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Tras la comida les permitieron pasar media hora al aire libre. Este consistía en un suelo de cemento en medio del patio con un tejado de alambre de púa y un único aro de baloncesto sin red y una pelota parcheada como único divertimento.

«Menuda libertad», pensó Stone.

Algunos reclusos hacían jogging lentamente en círculos, uno botaba la pelota, pero la mayoría permanecía de pie mirándose los zapatos. Los guardias estaban apostados en los pasadizos de las torres, con los AK74, escopetas y rifles de francotirador preparados, claramente visibles para todos los hombres del foso. Stone se fijó en una línea azul que delimitaba la cancha de cemento.

—Si cruzas esa línea o pones un dedo del pie en ella, el guardia de ahí arriba te dispara —le dijo un recluso bajito, con un bigote puntiagudo y entrecano, el pelo alborotado y ojos temerosos.

—Gracias —respondió Knox—. Se olvidaron de decírnoslo en la clase de orientación.

El otro lo miró y sonrió.

—Eh, esa ha sido buena. Muy buena. —Miró a Stone—. ¿Vosotros saldréis algún día?

—No lo creo —respondió Stone—. ¿Y tú?

—Perpetua, perpetua y perpetua —dijo el hombre con voz cantarina—. Tres perpetuas consecutivas, una tras otra, no simultáneas, al mismo tiempo. Hay una gran diferencia, sí, señor.

—Entiendo. —Stone observaba metódicamente la posición de los pasadizos de las torres y los ángulos de tiro de que disponían los centinelas. Le impresionó el diseño del lugar. No hacía falta ser muy hábil para abatir a cualquiera de los hombres de allí abajo antes de que tuviera ocasión de dar tres zancadas.

—¿Es la pena de la mayoría? ¿Cadena perpetua? —preguntó Knox.

—De todos los que conozco sí, y llevo aquí once años. Bueno, me parece que son once. Antes llevaba un calendario, pero la pared se me acabó. Da igual. El viejo Donny no puede pedir la condicional.

—¿Qué hiciste para que te la nieguen? —preguntó Knox con tono de censura, aunque el viejo no pareció percatarse.

—Maté a tres niños pequeños —respondió con la misma tranquilidad con que diría su fecha de nacimiento. Se sonó la nariz ahuecando las manos y se las limpió en los pantalones.

—¿Y por qué demonios hiciste tal cosa, viejo Donny? —repuso Knox mientras cerraba el puño.

—Porque aquella zorra me dijo que lo hiciera, por eso. Eran los hijos de su segundo matrimonio, tío. Por la pasta del seguro. Al menos es lo que dijo. La muy guarra me engatusó. Me dejó que le diera por culo. Además, cuando los maté estaba completamente colocado. Podría haber servido como atenuante, ¿no? Pues una mierda. Me estafaron, tío. Porque ¿dónde coño está la responsabilidad, pregunto yo?

—¿Responsabilidad? —repitió Knox incrédulo.

—Sí, tío. Abogados, jueces, zorras que te dejan darles por culo para que hagas maldades. Nadie quiere asumir la responsabilidad de nada. Es una puta pena. Que Dios bendiga América, pero en este país tendríamos que comernos la mierda juntos.

Knox apretó los dientes.

—¿A ella le cayó alguna condena?

—¿A esa zorra? ¡Qué va, joder! Me echó la culpa de todo. Y se casó otra vez y vive como una reina gracias al dinero del seguro, mientras yo me pudro aquí dentro. En el juicio me llamó maníaco. Y eso que tomábamos cócteles juntos, tío. Lo juro por Dios.

—Me parece que habrías necesitado un mejor abogado. De todos modos, creo que estás donde tienes que estar, Donny. ¿Por qué no buscas otro rincón dónde pasar el rato? —dijo Knox, dando un paso amenazador hacia el hombre.

Antes de que Donny tuviera tiempo de moverse, Stone lo cogió por el brazo, a pesar de que uno de los guardias no les quitaba ojo, con las manos puestas en su arma.

