacia el bosque.

—El que ofrece la naturaleza.

—Oh, por el amor de Dios —masculló Caleb.

Reuben alzó una mano.

—Caleb, si los osos cagan en el bosque, los bibliotecarios también pueden.

—¿Y qué me dices del reportero? —inquirió Caleb.

—Tengo una especie de plan, pero necesito la ayuda de Alex. Reuben, ¿por qué crees que Divine es una población tan próspera?

—A lo mejor si descubrimos la respuesta encontramos la explicación de por qué matan y/o hacen saltar por los aires a la gente.

—¿Crees que le ha pasado algo a Oliver? —preguntó Caleb.

—Nunca he conocido a nadie más capaz de cuidarse solito que Oliver —respondió Reuben.

«Por lo menos eso esperamos», pensó Annabelle.