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Mientras la furgoneta iba por la calle sin rumbo fijo, Annabelle, Caleb y Reuben observaban a los peatones; varios de los cuales los miraban con recelo.

—No parece gente muy hospitalaria, ¿no? —dijo Caleb.

—¿Por qué iban a serlo? —gruñó Reuben—. No saben quiénes somos ni qué queremos. Lo único que saben es que no somos de aquí.

Annabelle asintió pensativa.

—Tendremos que ir con pies de plomo.

—Quizá no tengamos tiempo para eso —comentó Reuben—. Knox nos lleva una buena ventaja. Quizá ya haya localizado a Oliver.

—Allí hay un lugar obvio por dónde empezar —señaló Caleb.

Los tres miraron hacia la oficina del sheriff, contigua al edificio del juzgado, de mayor tamaño.

—Aparca, Caleb —dijo Annabelle—. Voy a entrar.

—¿Quieres refuerzos? —ofreció Reuben.

—Ahora no. Tenemos que guardarnos un as en la manga por si se va todo al carajo.

—¿Qué numerito será esta vez? —preguntó Caleb—. ¿FBI o mujer agraviada?

—Ninguno de los dos. Nueva interpretación.

Se miró la cara y el pelo en el retrovisor, abrió la puerta deslizante y bajó.

—Si no he vuelto en diez minutos, poneos en marcha y esperadme al final de la calle.

—¿Y si no sales? —preguntó Reuben.

—Entonces dad por sentado que la he cagado y largaos sin mirar atrás.

Se alejó y entró en el edificio.

—¿Hola? —dijo en voz alta—. ¿Hay alguien?

Una puerta se abrió y Lincoln Tyree apareció en la pequeña zona de espera.

—¿Puedo hacer algo por usted, señora?

Annabelle repasó con la mirada al alto agente de la ley, resplandeciente con su uniforme recién almidonado y las botas relucientes, con una mandíbula de hombre seguro y ojos soñadores.

—Eso espero. Estoy buscando a una persona. —Sacó una foto del bolsillo y se la enseñó—. ¿Le ha visto?

Tyree observó la foto de Oliver Stone, pero no reaccionó.

—¿Por qué no entra aquí? —Le abrió la puerta de su despacho.

Annabelle vaciló.

—Sólo quiero saber si le ha visto.

—Y yo quiero saber por qué le busca.

—Entonces, ¿le ha visto?

Tyree le señaló la puerta abierta.

Annabelle se encogió de hombros y entró en el despacho. Se encontró con otro hombre sentado allí. Llevaba un traje de cloqué y una pajarita roja.

—Le presento a Charlie Trimble, el director del periódico local.

Trimble estrechó la mano de Annabelle.

Tyree cerró la puerta y le indicó que se sentara. Él se dejó caer en la butaca detrás de un pulcro escritorio y observó la foto.

—¿Por qué no me explica de qué va todo esto? —pidió.

—Se trata de un asunto confidencial —dijo ella, mirando a Trimble—. No se lo tome a mal, pero me gustaría hablar con el sheriff en privado.

El periodista se levantó.

—Ya seguiremos hablando, sheriff. —Lanzó una mirada a la foto. Desde su posición, vio que se trataba del hombre que se hacía llamar Ben—. Quizás usted y yo también podamos hablar más tarde, señora.

En cuanto se hubo marchado, Annabelle dijo:

—Me llamo Susan Hunter. Aquí está mi documentación. —Le tendió un carné de conducir falso que tenía todos los elementos para parecer auténtico—. El hombre de la foto es mi padre. Quizá se haga llamar Oliver o John, o quizá de otro modo.

—¿Por qué tantos nombres? —preguntó Tyree mientras observaba el carné antes de devolvérselo.

—Mi padre trabajó muchos años para el gobierno. Lo dejó en circunstancias un tanto especiales. Desde entonces ha estado más o menos huyendo.

—¿«Circunstancias especiales»? ¿Lo busca la justicia?

—No, las circunstancias son que los enemigos de este país quieren matarlo por lo que les hizo.

—¿Enemigos? ¿Cómo quién?

