Stone oyó risas mientras recorría el pasillo del hospital. Al llegar a la habitación de Willie comprendió por qué. Danny estaba en la cama contigua y Abby sentada entre los dos.
Todos alzaron la vista al verlo.
Danny tenía la cabeza vendada y un ojo hinchado, además de cortes en la cara. Al incorporarse, se movió con lentitud y rigidez. De todos modos, sonrió con su característica actitud arrogante.
—Fíjate quién ha llegado. Don Deshace Entuertos. El Salvador de la Humanidad o, por lo menos, de dos desgraciados chicos pueblerinos.
Abby sonrió.
—Parece que los «chicos» están mejor desde que los han puesto en la misma habitación.
—Ya lo veo. —Stone acercó una silla y se sentó al lado de ella—. Danny, ¿qué tal estás?
—Mejor que nunca. Los dos golpes que me dieron en la cabeza me pusieron el cerebro en su sitio.
—Lástima que no pasara cuando jugábamos al fútbol americano —intervino Willie—. ¿Te acuerdas del partido tan horroroso que jugaste en las semifinales estatales cuando estábamos en secundaria? Yo estaba solo y tú vas y lanzas la pelota fuera del campo. La jugadita estuvo a punto de costarnos el partido.
—El partido iba bien. El único problema es que estaba distraído mirando a las animadoras del otro equipo cuando solté el balón. Una estaba todo el rato agachándose. Supongo que intentaba distraerme.
—Hay cosas que nunca cambian —dijo Abby con tono cansino—. Los chicos nunca se hacen mayores, sólo son más altos, tienen más pelo y la gente empieza a llamarles hombres.
—Tyree me ha dicho que había venido a verte —le dijo Stone a Danny.
El muchacho cambió de expresión. Miró hacia la ventana y guardó silencio, algo poco habitual en él.
—Esos hombres estuvieron a punto de matarte, Danny. Casi me matan a mí también.
—Lo siento, Ben. No era cosa tuya.
—¿Quiénes eran?
—No me acuerdo. Los médicos dicen que sufrí una conmoción cerebral. —Volvió a mirarles con expresión más animada—. Sufrí unas cuantas en el instituto. ¿Verdad, Willie?
—Y que lo digas. Siempre se aferraba a la pelota demasiado tiempo.
—Lo hacía para que pudieras abrirte, tontorrón. Si hubieras corrido un poco más rápido, tendría mejor el cerebro.
Willie esbozó una amplia sonrisa.
—En cuanto salgamos de aquí, Willie y yo nos marchamos a California —anunció Danny—. ¿Verdad, Willie?
Este asintió.
—Anoche lo hablamos. Lo tenemos todo pensado.
—¿Seguro que no estabais bajo los efectos de los analgésicos? —dijo Abby.
—Seguro. Divine no es lo bastante grande para los dos, ¿eh, Willie?
—Ni por asomo.
—Va a dejar las minas y yo voy a ser una estrella de cine. Willie será mi agente.
—¿Qué sabréis vosotros de todo eso? —dijo Abby con expresión escéptica.
—Pues yo sé que los actores son mentirosos que cobran. Memorizan unas frases y luego las dicen. Y, mamá, tú siempre has dicho que yo era capaz de soltar la mayor sarta de mentiras que has oído jamás.
—Tiene razón, señora Riker —dijo Willie.
—California está muy lejos —repuso ella lentamente.
Danny la miró.
—¿Quieres que me quede aquí?
—Lo que quiero es que seas feliz, hijo. Y que estés a salvo. Y si eso tiene que pasar en California, que así sea. A lo mejor voy a visitarte.
—Joder, cuando esté forrado te compraré una casa contigua a la de Brad Pitt. Pero tendrás que dejarme utilizarla para espiar a la señora Pitt.
—Vale, Danny, vale —repuso ella con voz queda y expresión angustiada.
Danny pareció darse cuenta. Sacó una mano de debajo de las mantas y cogió la de su madre.