—Oye, Donny, ¿has estado en muchas cárceles? —preguntó Stone.

—¿Yo? Pues sí. Esta es la cuarta. Y la segunda de máxima seguridad —añadió con orgullo.

—¿Por qué te enviaron aquí?

—Por atizar a un guarda. No les gusta recibir golpes, pero les importa un cojón perforarnos el culo, ¿verdad?

—Ya, ¡qué injusta es la vida! —exclamó Knox.

—Seguro que eres un buen observador. ¿Has visto algo raro por aquí? —preguntó Stone.

—¿Observador? Tío, sólo tenemos una hora al día para salir. Media para el desayuno y media para esta mierda de recreo. Veintitrés horas en una celda diminuta no dejan mucho tiempo para observar nada.

Mientras hablaban, el hombre que botaba la pelota dejó que se le escapara. Rodó más allá de la línea azul y se dispuso a ir por ella.

—Joder —dijo Knox al verlo—. ¡Eh, amigo, detente!

El hombre no le oyó o le dio igual. Cruzó la línea y una bala le dio de lleno en la espalda. Se desplomó boca abajo. Stone y Knox casi echaron a correr hacia él, pero hubo otros disparos y se pararon en seco.

Mientras miraban, dos guardias se acercaron como si nada y recogieron al hombre. Stone se fijó en que no había sangre.

—Utilizan esas putas balas de pega si es la primera vez. Duelen un cojón. Te dejan hecho una puta mierda, pero no te matan. Pero si es la segunda vez, pues ya no habrá una tercera, ¿lo pillas?

Volvieron al rincón mientras se llevaban al hombre inconsciente.

Stone continuó con la conversación anterior.

—¿Qué me dices de la biblioteca de la cárcel? ¿Hay clases? ¿Talleres? ¿Te has fijado en algo?

—Oye —resopló Donny—. ¿Has estado viendo reposiciones de La fuga de Alcatraz o qué? Mira alrededor, tío. Aquí no hay ningún Clint Eastwood. Llevan prometiendo una biblioteca desde que entré en este condenado sitio y todavía no he visto ni un puñetero libro. También se supone que teníamos que tomar clases por la tele para sacarnos el graduado escolar, pero dicen que siempre está estropeada. Tampoco hay talleres. No hay nada de nada. Una ducha de cinco minutos tres veces por semana y encima te meten un puto atizador por el culo cada vez, como si tuvieras un bazuca oculto en el agujero. Duele como su puta madre. Prefiero ir como un guarro. Tampoco es que tenga adonde ir.

Se metió un chicle en la boca y lo mascó con los pocos dientes que conservaba.

—¿Visitas, llamadas a casa? ¿Abogados?

Se rio por lo bajo.

—En Dead Rock hay que ganarse las visitas. Se consiguen un máximo de dos al mes. Si la cagas en lo más mínimo, pues te quedas sin visitas. ¿Y sabes qué más? Por lo que he oído, en los últimos cinco años nadie se ha ganado una visita. Yo tampoco. Tampoco es que fuera haya una cola de gente deseando verme, pero bueno. Y hay que llamar a cobro revertido si consigues acercarte al dichoso teléfono. Ni siquiera mi jodida madre pagaría una llamada a cobro revertido por mí. Y aquí no vienen abogados. Para estos chicos no hay más recursos de apelación. Estamos dejados de la mano de Dios. Ya no somos nadie. Somos como rocas muertas. Vamos a morir aquí, qué remedio. Mejor irse haciendo a la idea. —Se tragó el chicle y tosió con fuerza hasta sacar flema.

Stone echó un vistazo al resto de los reclusos.

—Aquí la gente parece ir un poco puesta. —Miró a Donny—. Un poco demasiado puesta.

Donny esbozó una sonrisa y se le acercó.

—¿Tú también te has percatado? La mayoría de estos chicos nunca se ha dado cuenta.

—¿Y qué droga utilizan?

—Ni idea, pero es bastante fuerte.

—¿La ponen en el rancho?

Donny asintió.

—¿En qué comida?