—Regímenes de ciertos países. No estoy al corriente de toda la historia, sólo que entre mi sexto cumpleaños y mi ingreso en la universidad nos mudamos catorce veces. Cambios de nombre y de historia familiar; a mis padres les proporcionaban trabajos, teníamos contactos.

—Entonces, ¿estaban en una especie de programa de protección de testigos?

—Sí, más o menos. Mi padre es un verdadero héroe americano que realizó un trabajo sumamente peligroso por su país. Aunque tuvo que pagar un alto precio por ello. Hace tiempo que llevamos pagando ese precio.

Tyree se frotó la mandíbula.

—Eso explicaría muchas cosas.

Annabelle se inclinó hacia delante con avidez.

—Entonces, ¿ha estado aquí?

Tyree se reclinó en el asiento.

—Así es. Se hacía llamar Ben, Ben Thomas. ¿Cómo le ha seguido el rastro hasta aquí?

—Consiguió enviarme una especie de mensaje cifrado, pero no ha sido fácil. He estado en todos los pueblos de esta zona. Ya empezaba a desesperarme.

—Bueno, como he dicho, estuvo aquí pero ya no está.

—¿Adónde ha ido?

—La última vez que le vi fue en el hospital.

—¿En el hospital? ¿Estaba herido?

—Casi salta por los aires. Estaba bien. Esta mañana he pasado por el hospital para visitarle, pero se había marchado.

—¿Voluntariamente?

—Eso no lo sé.

—¿Dice que casi salta por los aires?

—Por aquí han pasado cosas muy raras. Todavía no he llegado al meollo de la cuestión. Su padre me ayudó. Y él no es el único que ha desaparecido. Un chico llamado Danny Riker también estaba en ese hospital. Tenía un guarda en la puerta de su habitación porque habían intentado matarle. Su padre le salvó la vida. Pero Danny despistó a mi hombre y también ha desaparecido.

—¿Y no tiene ni idea de dónde podría estar mi padre?

—No, señora, no la tengo. Ojalá la tuviera. Es un hombre listo. Y el cuerpo de policía de este pueblo está formado por este único servidor. Pero si estaba protegido, ¿por qué huye ahora?

—Hace unas semanas intentaron matarlo. Él se aseguró de que a mí no me pasara nada y luego se marchó. Por cómo se produjo el intento de asesinato, pensó que esta vez iban muy en serio.

—Vaya, si lo que quería era ocultarse aquí y tener un poco de paz y tranquilidad, se equivocó de pleno.

—¿A qué se refiere?

Tyree dedicó unos minutos a explicarle por encima lo ocurrido en Divine desde la llegada de Stone.

Annabelle se reclinó en la silla para pensar. No quería quedarse atascada en los sucesos de Divine. Sin embargo, si aquellos acontecimientos estaban relacionados con la desaparición de Oliver, quizá también fueran la única forma de encontrarle.

Frotó las manos nerviosamente contra los brazos de la silla.

—¿Ha llegado alguien más al pueblo, algún forastero, que haya hecho preguntas sobre mi padre?

—Que yo sepa, no. Se alojaba en Bernie’s, una pequeña pensión a la vuelta de la esquina. Podría mirar allí.

—Lo haré, sheriff, y gracias. —Se levantó y Tyree hizo lo mismo—. ¿Hay alguien más del pueblo con quién crea que debo hablar?

—Pues Abby Riker. Es la dueña del Rita’s, un poco más abajo en esta misma calle. Ella y Ben se llevaban muy bien.

¿Eran imaginaciones suyas o detectó cierto deje de celos en la voz?

—Gracias. —Le tendió una tarjeta—. Aquí está mi número de teléfono, por si se le ocurre alguien más.

Dejó a Tyree en su despacho con aspecto preocupado.

En la calle se encontró con el periodista, que se había quedado a esperarla.

—No he podido evitar ver la foto del hombre al que busca. Lo entrevisté en relación con ciertos acontecimientos que están sucediendo en el pueblo. ¿Se lo ha explicado el sheriff?

—Asesinatos, suicidios y gente que salta por los aires, sí, me lo ha contado. ¿Dice que habló con él? ¿Qué le contó?

—Bueno, quizá podríamos negociar un poco.

—¿Cómo dice?

