Stone abrió los ojos y, más que ver, percibió a las personas que le rodeaban.
—¿Ben?
Se giró hacia la derecha y centró la vista en Abby, que estaba de pie, cogiéndole de la mano. Miró más allá y se dio cuenta de que se encontraba en una habitación de hospital.
—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó, intentando levantarse.
Abby y alguien más le empujaron suavemente hacia atrás.
—Tranquilo, Ben.
Era Tyree, al otro lado de la cama.
Stone se recostó en la almohada.
—¿Qué ha pasado? —repitió.
—¿Qué recuerdas? —preguntó Abby.
—Que llevé a Willie en el coche a su casa.
—Pues explotó —dijo Tyree con voz queda—. Me refiero a la caravana. Explotó.
—¿Willie? ¿Bob? Él también estaba allí.
Abby le apretó la mano.
—Los dos han muerto. —La voz se le quebró.
—¿Cómo ocurrió?
—Creen que fue la bombona de propano. Es lo único que puede explotar de esa manera —informó Tyree—. Si hubieras estado más cerca también habrías muerto. Tienes suerte de haber estado al otro lado de la caravana. Te protegió de la explosión.
Stone caviló unos instantes.
—Recuerdo que algo cayó justo a mi lado.
Abby y Tyree intercambiaron una mirada.
—Escombros —se apresuró a decir ella.
—¿Cómo pasó lo del gas?
—Lo estamos investigando —dijo Tyree—. Al parecer tenía un hornillo y unas bombonas de propano cerca de unas cajas de munición.
—Me da igual. No puede haber sido un accidente —declaró Stone—. Imposible.
—Creo que estás en lo cierto —reconoció el sheriff—. Sólo necesito alguna prueba.
Stone consiguió incorporarse ligeramente.
—Un momento. De camino a casa, Willie y yo hablamos sobre Debby. —Entonces les contó lo que había deducido sobre el hecho de que Debby viera quién había matado a Peterson.
Tyree se frotó la barbilla.
—No se me había ocurrido, pero es que Willie nunca llegó a decirme que ella estuvo en la panadería aquella noche. Aunque ya sabía que Debby no se había suicidado.
—¿Cómo? —preguntaron Stone y Abby a la vez.
—No tenía los brazos lo bastante largos como para ponerse el cañón en la boca y apretar el gatillo.
Stone lo miró con súbito respeto.
—De hecho me di cuenta al ver la escopeta. Willie me había enseñado una foto de Debby. Vi que era muy menuda.
—Tyree, nunca dijiste que sospechabas que Debby había sido asesinada —dijo Abby.
—Porque no sé quién la mató, ni por qué. Supuse que sería alguien de por aquí. Era preferible que el asesino pensase que soy un palurdo inútil. Quizá cometa un error que me lleve hasta él.
—Está claro que no eres un palurdo —dijo Stone. El sheriff le dedicó una mirada de agradecimiento—. ¿Danny sabe lo de Willie?
Abby asintió.
—Lo ha afectado tanto que han tenido que darle un calmante. Se ha puesto a berrear como un niño.
—Se acabó el sueño californiano —dijo Stone.
—¿Qué? —preguntó Tyree.
—Es una larga historia —contestó Abby.
—Tenemos que poner manos a la obra, Tyree, antes de que se produzcan otras muertes. —Stone se dispuso a levantarse.
El sheriff lo empujó hacia atrás.
—Tranquilo. Has estado a punto de saltar por los aires y el médico dice que tienes que hacer reposo durante un día o dos.
—No tenemos un día o dos.
—Voy a investigar un poco. Con lo que me has contado puedo verlo desde otra perspectiva.
—Danny y Abby necesitan protección.
—¿Yo? —preguntó ella.
—Mira lo que le pasó a Bob. Les da igual a quién matan.
—Estoy de acuerdo —convino Tyree—. Tengo a un par de hombres a los que nombré ayudantes en el pasado. Uno vendrá aquí con Danny y otro se quedará con Abby.
—Tyree, no hace falta.