—Al mediodía o por la noche. Ahí está el truco: nunca sabes en cuál.

—¿Y a ti por qué se te ve tan animado?

Donny parpadeó.

—Podría contaros mi secretito, pero ¿qué me dais a cambio? Esa es la pregunta del millón.

Stone fue a decir algo, mas Knox se adelantó.

—Cuéntanoslo, y si consigo salir te sacaré de aquí.

—Venga ya, tío. No vas a salir de aquí en tu puta vida.

—Soy agente federal, Donny. Mi misión consiste en investigar las prisiones corruptas. ¿Crees que en este sitio hay corrupción?

—A porrillo. Pero si eres un federal, ¿por qué ibas a sacarme de aquí?

—Los federales tienen libertad de acción, Donny. Si me ayudas, el Tío Sam te ayudará.

—Y no es que tengas mucho que perder por hacerlo —añadió Stone.

Donny se lo planteó.

—Vale. No me trago que seas un federal, pero qué coño. —Bajó la voz—. Cuando os pongan la comida, no os comáis las dichosas zanahorias, tiradlas por el váter y luego poned cara de colgados delante de los chicos de la porra.

Un guardia rondaba cerca de ellos y Donny optó por alejarse.

—Vaya, nos ha dado información pero no especialmente útil, aparte de lo de las zanahorias. ¿Te crees lo que ha dicho?

—A lo mejor. —Alzó la vista de nuevo hacia los muros—. Este sitio está bien diseñado, Knox. No veo demasiados puntos débiles.

—La cosa mejora por momentos.

Sonó una bocina y los presos empezaron a entrar arrastrando los pies.

—La única forma que veo… —empezó Stone.

El disparo alcanzó el suelo justo a su lado y las lascas de cemento rasguñaron las pantorrillas de ambos. Se agacharon cuando otro disparo resonó cerca de ellos. Desde luego, no eran balas de fogueo.

—¡Manos arriba! —gritó el centinela de una torre a través de un megáfono; el tirador estaba a su lado con la mira puesta en la cabeza de Stone.

Los dos levantaron los brazos mientras la sangre les corría por los pantalones y zapatos.

—¿Qué coño…? —dijo Knox.

—No camináis bastante rápido, chicos —se burló Donny.

—¿No se suponía que en la primera falta utilizaban balas de fogueo? —espetó Knox cuando hubieron alcanzado al grupo.

—Por lo visto, eso no se nos aplica a nosotros. Tendremos que tenerlo en cuenta.

—Ya —gruñó Knox.

Más tarde, una enfermera fue a su celda. Los desnudaron, registraron y les pusieron los grilletes mientras ella les observaba rodeada de guardias.

Por la puerta abierta, Stone vio una cámara de vídeo atornillada a la pared del pasillo. Supuso que, siempre que se producía una salida de celda, la cámara estaba colocada en la posición perfecta para obtener una bonita imagen de los guardias de espaldas mientras daban una paliza a algún recluso.

«Un recluso invisible a la cámara». La enfermera les limpió las heridas y se las vendó mientras los guardias soltaban comentarios maliciosos sobre cobardicas.

Ni Stone ni Knox dijeron una sola palabra.

Sin embargo, cuando la enfermera hubo acabado, Stone le dijo:

—Gracias, señora.

De inmediato recibió un golpe en la boca con una porra envuelta en una toalla.

—¡No le hables a la señora, capullo! —gritó Manson, el guardia tuerto, mientras se agachaba hacia el rostro ensangrentado de Stone.

La enfermera dedicó una sonrisa magnánima a su protector cuando salían.

Knox le ayudó a levantarse.

—Tenemos que salir de aquí, Oliver, o somos hombres muertos.

—Lo sé —repuso Stone mientras se limpiaba la sangre de la cara. De repente se quedó inmóvil.

Un guardia le estaba mirando antes de cerrar la puerta de la celda. No era un arrogante joven sádico, sino un hombre mayor, el pelo entrecano le asomaba bajo la gorra. Justo antes de cerrar la puerta con un crujido metálico, le dirigió un breve asentimiento a Stone.