—Soy periodista, señora. Cuando me jubilé y me mudé aquí, acepté hacerme cargo del periódico local. Pensé que la noticia más emocionante que publicaría sería la de algún camión accidentado o un derrumbe en una mina. Ahora resulta que hay asesinatos y suicidios misteriosos, explosiones y agresiones violentas. Tengo la impresión de estar de vuelta en Washington.

Annabelle estaba impaciente y un poco asqueada de aquel tono de regodeo.

—¿Qué quiere exactamente?

—Que me cuente cosas, y yo le contaré cosas a usted.

—¿Cómo por ejemplo?

—Como quién es Ben en realidad.

—Y si se lo digo, ¿qué me contará usted?

—Vista la situación, tengamos un poco de buena fe. Pero puedo decirle que enseguida me di cuenta de que no era la típica alma contemplativa. Habla demasiado bien y es muy astuto. Y sus habilidades físicas son bastante elocuentes. Según me han contado, apalizó a tres hombres en un tren, salvó la vida de un hombre empleando cables para batería y tumbó a otros tres armados con bates. No es la típica alma contemplativa.

—Posee ciertas habilidades especiales, sí.

—¿Y la relación de usted con él?

—Es mi padre.

—Excelente. He oído decir que estuvo en el ejército.

—Vietnam.

—Fuerzas especiales.

—Muy especiales.

—¿Y tiene por costumbre vagar por zonas rurales?

—Trabajó para el gobierno durante un tiempo, pero se cansó de estar sentado a un escritorio.

Trimble le dedicó una sonrisa condescendiente.

—Dudo que su padre se sentara jamás detrás de un escritorio. Si no me dice la verdad, no tendré motivos para hacerlo yo.

—Bueno, tengo la impresión de que ya le he contado mucho. ¿Qué le parece si ahora aporta algo usted?

—De acuerdo. Su padre ha pasado mucho tiempo con Abby Riker y su hijo Danny. Es un joven problemático, una especie de personificación del chico perfecto en el instituto. Alcanzó su mejor momento a los dieciocho y luego todo le ha ido cuesta abajo.

—¿Es drogadicto? ¿Alcohólico?

—Drogas no, pero bebe lo suyo. Su madre ganó un juicio importante contra una empresa minera relacionado con un accidente que le costó la vida a su esposo. O sea que tienen dinero y viven en una suerte de mansión, pero Danny lleva algún tiempo descarriado.

—El sheriff dice que también ha desaparecido.

—Me pareció que su padre era un buen hombre que intentaba hacer el bien. Mi consejo es no dar por supuesto que la gente de aquí tiene esas mismas intenciones, incluido Danny, aunque su padre le salvara la vida.

—¿Esa reserva le incluye también a usted?

—Yo soy prácticamente un recién llegado. Viví en Washington cuarenta años. Trabajaba en el Post. Todavía tengo muchos amigos allí, y me mantienen bien informado. Además… —Trimble se interrumpió y dio la impresión de atravesar a Annabelle con la mirada y ver algo más interesante.

—¿Señor Trimble? —A ella no le gustó nada esa mirada.

Pareció volver a centrar la mirada en ella, pero tenía la mente en otro sitio.

—Disculpe, señorita, tengo que comprobar una cosa ahora mismo. —Y se marchó rápidamente.

Annabelle corrió calle abajo y subió a la furgoneta. Comunicó a sus amigos lo que Tyree le había contado y su encuentro con el reportero.

—¿Crees que sospecha de quién es Oliver en realidad? —preguntó Caleb.

—No me atrevería a descartar esa opción. Y ahora mismo nuestro margen de error es cero.

—Joder, menuda suerte la de Oliver, ¿no? —exclamó Reuben—. ¡Ha venido a parar a un nido de asesinos!

—Vamos a la pensión. El tiempo vuela.

Eso hicieron, y al cabo de unos minutos Annabelle se había camelado al viejo Bernie para que le contara toda la historia.

Regresó a la furgoneta.

—Knox ha estado aquí y conoce el paradero de Oliver. El casero le dijo que Oliver estaba en el hospital o que, si no, probara en casa de Abby Riker, se llama Finca de una Noche de Verano. Si Knox fue al hospital y resulta que Oliver no estaba, probablemente haya ido a esa finca. Vamos, en marcha.