—Mamá, todo irá bien. ¿Entendido? Te lo prometo.
—Claro. Ya lo sé.
—¿No recuerdas nada de anoche? —insistió Stone.
—No. Pero serás el primero en enterarte si me vuelve la memoria.
Stone iba a añadir algo cuando entró una enfermera.
—Willie, el doctor va a darte el alta. Estamos acabando el papeleo. ¿Tienes algún medio de transporte para volver a casa?
—He venido aquí en tu coche. Puedo llevarte —se ofreció Stone.
—Vale, pero llamaré al abuelo. Querrá estar allí cuando llegue a casa.
—Oye, Willie, que no se te olvide: California nos espera.
—No lo dudes, tío.
Los dos entrechocaron los nudillos para cerrar el acuerdo.
—¿Cuánto rato te vas a quedar? —preguntó Stone a Abby.
—Unas horas. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche?
—Eh, ¿hay algo entre vosotros dos o qué? —preguntó Danny.
—Mira, estrella de cine, no eres el único que tiene sueños —dijo Abby sonrojándose ligeramente.
En el trayecto de regreso al pueblo, Stone preguntó a Willie algo que le desconcertaba.
—Me dijiste que Debby te llamó la noche antes de que la encontraran muerta. ¿Desde dónde?
—Desde la panadería. Estaba haciendo un trabajo allí. Preferían que fuera cuando ya habían cerrado. A la gente que va a comprar magdalenas y galletas no le gusta que huela a pintura. No es bueno para el negocio.
Stone recordó el mural medio acabado que había visto en el establecimiento.
—Y la panadería está justo enfrente del despacho de Rory Peterson.
—Sí, ¿y qué?
—A él también lo mataron.
—Pero en el pueblo. Y la noche anterior. Debby estaba en casa de sus padres.
—El cadáver lo encontraron a la mañana siguiente, pero dices que ya llevaba bastante tiempo muerta. Tal vez la mataron la noche anterior, la misma que a Peterson. Probablemente su cadáver lo encontraron también por la mañana.
—Vale, pero la casa de sus padres está por lo menos a veinticinco kilómetros del pueblo.
—Pero a las once de la noche te llamó desde la panadería y estaba animada. Pongamos por caso que Peterson fuera asesinado más o menos a esa hora. El mural que estaba pintando estaba en la parte delantera de la tienda y desde allí disfrutaba de una buena vista de la calle y del edificio de enfrente.
Willie se irguió más en el asiento.
—¿Insinúas que quizá vio quién mató a Peterson?
—Es posible que viera entrar a alguien en la oficina y que luego fuera a investigar o que los asesinos la vieran y la cogieran por ser una testigo potencial. Se la llevan a la casa de sus padres, la matan, simulan un suicidio y a nadie se le ocurre relacionar las dos muertes.
—Joder —dijo Willie lentamente—. La verdad es que todo encaja. Tenemos que contárselo a Tyree.
—Es lo que pienso hacer.
Cuando aparcaron en el patio de la caravana de Willie vieron que el coche de Bob Coombs ya estaba allí. Willie salió al tiempo que la puerta principal se abría para dar paso a un sonriente Bob que los saludó con la mano. Willie se apresuró a subir los escalones para abrazar a su abuelo mientras Stone, que iba detrás del muchacho, dio media vuelta y volvió al coche para recoger la bolsa de este.
Acababa de cerrar la puerta del automóvil cuando la fuerza de la explosión lo derribó y le lanzó al lodoso suelo. Mientras los escombros caían alrededor, Stone alzó la cabeza, aturdido. No quedaba ni rastro de la caravana. Ahora veía perfectamente los árboles de atrás. Algo aterrizó al lado de su cabeza, despidiendo humo. No lo identificó. Y no era de extrañar.
Eran los restos mortales de Willie Coombs, lo poco que quedaba de él.
Stone apoyó la cabeza contra el suelo y se quedó inmóvil.