—Pero lo haremos, Abby. Si te pasara algo, no me lo perdonaría. Me refiero a que… bueno… que no va a pasar. ¿Entendido? —La rotundidad de sus palabras lo sorprendió incluso a él, que se sonrojó ligeramente.
—De acuerdo —aceptó ella con docilidad.
Tyree acercó una silla y se sentó.
—Dices que tres hombres apalearon a Danny. Él no quiere hablar conmigo del asunto, pero creo que por lo menos uno de ellos era un minero.
—¿Por qué? —preguntó Stone.
—Cuando vine a ver a Danny al hospital inspeccioné su ropa. Tenía polvo de carbón. Supongo que cayó de uno de los tipos que lo atacaron porque, que yo sepa, Danny nunca ha estado en una mina.
—Eso es verdad —corroboró Abby—. Pero ¿por qué iba a atacarlo un minero?
—Maldita sea, ¡ya sabía yo que lo había visto antes! —exclamó Stone. Los dos lo miraron—. Fue el primer día que estuve en el restaurante. Tyree se había marchado y tú estabas en la trastienda. Danny había acabado de comer y estaba a punto de marcharse cuando ese tiarrón le bloqueó el paso. Le preguntó si esta vez pensaba quedarse o si iba a abandonarles otra vez. Es uno de los bateadores.
—¿Ese tío tiene nombre?
Stone pensó un momento.
—Lonnie.
—¿Lonnie Bruback?
—Descríbemelo. —Tyree lo hizo—. Es él —confirmó Stone.
—Lonnie hace el primer turno en la mina número dos de Cinch Valley. De siete a siete. Es uno de los chicos que recibe metadona en la clínica. Ni siquiera sabía que él y Danny eran amigos.
—Que yo sepa, no lo eran —precisó Abby—. Nunca ha venido a casa. No es bien…
—Abby es demasiado educada para decir que Lonnie es de baja estofa —explicó Tyree—. Me he topado con él unas cuantas veces, delitos menores, robo de gasolina, caza furtiva, y la adicción, por supuesto. Gracias por recordar ese detalle, Ben.
—¿Alguien le ha dicho a Shirley lo de Willie y Bob? —preguntó Abby.
—Yo no, pero supongo que a estas alturas ya se habrá enterado. También pasaré a verla a ella.
—Yo la vigilaría también a ella, sheriff.
—¿Crees que Shirley está implicada en esto?
—Digámoslo así: una no le da la lata a su marido para que vaya a cazar ciervos y luego resulta que se lo cargan mientras caza. ¿Qué probabilidades hay?
—¿Crees que fue premeditado?
—No necesariamente, si no fuera porque quien le disparó, Rory Peterson, acabó asesinado.
—Cierto. —Tyree dio un golpecito a la cartuchera con el pulgar—. ¿Quién iba a decir que el pueblo de Divine acabaría como el dichoso Salvaje Oeste?
Se marchó.
Abby acercó la silla y puso una mano encima de la de Stone.
—Te he traído el macuto. Está en el armario.
—Gracias, Abby.
—Siento todo lo que te ha pasado.
—Creo que tú has sufrido más que yo.
—Qué enrevesado es todo esto. Me pregunto si llegaremos al fondo de la cuestión. —Bajó la mirada y Stone creyó saber por qué.
—Si Danny está metido en algo turbio, estoy convencido de que no tiene nada que ver con un asesinato.
Abby alzó la mirada.
—¿También lees el pensamiento? Resulta un tanto inquietante. —Exhaló un suspiro—. Conozco a mi hijo, o al menos eso creo. Pero también existe esa posibilidad.
—Quiero contarte algo: cuando los tíos del tren fueron otra vez por nosotros, Danny derribó a uno de ellos de un puñetazo en el vientre. El chico se revolvió y le devolvió el golpe a Danny. Tu hijo podía haberle asestado un directo pero no lo hizo. Dijo que golpear a un hombre caído no era jugar limpio. Esa actitud no me parece típica de un asesino a sangre fría.
—Ya perdí a Sam. No puedo perder también a Danny.
Stone le cogió el brazo y la acercó.
—No lo perderás, Abby. Te lo prometo.